Un nuevo artículo de investigación afirma que el uso excesivo de fármacos psiquiátricos puede crear cambios neurobiológicos que dificultan la recuperación de la salud mental a largo plazo.

Publicado en Mad in América el 17 de diciembre de 2021

En un nuevo artículo publicado en la revista Journal of Addictive Disorders and Mental Health, José Luis Turabian, profesor de medicina de la Universidad Complutense de Madrid (España), explora los cambios biológicos que acompañan al uso de los fármacos psicotrópicos. Según Turabian, la concentración en enfoques e intervenciones biomédicas en salud mental ha llevado a que los psicofármacos se utilicen demasiado pronto, demasiado a menudo y demasiado tiempo.

Señala que estos fármacos alteran nuestra neurobiología, provocando cambios a veces permanentes e irreversibles. Sostiene que estos cambios pueden convertir lo que podrían ser síntomas transitorios en enfermedades mentales crónicas y, en algunos casos, de por vida. Al utilizar psicotrópicos para tratar los síntomas y aliviar el sufrimiento agudo a corto plazo, los profesionales pueden estar aumentando paradójicamente la duración del sufrimiento.

«La tendencia biologicista de la medicina, y también de la psiquiatría, conlleva un uso cada vez más precoz, más intenso y a más largo plazo en condiciones clínicas leves y en situaciones de salud mental reactivas a contextos de la vida cotidiana (problemas personales, de pareja, familiares, laborales, socioeconómicos, etc.) de los psicofármacos», escribe Turabian.

«Sin embargo, la experiencia práctica en medicina general indica que los psicofármacos provocan cambios biológicos permanentes que pueden estructurar y cronificar enfermedades mentales que habrían evolucionado hacia la mejora sin los psicofármacos».

Nuevas investigaciones han puesto en tela de juicio la eficacia de los antidepresivos y han investigado los posibles perjuicios de su uso a largo plazo. Los investigadores han observado que en un seguimiento de nueve años en el que se comparó a los pacientes con depresión que tomaban antidepresivos con los que no lo hacían, los antidepresivos parecían empeorar los resultados a largo plazo. Esto fue así incluso cuando los investigadores controlaron la gravedad de la depresión. Además de la falta de eficacia y el potencial de daño, es probable que los antidepresivos se receten en exceso.

Recientemente, se está prestando más atención a las dificultades de la retirada de los medicamentos antidepresivos después de su uso a largo plazo. En algunos casos, la recuperación de estos medicamentos puede durar décadas, y los síntomas de abstinencia suelen diagnosticarse erróneamente como un retorno de la enfermedad mental inicial. Incluso cuando estos medicamentos funcionan como se pretende, los efectos adversos pueden ser graves.

Del mismo modo, los antipsicóticos tienen una amplia gama de efectos negativos bien documentados a largo plazo. Investigaciones recientes han demostrado que el uso de antipsicóticos daña varias áreas del cerebro, aumenta el riesgo de demencia y se asocia a una muerte prematura. Los investigadores también han descubierto que cuando las personas diagnosticadas de esquizofrenia dejan de usar antipsicóticos, su funcionamiento cognitivo mejora.

Turabian comienza problematizando la sobremedicalización de la angustia por parte de los médicos. Tanto el sobrediagnóstico como el diagnóstico erróneo están aumentando, al igual que el uso de fármacos psicotrópicos, lo que lleva a la polifarmacia, que hace más daño que bien. Y lo que es más importante, hay una gran escasez de investigaciones sobre los efectos a largo plazo de los psicofármacos.

El autor ha llevado a cabo una revisión y ha reflexionado sobre su experiencia personal para escribir sobre las consecuencias del uso liberal de psicofármacos a largo plazo, especialmente en cuestiones de ansiedad y depresión. Especifica que el artículo debe considerarse como su opinión personal sobre el tema.

El autor escribe que la psiquiatría sigue erróneamente la lógica de los antibióticos al llamar a sus tratamientos antidepresivos y antipsicóticos. Estas denominaciones son metáforas que suponen que los problemas psiquiátricos son amenazas que vienen de fuera y dañan al huésped y que, por tanto, hay que eliminar. Esta metáfora ha permitido a la disciplina pasar por alto los numerosos efectos adversos de sus tratamientos. La peligrosa suposición que sigue perjudicando a los pacientes es que lo que les hace sentirse mejor es también lo que les mantiene bien.

Turabian enumera varias razones por las que deberíamos desconfiar de los antidepresivos: los tamaños de los efectos de su eficacia en los ensayos clínicos son pequeños, los efectos a largo plazo no se examinan, las psicoterapias y los tratamientos psicosociales suelen mostrar resultados similares o mejores sin los efectos adversos de los fármacos, y «sólo uno de cada nueve pacientes se beneficia de los antidepresivos».

