Hemos traducido la entrevista realizada por Jordi Relaño a Javier Erro para La Directa (nº 523), a raíz de la publicación del libro Pájaros en la cabeza: activismo en salud mental desde España y Chile. Podéis leer la entrevista original en catalán aquí, y si queréis más información sobre el libro, o descargarlo libremente en pdf, podéis visitar la web de Virus Editorial.

 

En los últimos años se han producido cambios cualitativos en el ámbito del activismo en la salud mental. La aparición de grupos y colectivos basados ​​en la experiencia del malestar psíquico comienza a desbordar el rol de profesionales y familiares como altavoces ante las instituciones. En Pájaros en la cabeza (Virus Editorial, 2021) el psicólogo valenciano Javier Erro aproxima la estela de espacios de autogestión y de apoyo mutuo sostenidos en primera persona en España y en Chile. Con luces largas, el libro traza un recorrido vivo sobre una efervescencia asociativa que denuncia violencias herederas de la institución de los manicomios. Las voces de testigos y textos de época permiten profundizar también en corrientes críticas anteriores como la antipsiquiatría o la contrapsicologia. Erro apuesta por la capacidad de transformación de la nueva red en construcción y la explica como un movimiento social incipiente, pero capaz de conectar con los malestares detectados en otros activismos.

En tu anterior libro, Saldremos de esta, te centraste en parte en el ámbito familiar. En Pájaros en la cabeza has ampliado el espectro.

Saldremos de esta es una guía centrada en el entorno de la persona en crisis, que puede ser la familia, las compañeras de piso, la pareja, los grupos de amigas, el trabajo… Lo escribí porque mucha gente dentro del movimiento libertario, en Valencia, venía a preguntarme cómo actuar de forma distinta con personas que vivían momentos de sufrimiento psíquico. Me di cuenta de que no sabía qué responder y que los materiales disponibles eran herramientas analíticas y no prácticas. Empecé basándome en experiencias de mi entorno familiar, en mi práctica profesional y preguntando a muchas personas con sufrimiento psíquico qué apoyos les habían ayudado. Pájaros en la cabeza nace para recopilar el recorrido de un movimiento activista mucho más desarrollado. No pretendo agotar ni las propuestas prácticas ni las teóricas ni los activismos. En ningún momento ha sido mi intención recoger todo.

 

En ambos casos señalas el contexto como un elemento esencial para entender el malestar subjetivo.

No se me ocurre ninguna experiencia de malestar subjetivo que no este dentro de un contexto social. Nadie puede negar hoy que el contexto social afecta al sufrimiento psíquico, pero nadie se hace cargo al 100%. Que se afirme popularmente no quiere decir que seamos capaces de hacernos cargo del gran peso que tiene. Y esto no es solo porque el neoliberalismo nos haya vuelto individualistas y dificulte salir de la interiorización del sufrimiento psíquico. No tenemos herramientas. Frente a una persona con sufrimiento psíquico podemos conseguir hacer una lectura teórica del contexto y articular vínculos con el malestar, pero, en la práctica, todavía es más difícil cambiarlo para atenuarlo. Por otra parte hay que tener mucho cuidado con no simplificar: no hay que invisibilizar el contexto social, pero tampoco podemos pensar que es la única cuestión.

 

Hablas de la Cultura de la Salud Mental, ¿en qué consiste?

Son un conjunto de ideas hegemónicas respecto a lo que es la mente, las emociones y el malestar o sufrimiento psíquico de las personas. Este conjunto no se construye de la nada, sino que le acompaña un contexto histórico y económico que selecciona qué ideas sobre la salud mental se acaban convirtiendo en hegemónicas. Haciendo un símil, podríamos hablar del conjunto de ideas que componen el patriarcado con la diferencia que, el concepto de salud mental, es mucho más reciente. La importancia del concepto es que se puede transformar, es flexible. Las ideas están jerarquizadas, pero cambian con los contextos históricos y se van sustituyendo, desplazando, subiendo y bajando según el rango de hegemonía.

Las voces que hablan de lo que se entiende como salud mental son muchas, pero ¿todas tienen el mismo peso?

La cultura de la salud mental está formada por un sinfín de fuentes: desde la vecina del quinto hasta las series, las películas o los libros. No todas las ideas terminan formando parte de la cultura de la salud mental, pero algunas, provenientes del campo social, se distorsionan para adaptarlas a lo que conviene al contexto socioeconómico neoliberal en que vivimos. Una de las fuentes que considero más importantes son las disciplinas psi (sobre todo, psiquiatría y psicología) y una idea muy clara es la del biologicismo, que plantea que los procesos biológicos son los únicos, o los primordiales, que intervienen en el sufrimiento psíquico. Esta idea conviene al capitalismo y al neoliberalismo porque permite mercantilizar y comercializar con el sufrimiento psíquico, individualizar el sufrimiento en el interior de la persona y descontextualizarla. El biologicismo se ha incorporado muy deprisa y de forma brutal a la cultura de la salud mental desde los años ochenta.

