Texto originalmente publicado en Mad in America el 3 de agosto de 2018. Traducción realizada por Mikel Valverde.

Este texto es el último de una serie de cuatro. Los tres anteriores, «El cientificismo de la psiquiatría», «El cientificismo del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad» y «El cientificismo del autismo» fueron publicados en esta misma web aquí, aquí y aquí. Podéis encontrar los cuatro agrupados en el siguiente enlace.

 

A mediados de la década de 1990, cuando me formaba para ser psiquiatra infantil, se consideraba que la depresión en la infancia era poco frecuente, que se asociaba a la adversidad y, en general, no respondía al tratamiento farmacológico. Desde entonces han cambiado muchas cosas y en muy poco tiempo. Incluso el lenguaje cotidiano parece colonizado por el vocabulario médico. Los más jóvenes describen sus sentimientos usando un lenguaje clínico («me siento deprimido») en vez de un lenguaje más ordinario («me siento infeliz/triste/desgraciado»). Al igual que en la medicalización de los problemas de conducta en la infancia, la medicalización del estado de ánimo abre grandes oportunidades comerciales. Desde libros hasta terapias, no son pocos los productos que se pueden vender a los padres o a los adolescentes estresados. Al igual que se promovió la idea de que las conductas que estresan a los padres se pueden resolver de una forma simple, mediante una pastilla, la industria farmacéutica ha extendido el potencial beneficio económico que se puede conseguir al promover el concepto de depresión considerado como algo que afecta a los niños del mismo modo que a los adultos y que puede resolverse con una píldora. Así como nuestras expectativas acerca de la conducta que es esperable de los niños y cómo se pueden entender los problemas percibidos se modifican cuando se etiquetan mediante un «diagnóstico», también nuestras ideas sobre el sufrimiento y la resiliencia, y la percepción del sufrimiento y la resiliencia, pueden ser afectadas por la medicalización del estado de ánimo, alejando potencialmente a los jóvenes actuales de los posibles aprendizajes y la comprensión que se pueden conseguir de las experiencias de sufrimiento mental y de la adversidad, y al mismo tiempo que se distancian de considerar las fuentes sociales y políticas del sufrimiento.

La McDonalizacion del crecimiento

A menudo me sorprendo de cómo ha cambiado nuestra comprensión de los niños, la infancia, el desarrollo infantil, la vida familiar y la educación, a medida que hemos sucumbido a la idea «McDonaldizada» de que los desafíos e incertidumbres asociados al crecimiento se pueden clasificar en categorías precisas de aspectos «incorrectos» en los niños y niñas como individuos, y que después se pueden resolver con intervenciones simples y que son las mismas para todos.

En última instancia, los niños dependen de los adultos, que deciden en su nombre acerca de la mayor parte de las cuestiones. Pero me parece que hemos profesionalizado el proceso del crecimiento hasta un punto en el que muchos padres, y otros adultos que tienen un papel de cuidado (como los maestros), tienen miedo de intervenir activamente para guiar a los niños que están bajo su cuidado. Temen hacer o decir algo incorrecto debido al omnipresente discurso sobre la fragilidad y la vulnerabilidad de los niños. Pueden sentir que necesitan a un «experto» para entender mejor qué es lo que hay que hacer. Otros se sienten juzgados y avergonzados por el comportamiento de sus hijos, ya que a menudo se culpa a los padres (especialmente a las madres) de una mala crianza, aunque rara vez se les elogia por una buena. Muchos padres se ven abocados a trabajar muchas horas, teniendo por tanto poco tiempo para estar con su familia, y a menudo cuentan con poco apoyo debido a la disminución de la comunidad local y de los contactos con la familia extensa.

