Una de las mayores barreras a las que se enfrentan las personas «psicóticas» es la comunicación: frecuentemente, el resto de la gente tiene dificultades para entender de qué están hablando. La manera en que los calificados como «psicóticos» describen su experiencia (su propia lengua) y sus ideas les resultan extrañas a la mayoría de las personas, y esta falta de comunicación clara es el primer factor que hace que a los «psicóticos» se los llame así, lo que acentúa la distancia que hay entre ellos y el resto de la sociedad, derivando en una pérdida que afecta a ambas partes.

El modo de abordar este problema podría ser que todos, o al menos aquellas personas dedicadas a profesiones de cuidados o sanitarias, aprendieran a hablar psicótico. Me refiero a psicótico como una forma de idioma, casi un tipo de código basado en un sistema metafórico (o incluso factual) que, una vez se aprende a interpretar lo que están diciendo, suele girar en torno a un grupo limitado de temas.

1. La naturaleza del código

Empezaré contando una historia:

Hace algo más de tres años, en 2015, pasé unos cuatro meses ingresado en el hospital de New Hampshire, la instalación psiquiátrica de mi Estado (a la que yo me refiero francamente como a una prisión). Yo mismo estaba pasando por una fase «psicótica», caracterizada por todo tipo de «delirios», un término totalmente equivocado —aunque dejaremos ese asunto para más tarde—, y por escuchar voces todo el día, a diario.

Al poco de llegar conocí a una mujer, de larga cabellera negra y la cara marcada por cicatrices (posiblemente quemaduras o cicatrices causadas por el acné) que siempre iba vestida con camisetas, pantalones y botas negras y llevaba todo tipo de fruslerías de las que había en la tienda de la prisión-hospital. Acechaba mientras subía y bajaba los pabellones del módulo, y, cada vez que pasaba por mi lado, me dirigía una mirada perdida que salía de la máscara inexpresiva en que se había convertido su cara; sus ojos lanzaban una mirada desesperada que llegaba desde la prisión del infierno psicológico en que estaba sumida. La miré y le hice un gesto con la cabeza, haciendo notar que había advertido su presencia, y empezó a hablar conmigo.

Habló en algo que podría haber parecido ininteligible, una especie de galimatías casi incomprensible; pero seguí escuchándola y, a lo largo de un par de semanas, gradualmente empecé a entrever los contornos de la forma de su discurso.

Mencionaba insistentemente el porno en internet y cómo la gente del exterior le había robado, y me di cuenta de que probablemente había sido víctima de abusos sexuales y explotación económica de algún tipo, y de que, de alguna extraña forma, su «psicosis» la hacía darse cuenta de que el universo humano estaba plagado de sistemas de poder, control y explotación.

Esta me pareció una poderosa lección.

¿Aprendía ella algo de su propia experiencia? No lo sé, estaba claro que estaba mandando un mensaje, a pesar de que nadie del hospital pareciera entenderla ni ser capaz de comunicarse con ella.

Más tarde, me decidiría a escuchar a tantos «psicóticos» como pudiera, pensando en escucharlos hasta que aprendiera a hablar su idioma, hasta lograr fluidez tanto en el idioma normal como en el psicótico, de forma que pudiera traducir entre ambos e incluso entender sobre qué hablaban estas personas.

No pasó mucho tiempo hasta que tuve la oportunidad de escuchar a un amigo mío hablando con su psiquiatra mientras estaba sentado en el pasillo de nuestro módulo. Este amigo mío era lo que se entiende por un «psicótico» al uso, y había pasado años entrando y saliendo de varias instituciones mentales. Cuando estaba fuera del sistema prisión-hospital, este amigo mío sufría episodios durante los que perdía totalmente la memoria y la conciencia de lo que estaba haciendo, haciendo cosas escandalosas que lo metían en problemas. Al parecer, antes de este ingreso, de este período de confinamiento, se había emborrachado mientras estaba en su habitual estado de no consciencia y había agredido a un policía. No tenía ni idea de cuándo saldría, pero podrían pasar meses o incluso años. Su desesperanza era palpable. El cabello, largo, le llegaba hasta la mitad de la espalda, donde estaba enmarañado por el tiempo tumbado en su habitación con la cabeza en la almohada, mirando al techo. Había sido programador informático de profesión, y, a su manera, misteriosa y psicótica, hablaba de la tecnología de internet y de toda clase de sistemas informáticos sobre los que yo nada sabía. Una vez le enseñé un pasaje del libro de las Revelaciones que habla sobre la ciudad de Dios, y apenas lo hube dicho, sonó como si se encendiera un ordenador, levantó las manos, y, por su garganta, dibujó un movimiento transversal, como de corte, para decirme que me callara. Aparentemente, creía que había cosas secretas sobre las que podía ser peligroso hablar.