Como corolario a esto mismo, en varios fragmentos también abordas la necesidad de problematizar el uso actual de los psicofármacos.

Hay que problematizarlos porque las personas que los toman los problematizan. No he conocido a nadie a quien el hecho de tomar psicofármacos no le haya generado una cierta duda, que se haya planteado o bien dejar de tomarlos o bien si le compensan los llamados efectos secundarios. Los psicofármacos están en la base del discurso hegemónico biologicista que dice, por ejemplo, que hay un descenso de la dopamina en las personas con diagnóstico de esquizofrenia en las que el fármaco llamado antipsicótico afecta dichos niveles. Cuando las personas salen del modelo del psicofármaco y hacen otras cosas para gestionar su sufrimiento psíquico y seguir con sus vidas, atacan directamente el modelo biologicista y también el modelo neoliberal. Creo que cada persona tiene derecho a decidir qué tipo de sustancias químicas ingiere.

¿Hasta qué punto crees que el capitalismo actual no deja margen de maniobra?

Imagina una persona despedida del trabajo, con tres hijas a su cargo y que debe pagar una hipoteca. Supón que esta persona desarrolla un malestar. Lo que planteo, más allá de una lectura del contexto, es como ir más allá en términos prácticos. ¿Qué hacer para mitigar el sufrimiento psíquico de la persona sin invisibilizar el contexto social ni esperar que caiga el capitalismo para estar bien? Porque esto no se puede operativizar a corto plazo. Se trata de sostener al mismo tiempo el corto y el largo plazo. Y esto es difícil por múltiples motivos: hemos sido educadas en un sistema donde las disciplinas psi tienden a descontextualizar a corto plazo y tratan de eliminar la sintomatología. Señalar que el capitalismo genera sufrimiento psíquico no significa estar haciendo todos los deberes.

¿Qué aporta el hecho de generar espacios de encuentro en primera persona?

Una de las cosas que me han comentado muchas personas es la importancia de ver que muchas experiencias que pensaban que solo vivían ellas, de repente, también las ven en otras. Quizá creían que sólo ellas estaban sobremedicadas y descubrían que el 80% de las personas del colectivo también lo han sido o han sido contenidas mecánicamente, o han pasado por profesionales que no las escuchan en absoluto o que las han infantilizado. Una de las cosas más bonitas es darse cuenta de que no estás sola, sino que la experiencia es compartida. Aquí se crea un espacio común y una base desde donde transformar y producir un discurso transformador.

El apoyo mutuo es una piedra angular para el activismo en primera persona. ¿El aislamiento afecta también a profesionales?

El apoyo mutuo es una de las ideas columna del activismo en primera persona que permite romper la lógica del aislamiento. Poner en común permite interactuar y, posiblemente, generar discurso. Contextualizar el dolor me parece importante, no pensar que surge en una nada, sino que se da bajo unas condiciones sociales que pueden haberlo generado o haber favorecido su desarrollo. Permite generar modelos a partir de conocimiento y reflexiones propias en relación con lo que es el malestar. Entre profesionales es necesario que se establezcan conexiones y romper el modelo de congreso-revista-artículo, que también individualiza. La pauta de la academia impide un debate real con reflexiones mucho más subjetivas, desde la duda propia y el trabajo cotidiano. Los profesionales críticos están en pequeñas islas y es interesante crear redes entre estos nodos.

También abordas la historia del espacio de celebración y denuncia Mad Pride (Orgullo Loco), que arraigó en Cataluña en 2018. ¿Es un ejemplo de la necesidad de establecer puentes con otros activismos?

El malestar o el sufrimiento psíquico está presente en todos los colectivos sociales que sufren discriminación, abuso de poder o que, simplemente, están bajo en la jerarquía social. Si no tienes trabajo, si eres una persona migrada, si eres una mujer que ha sufrido violencia o una persona trans que padece alguna discriminación…todas manifestarán cierta intensidad de malestar psíquico. El activismo en salud mental tiene un campo muy concreto, este malestar, donde confluyen muchos colectivos sociales. Creo que es inevitable que, ahora que ya han surgido cuestionamientos y comienza a nacer una politización del malestar, otros colectivos lo alimenten con sus propias experiencias. Aquí se puede producir un magma.

Aunque Pájaros en la cabeza fija un marco teórico, recalcas que las ideas de máximos deben poder convivir con las propuestas concretas.