Es difícil ser un padre «normal» en esta época. Si te consideran demasiado cercano a tus hijos estás «enredado», si demasiado distante eres demasiado «frío» y no sabes cómo «amar» a tus hijos de forma adecuada. Por supuesto que existe el abuso y el maltrato, bien sea de forma deliberada o accidental, pero el ser padre o madre se ha convertido en una experiencia que provoca ansiedad en la actualidad, con mucha confusión y a menudo poco apoyo emocional y práctico, particularmente para las madres que siguen recogiendo la mayor parte de la carga de la crianza de sus hijos. En base a esta ansiedad junto al inevitable deseo de los padres de hacer lo «mejor» para sus hijos, al igual que para aliviar la ansiedad que sienten, se puede ganar mucho dinero.

Mientras tanto, los niños son medidos, analizados, clasificados y observados en las escuelas, los deportes, los espacios sociales, las interacciones, los medios de comunicación social, etc., de tal modo que ellos, desde una edad temprana, aprenden que el aprecio se consigue mediante lo que hacen, en vez de simplemente por ser. Como si vivieran dentro de un concurso se pueden sentir escudriñados acerca de la forma en que «se desempeñan» como individuos, más que por el modo en que contribuyen al bien común y forman parte de la familia y la comunidad, en su contexto. Pueden tener una agenda a tiempo completo y también muchas distracciones, como la televisión, los teléfonos inteligentes, la comida basura y una gran variedad de juguetes de colores. También es difícil ser un niño «normal» en la actualidad. Si te consideran demasiado inquieto eres «hiperactivo», demasiado callado puedes estar «deprimido», algo tímido puedes ser autista. Por supuesto que los niños sufren abusos y traumas y lo comunican mediante su conducta, pero, en muchas sociedades occidentales, ser niño hoy en día significa ser vigilado y escudriñado muy de cerca para determinar el nivel de rendimiento. Cuando alguien juzga que las cosas no están bien, se le puede exponer a una variedad de evaluaciones y procedimientos para determinar qué es lo que está mal, o es erróneo y «disfuncional». Se puede ganar mucho dinero identificando la «disfunción» y mediante la promesa del marketing de que eso nos conducirá a algo (una etiqueta, un tratamiento) que hará que las cosas «mejoren».

La depresión infantil es una de estas «etiquetas» modernas con éxito y que ayudan a hacer dinero, y posiblemente a afianzar los estados de enajenación o distanciamiento de uno mismo y de los otros que surgen tanto de la reformulación de las luchas y sufrimientos «ordinarios» que acompañan al crecimiento, como de la creciente brecha y tensión que surge de una cultura que teme que lo «habitual» intervenga en la vida de los niños (para que no se altere su autonomía) y que por lo tanto todo eso se debe profesionalizar. Se da junto a las otras dos categorías de éxito, el TDAH y el Autismo, unas marcas de gran éxito comercial.

El nacimiento del cientificismo en la depresión infantil

El crecimiento de la popularidad del concepto de depresión infantil, que pasó de ser raro a ser un «diagnóstico» frecuente, similar al de la depresión en adultos y susceptible de tratamientos farmacológicos y psicológicos individualizados, se empezó a producir a principios de la década de 1990 y creció rápidamente en la década siguiente. Se produjo un cambio en la teoría y, en consecuencia, en la práctica, a medida que académicos influyentes comenzaron a afirmar en libros y artículos que la depresión infantil era más común de lo que se pensaba (dando cifras como del 8 al 20% de los niños y adolescentes), que se asemejaba a la depresión adulta, y que podía tratarse con antidepresivos. Libros conocidos afirman que esto comenzó a surgir en la década de 1990, antes de que se publicaran los estudios que mostraban beneficios en los «antidepresivos» para los menores de 18 años. De este modo, la prescripción de fármacos comercializados como «antidepresivos» empezó a hacerse en los jóvenes, bajo el supuesto de que los adolescentes experimentan esta enfermedad llamada «depresión» de un modo similar a los adultos y responden a los mismos tratamientos.

El uso generalizado en las sociedades occidentales de fármacos comercializados como «antidepresivos» comenzó a extenderse a finales de la década de 1980, en concreto tras la comercialización del primer ISRS –Prozac– en 1987. Dejando de lado el escaso apoyo probatorio para los fármacos clasificados como «antidepresivos» de forma general, el uso en los jóvenes no tenía prueba alguna antes que se adoptara su prescripción para los jóvenes en la década de 1990. Antes se aceptaba que los niños y los jóvenes no respondían a los «antidepresivos» de la generación de anterior (como los tricíclicos), por lo que este tipo de fármacos simplemente nunca se usaron en ese diagnóstico de depresión infantil, que antes era muy raro.

