Desde los colectivos activistas se denuncia el estruendoso silencio de los abusos en psiquiatría y señalan la necesidad de inhabilitaciones que expulsen a abusadores y violadores de una dedicación profesional que debería basarse en la confianza, la escucha y los cuidados.

Hemos empezado junio conociendo una sentencia a través de un titular en la prensa digital local que nos golpeaba con fuerza a muchas compañeras: ‘Cuatro años de prisión para un psiquiatra de València por abusar de una paciente menor‘, ‘El médico que violó a una paciente menor y vulnerable en València, a prisión‘, leíamos en el Diario Levante los días 1 y 2 de este mes.

La indignación, la impotencia, la rabia y el asco se mezclan fuerte dentro. El sabor amargo en la garganta, las uñas clavándosenos en nuestras propias manos, los dientes apretados. ¿Qué hacemos, qué hacemos? Buscas más fuentes, buscas el -escasísimo- eco que tiene la noticia, y la rabia aumenta, aunque no sorprenden los pocos resultados que arroja Google.

Siempre es así. Siempre que alguna compañera consigue llegar al juzgado y consigue una condena (en un vía crucis de años de batalla judicial y desgaste personal que supone un coste emocional -y también económico- que la inmensa mayoría no podemos asumir). Un par de titulares en medios locales. Unas condenas que no suponen la inhabilitación de los profesionales más allá de unos pocos años, lo que sitúa a muchos ejerciendo de nuevo en consulta. Algunos de ellos serán nuevamente denunciados por otras pacientes. Y no pasa nada. A casi nadie parece importarle esta gravísima herida abierta en la cotidianidad de los psiquiátricos y de las consultas. Desde los colectivos activistas se denuncia el estruendoso silencio de los abusos en psiquiatría. Se señala la necesidad de inhabilitaciones que expulsen a abusadores y violadores de una dedicación profesional -la de acompañar a personas con sufrimiento psíquico intenso- que debería basarse en la confianza, la escucha y los cuidados. Pero nada cambia, ni los protocolos, ni la falta de credibilidad hacia los discursos de las locas -en general, en nuestra narrativa vivencial, y en particular, cuando denunciamos violencias sufridas-. Y, por supuesto, tampoco cambian las jerarquías marcadísimas en salud mental que propician estos abusos de poder en la raíz de cada abuso sexual presente en esta asquerosa psiquiatría patriarcal apenas sermoneada por una justicia también patriarcal.

En esta ocasión el psiquiatra condenado tiene 59 años y ha sido también profesor universitario (no quiero pensar cómo salen formados sus estudiantes). Los abusos por los que ha sido condenado comenzaron en 2012, cuando su paciente tenía 13 años, y continuaron hasta más allá de sus 16. De los 10 años de condena que pedía la Fiscalía, la Audiencia Provincial de Valencia le ha condenado a cuatro años de cárcel, seis de libertad vigilada y solo cinco de inhabilitación profesional. En 2025 podrá estar atendiendo a más mujeres, niñas o adolescentes que por su sufrimiento psíquico se encuentran en especial situación de vulnerabilidad. El medio que da cuenta de esta noticia también señala que se ha considerado como atenuante que el psiquiatra (que atendía a la chica por la sanidad privada) ha reembolsado a los padres el dinero que pagaron por el tratamiento. Es surrealista leerlo, es mezquino, es humillante, cinismo puro, es de una violencia que se me hace imposible de digerir. Sé que también eso, intentar hacer la digestión de esta bola y esta noche sí poder conciliar el sueño, es uno de los motivos de estar escribiendo esto, de estar tecleando con furia, desde mis entrañas, mi cabeza (loca, como la de ella, me repite) y mi corazón hoy con nuevas cicatrices.

Me quema y me revuelve ser consciente de que no es un hecho aislado: el sistema psiquiátrico y cómo está construido propicia los abusos de poder y esos pueden dar cabida a toda serie de violencias. Me quema y me revuelve ser consciente del riesgo enorme en que nos pone ser pacientes psiquiátricas tal y como funciona la psiquiatría. Me quema y me revuelve sentirme hoy algo más a salvo por tener más herramientas, tanto de acompañamiento colectivo de mis malestares fuera de los recursos de atención como de denuncia y activismo político… pero me quema y me revuelve ser consciente de las propias violencias sufridas, de que llegué tarde a mi autodefensa, y de tantas compañeras como están en riesgo hoy mismo, mañana, este fin de semana. La urgencia de gritar por mí y por mis compañeras, de aullar como la manada de hermanas que somos, atraviesa todas estas líneas.

Recordemos que si la violencia sexual denunciada ya es una parte pequeña de la que sufrimos, en el caso de mujeres psiquiatrizadas que han sufrido esos abusos a manos del propio sistema psiquiátrico y sus profesionales es aún menor. Bien sabemos que nuestro discurso viene deslegitimado casi de serie: qué fácil será señalarnos como locas delirantes, manipuladoras, histéricas con certificado de garantía en forma de diagnóstico(s).

Unas líneas para quien prefiere consolar su conciencia con la frase “es un caso aislado” (no, no es un caso aislado, se llama patriarcado aquí también: psiquiatría patriarcal, justicia patriarcal).

Emilio González Fernández, psiquiatra ya jubilado que ejerció en Galicia, fue condenado en 2003 por abusar sexualmente de una paciente. Sin que la condena contemplase inhabilitación alguna, en 2019 otras diez pacientes le acusaban de abusar sexualmente de todas ellas. Solo una pudo llegar a ver el caso juzgado, en el resto los abusos se consideraron prescritos. Habían necesitado más de cinco años para reunir las fuerzas para denunciarle.