Sinceramente, no era capaz de entender a qué se refería cuando me hablaba sobre transmisión por internet y tecnología, ni sobre satélites y otros sistemas de dirección de flujos de distintos tipos de ondas e información, siempre que hablaba sobre cosas relacionadas con la industria computacional. Te clavaba aquellos profundísimos ojos castaños, que parecían dos agujeros sin fondo hechos directamente sobre su alma mientras hablaba de aquella forma incomprensible.

Un día, mientras estaba sentado con él en el pabellón, su psiquiatra pasó y empezó a hablar con él. Se levantó para hablar con ella y entre ellos tuvo lugar un diálogo que excedía con creces mi comprensión. Resulta que la doctora era rusa, y mientras hablaron alcancé a entender vagamente que estaban hablando sobre una especie de teoría de la conspiración que implicaba a Rusia, y ambos discutían sobre el asunto, disfrutando claramente y haciendo referencias casuales a multitud de otras teorías de la conspiración sobre las que yo nada sabía, y además parecían entenderse perfectamente. Yo era un mero aprendiz; ello dos, maestros de la lengua psicótica, y todo lo que yo podía hacer era escuchar sin entender.

Nuevamente me limité a escucharlo hablar, y un día se me ocurrió que eso de lo que no paraba de hablar era el diseño y el control de sistemas de comunicación. Tenía algún tipo de obsesión con la forma en que el sistema de comunicación o el mundo funcionaban y cómo se usaban para controlar a la gente, o algo así: era difícil de discernir. Pero eso era lo que parecía estar diciendo, y yo lo combiné con mi propia experiencia cuando había oído voces. Me parecía que, efectivamente, existe una fuerza, si se quiere ver así; alguien, o algo, o algún tipo de organismo del gobierno o ser extraterrestre que manipulaba el mundo humano de forma indudable y que, sin embargo, eran virtualmente invisibles para la mayoría de los observadores. Esta forma de control consistía en comunicarse con la gente.

La cosa se volvía interesante. Estas dos personas a las que estuve escuchando —la mujer con la cara marcada por las cicatrices que hablaba de sexo en Internet y explotación y el amigo del pelo enmarañado que programaba ordenadores y hablaba de internet— hablaban de poder, control y sistemas de comunicación, una fuerza externa que pretendía imponerse en sus vidas o que ya lo había hecho.

Tenía otra amiga con la que pasé mucho tiempo durante una época,  a la que conocí en el mismo pabellón psiquiátrico que a las otras dos personas que ya he descrito. Cuando llegabas a conocer a esta amiga mía lo suficientemente bien, te empezaba a hablar sin parar del FBI y de los planes que la organización tenía para explotarla aún más de lo que ya lo había hecho. Le había pasado algo. Aunque nunca llegaba a decir el qué, sí hacía referencias al respecto que me inducían a pensar que se trataba de algún tipo de acoso o abuso sexual de alguien externo a su familia. Siempre llevaba ropa holgada para que nadie pudiera fijarse en su cuerpo. Lo que creo que le pasaba es que oía voces, y que ella creía lo que estas le decían sobre que el FBI la estaba espiando e intentaba explotarla. Cuando no era que el FBI estaba espiándola, eran fantasmas que le hablaban sobre alguna cosa que nunca me quedó demasiado clara. Tal vez se trataba de levantar una maldición. Tenía lo que se podría considerar una cosmología muy poco habitual para una persona normal, pero nada fuera de lo común si se trata de una «psicótica».

Así, nos encontramos hablando una vez más de un sistema de comunicación secreto que se estaba usando para ejercer una explotación. El tema estaba empezando a ser habitual.

Y este es el final de la historia: una vez que el que escucha aprende a juntar las piezas, se da cuenta de que este era el tema fundamental sobre el que hablan prácticamente todos los «psicóticos delirantes».