A finales de la década de 1990 y principios de la década de 2000 se publicaron los primeros estudios, patrocinados principalmente por la industria farmacéutica, de antidepresivos en menores de 18 años. Parecían apoyar la nueva práctica de usar ISRS para este grupo de edad, y concluían que estos fármacos eran seguros y eficaces para este grupo de edad.

Un ejemplo clásico de cómo se «modificaron» los resultados para ocultar los hallazgos que estos estudios encontraban en realidad fue el estudio del ISRR, la paroxetina, (a menudo denominado Estudio 329) que fue financiado por SmithKline Beecham (SKB y posteriormente GlaxoSmithKline, GSK) y se publicó en 2001. El estudio original concluyó que «la paroxetina en general es bien tolerada y es efectiva en la depresión mayor en adolescentes». Se hizo un único re-análisis posterior de este estudio (único porque es muy raro y difícil llegar a obtener los datos del ensayo original en poder de las compañías farmacéuticas), y este nuevo estudio que usó los datos del Estudio 329 original encontró que la paroxetina de hecho no había mostrado eficacia alguna en la depresión mayor de los adolescentes (cuando se lo comparaba con el placebo), y que hubo un incremento de los daños — lo contrario a lo que el Estudio 329 original afirmaba.

Esta nueva afirmación falsa de la literatura en auge estableció el incremento de la pauta de prescripción de antidepresivos en menores de 18 años, que en gran medida ha continuado hasta el día de hoy, con una importante salvedad a estas tendencias. En 2002, en el Reino Unido, la BBC emitió un programa documental en horario estelar (conocido como «Panorama») sobre el antidepresivo ISRS «Seroxat», en el que se examinó el marketing engañoso, el potencial adictivo y las pruebas que sugerían que provocaba un aumento de suicidios, especialmente entre los jóvenes. Después de la emisión del programa, la BBC recibió miles de llamadas de televidentes que informaron de reacciones similares a las descritas en el programa (agitación, agresividad y pensamientos suicidas). La consiguiente cobertura de los medios de comunicación obligó al Comité de Seguridad de Medicina del Reino Unido (CSM) a investigar estos supuestos peligros. En diciembre de 2003, el CSM del Reino Unido publicó una nueva guía para los médicos del Reino Unido en la que se afirmaba que los antidepresivos ISRS (excepto uno, la fluoxetina) no se deberían prescribir a menores de 18 años, ya que las pruebas disponibles indicaban que no eran eficaces y que corrían el riesgo de sufrir efectos secundarios graves, como un aumento suicida. Varias revisiones, en esa época, encontraron déficits preocupantes en los métodos y en los informes de los ensayos con estos antidepresivos más recientes en los jóvenes, y concluyeron que las compañías farmacéuticas apoyaban a los investigadores, que ocultaban los datos desfavorables y exageraban los beneficios de estos antidepresivos, y que ocultaban o minimizaban los efectos adversos en particular el incremento del riesgo de suicidio.

Después de la publicación de la guía CSM en el Reino Unido, hubo un impacto inicial sobre las tasas de prescripción de «antidepresivos» a los jóvenes, que en ese momento se estimó que se prescribían a unos 50,000 jóvenes en el Reino Unido. Durante un par de años se dio una disminución dramática en la prescripción de estos ISRS a menores de 18 años, excepto de la fluoxetina, el único ISRS que no estaba claramente contraindicado, cuya tasa de prescripción se mantuvo estable. Sin embargo, en 2006 en el Reino Unido las tasas de prescripción a menores de 18 años de todos los antidepresivos ISRS, excepto de la paroxetina, de nuevo comenzaron a recuperarse y han seguido aumentando gradualmente.

