El texto que publicamos a continuación fue remitido al correo de la Redacción de Mad in América Hispanohablante. La persona que lo ha escrito no desea revelar su nombre.
Estimadas, pocas, excompañeras de la Asociación de Familiares,
El carácter abierto de esta misiva no busca sino rescatar la vergüenza desahuciada del tablero y devolverla a los rostros que, frente a ella, se pongan de perfil. Pero, buscando un golpe de efecto, me gustaría acotar las destinatarias de la misma a aquellas que enfrentáis desnudas la paradoja del trabajo en salud mental y, con sus trabas, motiváis esta mirada retrospectiva, contraria al abandono y a la premura. Me dirijo por tanto a todas las que vais sosteniendo y encorvando vuestras nobles inquietudes con los efluvios viciados de una asociación de familiares de personas diagnosticadas por el sistema psiquiátrico. Sois pocas, sin pudor, por estimadas; pero menos, desde luego, por (ex)compañeras en este camino del fracaso y la ilusión por aprender y compartir otra forma radicalmente diferente de estar en el mundo.
Han pasado más de veinte años desde que aquel –ahora, inteligentemente devenido- ‘líder indiscutible’ tomara las riendas de un proyecto que, por entonces, respondía a las necesidades del colectivo que congregaba: madres y padres de personas explotadas por y para los intereses de un sistema psiquiátrico que regulaba y distribuía la locura hasta reventarla contra las paredes de sus casas silentes e impolutas. Veintitantos años de extenuante trabajo para un vaivén de siglas que, más pronto que tarde, vinieron a aterrizar sobre las ya amorradas espaldas de las locas. Largos veintimuchos de nudos gordianos, de viciados y soporíferos trances, de conflictos interpersonales y generacionales promovidos por aquellas que, como “profesionales”, todavía enrojecéis de ira o de vergüenza ante esa distancia política radical: “técnicos” -asalariados con más discursos que recursos- frente a “usuarias” –locas, sin más-.
Han sido pocos los años compartidos, y no voy a hablar desde el conocimiento de aquellas viejas pesquisas. Pero, como persona profesionalizada y ya dimitida, está entre mis obligaciones y mis desbocadas inquietudes la de retomar desde fuera esta Historia para repensar ahora n/vuestro papel en ella. ¿Qué nos movió a enredarnos en un sistema que genera y preserva violencias brutales, negaciones que atraviesan, mutilan o corrompen la existencia misma? ¿Qué, a asumir como propias sus lascas y el humo cegador de sus cañones? ¿Dónde, n/vuestros esfuerzos con y contra tanto(s)? ¿Para qué, para quién?
Os he visto hacer mucho por muchas personas que, en primera o en tercera persona, necesitaban o creían necesitar del sistema que fija las coordenadas de la Asociación. He brillado con el orgullo de vuestras miradas ante la intransigente voz de nuestras conciencias. Pero escuchadme: sabéis como yo que la lucha por el ejercicio de los derechos fundamentales de “esas otras personas” es, desde esta diferencia psiquiatrizante que provee el psistema, un laberinto serpentino, redundante, sin extremos ni exterioridades. Creo que, valorados responsablemente desde una óptica humilde y honesta con nosotras mismas, estos veintipico años han atendido diligente y exclusivamente a mantener una estructura carroñera que transmuta nobles voluntades en recatadas mercaderías tituladas al servicio del estado y el capital.
Como Asociación ya desvergonzada y en nombre del sufrimiento de otras, nos hemos humillado ante empresas e instituciones para atender al pago personal de nuestros satisfactores burgueses, desplegando todo un espectáculo de títeres encorbatados de sonrisas cinceladas a golpe de talonario. Hemos vendido la voz de las locas a los actores locales y regionales del Estado, suplicando participar de “sus” caudales para mantener unos servicios tan estéticos como descabezados. Hemos comerciado con la peor de las angustias, escondiendo, tras su estigma y sus silencios, el reconocimiento de la sabida imposibilidad de nuestros objetivos publicitarios. Y lo sé porque, como técnico y mercenario del político, el psiquiatra y el empresario, me desperté de un salto mientras favorecía la apropiación indebida y canalla de fondos públicos, (me) engañaba o callaba frente mis locas interlocutoras, me extenuaba por una palmadita en la espalda y por una nómina patrocinada y difícilmente justificable. Me sobrecogí un día, lo recuerdo bien, con las complacencias de nuestros enemigos y de sus lenguas viperinas; marionetas que -desde las instituciones, las empresas, la nuestra y otras asociaciones-, me invitaban ya a esos corros de lasciva connivencia masculina con la corrupción, la perversidad, el caciquismo, la inquina y demás bajezas del azufrado juego de los adultos.
Conocéis mejor que yo las lógicas que se agazapan tras las engalanadas siglas de la entidad, de la federación, de sus pagadores. Me pregunto entonces, y os pregunto, si podréis traer desde ahí la coherencia que os habita y que no se vende. Me pregunto, en este momento de efervescencia del activismo loco y antisistema, si lograréis renunciar a todo cuanto os aleja de vosotras para dejar (de) ser. Si haréis ver y reconocer la paradoja por la que os doléis al caminar –la cama de clavos que hace al faquir, como el hábito al monje-: esa que nos susurra que, ya desde sus inicios, la entidad es el principal escollo para la defensa de la diversidad psíquica y, al tiempo, el principal garante de un psistema que se alimenta de los cuerpos que genera, designa, explota.
Confío en encontraros un día a este lado de la puerta –porque la crucéis vosotras, o porque la tengan ellos que cerrar. Gracias por tanto.
Abrazos mil.