Hay material más que suficiente para escribir una Historia universal de la infamia psiquiátrica. Muchos ya han hecho algo parecido. Tanto la psiquiatría como la psicología han vivido bajo constante acoso desde su nacimiento en el siglo XIX. Con frecuencia se les ha acusado de funcionar como correas de transmisión de los valores dominantes, como disciplinas legitimadoras del orden establecido, como prensas para amoldar al individuo a su medio. La psiquiatría aspiró a identificar a los delincuentes por el tamaño de su cráneo, validó la desigualdad racial por razones de inteligencia, practicó la esterilización en masa de enfermos mentales, catalogó la homosexualidad como enfermedad mental hasta 1973… El doctor McElroy, psiquiatra forense del ejército estadounidense, describe a Claude Eatherly, el piloto de Hiroshima atormentado por sus actos, como “un paciente fuera de la realidad, muestra sentimientos injustificados de culpa”.

A partir de los años 60 y 70 del pasado siglo, empieza a cristalizar un cuestionamiento radical de la psiquiatría que ponía en solfa algunos de sus pilares más fundamentales: la distinción entre la normalidad y lo patológico, la misma existencia de la enfermedad mental, el rol del terapeuta en la curación… Thomas Szasz, catedrático de psiquiatría en la Universidad de Siracusa y reputado ensayista, fue de los primeros en sistematizar un pensamiento que impugnase las raíces mismas de la práctica psiquiátrica. En un libro publicado en 1970 bajo el título de Ideology and insanity. Essays on the psychiatric dehumanization of man arremete contra la psiquiatría por ser “una tecnología de la conducta que dispensa al hombre de sus cargas morales tratándolo como un enfermo” y “despoja a sus súbditos de un lenguaje con el cual expresar su condición”.

“Nosotros fuimos muy poco originales, lo copiamos todo de Italia”, explica Guillermo Rendueles (Gijón, 1948), uno de los pioneros de la antipsiquiatría en España, en referencia a un movimiento encabezado por el psiquiatra Franco Basaglia que culminó con la clausura de los manicomios en 1978 y la redacción en 1980 del primer texto legal que reconoce los derechos de los enfermos mentales. En el año 1972, Rendueles y otros jóvenes psiquiatras perdieron su trabajo en el manicomio de La Calellada (Oviedo) como represalia por poner en funcionamiento métodos rompedores y alentar huelgas reclamando mejoras en el centro.

“La del franquismo era una psiquiatría carcelaria: la continuación de la cárcel por otros medios. Eran unos psiquiátricos enormes, con estructuras inmensas, a los que iban a parar principalmente pobres, pero también excluidos de todo tipo. Los psiquiátricos eran fundamentalmente aparatos de orden”, recuerda Rendueles. Con la llegada de la democracia y la consiguiente reforma psiquiátrica promulgada por el PSOE en 1986 “se liquidan los manicomios y se sustituyen por lo que hay ahora: un programa de psiquiatrización. Frente a la masa aquella de la institución total lo que hay ahora es una expansión de la psiquiatría a todos los campos. Aparentemente es una psiquiatría más o menos democrática, pero por otro lado sigue el nuevo orden social del mercado en el que cualquier malestar se psiquiatriza. La democracia rompe con la institución total y vacía los manicomios, pero a cambio de una psiquiatrización total de lo social y un estatuto de tutela muy bien tolerado por la población que pide cuantos más psiquiatras mejor: una especie de vivan las cadenas.”

 

LA PSICOLOGÍA EN EL PROYECTO CULTURAL NEOLIBERAL

Roberto Rodríguez López, profesor de Psicología Social en la Universidad Rey Juan Carlos, editó hace unos meses el libro Contrapsicología: De las luchas antipsiquiátricas a la psicologización de la cultura (Dado Ediciones), un esfuerzo colectivo en el que quince autores actualizan la crítica antipsiquiátrica atendiendo a las últimas metamorfosis sociales, culturales, económicas y políticas.