En los EE.UU. hubo una rápida aceleración de la prescripción de ISRS en menores de 18 años desde finales de la década de 1980 hasta el 2004. Tras los sucesos ocurridos en el Reino Unido que culminaron en el consejo apoyado por el gobierno para que se dejaran de recetar ISRS a los jóvenes y en las publicaciones de varias revisiones que mostraban una falta de eficacia y una mayor probabilidad de experimentar efectos adversos, como el suicidio, asociados a estos medicamentos, muchos otros países se vieron obligados a reexaminar sus prácticas y directrices.

En los EE.UU., las alertas sobre la seguridad de los ISRS en menores de 18 años llegaron en octubre de 2004, cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos de los EE.UU. (FDA) emitió lo que se conoce como una «advertencia de recuadro negro» para todos los antidepresivos ISRS recetados a menores de 18 años (una «advertencia de recuadro negro» muestra una «caja» o borde alrededor del texto que aparece en el encarte del paquete y significa que los estudios médicos indican que el fármaco conlleva un riesgo significativo de sufrir efectos adversos graves o incluso mortales). La FDA llevó a cabo su propio estudio de 23 ensayos de 9 compañías farmacéuticas y encontró un riesgo promedio de suicidio del 4% entre los menores de 18 años con ISRS, que era el doble del 2% de riesgo encontrado en el grupo de placebo. A diferencia del Reino Unido, los estudios que evaluaron el impacto de las alertas de la FDA sobre las tasas de prescripción en los EE.UU. encontraron diferencias entre las tasas previstas y las reales tras la advertencia del recuadro negro, pero estas investigaciones no encontraron una disminución significativa en las tasas de prescripción tras la advertencia de la recuadro negro, sino más bien una reducción o una estabilización de la tasa de crecimiento de la prescripción en los años inmediatamente posteriores a la advertencia, con tasas de prescripción que aumentaron de nuevo después de 2008.

A pesar de las pruebas que muestran que los daños potenciales superan a los beneficios potenciales en los menores de 18 años, lo que no se ha contradicho desde entonces, sino que ha sido apoyado por estudios posteriores, el breve período de disminución o estabilización de las prescripciones de ISRS en los jóvenes no persistió. De hecho, el uso de antidepresivos en niños y adolescentes aumentó sustancialmente entre 2005 y 2012 en cualquier país occidental estudiado. Datos recientes del Reino UnIdo han confirmado que la prescripción de antidepresivos a los jóvenes ha continuado aumentando en los últimos tres años, incluyendo a niños de 12 años o menos e incluyendo toda la gama de medicamentos ISRS.

El cientificismo vuelve a la carga

Por lo tanto, ahora la historia indica que la depresión infantil, hasta hace unas tres décadas, era considerada una condición poco frecuente, que probablemente se asociaba a factores estresantes del entorno y no era susceptible de tratamiento farmacológico. A lo largo de la década de los noventa, y antes de que se dispusiera de pruebas sobre la seguridad y eficacia, los nuevos «antidepresivos» ISRS comenzaron a usarse, junto a una nueva narrativa de que la depresión infantil era habitual, que era un precursor de la depresión adulta, que estaba enormemente infra-diagnosticada, y que la intervención temprana con tratamiento farmacológico a menudo era necesaria, efectiva y segura. Y entonces se daba la posibilidad de que se generara un gran beneficio abriendo nuevos mercados para los «antidepresivos», y las compañías farmacéuticas comenzaron a publicar estudios que pretendían demostrar que los medicamentos que fabricaban eran seguros y eficaces para este grupo de edad. El documental de la BBC Panorama en 2002, las directrices de la CSM del Reino Unido en 2003 y la advertencia de recuadro negro de la FDA de los Estados Unidos en 2004 amenazaron con tener un impacto fatal para los beneficios que podrían obtenerse con la comercialización de estos medicamentos a menores. Y durante poco tiempo así ocurrió. Pero la ayuda cientificista se puso en marcha.