Octubre de 2019. También en otro medio local informan de otra condena, esta vez en Tenerife. El psiquiatra Antonio Asín C. es condenado por abusos sexuales a una paciente. La pena: siete años de cárcel, otros tantos de libertad vigilada y, de nuevo, solo tres años y medio de inhabilitación para ejercer como médico psiquiatra y terapeuta.

En febrero de 2017 supimos por varios medios de comunicación de la detención del psiquiatra Pedro Sopelana Rodríguez, que ejercía en Alcalá de Henares, también acusado de abusar sexualmente de varias pacientes. Cuando la noticia llega a los medios, lo hace tras el suicidio del acusado días después de ser detenido, y es su muerte lo que destacan los titulares. Había sido previamente denunciado en 2016 por otra paciente. Seguía atendiendo en su consulta en la que había instalado cámaras sin consentimiento ni información a las pacientes. Solo desde algunos colectivos activistas se denunció el silencio institucional: “Hemos aguardado pacientemente alguna reacción institucional, de las asociaciones de profesionales, de los responsables políticos… pero no hemos sido más que testigos de un estruendoso silencio. Nadie ha hablado, ni los responsables de salud mental de Alcalá, ni de la Comunidad de Madrid, ni el Colegio de Médicos… nadie ha abierto la boca”. También apuntaron posibles medidas necesarias para tomar -e ignoradas hasta la fecha- para prevenir abusos en los servicios. Señalaban además cómo el desmesurado poder que se le da a los psiquiatras sobre nuestras vidas (pudiendo obligar a tratamientos e ingresos forzosos, o dependiendo de su derivación e informes el acceso a recursos y ayudas socioeconómicas) es otra obvia piedra en el camino de poder defender nuestra integridad si son ellos mismos los que la vulneran.

En noviembre de 2017 la periodista Anita Botwin escribía sobre la unión de más de 30 mujeres atendidas por el psiquiatra sevillano Javier Criado en la Asociación de Víctimas de Abusos VERITAS para denunciar sus abusos. El dolor de las víctimas no prescribe. La culpa del abusador, tampoco”, clamaban. En diciembre de 2019 continuaban la batalla judicial.

Más atrás en el tiempo nos encontramos con sentencias como la que condenaba al psiquiatra Juan Santiago Sánchez por realizar tocamientos a sus pacientes aprovechando su “delicado estado psíquico”. ¿La condena? Pagar una multa de 6.450 euros. Shock. Sí que salimos baratas.

Entre noticias y titulares, conversaciones informales con amigas, unas pacientes, profesionales otras. Compañeras que te cuentan sobre toqueteos extra a la hora de atarlas a la cama con correas. Tú misma y tu recuerdo de privacidad inexistente en cada ingreso en la Fundación Jiménez Díaz, cada invasión en las duchas matutinas obligatorias, con celadores y auxiliares abriendo innumerables veces la puerta de la ducha compartida con las chicas de la planta. Un enfermero que cuenta cómo a otro compañero le dieron la baja por depresión y después una incapacidad laboral permanente tras pillarle de noche con una paciente a la que tildaban de lianta: “Con esa no entres solo a su cuarto, que luego se inventa cosas y te la lía”. Una amiga a la que le explota la cabeza porque se ha mencionado otro caso de pasada en una reunión o en una conversación con compañeras de curro. De juzgar los posibles delitos ni hablamos, claro.

De nuevo el amargor en la garganta, los ojos nublados en lágrimas, el peso de la impunidad, el basta ya urgente que necesitamos gritar. No solo las abusadas, no solo las locas, no solo las mujeres. La sociedad entera está siendo cómplice en su silencio, en su indiferencia y su incredulidad. La sociedad entera debe señalar el problema, gritar juntas, defendernos.

Pasar años abusando y violando a tu paciente (desde sus 13 años) se castiga con cuatro años de prisión y cinco de inhabilitación. En 2025 podrá volver a ejercer como psiquiatra con nuevas pacientes a su cargo, decía antes. ¿Tan poco os importamos las psiquiatrizadas? ¿No van a establecerse protocolos de prevención de las violencias, entre ellas las sexuales, siendo vox populi que estas agresiones no son casos aislados y puntuales sino que al contrario, forman parte de la violencia estructural que hace que el sistema psiquiátrico sea el cajón de maltrato que tantas conocemos? ¿No vamos a derribar un sistema que ampara, encubre y sostiene estas violencias, alimentándose de la continua deslegitimación de nuestro discurso y narrativa? ¿No veis que esa eterna falta de credibilidad es la base para ignorar agresiones gravísimas que sufren cada día nuestras compas, incluso casi niñas como en esta ocasión?

Esta mañana les escribía a unas amigas algo que desgraciadamente desde el activismo loco feminista ya sabemos hace tiempo: nos dejáis indefensas en manos de un sistema psiquiátrico que abusa, viola, violenta, maltrata. Ahora me sale más como una petición: compañeras, por favor, no nos dejéis solas en esto. O como una pregunta: ¿hasta cuándo?


Este artículo fue originalmente publicado en la revista online de Pikara Magazine en junio de 2020. Lo reproducimos aquí gracias a la decisión del medio de publicar sus contenidos con licencia Creative Commons

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