Todo gravita en torno a una pregunta: “¿por qué hay tanta psicología?, ¿por qué hay tantas palabras psicológicas como inteligencia emocional, estrés, autoestima, habilidades…? Muchas de estas palabras no existían hasta hace poco o se han retraducido dándoles un matiz psíquico, utilizándolas para explicar fenómenos que en otros contextos se atribuían a causas sociales y políticas. Creemos que la respuesta es de orden político, ya desde los años sesenta se viene evidenciando la dimensión política de la psicología. La psicología se expande porque da respuestas prácticas en el ámbito de la política, en su sentido más amplio, como dinámica de control y regulación social; se expande en momentos de fragmentación social y de aislamiento individual, que implica una pérdida progresiva de vínculos comunitarios y familiares. Una de las formas de actualizar esta crítica que viene de los años setenta es desvincular la psicología del espacio sanitario para ver hasta qué punto la psicología está en muchos espacios: laboral, educación, centros de menores, cárceles, juzgados…La psicología no es solamente un mecanismo de terapeutización, sino que genera transformaciones en diferentes ámbitos”

Rodríguez López llama la atención sobre las nuevas “dinámicas de gestión, muy sutiles, que coinciden en invisibilizar la faceta social y política de los conflictos”, una vez superado el control disciplinario y la clásica psiquiatría represora de encierros y contenciones mecánicas. A este respecto, señala las correspondencias entre los valores neoliberales y los valores fomentados por las disciplinas psicológicas en auge: la autoayuda, el coaching, la psicología positiva…cumplirían su papel de “gestión de subjetividades” en una situación de hiperindividualismo y precarización laboral. Alfredo Aracil es el comisario de una exposición en la Sala de Arte Joven (Madrid) que, titulada como Apuntes para una psiquiatría destructiva, comparte la misma inquietud: “¿cómo sacar la psiquiatría del ámbito médico?, ¿cómo pensarla desde una perspectiva política?, ¿cómo pensar su relación con el malestar producido por el último capitalismo? Es necesario arrastrar la salud mental de las ciencias médicas y llevarla al campo de las ciencias sociales, de la estética…”

 

ETIQUETAR Y MEDICAR: UN FÁRMACO RESONANDO EN TU CABEZA

“En gran parte es un problema de inercia. Muchos profesionales de la salud mental van a cumplir su trabajo como burócratas: tú vas, ellos te miran, te escuchan mínimamente, te recetan pastillas, te citan dentro de dos o tres meses y ya está” cuenta Tomás, uno de los miembros fundadores de la Asociación Hierbabuena, tras una larga experiencia como usuario del sistema público de salud mental. La burocracia, para funcionar, requiere de sistemas, de clasificaciones. Cuando la salud mental opera con lógica burocrática se sirve de las suyas, escrupulosamente recogidas en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) editado por la American Psychological Association (APA) y periódicamente actualizado con cada vez más páginas para incluir los desórdenes mentales que se van descubriendo. Sobre el DSM, auténtica Biblia de la psiquiatría, basta decir que se elabora mediante votaciones: el 15 de septiembre de 1973 la homosexualidad dejó de considerarse una enfermedad después de que los quince miembros del Consejo de Administración de la APA así lo votara por mayoría.

En psiquiatría, como en política, el lenguaje es un campo de batalla. En buena parte, el poder de los psiquiatras estriba en su capacidad para darle nombre a las experiencias de los pacientes, para constreñir en la jerga médica sus comportamientos. Ningún crítico con la psiquiatría ha descuidado este punto, muy relacionado con el estigma que padecen los diagnosticados con un trastorno psicológico. Tomás explica por qué Hierbabuena se define como una asociación de “personas que han visto sus vidas condicionadas por experiencias extraordinarias”: “esa terminología que los profesionales crean es para su propio uso, para entenderse entre ellos, pero desde el desconocimiento. Lo que buscamos es definirnos a partir de nuestras propias experiencias. Además, esos términos, arrojados sobre la persona que sufre se convierten en un estigma, que es el peor de los elementos.”