Cientifismo 1: los ISRS funcionan cuando se combinan con psicoterapia

Un año después de que se hicieran públicas las directrices de la CSM, se publicó el Treatment of Adolescent Depression Study (TADS) –Estudio del tratamiento de la depresión en adolescentes– (2004). Recuerdo haber escuchado las noticias de la hora del almuerzo en la radio de mi coche, después de la publicación de este estudio, mientras conducía entre compromisos clínicos. Escuché a un «experto» decir que después de que las directrices del año anterior nos dijeran que tuviéramos cuidado al recetar estos antidepresivos a los jóvenes, este estudio pionero había demostrado que los mejores resultados proceden de la combinación de un antidepresivo con la psicoterapia y esto es lo que habría que ofrecer ahora a los jóvenes deprimidos. Así que la primera medida rehabilitadora vino de este estudio que concluyó: «La combinación de la fluoxetina con la terapia cognitivo-conductual (TCC) ofrecía el equilibrio más favorable entre beneficios y riesgos para los adolescentes con trastorno depresivo mayor». Los autores concluyeron además que a pesar de las llamadas para restringir el acceso a los medicamentos antidepresivos, el tratamiento médico del trastorno depresivo mayor en los jóvenes con fluoxetina debe estar ampliamente disponible, y no desalentado. De hecho, este estudio es el que ha sido particularmente influyente para mantener la idea de que la fluoxetina es el único ISRS que se ha encontrado que resulta «efectivo».

El TADS fue un gran ensayo multicéntrico controlado y aleatorizado que asignó al azar a los participantes adolescentes diagnosticados con «trastorno depresivo mayor» a cuatro ramas de tratamiento: 1. Sólo antidepresivos ISRS (fluoxetina), 2. Sólo placebo, 3. Sólo TCC (Terapia Cognitivo Conductual), 4. Sólo fluoxetina más TCC. El primer problema y el más obvio procede de la metodología del estudio. Comparar los resultados entre los cuatro grupos es engañoso, ya que algunos pacientes sabían que estaban recibiendo un tratamiento activo y otros no. Esencialmente, el TADS son en realidad dos estudios aleatorizados separados: una comparación a doble ciego entre la fluoxetina (109 sujetos) y placebo (112) –ya que estos sujetos no sabían si recibían o no el tratamiento activo– y una comparación no cegada entre la TCC sola (111) y la fluoxetina más la TCC (107), ya que estos sujetos sabían que estaban recibiendo un tratamiento activo en el grupo de la TCC sola y dos tratamientos activos en el grupo de la TCC más la fluoxetina. Este último grupo, por lo tanto, recibió más contacto cara a cara y supo (al igual que sus médicos) que no tomaban placebo. La razón que los autores dieron para no incluir un grupo de placebo más TCC es que usaron el grupo de placebo para obtener una «línea basal» para comparar los otros grupos de tratamiento. Esto no resulta convincente. Lo más probable es que los autores supieran que recibir «más» tratamiento en un estudio de tratamiento es probable que mejore cualquier efecto placebo y por lo tanto sesgue los hallazgos hacia resultados más positivos para el grupo que tiene los dos tratamientos activos, ya conocidos por los participantes.

No se menciona en el resumen que el TADS no encontró ninguna ventaja estadística de la fluoxetina sobre el placebo en el resultado final primario, la Children’s Depression Rating Scale (Escala de depresión infantil). Esto y la ventaja pequeña o ausente de la fluoxetina en otros resultados finales sugiere que la única conclusión legítima que se puede hacer de este estudio, en cuanto a la eficacia de la fluoxetina en la depresión infantil es que no es más efectiva que el placebo.

Por lo tanto se sobrevalora la eficacia de los antidepresivos en el TADS. ¿Qué hay de los eventos adversos? Bueno, se dieron significativamente más sucesos adversos psiquiátricos en el grupo de fluoxetina que en el grupo de placebo. A pesar de las cifras pequeñas y de que se excluyó del estudio la conducta suicida conocida, el TADS todavía halló mayor tendencia a conducta suicida en los que tomaron fluoxetina (15 vs 9, con fluoxetina vs sin fluoxetina), lo que resulta consistente con otros ensayos con ISRS. Al igual que en otros análisis más objetivos de los efectos de los ISRS en la depresión infantil (como el re-análisis del estudio 329 discutido antes), los datos relevantes del TADS muestran que la fluoxetina tiene la misma eficacia que el placebo pero que produce más efectos adversos, incluyendo una mayor propensión a la conducta suicida.

