Debo aprender que mañana es un mundo habitable 
lleno de instantes, promesas y besos y sueños…

Silvio Rodríguez

En el mundo en el que algunas creemos, las vivencias de sufrimiento psíquico con las que muchas personas convivimos serán una parte más de nuestras vidas, una parte más difícil y complicada, que por eso mismo será más sostenida y apoyada en la comunidad.

En ese mundo que algunas trabajamos por crear, en el que insistimos en creer, las crisis de salud mental por las que podamos pasar no serán un motivo para encerrarnos contra nuestra voluntad ni para tomar decisiones contra nuestros deseos, supuestamente por nuestro bien. En ese mundo ya en construcción los cuidados no se confundirán con control y seguridad, sino que irán asociados al acompañamiento: un acompañamiento de nuestros procesos y de nuestras dificultades, donde la toma conjunta de decisiones volverá a acercarnos a un mayor bienestar y conexión con nuestras necesidades y deseos.

En el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones y cabezas locas, las redes de apoyo formales e informales que hoy algunas tenemos, sabiéndonos afortunadas por ello, no serán algo minoritario, sino que se habrán multiplicado aquí y allá, barrio a barrio y ciudad a ciudad. Y serán esas redes la base en la que sostenernos cuando no podamos más. Cuando nos despertemos maldiciendo al nuevo día otra vez y desde la angustia extrema solo podamos planificar cómo dejar este mundo que durante esas rachas sentimos tan ajeno y dañino. Cuando la realidad y el delirio se confundan y los límites entre una y otro nos parezcan tan permeables que en la bruma temamos recibir daño de quien nos quiere (y sea este temor el que sí nos dañe o dañe a nuestra gente). Cuando no podamos ingerir un solo bocado sin ir al baño a vomitarlo en vez de vomitar el patriarcado que llevamos dentro, la perfección, la culpa… y no los alimentos que nos nutren y dan fuerzas. Cuando lo que nos haga estallar la cabeza y el corazón sean los malestares sociales: ese alquiler imposible que se lleva todo el sueldo dejando un mes entero por delante con facturas por pagar, esos trabajos explotadores y precarios donde el individualismo y la competitividad son la ley imperante, esas tareas de cuidados inabarcables que nos doblan la espalda y nunca dejan tiempo para nuestros autocuidados.

En el mundo nuevo en el que algunas necesitamos creer para no ceder a la desesperanza, y que algunas necesitamos también crear para encontrar en esa motivación un sentido para nuestros días… todo esto que cuento, todo esto que se traduce en un dolor a veces extremo que nos ciega y nos quiebra, podrá sostenerse en comunidad, desde los barrios, con nuestras vecinas y afectos, gracias a los vínculos organizados en red. Y será un mundo donde, además, posiblemente haya unidades de atención a nuestra salud mental (ambulatorias o de corta estancia) en las que la vulneración de los derechos humanos se haya desterrado, donde las violencias que hoy imperan no tengan cabida. Y posiblemente en ese mundo habrá también multitud de otras alternativas a la hospitalización psiquiátrica, desde casas polares inusualmente cálidas a casas de cuidados para mujeres en crisis donde se trabaje con una perspectiva feminista pasando por hogares de respiro , refugios en contacto con la naturaleza o recursos dentro de la sanidad pública construidos junto con las locas y los locos (porque, pensándolos sin nosotras, cómo van a tener sentido los cuidados que se nos den).

Pero, además, en ese mundo nuevo la comunidad será básica, las redes serán esenciales y la mayoría de las necesidades que podamos tener en salud mental podrán ser cubiertas desde ahí, desde ese sostén y apoyo extra que tendremos en nuestro vecindario, desde nuestros vínculos organizados en turnos, si hace falta. Cuidándonos y acompañándonos (mientras quienes nos cuidan en nuestros momentos más difíciles puedan cuidarse a su vez entre ellas, sin sobrepasar sus propios límites, repartiendo tareas y responsabilidades en el grupo para que nadie de forma individual se vea obligado a decidir por el resto, desde el miedo al que lleva la sobrerresponsabilización), con la posibilidad de que cada persona se dé a su vez los respiros que necesite porque siempre habrá otras que sigan ahí si alguien precisa retirarse. Y estos cuidados de la red serán los que hagan que sobrevivamos y que hallemos la forma de encontrarnos (en el triple combo de encontrarnos mejor, de encontrarnos a nosotras mismas y de encontrarnos entre nosotras, con nuestros vínculos y afectos). También en esas crisis, también en el sufrimiento extremo que (en ese mundo, insisto) será temporal porque esas redes y esos afectos son un bálsamo que realmente sana heridas y repara daños como ningún recurso sanitario podrá hacerlo.

Yo, que tengo pocas certezas guardadas, tengo una inquebrantable: que ese mundo nuevo más habitable está llegando. Y la tengo porque ya vemos retazos en lo que sembramos y va germinando. Porque yo misma estuve seis meses el año pasado teniendo un grupo de afectos grande organizándose en turnos para cuidarme en mi última gran crisis suicida sin contemplar un ingreso, que para mí no era opción. Porque entre las compañeras feministas de mi barrio en las conversaciones que tenemos cuando nos asusta la amenaza fascista y el auge de la ultraderecha nos recordamos la fuerza de nuestras redes y la seguridad grande que nos dan, y la necesidad de replicar este modelo de apoyo mutuo en estas redes afectivas (y no solo) que tan efectivas son, porque somos conscientes de que sigue siendo algo minoritario. Y en ello estamos, seguimos.

Un mundo más habitable es posible; ese mundo donde cabrán muchos mundos está llegando. Yo lo oigo acercarse y creedme, esto no es (solo) nuestro delirio.

Artículo originalmente publicado en Pikara Magazine, el 13 de enero de 2021.

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