Decía Le Breton en su libro “La piel y la marca” [1] que las autolesiones son “una forma de hacerse mal para tener menos mal en otra parte”. Creo que es una de las definiciones más honestas que se pueden construir sobre esto.
La autolesión nos acerca a una de las transgresiones sociales más impactantes a las que nos podemos enfrentar como seres humanos: dañarnos para canalizar otro dolor. Dañar nuestro “continente”, nuestro yo corporal, para canalizar “lo intolerable” (así menciona el dolor Le Breton en muchas ocasiones), lo que no sabemos canalizar de otra manera. Ante esto, como con todo lo que nos angustia sobremanera, oscilamos entre el mayor de los silencios y la mayor de las alarmas. El silencio trae invisibilidad, negación, y culpa; las alarmas nutren el desconcierto, (de nuevo) la culpa, y probablemente un silencio posterior.
¿Qué hacemos cuando el dolor es tan lacerante, tan inabarcable?. Buscamos formas de purgarlo, aunque sea en parte, y a veces traiga más dolor asociado. Le Breton planteaba que “la piel era la última frontera del control”, una forma de abarcar lo inabarcable. Se trataría, en parte, de poner objeto, marca, a un dolor que se nos propaga. También podríamos pensarlo como una forma de contener algo que se desborda, como una forma de mantenerse a salvo (por paradójico que a algunas personas les pueda parecer).
Podríamos pensar en la autolesión como una marca en el cuerpo, aunque es algo mucho más amplio. Existen muchas formas de ejercerla, aunque hay muchas de estas maneras que están socialmente más integradas o que se perciben desde otros lugares. Pensemos en algunos consumos o ritmos/tareas en nuestra vida que son formas de lesionarnos. Una vez más, hablando de sufrimiento psíquico y maneras de intentar hacer algo con estos dolores, son más frecuentes en mujeres que en hombres. Siempre he pensado que esto está profundamente atravesado por la forma en la que nos socializan para enfrentar el dolor: en la intimidad y soledad para que el orden se mantenga, para poder seguir ocupando nuestro lugar, nuestra productividad, nuestros cuidados. ¡Qué violencia!, ¿verdad?
¿Qué hacer ante esto?. Probablemente la respuesta sea algo universal: escucha y respeto. Desde este lugar, quizá conseguiremos ahondar más en ese dolor que es tan intransitable (o quizás no), a su vez lanzando el mensaje de “no hay nada malo en ti” . En este sentido, Le Breton mencionaba que Hewitt (1997) pensó en todo esto como un proceso de autocuración. Idea que enlaza con lo planteado anteriormente de ser una purga, una forma de ir reduciendo la intensidad de ese dolor, de esa angustia, como forma de supervivencia.
Dar espacio para intentar abarcar el dolor.
Hay una tendencia a entender las autolesiones como una forma de llamar la atención. Esto forma parte de una violencia simbólica sistemática, ya que no explica, sólo culpabiliza y no da espacio a la reflexión sobre los porqués de estas cuestiones. En la inmensa mayoría de los casos, las autolesiones forman parte de un espacio privado que, a su vez, genera mucha culpa y vergüenza, por lo que no se hace público con facilidad.
Enlazo esta idea con otro libro, “Elijo a Elena” [2], en el que se habla de la memoria del dolor y de cómo ésta está inserta en nuestro yo corporal. De cómo las violencias recibidas generan dolores que , a su vez, impactan sobre nuestro cuerpo. También plantea que nuestros cuerpos son trincheras , y que a veces nos mandan señales que no sabemos descifrar. Si pensamos en ello, debemos escuchar los mensajes que el cuerpo nos lanza (dolores y fatigas crónicas, problemas intestinales, por poner algunos ejemplos) como pistas sobre acontecimientos que han podido darse en las biografías que escuchamos. La interconexión del trauma con las vivencias corporales posteriores es algo que aborda este libro, y cómo, en ocasiones, parte del dolor que el trauma produce puede ser purgado desde las propias autolesiones. Esto nos trae, de nuevo, la relevancia de enmarcar lo que escuchamos en una historia más amplia (la narrativa vital), no sólo desde lo visible (el famoso síntoma).
Sería honesto plantear nuestra angustia al conocer estos procesos, ya que de esta forma, se reduciría la tendencia al castigo, al silenciamiento, a la culpabilización hacía la persona. Si damos espacio para poder abordarlo, poder pensarlo , le daremos significado y podremos retornar a ese control, a ese “hacer la vida más vivible”. Termino con otra cita que escribió Le Breton: “…es como un intercambio simbólico porque es necesario aceptar perder o perderse, incluso morir, para poder vivir, pero sobre todo para ganar una sensación propicia de sí mismo, rebelarse contra la ausencia de ser y superarla, experimentando el sentimiento que por fin vale la pena apegarse a la vida(…)”.
Rupi Kaur escribió sobre nuestro cuerpo y lo entendió como nuestro hogar. Un espacio de cuidado y a cuidar. A veces esta tarea es insostenible, a veces el mundo, a veces nosotras, a veces esta relación es un espacio terrible. Ojalá sepamos vivirlo y acompañarlo mejor.
“Look down at your body whisper
there is no home like you
Thank you” [3]
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[1]Le Breton, D (2019) “La piel y la marca: acerca de las autolesiones”. Topía Editorial.
[2]Osborne-Crowley, L (2020) “Elijo a Elena”, Alpha Decay
[3]Kaur, R (2018) “The sun and her flowers”, Simon & Schuster USA