Estoy seguro de que los lectores no se sorprenderán al saber que aunque el TADS lo financió el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos, muchos de los autores revelaron vínculos con la industria farmacéutica, incluyendo al profesor Graham Emslie, quien tenía amplios vínculos con la industria farmacéutica y fue el investigador principal de los dos primeros estudios sobre la fluoxetina en la depresión infantil.

Cientifismo 2: La advertencia de la recuadro negro ha llevado a un aumento de las tasas de suicidio entre los jóvenes

En 2007 se publicó otro artículo muy publicitado. Los autores examinaron datos estadounidenses y holandeses sobre las tasas de prescripción de ISRS hasta 2005 en niños y adolescentes, y las tasas de suicidio de niños y adolescentes (hasta 2004 en los Estados Unidos y hasta 2005 en los Países Bajos), al objeto de determinar si se daba una relación entre las tasas de prescripción de antidepresivos y las tasas de suicidio en los períodos previos e los inmediatamente posteriores a las advertencias de la FDA de 2004. Tal como se informó en los principales medios de comunicación, los autores concluyeron que las prescripciones de ISRS para jóvenes habían disminuido tanto en los Estados Unidos como en los Países Bajos tras la emisión de las advertencias de la FDA y que, posteriormente, las tasas de suicidio entre los jóvenes aumentaron. Concluyeron que debido a la advertencia de la recuadro negro de la FDA se dio una disminución en la prescripción de antidepresivos ISRS a los jóvenes y esto probablemente causó un aumento en las tasas de suicidio debido a que un mayor número de jóvenes no recibieron un tratamiento eficaz.

Este artículo es un intento de engaño bastante burdo. Parece increíble que hubiera pasado por un proceso de revisión inter-pares y que se publicara, con el mensaje de que la advertencia llevó a más suicidios entre los jóvenes, en una importante revista psiquiátrica (American Journal of Psychiatry). El engaño más flagrante aparece en la presentación de los datos que figuran en los gráficos que muestran las tasas de prescripción y las de suicidio, respectivamente. De hecho, si se observan las gráficas cuidadosamente, se ve que en el año en que las tasas de suicidio aumentaron, no hubo una caída significativa en la prescripción de ISRS. Sus gráficos para las tasas de prescripción en los Estados Unidos no muestran una disminución significativa en la prescripción de antidepresivos para el 2004, pero si un aumento del 17% en los suicidios de los jóvenes de ese año (en comparación con el 2003). Los gráficos muestran que la supuesta disminución de la prescripción tuvo lugar en 2005 (no en 2004). El argumento de que hubo una disminución en las tasas de prescripción de antidepresivos después de las advertencias de la FDA se basa en los niveles de prescripción de 2005 (en comparación con 2003); sin embargo, las cifras de suicidios de 2005 no estaban disponibles en el momento en que se redactó el documento y, por lo tanto, no aparecen. Esto significa que la conclusión principal del documento se basa en el uso de la disminución de las tasas de prescripción en 2005 y su vinculación con el aumento de la tasa de suicidio hallada en 2004. De hecho, cuando las cifras de suicidio estuvieron accesibles, mostraron una disminución de la tasa de suicidio en 2005 (en comparación a 2004) y las tasas de suicidio alcanzaron su nivel más bajo de todos los tiempos en los Estados Unidos en 2007, un momento que claramente sigue a la supuesta disminución en la prescripción (sin embargo, como argumento de consecuencia, esto no implica ninguna causalidad, simplemente que la asociación que intentaron afirmar en su documento no resiste un escrutinio adecuado).

