Reseña publicado originalmente en No Gracias: Organización civil independiente por la transparencia, la integridad y la equidad en las políticas de salud, la asistencia sanitaria y la investigación biomédica.

Se ha traducido al castellano el muy recomendable libro: “Anatomía de una epidemia” de Robert Whitaker. Un periodista que comenzó escribiendo reseñas, amables y elogiosas, sobre los ensayos clínicos que realizaban las farmacéuticas y, posteriormente, guiado por su curiosidad, empezó una investigación que le ha llevado a impugnar de manera brillante todo el sistema psiquiátrico de su país, Estados Unidos, que es como decir, de todo el mundo desarrollado.

Podemos leer en su libro:

“En el año 2007 nos gastamos en EE.UU 25.000 millones de dólares en antidepresivos y neurolépticos (más que el PIB de Camerún, un país de 18 millones de habitantes)… (con los supuestos avances en los tratamientos y su amplia utilización) cabría esperar que el número de enfermos mentales graves hubiese disminuido en los últimos 50 años; y más, tras 1987, con la llegada del Prozac y otros medicamentos de segunda generación… Sin embargo, durante este periodo de revolución psicofarmacológica el número de enfermos mentales graves en EE.UU se ha disparado.. Y lo más preocupante, esta plaga moderna se ha propagado a los niños”

atajarmalestar1_MIAHTomado de “Anatomía de una epidemia”

¿Cómo puede ser que el daño grave por enfermedad mental en EE.UU haya pasado de 1 de cada 468 en 1955, cuando no existían prácticamente tratamientos farmacológicos, a 1 de cada 184 en 1987?  Y que desde 1987, -cuando se introdujo el Prozac y, detrás, todos los nuevos psicofármacos de segunda generación- el número de enfermos mentales graves haya aumentado hasta ser de 1 de cada 76 en el año 2007? (ver arriba el incremento del número de enfermos mentales con ayudas por incapacidad: el triple en 20 años; abajo, el caso de los niños, entre los que los incapaces han aumentado -brutalmente- de manera paralela a la utilización de psicofármacos y el diagnóstico de una enfermedad, rara anteriormente, como el trastorno bipolar)

atajarmalestar2_MIAHTomado de “Anatomía de una epidemia”

Whitaker señala dos hitos que le hicieron pensar que lo que pasaba algo tenía que ver con los propios medicamentos psiquiátricos.

atajarmalestar3_MIAHEl primero, una investigación de la Universidad de Illinois que demostraba que los esquizofrénicos sin tratamientos neurolépticos evolucionaban mejor que los tratados con los antipsicóticos de segunda generación (ver arriba gráfico). Tras 15 años de seguimiento, más del 40% de los esquizofrénicos que no habían utilizado antipsicoticos se habían recuperado: la mitad de ellos estaban trabajando; el 28% sufrían todavía síntomas psicóticos. En el grupo de los tratados, solo el 5% se habían recuperado y un increíble 64% mantenían síntomas psicóticos.

El segundo, un estudio de la OMS que demostraba que los esquizofrénicos en el tercer mundo evolucionaban mejor que los del primer mundo: sencillamente porque recibían menos medicación.

El libro es muy ameno y convincente, y va en la misma línea de autores críticos de la propia psiquiatría (Healey, Moncrieff, Ortiz Lobo o Vispe y Valdecasas desde su blog postpsquiatría) o del ámbito de la evaluación de las evidencias (Gøtzsche).  Muy recomendable

Poco después, Whitaker, en colaboración con la Profesora Cosgrove, escribió: “Psychiatry under the influnce: institutional corruption, social injury and prescriptions for reforms” otro análisis descarnado sobre la colaboración necesaria de la psiquiatría institucional norteamericana (que es igual que decir, la psiquiatría del mundo desarrollado) con las estrategias comerciales de la industria farmacéutica que, apoyada en la fragilidad de la investigación con psicofármacos y la ambigüedad de los diagnósticos definidos en el DSM, ha generado un gigantesco negocio a costa de un daño social incalculable.

Reseñamos ampliamente este texto: (1) JUICIO A LA PSIQUIATRÍA; (2) La medicalización del síntoma mental: un logro corporativo sin base científica; (3) La construcción de un mito: el disbalance neurobioquímico en las enfermedades mentales (4) Cómo vender medicamentos peligrosos: el caso del Trankimazin; (5) La captura de la psiquiatría por los intereses comerciales y corporativos: antidepresivos y antipsicóticos; (6) La corrupción institucional de la psiquiatría y el daño a niños y adolescentes: el caso del TDAH; (7) La deriva de la psiquiatría puede ser una de las causantes del incremento del daño social debido a las enfermedades mentales; (8) La visión empobrecida de ser humano transmitida por la psiquiatría biológica