2. La estructura de la creencia

Así pues, ya hables de Dios, los alienígenas o algún organismo secreto del gobierno, una sociedad internacional secreta, incluso hadas que bailan en el jardín o los fantasmas y demonios que hay en el armario del segundo piso: todo el mundo habla de algo que comparte una misma estructura básica y que se puede describir fácilmente en cuatro puntos.

1) algo ejerce un tipo especial de poder y control sobre el mundo (Dios, la Agencia de Seguridad Nacional, los alienígenas, etc.)

2) lo has descubierto solo o se te ha revelado por sí mismo de alguna forma especial y probablemente secreta, inaccesible e invisible para los demás

3) este algo tiene una utilidad o un propósito específico para ti, posiblemente como víctima de explotación, castigo o experimento, o quizás una misión especial o un papel magnificado en el universo

4) este poder se introduce en tu mundo, aunque pueden existir otros poderes también.

Una vez te has dado cuenta de que esta estructura existe, subyaciendo tras aquello sobre lo que habla todo «psicótico», descifrar lo que dicen se torna mucho más fácil. Siempre parece volver al mismo patrón básico, y cada uno de los temas principales de los distintos «delirios» que se han clasificado están relacionados de alguna forma con este mismo esquema. Puede haber partes de este esquema que falten en los discursos de algunas personas, pero el patrón básico sigue siendo aplicable. Pondré algunos ejemplos.

Hay muchos tipos diferentes de delirios. Estos son considerados «falsas creencias» por los profesionales de la psiquiatría, pero representan de forma fiel experiencias muy reales que la persona ha tenido, ya se tratase de experiencias mentales (voces que las convencían de algo, creencias inusuales salidas de ninguna parte) o físicas (ver algo que los demás no ven, tener experiencias somáticas). Algunas de estas experiencias —o delirios— se agrupan de determinadas maneras.

Por ejemplo, hay un amplio grupo de «delirios» basados en que alguien está leyendo la mente de la persona; que sus pensamientos se están transmitiendo a la gente que está cerca, de manera que esta pueden oír sus pensamientos como si se expresaran en voz alta; que una fuerza externa está introduciendo los pensamientos en la propia cabeza o que los propios pensamientos están siendo robados. Y aquí es donde entra el sistema de comunicación. Estás siendo comunicado con y/o controlado por algún tipo de fuerza externa. Este grupo de «falsas creencias» es muy común (yo mismo me encuentro en esta categoría).

Este conjunto de creencias es la base del resto. Básicamente, lo que esto nos viene a decir es que efectivamente existe algo, algún tipo de fuerza o poder que es omnipresente, imparable y, aparentemente, todopoderoso, que se comunica contigo y está controlando el mundo o que, por lo menos, lo intenta.

¿A qué suena todo esto? Bueno, pues se parece bastante a un retrato de Dios, o suena como la descripción de algún tipo de raza alienígena lo suficientemente avanzada como para conquistar el mundo si lo desea, y a alguna gente le recuerda a los sistemas de control mental en manos de organismos gubernamentales secretos. Si se piensa detenidamente, cualquiera de estas opciones es plausible. Pero lo que todas comparten es que hay una entidad poderosa que pretende hacer algo a la gente que cree estas cosas, o a todo el mundo.

Por lo tanto, si el núcleo del sistema de creencias, la estructura subyacente en la que la mayoría de los «psicóticos» cree, es que hay algo ahí fuera que tiene que describirse como una entidad suprema, entonces el resto de «delirios» están, de alguna forma, relacionados con eso.

Por ejemplo, que los pensamientos de una persona están siendo leídos y compartidos con otras. En un mundo dominado por Dios, por supuesto, este sería el tipo de comunicación que los seres humanos tendrían con él, de mente a mente. O, cuando se piensa que es la Agencia de Seguridad Nacional ejerciendo control mental o los alienígenas tomando contacto; también podría ser mental en ese sentido.

Así que de lo que estamos hablando aquí es de un paradigma subyacente, pensar como un psicótico y, de esta manera, aprender a hablar como uno.

Como ya mencioné, el resto de «delirios» evoluciona hasta superar al primero; en realidad, todo depende de lo que esta fuerza externa quiera hacerte o quiera que ocurra en tu mundo. Podría incluso decidir no hacerse notar.