Los gráficos de los Países Bajos son mixtos, no muestran ningún patrón reconocible y se basan en números muy pequeños. Por ejemplo, 2002 muestra un aumento del 25% en los suicidios en comparación con 2001, aunque también fue el año con las tasas más altas de prescripción de antidepresivos para niños y adolescentes. Al menos en los datos de los Países Bajos, los autores comparan el año correcto de la tasa de prescripción con el número de suicidios, pero parece una conclusión arbitraria destacar la disminución de las tasas de prescripción (entre 2003 y 2005) y un aumento menor de las tasas de suicidio (que, por ejemplo, en 2002) en 2004 y 2005 en comparación con 2003. Este artículo dio lugar a una queja de psiquiatras de los Países Bajos sobre la tergiversación de los datos holandeses. El uso de los datos holandeses también plantea interrogantes sobre por qué, de todos los demás países a los que podrían haber tenido acceso a datos sobre prescripción y tasa de suicidio, eligieron los Países Bajos. Presumiblemente, necesitaban buscar un país en el que pudieran intentar extraer datos que de alguna manera coincidieran con su historia.

Como era de esperar, cuando se observa la declaración de conflictos de intereses, varios de los autores, incluido el autor principal, revelan conflictos de intereses asociados con vínculos financieros con la industria farmacéutica.

Cientifismo 3: Al dejar de recetar antidepresivos, los jóvenes tienen mayor propensión a autolesionarse

En 2014, un artículo en el British Medical Journal afirmó que se dio un aumento significativo en el daño a uno mismo mediante intoxicaciones por drogas (sobredosis) en adolescentes en los años posteriores a la advertencia del recuadro negro de la FDA y concluyó que las advertencias de seguridad sobre los antidepresivos y la amplia cobertura de los medios de comunicación llevaron a disminuir el uso de antidepresivos, lo que implicó un aumento en los intentos de suicidio (dañarse a uno mismo) entre los jóvenes. Este artículo se acompañaba de un editorial que, usando este estudio, argumentaba que éste era un ejemplo de cómo las advertencias sobre efectos adversos de los fármacos pueden llevar a un tratamiento insuficiente y, en consecuencia, a efectos adversos aún peores. Diez años después de la advertencia del recuadro negro, estos argumentos seguían estando presentes en las principales revistas médicas y recogían la atención de los medios.

Los autores definieron el diseño del estudio como «cuasi-experimental», examinando las tendencias en las tasas de administración de antidepresivos, envenenamientos por psicótropos, y suicidios completados.

La metodología es tan bizarra que he tenido que leer este documento una y otra vez con incredulidad. Los autores intentan demostrar que la sobredosis de fármacos psicótropos aumenta porque los médicos recetan menos medicamentos psicotrópicos. Usan la «intoxicación por fármacos psicotrópicos» como una medida sustitutiva de la «conducta suicida» (que es el término que aparece en el título). Esta es una declaración metodológica pertinente: «Mientras que los contactos por intentos de suicidio se pueden identificar en las bases de datos administrativas al usar los códigos de causas externas del daño (E-códigos), se sabe que las bases de datos las recogen de forma incompleta. Nuestro análisis preliminar encontró que la integridad de los E-códigos variaba entre los lugares del estudio, en los ámbitos de tratamiento y según los años. Por lo tanto, en lugar de los E-códigos asociados a dañarse de forma deliberada, usamos la intoxicación por agentes psicotrópicos (clasificación internacional de enfermedades, novena revisión, modificación clínica (CIE-9), código 969)».

Estas son las drogas o fármacos codificadas bajo ICD9-969, Envenenamiento por agentes psicotrópicos: antidepresivos, tranquilizantes tipo fenotiazina, tranquilizantes tipo butirofenona, otros antipsicóticos, neurolépticos y tranquilizantes mayores, tranquilizantes tipo benzodiazepina, otros tranquilizantes, psicodislépticos (alucinógenos), psicoestimulantes, agentes psicotrópicos no especificado.