En la entrada dedicada al daño que hace una visión unidimensional de la psiquiatría escribíamos:

“La psiquiatría biologicista roba la autonomía y la capacidad de resiliencia. No llama a las personas a examinar sus contextos vitales y a comprender, sino a aceptar que sus síntomas obedecen a alteraciones cerebrales que necesitan fármacos, como la neumonía necesita antibióticos. No es lo mismo examinar nuestras vidas buscando qué cosas hemos hecho mal que hacerlo revisando nuestra lista de diagnósticos psiquiátricos”

 

 

Pues bien. Whitaker ha venido a España y ha sido entrevistado por El PAÍS:

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“(Lo que ha hecho la psiquiatría con la sociedad) es una traición. Fue una historia que mejoró la imagen pública de la psiquiatría y ayudó a vender fármacos. A finales de los ochenta se vendían 800 millones de dólares al año en psicofármacos; 20 años más tarde se gastaban 40.000 millones.,,Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Así que, si se mira desde el punto de vista comercial, el suyo es un éxito extraordinario. Tenemos pastillas para la felicidad, para la ansiedad, para que tu hijo lo haga mejor en el colegio. El trastorno por déficit de atención e hiperactividad es una entelequia. Antes de los noventa no existía.”

 

 

Esta entrevista fue contestada, en el mismo periódico, por el Dr, Miguel Gutiérrez Fraile, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco:

“El libro que quiere vender el entrevistado en España alude a la ineficacia de la psiquiatría por el aumento progresivo de enfermos psiquiátricos, lo que no resiste un mínimo análisis racional. El aumento bruto de trastornos mentales en 30-40 años con toda probabilidad no es distinto porcentualmente del de cáncer de páncreas o artritis reumatoide en el mismo periodo.”

Bueno, sí lo es. Es distinto, sí: ni la la artritis reumatoide ni el cáncer de pancreas han aumentado su prevalencia en los últimos 50 años.

 

 

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En la imagen de arriba podemos ver como en 4 diferentes estudios epidemiológicos hechos en nuestro país, las cifras de prevalencia de la artritis reumatoide oscilan entre 1,6% de la población en 1982 y 0,3% en el año 2000: “Las diferencias se deben, principalmente, al tamaño muestral y a la definición de caso”. No hay un incremento significativo de su prevalencia, antes bien, un descenso.

El diagnóstico de TDAH, ansiedad o depresión sí han aumentado significativamente:
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Tomado de http://www.navarra.es/NR/rdonlyres/47EADFE7-470B-4BC7-B903-373C2E834804/278105/Bit_v21n6.pdf

Considerando la utilización de fármacos como una correlación directa con el número de diagnósticos, el incremento en el número de diagnósticos sigue un patrón bien distinto a la artritis reumatoide (ver la tabla de arriba para el caso del TDAH; abajo con los ansiolíticos, que han aumentado su utilización casi un 34% en 7 años, y los antidepresivos).
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Tomado de http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1135-57272013000300004&script=sci_arttext

Sorprende un argumento en especial:

(En EE.UU) los enfermos ricos toman medicaciones y los pobres son excluidos socialmente, a la cárcel o al cementerio

 

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Ya. Los negros van más a la cárcel en EE.UU porque no toman suficientes psicotropos. ¡Genial!

Menos mal que no todos los psiquiatras se muestran tan invulnerables a las críticas (algo bien poco científico, por cierto).

La Asociación Española de Neuropsiquiatría, acaba de publicar en su web un comentario acerca de la polémica, que reproducimos por su profundidad:

“Como profesionales de la salud mental nos alegra enormemente que se debata acerca del papel de la psiquiatría, sus diferentes derivas, las modas diagnósticas o las influencias comerciales que innegablemente influyen en la prescripción. Ahora bien, al hilo de este artículo que leíamos este fin de semana en ElPaís, nos surge un comentario. Creemos que es importante no enfocar la salud mental como un dilema psiquiatría sí/no o psicofármacos sí/no cuando la realidad clínica es harto más compleja. Al fin y al cabo si existe la antipsiquiatría es porque ninguna otra especialidad ha tenido que reunirse a votar si seguían considerando la homosexualidad como una enfermedad, como sí tuvimos que hacer nosotros. Son otros tiempos, pero lo primero para no repetir los errores del pasado es no olvidarlos. Y nuestra lista es muy larga.