Sí. Para mí, el debate «Reforma o revolución?» está dinamitado. No veo contradicción entre lograr un cambio jurídico, que no cambia estructuralmente el sistema, y ​​pedir cambios más ambiciosos a largo plazo. La única solución es compartir posturas, articularlas y sumarlas sin imponer unas sobre las otras. Creo que los movimientos sociales en sus inicios son laboratorios de experimentación. Hay recortes de discursos, indicios de ideas que se consolidan en discursos y prácticas a medida que los colectivos se enredan. Si no se destruyen o son destruidos antes, se llegan a provocar transformaciones sociales. El activismo de nuevo cuño relativo a la salud mental en España y Chile está en este proceso de maduración, de construcción constante. Es muy joven para aportar propuestas definitivas y no se le puede exigir una idea precisa. Creo que es positivo que se vea así.

Los seis años entre los dos libros son los que van del congreso Entrevoces, un hito organizativo en primera persona, hasta la actualidad. ¿Cómo ha madurado este activismo y hacia dónde evolucionará?

Ha crecido. Han surgido más colectivos, muchas más experiencias y muchas reflexiones se han ido consolidando. Los debates están mucho más desarrollados, se afina mucho más la puntería y seguramente esto continúe. Estamos en los inicios de un movimiento de salud mental mucho más real que el activismo que ha habido hasta ahora. Tanto en relación con ámbitos profesionales, como ocurrió con la antipsiquiatría o la contrapsicologia los años setenta, como en relación con las asociaciones de familiares. Lo que el activismo en primera persona plantea es del todo diferente y tiene una potencialidad transformadora en el ámbito social mucho mayor. Cuando se celebró el congreso Entrevoces no había el nivel de discurso actual y dentro de unos años habrá discursos y prácticas mucho más consolidadas.

El libro también profundiza, más allá de los tópicos, en las respuestas críticas al giro biologicista del manual de diagnósticos psiquiátricos de los ochenta, conocido como DSM-III.

Hay una simplificación bastante grande de lo que fue la lucha antipsiquiátrica. Se ha partido de la base de que aquel movimiento fue un conjunto de libros y de textos de tres o cuatro psiquiatras que tenían una visión crítica y politizada. La antipsiquiatría tuvo sus prácticas, sus movimientos colectivos, sus soportes, sus debates, sus experimentos … Creo que es algo mucho más rico de lo que ha quedado. Pero no hablo de una nueva antipsiquiatría, sino de un movimiento social diferente, con otros objetivos, y protagonizado por otros sujetos políticos, que hacen algo radicalmente diferente. Desde mi punto de vista, es mucho más transformador.

A lo largo del libro, varios testigos hablan de sobremedicación o coerción. ¿Hasta qué punto la violencia está imbricada en el sistema de salud mental? Y ¿hasta qué punto los activismos son conscientes de ello?

El campo de la salud mental nace con el manicomio donde, para mantener gente encerrada, encadenada en unos primeros momentos, se ejercía violencia. El desarrollo en el campo de la salud mental tiene unas raíces violentas. Se ha pasado de una violencia brutal a una mucho más suave, pero sin abandonarla. Creo que hay una conciencia muy fuerte con respecto a las violencias más evidentes como las contenciones mecánicas, el electrochoque o la sobremedicación. Pero también hay violencias mucho más leves, más diluidas, a las que se podría incluso cuestionar si llamarlas violencias o no, que tienen que ver con elementos como la psicoeducación, la medicación en sí, la terapia o los talleres de grupo a los que se acude voluntariamente.

¿Crees que la pandemia ralentizará el crecimiento del activismo en salud mental?

La salida lenta de la situación actual será un choque, como lo fue el inicio de la pandemia. En términos económicos, laborales, políticos … y también en el mundo del activismo en salud mental. No sé hacia dónde. En Valencia se han hecho concentraciones ante algunas residencias donde la pandemia se ha utilizado como pretexto para reducir la libertad de movimiento. Es un hecho que denota capacidad de respuesta del activismo en salud mental, aunque no sé si será lo suficientemente flexible para adaptarse a los cambios tan rápidos que vive la sociedad. En Chile hubo un estallido social maravilloso y brutal con las protestas contra el gobierno de Piñera, que giraron el país de arriba a abajo y que la pandemia ha girado de nuevo de abajo a arriba. Si ahora hiciera las mismas entrevistas a las mismas personas, obtendría resultados diferentes.

¿Por qué elegiste Chile para hablar de activismos en otros estados?

Porque conocía colectivos que llevaban a cabo un trabajo que me parecía interesante. Seguía a Autogestión Libre-Mente y había leído el manual Locos por Nuestros Derechos y me parecía interesante poder conocerlos. No tanto para poder comparar los activismos, sino para averiguar qué nexos en común había y no reducir la mirada en España. Me interesaba poder ampliar información, reflexiones y discursos que quizás no estaban llevando a cabo aquí o al revés, para poder presentar un trabajo más amplio.

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