De esa lista, de forma realista, los dos únicos fármacos que son relevantes, en el sentido de que se pueden prescribir a un número apreciable de adolescentes, son los antidepresivos y los psicoestimulantes. Los psicoestimulantes tienen que estar controlados, ya que también pueden causar impulsos suicidas y, por lo tanto, si se va a tener en cuenta el envenenamiento con psicoestimulantes en este contexto se necesita considerar las cifras de las prescripciones de psicoestimulantes. Además, los psicoestimulantes no son un tratamiento aceptado para la depresión y, por lo tanto, las sobredosis de psicoestimulantes no se pueden usar como un sustitutivo para la depresión no tratada. Esto deja a los antidepresivos; así que esencialmente este estudio defiende que una consecuencia de las advertencias en torno a la prescripción de antidepresivos a los adolescentes es que menos adolescentes son tratados con antidepresivos, lo cual lleva a que más adolescentes tomen una sobredosis con antidepresivos. ¿Qué clase de ciencia vudú es ésta? me pregunto.

Dejando a un lado el error científico obvio de asumir que la correlación es igual a la causalidad (es decir, el error de pensar que debido a que la reducción de la prescripción se asocia al aumento de sobredosis es que una causa la otra), este estudio es también otro ejemplo de engaño directo.

A continuación se presentan los gráficos de los adolescentes asociados con la argumentación (reproducidos desde aquí):

antidepressant use and suicide

Observe en particular las líneas de mejor ajuste que los autores han elegido para el segundo gráfico (tasas de envenenamiento con psicotrópicos). Mire de nuevo. ¿Qué opina de su línea de mejor ajuste? ¿Se ha dibujado para adaptarse a sus hipótesis o a los datos? Su línea de mejor ajuste comienza a aumentar después de 2005, sin embargo, mirando su diagrama de dispersión de datos esto no encaja con los datos que presentan. En su diagrama, las tasas de autoenvenenamiento siguen variando según el lugar en torno a una media que en gran medida permanece estática hasta 2007, y es después cuando las tasas comienzan a aumentar notablemente, a partir de 2008, cuando casualmente, según su primer gráfico, las tasas de prescripción de antidepresivos también comienzan a aumentar de nuevo, pero, por supuesto, esta asociación (las tasas crecientes de prescripción de antidepresivos al mismo tiempo que aumentan las intoxicaciones psicotrópicas) no se debe interpretar como causal. Mirando el tercer gráfico se puede ver que las tasas de suicidio de adolescentes varían en torno a una media entre 2001 y 2007 (cuando alcanzaron su punto más bajo de todos los tiempos) y que también empiezan a aumentar en 2008.

Una asociación más obvia que puede tener alguna conexión causal es que los índices de auto-envenenamiento en los adolescentes, que en realidad comienzan a aumentar significativamente después de 2008, ocurren en un momento en el que se produjo el colapso financiero y las familias y la sociedad de su entorno sufrían de un mayor estrés. Pero el Cielo nos prohíbe tener una visión rica de contextos en los que quizás la depresión y el daño a uno mismo pudieran ser un reflejo de los sucesos de la vida real y sus consecuencias. Así que otro supuesto indiscutible a la sombra de este y otros artículos del cientificismo que he discutido (que tal vez sean mejor considerados simplemente como «pseudo-ciencia basura») es que lo que se llama «depresión» y daño a uno mismo se asocia a una enfermedad médica que afecta al mundo interno de un individuo, y que por lo tanto este está «dañado» y es «disfuncional» (por ejemplo, debido a un desequilibrio químico), y al no «tratar» a estos individuos dañados con productos farmacológicos se les deja enfermar más.

Resistir a la psiquiatría del crecimiento

Este es el tipo de ilusión irracional que hemos creado a través de la creencia de que tenemos diagnósticos en psiquiatría que tienen capacidades explicativas. Creo que la propagación de este tipo de psiquiatría y la McDonaldización del sufrimiento y las luchas que conlleva el crecimiento y las inseguridades creadas por la mercantilización neoliberal han causado mucho más daño que bien a los jóvenes. Creo que la ciencia está de mi lado en esta conclusión. Como he mostrado antes, hay un montón de basura científica pseudocientífica sosteniendo el argumentario de la otra parte.

 

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