La psiquiatría ha tenido una función opresora innegable, aunque también ha existido siempre un genuino esfuerzo por ayudar al que sufre y por intentar comprenderle. Pero no deja de ser llamativo que hayamos obtenido tan pocos resultados tras 50 años de tratamientos farmacológicos y psicológicos, de esfuerzos por encontrar las bases cerebrales de las enfermedades mentales, de búsqueda de diagnósticos fiables; todo ello aplicando concienzudamente la metodología basada en la evidencia. Algo se ha ganado, pero menos de lo que correspondería a tanto esfuerzo. Sin comprender lo que pasa, sin ser sensibles a los entornos familiares, sociales, económicos y políticos estaba cantado que ese esfuerzo iba a fallar. Los cerebros enferman, pero los desahucios no están en el cerebro; tampoco lo está la injusticia social, ni la vergüenza y el dolor que siente el que ha sufrido abusos sexuales.

También hemos visto aparecer efectos colaterales graves de los tratamientos en estos años. Hemos constatado que los mismos fármacos que alivian en un momento de intensa angustia también pueden arrasar la voluntad de una persona de modo que aunque no esté encerrada en un manicomio, lo parezca. Que por nombrar el malestar social con un diagnóstico y recetar un fármaco ¡o una psicoterapia! no sólo no se alivian sino que se pierden otras herramientas. Conflictos laborales que deberían resolver los sindicatos acaban en consultas de atención primaria/salud mental, resignificados en diagnósticos vagos y silenciados con Valium o coaching. Y así, podríamos enumerar cientos de ejemplos. El reduccionismo del modelo biomédico se critica en los primeros capítulos de cualquier manual de psiquiatría, pero hasta ahí llega la crítica. Quizá haya que perder el miedo a que la psiquiatría cambie su enfoque.

Modestamente, los que nos dedicamos a esto debemos reflexionar y ver qué caminos no vale la pena continuar y cuáles hay que abrir o reabrir. La psiquiatría tal y como la entendemos no nos ha dado las soluciones que nos prometió (énfasis nuestro). ¿Tiene Whitaker la respuesta a todos los errores de la psiquiatría? Evidentemente no. Whitaker es un periodista que ha utilizado los datos y entrevistas de una forma divulgativa; que si bien no es muy rigurosa sí va en la línea de muchas otras investigaciones que sí lo son. Sería un error no escuchar lo que dice. Se ha dejado muchas cosas en el tintero (los determinantes sociales, las relaciones familiares patológicas, las experiencias traumáticas…) pero eso no quiere decir que su crítica no proceda.

¿Hacia dónde mirar ahora? ¿Qué pistas tenemos? Una muy clara es el respeto a los derechos humanos. Otra es deshacerse de los sesgos que han lastrado la investigación y la obtención de nuestro conocimiento. Hay que recuperar la curiosidad por los saberes profanos, por los saberes compartidos y por la escucha. Necesitamos una psiquiatría que no menosprecie el saber acumulado por la historia, la sociología, la antropología y tantas otras ramas del conocimiento, sólo por no hablar de moléculas. Puede que esas ramas comprendan mejor el sufrimiento humano que las concentraciones de serotonina en sangre.

Hemos de investigar, atender y tratar con miras amplias, pero también desde un modelo público y que garantice la equidad. Una crítica razonable al discurso de Whitaker es que pueda emplearse como argumento para descapitalizar la atención y abandonar a su suerte al que sufre. En un entorno como el estadounidense, donde figuras como Reagan utilizaron el discurso antinstitucional para vaciar en una semana todos los psiquiátricos de California, es una alarma justificada. Pero en nuestro medio la situación es distinta. Hay que defender las redes de salud mental públicas, continuar humanizándolas, impidiendo que se conviertan en nuevos manicomios, y exigir que sostengan una investigación diferente y bien dotada. Podemos criticar que se receten muchos antidepresivos, pero con lo que nos ahorremos hemos de organizar una sociedad que no se vea abocada a pedirlos; porque el malestar no necesite vestirse de diagnóstico pero también por atajar las raíces de ese malestar (énfasis nuestro).

Para que la población esté mentalmente sana no necesitamos toneladas de valium (que lo utilizaremos, sí, pero sólo cuando sea imprescindible y como apoyo, no como solución). Necesitamos gastar el dinero en fomentar el asociacionismo juvenil, en un urbanismo solidario, en cuidar a los bebés y a sus padres, en darles acceso a toda la ayuda que necesiten, con y sin diagnósticos. Necesitamos redes sólidas de vivienda y en empleo. Es preciso invertir. ¡E incluso! evaluar los resultados.

Y dentro de otros 50 años volver a aceptar que eso está bien, pero si no hemos conseguido una sociedad mejor, estaremos todavía nadando contra corriente. Eso es lo que pensamos cuando escuchamos que “la psiquiatría no sirve de nada”. Que los profesionales de la salud mental somos como unas estaciones de bombeo que vuelven a poner en la corriente y en mejores condiciones a los que la misma corriente arrastra. Pero no conseguimos que evitar que la corriente siga su curso.”

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