Podríamos bautizar esta visión como «intervencionista». El resumen es que hay una fuerza externa que interviene en la propia vida y/o en el mundo.

Algunos de los «delirios» más descabellados pueden parecer razonables si se piensa en ellos el tiempo suficiente.

Existe, por ejemplo, la idea o «delirio» de que las personas han sido sustituidas por actores que se parecen a las originales y actúan como ellas, pero que no lo son, y que siguen un plan externo. Bueno, si se quiere verlo así, podría darse que, en un mundo gobernado por los alienígenas o la CIA sí hubiera personas falsas entre la gente. De alguna forma, todo nuestro mundo es una farsa, una ilusión conjurada por la expresión de nuestro imaginario colectivo. Las noticias están manipuladas; los periódicos están sesgados cuando no directamente llenos de mentiras; el gobierno está encubriendo algo, las elecciones fueron un pucherazo, los Iluminati están ahí, hay una conspiración, ¿qué vamos hacer? ¿Por qué no creer en lo de la gente falsa? No estamos realmente tan alejados de esto, y en la vida real, entre la gente, hay mentirosos de todo tipo, ladrones y falsos amigos, así que nada de esto es demasiado difícil de creer. Si pudiera salirse con la suya, el gobierno crearía personas falsas.

¿Y en un mundo gobernado por Dios o los alienígenas? Habría gente falsa por todas partes, eso está claro.

Existe el «delirio» de ser una persona especial con un destino especial, como una reencarnación de Napoleón o Jesucristo en su segundo advenimiento. Bueno, en un mundo que se rige por el karma o por ese ser al que llamamos Dios, antes o después acabará por suceder que alguien sea una de esas personas. Alguien tendría que serlo. Adoptar el propio papel no sería más que aceptar la voluntad del universo. ¿Tan descabellado es?

 También se produce el pensamiento «delirante» de que se ha instalado un aparato en el cuerpo de la persona, que te monitorizo, controla tus pensamientos, o hace algo. La verdad es que algunas personas tienen monitores cardíacos e incluso implantes cerebrales de estimulación profunda incluso ahora, y todos sabemos que al final llegará: un chip en el cerebro que solo tendrá que conectarse para poder controlar a todo el mundo. Ahora mismo tengo uno en el brazo derecho, por favor, ¿me lo quitas?

Como nota final, quisiera añadir que he reparado en que se podía observar cada una de las creencias de estas personas durante su pasado, durante sus vidas «normales» antes del diagnóstico, y probablemente encontrar un indicio de lo que estaba por venir. Alguna vez tuviste el pensamiento de que te gustaría haber sido un santo, o un héroe. Ahora, Dios te enseña qué se siente al serlo. Dios te está preguntando, «¿qué te parece esto?». O tal vez los alienígenas te estén preparando para ir a su nave nodriza para que te hagas con las riendas de tu destino. ¿Quién sabe? Elige un sistema de creencias y verás en qué se convierte cuando se camina hacia su conclusión lógica. De un modo u otro, Dios está cumpliendo todos tus sueños y pesadillas haciendo que todo suceda en una especie de mundo místico.

Por sí misma, cada una de esas creencias podría ser suficientemente razonable si uno se toma el tiempo necesario para explorarla con suficiente profundidad. Si se aprende a hablar psicótico.

[Este artículo fue originalmente publicado en Mad in America en junio de 2018. Eric Coates, su autor, es un superviviente de la psiquiatría, forma parte de la resistencia frente a ella. Habiendo vivido numerosas hospitalizaciones psiquiátricas, no ha sentido ni los psicofármacos ni la propia psiquiatría como ayuda. Para él lo que llaman «enfermedad mental» es un tipo de despertar espiritual que no puede ser contenido o limitado con medicación. Eric también ha escrito varios libros sobre la escucha de voces (sin traducir al castellano de momento), entre ellos Hearing Voices: A Memoir of Madness y Hearing Voices Revisited: On the Meaning of Madness.

Esta traducción ha sido realizada desinteresadamente por colaboradores de Mad in America Hispanohablante (¡gracias!) La imagen que encabeza el post ha sido añadida por nuestro equipo de Redacción y es obra de Lisa Runnels, en la plataforma Pixabay. Si queréis proponernos colaborar de forma puntual o sumaros al equipo de colaboradores habituales de MIAH, podéis escribirnos a [email protected]]

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