Cata del Riego, presidenta de la asociación, prefiere “no pensar tanto en términos de enfermedad como de problema psicosocial, que está en nosotros pero que también está en el mundo. En el momento que ponen un diagnóstico se basan en lo que tú le cuentas al médico, lo que le quieres contar en un momento puntual y a lo mejor a los quince días ya no te sientes así”. Jesús, también miembro de Hierbabuena, explica “llamamos las cosas a nuestra manera para humanizarlas y luchar contra el estigma, que nos hace un efecto malísimo de cara a la sociedad. Queremos que nuestro colectivo se empodere y para eso hay que catalogar las cosas de una forma más humana, no decir `mira a ese loco´ o `mira a ese tarao´. Hay que cambiar el concepto que tiene la gente de nosotros, que no somos bestias raras”

El etiquetado psiquiátrico, la adjudicación de una enfermedad mental a un individuo es el paso previo para la prescripción de psicofármacos, uno de los temas más controvertidos en salud mental. El último informe publicado AEMPS (Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios) que analiza el uso de antidepresivos desde el año 2000 revela que el consumo de estos medicamentos se triplicó en diez años: de 26,5 dosis por mil habitantes y día en el año 2000 a 79,5 dosis consumidas en 2013.

En España ha nacido recientemente la Plataforma Nogracias, una “organización civil independiente por la transparencia, la integridad y la equidad en las políticas de salud, la asistencia sanitaria y la investigación biomédica” que tiene en el abuso de medicamentos uno de sus frentes de lucha. Sus propuestas en este campo pasan por medidas como reconocer el derecho de los pacientes a conocer con qué laboratorios tiene patrocinios su facultativo, la obligación de los laboratorios de publicar todos sus estudios con fármacos y no solamente aquellos que obtengan los resultados perseguidos… La “industria farmamentística”, como gusta llamarla Tomás, ha sido reiteradamente acusada de presionar e influir en psiquiatras para que prescriban su producto a cambio de prebendas. Cata describe una práctica habitual en las consultas de psiquiatría: “Juegan contigo para que te tomes la medicación. Conozco casos de gente que dicen `psiquiatra, quiero dejar la medicación´, y el psiquiatra te dice `¿ah, sí?, ¿quieres dejarla? Bueno, pues déjala por tu cuenta y riesgo´. No te aconsejan cómo hacerlo paulatinamente, te dejan que te pegues la gran hostia para que vuelvas con la cabeza gacha y digas `¡Oh, sí, sí, dame tus pastillas´”. Jesús cuenta: “Te dan las pastillas y te sobreprotegen, te infantilizan, estas zumbao con las pastillas, ya tienes la etiqueta puesta”. Se quejan de que los profesionales no escuchan al paciente, “solo escuchan cómo resuena un fármaco en tu cabeza.”

 

“EL ACTIVISMO LO-CURA”

En los últimos años han ido germinando en nuestro país diversas iniciativas escépticas con la ortodoxia psiquiátrica que mezclan activismo y terapia hasta volver indistinguibles el uno de la otra. También ha habido una proliferación de webs y publicaciones con esta línea: Primera Vocal, Mad in AméricaPostpsiquiatría o la Revista Átopos son algunas de ellas. Todos ellos promulgan un acercamiento alternativo al sufrimiento psíquico y ponen un especial énfasis en la construcción de vínculos comunitarios para afrontarlo.

Ante la situación de dependencia y tutela a la que se quiere relegar al enfermo mental, reivindican la proactividad del paciente para superar su dolencia. “Es muy importante sentir de repente que estás haciendo algo que sirve y cambiar de perspectiva: pasar de ser un enfermo crónico y para toda la vida, como te dice el psiquiatra, a decir `me puedo recuperar, veo que hay gente que se recupera y puedo volver a tomar las riendas de mi vida´. Pasando de ese rol de asistir a estar tú dando apoyo te transformas absolutamente”, explica Tomás. Para Jesús, en el asociacionismo “encuentras un espacio para paliar dos síntomas muy característicos: el aislamiento y la apatía. Necesitas un espacio donde hay gente que te entiende y pasa por lo mismo que tú. Aquí, con las actividades, con el apoyo mutuo…encuentras un hueco, una salida, un espacio.”

