Cuando era joven y biologicista, llegué a creerme la cantinela de que las personas con sufrimiento psíquico dejarían en sus hijos esa dolorosa carga genética e, irremediablemente, el sufrimiento se heredaría «destrozando una vida más». 

Y aunque no fui demasiado de la secta de la psicología Mr. Wonderful (solo en el deporte y me trajo alguna que otra decepción), me he tragado sin masticar que una persona puede por sí misma destrozarse la vida (y hacérsela incómoda a los demás) por nacer con cierta carga, solo porque unos nacimos rotos y otros no.

Abriendo los ojos y escuchando de nuevo a esa gente que aboga por una maternidad y paternidad a la carta, se me hace difícil pensar que ese sufrimiento nace de dentro y es ajeno al modelo de mundo inflexible, pegajoso, conformista y falto de crítica que se ha establecido siglo tras siglo. 

Se nos han impuesto roles y etiquetas por el miedo y la falta de conocimiento de otros que, «bendecidos» con ciertos poderes, han decidido nuestro destino. Se nos ha relegado a un segundo o tercer plano si no aportábamos lo esperado. Se nos ha aislado culpándonos uno a uno de una problemática que no nos pertenece como seres individuales, son problemas de muchos sistemas que, al mismo tiempo que individualizan los errores, generalizan los aciertos y no respetan las diferencias, solo sesgan y oprimen.   

Cuando la moda dicta tendencia las personas que no se someten a ella serán discriminadas. Los cánones de belleza y los estereotipos no se revisan, no se habla de su crueldad y efecto, pero sí se cuestiona y culpa a cada una de esas personas que lógicamente y llevadas por la norma predominante, desean encajar en ellos.

Cuando el alcohol está al alcance de todos, se muestra en series y películas como forma natural y única de sobrellevar los problemas del día a día, se utiliza para la socialización y se promociona con tanto énfasis que incluso negarte a consumirlo es motivo de burla, no es de extrañar que se convierta en un problema al que se tiene fácil acceso. Pero de nuevo se somete individualmente a juicio al quien lo consume. 

¿Y qué hay del linchamiento y la doble moral del abuso de sustancias? Una parte de la sociedad medicada hasta las cejas para encajar y evitar sentir algo distinto que la felicidad impuesta, juzga a otra parte de la sociedad que utiliza el mismo recurso para escapar del dolor y el sufrimiento extremo, para evadirse de sí mismos y de un mundo (felizmente) hostil que los señala como diferentes. El dinero de las drogas cambia de manos, pero las drogas son drogas con y sin receta. Los buenos camellos ven esencial tener enganchados a los clientes de por vida.

Los problemas con el juego también se llevan exclusivamente dentro, por supuesto, y cada una de las personas que solo ven casas de apuestas cada dos pasos o son incesantemente bombardeadas con anuncios sobre apostar, son las únicas responsables de no poder controlarse. El nivel de hipocresía alcanza cuotas muy altas y en el caso de las casas de juego ciertas personas son la apuesta perfecta para que otros se enriquezcan.

Son personas peligrosas y no son normales aquellas que escuchan voces de forma adaptativa, pero están normalizadas las que no se adaptan a la libertad de las demás acosándolas, abusando de su poder, tomando lo que quieren por la fuerza. Es «tóxica» una persona que no acata el pensamiento predominante o una con inestabilidad emocional, porque te complica la vida, intentará manipularte dicen, pero es lícito hablar en nombre de cualquier dios o creencia que te haga doblegarte a su voluntad, borrar lo que eres para ser lo esperado y obedecer en el nombre del miedo, la culpa y la condena social, amén. La manipulación solo es buena cuando la tajada es rentable. 

Individuos a los que llaman «enfermos o trastornados» con características sociales y vivenciales comunes y apreciables, que son juzgados por un desequilibrio químico en búsqueda y captura desde hace más de 20 años. Mejor que nos creamos a pies juntillas la obsoleta teoría de los neurotransmisores que cuestionarnos que el verdadero desequilibrio es el de poder. Y lo más curioso aún es instar a las personas a potenciar su individualidad para sentirse dueños de su destino, líderes de sus grupos, para ser seres únicos y especiales, haciéndolo desde un patrón que pretende convertirnos en copias a unos de otros. Seremos robots con caras intercambiables exentos de historia personal y que sentiremos lo que otros escriban en nuestro código.

[La imagen que encabeza esta entrada es de Jonny Lindner en Pixabay. El texto es una de las aportaciones que hemos recibido en el correo de la Redacción de MIAH para ser publicada en la web. Puedes hacernos llegar la tuya para proponernos también su publicación escribiéndonos a [email protected] ]

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