Texto publicado originalmente en el blog Pensando en lila el 23 de noviembre de 2015.
A las deprimidas nos han robado nuestras depresiones.
¿Que qué quiero decir? Quiero decir que la depresión aparece en la tele, en las series y en las películas y también en los libros, pero no lo hace de forma realista. Ved Skins, American Horror Story; el repertorio de camisetas de UrbanOutfitters con estampados tan sanos como depression o eatless. Se mercantiliza la depresión de forma que guionistas y productoras toman una enfermedad asesina, una dura realidad, y la convierten en un producto estético que vender a jóvenes vulnerables cuando no en una tragedia poética.
Así, tenemos chicas delgadas y guapas como deprimidas, como si las gordas no pudieran estar tristes. Como si las feas no pudieran estar tristes. Como si los chicos no pudieran estar tristes. Porque la imagen que estamos transmitiendo a la juventud de la depresión está tan feminizada que si ya nos parece inimaginable que un chico tenga emociones “de mujer”, más todavía que lo hundan. Tenemos chicas delgadas y guapas llorando en la bañera, cortándose las muñecas y bebiendo y drogándose (que es, desde luego, una cara de la depresión; pero, recalco, solo una); pero no tenemos jóvenes que tardan horas en lograr levantarse de la cama, que se quedan sin ganas de comer, que se olvidan de ducharse.
Porque esa depresión, la de verdad, no es atractiva. Porque las depresiones de verdad no venden.
Así, nos encontramos con que se ha mercantilizado la depresión y se ha proyectado una imagen que casi roza el fetiche de la joven deprimida. Una joven deprimida que espera a su príncipe azul, a aquel que la hará feliz de nuevo y le curará la depresión. Aquel que le besará los cortes de las muñecas hasta cicatrizarlos mágicamente. Porque así son los príncipes azules, siempre lo han sido. De pequeña te rescataban del dragón y de mayor te rescatan de ti misma.
El problema es que los príncipes azules no existen, ni pequeños ni mayores. El problema es que nadie te salva de ti misma, menos aun de tu depresión. El problema es que educamos a las chicas para que sueñen con que las salven en vez de para que aprendan a salvarse ellas mismas. El problema es que yo misma soñaba con el galán que me salvaría de mi depresión en vez de esforzarme por aprender a convivir con ella yo sola.
El problema es que reducimos a las mujeres con depresión a lastimeras imágenes, vírgenes de la desolación, siempre al alcance de algún príncipe salvador. El problema es que soy una mujer, soy una persona, no un conglomerado de lágrimas y cicatrices que hace bonito en una escena cinematográfica.
Pero lo peor de todo es que este público masculino que fantasea con chiquillas dependientes e inseguras a las que engatusar no fantasea con sacar de la cama a una joven mujer maloliente. Con acompañarte a ducharte cuando los mechones de cabello graso se te pegan a la frente. Con tener que interrumpir una película porque eres incapaz de concentrarte en nada. Con quedarse sin follar porque, ya sea por la depresión o por efectos secundarios de la medicación, has perdido la libido.
Así, nos retratan a las chicas con depresión como algo que no somos y acabamos atrayendo compañías que no están preparadas para cuidarnos con lo que tenemos.
Sin embargo, quizás no deberíamos quejarnos. Al menos, nosotras aparecemos en los medios como algo más que un chiste (como nuestras hermanas las obsesivo compulsivas) o una historia de terror (como nuestras primas las esquizofrénicas, psicóticas, psicópatas y sociópatas y las de los trastornos de personalidad). Al menos, con nosotras al público se le permite simpatizar. Aunque no sea con nosotras de verdad.
Porque hasta aquí llega la representación para las enfermas mentales, para las neurodivergentes. Deprimidas, auto-lesivas, anoréxicas y bulímicas. Las demás son tan solo disparadores de risas y miedos. Si es que existen en los medios.
Nosotras, mientras tanto, somos carnaza de fetiche y por eso existen artículos como este llamado “5 razones por las que salir con una chica con un trastorno alimenticio”* (solo de los que te hacen perder peso, desde luego; a las que viven con trastorno alimenticio por atracón ni las menciona).
“Su obsesión con su cuerpo mejorará su imagen en general”, porque no hay nada tan estiloso como la ropa talla saco para ocultar una supuesta gordura.
“Te costará menos dinero” porque no come, en teoría, pero no estás contabilizando el tiempo que perderás esperando en la consulta del psiquiatra (si tienes suerte; a una mala, acabarás en la sala de espera del hospital) y las lágrimas que derramarás por ella. Ah, no, que los hombres no lloran.
“Es frágil y vulnerable” y yo creo que esta frase habla por sí sola. Un hombre que encuentra un punto a favor de una mujer el que sea más fácil de controlar y de hacer trizas de una sola palabra es un hombre que no se merece volver a tocar a otra jamás.
“Probablemente tenga dinero propio” que se gastará en medicinas cuando mejore y en laxantes cuando recaiga. No hay regalos suficientes que puedan compensar por la impotencia de ver sufrir a tu pareja. Ni necesitas que te la compensen cuando realmente la amas, porque ya lo hacen su brillante personalidad y sus horas a tu lado.
“Es mejor en la cama” porque “es un hecho conocido que las locas son geniales en la cama”. Sí; las locas, cuando nuestras obsesiones corporales nos permiten desnudarnos y no nos aterroriza la posibilidad de que nos utilicen para luego humillarnos públicamente, cuando aún nos queda algo de libido, podemos ser geniales en la cama.
Y podría escribir tanto sobre esto. Sobre cómo unas enfermas mentales tenemos algo de espacio y a otras se las expulsa del espacio público directamente porque lo suyo no se puede mercantilizar para un público femenino adolescente vulnerable y un consumidor masculino fetichista. Sobre las muñecas rotas y atractivas que hacéis de nosotras las deprimidas.
Porque mi enfermedad mental tiene público mientras venda, pero no se supone que yo hable públicamente de ella; en teoría, para eso ya está mi psiquiatra. Porque mi depresión os gusta en vuestras pantallas en blanco y negro y en vuestros brazos salvadores, pero no en mi boca sincera de enferma que nunca se queda sin voz para gritar. Porque mi depresión no es ni tan trágica, ni tan estética. Es mi realidad, y convivo (como muchas otras miles) con ella.
Pero prefiero acabar este artículo, como siempre, de protesta con la promesa de una declaración de amor: pronto publicaré otro que ya esbocé en mi cuenta de Twitter, otro en el que escribo sobre cuánto me gustamos las enfermas mentales. Con los síntomas que dan miedo. Con los efectos secundarios más jodidos. Con las marcas y las manchas más feas.
Tal como somos. Mujeres. Personas. Algo más que títeres, que bestias sexuales, que princesas que salvar del dragón de la depresión.
*afortunadamente, en respuesta a este nauseabundo artículo existe un poema slam de Megan Maughan: https://www.youtube.com/watch?v=HRklWPkftiA