Además del apoyo comunitario, estos grupos manejan una carta de reivindicaciones orientadas a mejorar la atención a los pacientes y garantizar sus derechos. Una de sus principales peticiones es la prohibición de los electroshocks y de la contención mecánica en las unidades de agudos, que a día de hoy se utilizan incluso “de forma preventiva”. Desde Hierbabuena están empezando a reclamar que los delitos de maltrato a pacientes no prescriban a los cinco años: “Sales del hospital psiquiátrico como un pato mareado y no te enteras de lo que te pasó y pasa un tiempo hasta que te empoderas, tomas conciencia…y para entonces la denuncia ya no va a ninguna parte. Es completamente injusto”, cuenta Cata.

Una idea que ha empezado a enraizarse poco a poco en España es la de los grupos de escuchadores de voces. En 1997 se celebró en Maastricht el primer congreso internacional de escuchadores de voces, naciendo así Intervoice, una red mundial de grupos de escuchadores. En estos grupos, personas con alucinaciones auditivas ponen en común el contenido de las voces que escuchan, las discuten con otros como ellos y tratan de encontrarles sentido. La psiquiatría tradicional desprecia lo que una persona pueda escuchar, pues considera el mero hecho de escuchar voces una manifestación de locura que invalida el testimonio del paciente.

Miguel Ángel López Barbero, psicólogo en el Centro de Día La Latina, echó a andar en septiembre de 2012 un grupo inspirado en la filosofía de Intervoice. Durante una hora a la semana, una media de siete personas participan en estas reuniones en las que el profesional es un mero facilitador o persona de apoyo. Barbero ha observado que este contexto de comprensión, en el que se atiende a la experiencia del paciente, ayuda a que las personas puedan integrar de un modo llevadero sus alucinaciones en la vida cotidiana. Aceptar las voces que se oyen, dar por válida la propia experiencia sin ser considerado un enfermo es indispensable para conseguirlo.

Un momento que Barbero juzga como crucial para la curación es cuando el escuchador es capaz de reírse de esas voces que tanto sufrimiento le generan: “El sentido del humor, utilizado con respeto, puede ser una herramienta terapéutica muy eficaz, contribuyendo a desdramatizar y normalizar situaciones y experiencias. Muchos de los que participan en el grupo se han sorprendido al saber que algunos compañeros a los que conocen desde hace años también escuchan voces: `pero Susana, con lo normalita que tú pareces y también oyes voces´

A modo de coda, “Prospecto”, un poema de Wislawa Szymborska

Soy un ansiolítico.
Actúo en casa,
hago efecto en la oficina,
me presento a los exámenes,
comparezco ante los tribunales,
reparo tacitas rotas.
No tienes más que ingerirme,
ponme debajo de la lengua,
no tienes más que tragarme,
con un sorbo de agua basta.

Sé enfrentarme a la desgracia,
soportar malas noticias,
paliar la injusticia,
llenar de luz el vacío de Dios,
elegir un sombrero de luto que favorezca.
¿A qué esperas?,
confía en la piedad química.
Todavía eres un hombre/una mujer joven,
debes seguir en la brecha.
¿Quién dice
que vivir requiere valor?
Dame tu abismo,
lo acolcharé de sueño,
me estarás para siempre agradecido/agradecida
por las patas sobre las que caer de patas.
Véndeme tu alma.
No te saldrá otro comprador.
No existe ningún otro diablo
.

********************************************************

 

Este texto fue originalmente publicado en la revista digital Medium, en marzo 2018

Más del autor