Los trastornos del estado de ánimo suelen ser estados transitorios causados por circunstancias vitales angustiosas y se habrían resuelto con una «espera vigilante» en lugar de una prescripción prematura de antidepresivos. Muchos de estos fármacos producen cambios duraderos en el organismo de los pacientes. Por ejemplo, las benzodiacepinas pueden provocar cambios neurocognitivos, y en el pez cebra, la exposición temprana a los antidepresivos puede observarse en tres generaciones de crías. El autor destaca que uno de los principales efectos de los psicotrópicos es la supresión:

«Los neurolépticos suprimen la motivación y la imaginación e interfieren en la regulación de la forma y el movimiento del cuerpo; las benzodiacepinas suprimen el control del comportamiento y la discriminación; los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina suprimen el núcleo erótico. La supresión es esencial para su efecto, no un efecto secundario de su ataque a un proceso de enfermedad específico».

A menudo, en el caso de los antidepresivos, los efectos a largo plazo son los contrarios a los iniciales, lo que provoca una comorbilidad iatrogénica. En otras palabras, los antidepresivos pueden provocar una depresión crónica y aumentar la susceptibilidad a los episodios depresivos. Se ha informado de resultados similares en el caso de la psicosis, donde la supersensibilidad a la dopamina puede ser causada por el uso prolongado de antipsicóticos, lo que a su vez conduce a una psicosis más florida.

Las concepciones biomédicas de la ansiedad y la depresión también pueden perjudicar a los pacientes al bloquear la recuperación. En lugar de verse a sí mismo como algo cambiante y que responde al entorno, estas concepciones neuroquímicas obligan a las personas a ver (y experimentar) su angustia como algo interno y permanente. Esto les lleva a ignorar las condiciones sociales que podrían estar causándolo. El modelo de la enfermedad se centra en la eliminación de los síntomas (como ocurre en la mayor parte de la medicina), por lo que el estado interno del paciente suele considerarse insignificante. La experiencia de la ansiedad o la depresión pierde su sentido, y sólo se ven como estados que hay que erradicar.

Por otro lado, los modelos no biológicos suelen considerar que los síntomas y la angustia son significativos, sensibles al contexto e incluso útiles, ya que pueden hacer que la persona reevalúe su yo, sus relaciones y su mundo. Esto señala una diferencia esencial en la forma en que estos dos modelos ven la causalidad:

«El modelo psicológico asume que la interacción entre la experiencia pasada, las relaciones interpersonales y los acontecimientos actuales, con los pensamientos, sentimientos y comportamientos del paciente, conducen a cambios en el estado de ánimo y los síntomas. El modelo médico considera que la enfermedad es la causa principal de los síntomas y conduce a cambios en los pensamientos, sentimientos y comportamientos, que interactúan con las relaciones interpersonales del paciente, los acontecimientos actuales y las experiencias pasadas.»

Así, al centrarse en la eliminación de los síntomas y no en el significado, los fármacos a menudo vuelven pasivo al paciente, adormeciendo los sentimientos, frustrando la resolución de problemas, dificultando los procesos de memoria y concentración y creando dependencia. En consecuencia, obstaculizan los procesos de psicoterapia que podrían haber ayudado al paciente.

Turabian concluye señalando que estas drogas tienen numerosos efectos a múltiples niveles, más allá de la mera comunicación de los neurotransmisores. El impacto en las personas, como los cambios en los pensamientos, el estado de ánimo, los sentimientos, el comportamiento, etc., suelen ser causa de efectos secundarios como la pérdida de materia gris cortical. Concluye:

«Los fármacos psicotrópicos cambian pensamientos, sentimientos y comportamientos que con el tiempo se convierten en estructurales y permanentes. De este modo, el médico generalista en su atención continuada en el tiempo ve pacientes pasivos, incapaces de comprender y afrontar las causas y consecuencias de su situación; estos pacientes con muchos años de tratamiento psicofarmacológico siguen sufriendo niveles similares de ansiedad, pero además su situación contextual se ha deteriorado gravemente de forma crónica; son pacientes irrecuperables. Las prácticas actuales de prescripción deben reformularse teniendo en cuenta las vulnerabilidades y los efectos adversos del tratamiento.»

 

Artículo traducido por la Redacción de Mad in (S)pain y publicado originalmente en la web Mad in América el 17 de diciembre de 2021.

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Turabian, J (2021). Los psicofármacos originan cambios biológicos permanentes que van en contra de la resolución de los problemas de salud mental. Una visión desde la Medicina General. Revista de Trastornos Adictivos y Salud Mental. (Enlace)

Richard Sears es profesor de psicología en el West Georgia Technical College y está estudiando para obtener un doctorado en conciencia y sociedad en la Universidad de West Georgia. Ha trabajado anteriormente en unidades de estabilización de crisis como asesor de admisión y operador de la línea de crisis. Sus intereses de investigación actuales incluyen la delimitación entre las instituciones y los individuos que las componen, la deshumanización y su relación con la exaltación, y los sustitutos naturales de las intervenciones psicofarmacológicas potencialmente dañinas.

Richard Sears
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