Entrevista publicada originalmente en el blog Terra incognita.
La voz de Martín Correa es una de las más antiguas en Radio Nikosia, un puerto franco barcelonés para abordajes libres en torno a la salud mental. Rápida, lúcida y atenta es una voz que escucha desde un contexto transversal. Nikosia es un magma que genera talleres, charlas y redes con alma asamblearia. Martín Correa apostó hace 13 años por un espacio que sigue cuestionando un modelo de salud mental al que describe suplantando identidades a través de medicalización, un relato biológico y una jerarquía médico-paciente que deriva en un inutilizante ‘tú no sabes’.
Para Correa descolonizar la identidad implica un trabajo semántico al margen del modelo hegemónico y reivindicar los saberes propios que en él se soslayan. Que siga siendo uno de los coordinadores de Nikosia o que levantara años atrás un puente con Radio la Colifata (psiquiátrico Borda, Buenos Aires) son notas a pie de camino. Hoy su discurso fluye junto a otros en un abanico de opiniones trenzado desde el respeto. Construir desde cada voz que se afirma implica una singularidad: en Radio Nikosia está permitido pensar.
Para ser y dejar de ser enfermo, ¿qué papel tiene el decir?
El trabajo de Nikosia es semántico, de sentido. Se busca que las personas accedan a la posibilidad de nombrarse y pensarse fuera de una categoría diagnóstica asfixiante y cerrada. Un trabajo que termina construyendo las identidades de las personas. Se trata de un decir que te construye desde un lugar que no sea el ser enfermo, una manera de ser, sentir y pensar el mundo que no esté capturada por los fundamentos psiquiátricos. La psiquiatría ha confundido sus herramientas para pensar con la identidad de las personas y eso es culpa de la articulación hegemónica de la ciencia y de cómo se transforma en el saber social por excelencia. La gente empieza a utilizar las categorías diagnósticas para nombrar a las personas como si las personas fueran exclusivamente eso.
¿Identidad y ‘etiqueta’ llegan a confundirse?
Muchos profesionales olvidan o no comprenden que las etiquetas diagnósticas son maneras de nombrar, no son algo que sucede. ‘P’ no aceptaba el diagnóstico y su trabajadora social me insistía: “ayúdame porque no acepta la enfermedad”. Un clásico, hoy la base es si se tiene o no conciencia de enfermedad. ‘P’ dijo en la radio [Nikosia] “asumo que sufro y tengo conciencia de sufrimiento, pero no asumo esa etiqueta que nombra desde afuera, responsabiliza a mi química y reduce a algo estrictamente vinculado a mi cerebro”. Un buen psiquiatra intenta trabajar con el nombramiento que haga ‘P’. Muchos no se dan cuenta de que una cosa es la categoría y otra el sufrimiento.
Esas herramientas de uso médico se oyen en las conversaciones ¿Se vuelve en común una caja de herramientas que era para uso médico?
Sí y al quedar abierta esa caja de herramientas también se instala como la verdad sobre las cosas. Eso ocurre con la ciencia. La ciencia se transforma supuestamente en un saber dogmático sobre las realidades de la gente.
¿De ahí el adjetivo que utilizas, profano? Lo profano remite a lo hereje
Es hereje porque pone en evidencia la dimensión sacra del conocimiento científico con el que nos relacionamos de forma acrítica. Y eso lo hace toda la filosofía de la ciencia desde hace rato. Es profano porque es el conocimiento de la propia experiencia en la gestión del sufrimiento, los malestares y la manera de nombrarse cada uno. Sascha Altman preguntó: “ustedes, cuando se nombran ¿qué utilizan, las categoría del DSM o el lenguaje de las emociones?”. La mayoría de las personas hoy utiliza el lenguaje del DSM para nombrar su sufrimiento. Como única manera de pensarnos rompe el empoderamiento y la autoestima.
Radio Nikosia reivindica un diálogo de igual a igual con las autoridades médicas
Con los saberes expertos en general: médicos sociales, antropológicos…El antropólogo Eduardo Menéndez define conocimiento como lo que traemos de la experiencia de la academia mientras el saber lo traemos por la experiencia vivida. Todos tenemos saberes sobre cómo gestionar nuestro sufrimiento y tienen que estar en el mismo plano que los conocimientos porque se trata de generar encuentro con cada uno con su lugar. No tiene por qué haber jerarquías.
¿Existe la creencia de que quien va al psiquiatra no tiene nada que contar porque lo que sirve es lo que el médico sabe?
Exacto. Ahí es cuando las categorías diagnósticas se transforman en una pantalla para los profesionales que generan la ilusión del conocimiento completo sobre el otro. Sí, ya sé que Juan tiene un informe de esquizofrenia y con eso ya sé todo sobre Juan, entonces…¡No voy a trabajar con él! Como médico voy a escuchar lo que me encaje en aquel pre-conocimiento. En Nikosia han pasado 500 personas con esa categoría y son mundos donde el sufrimiento y su gestión operan de manera diferente. Si realmente quieres construir salud con el otro y no sobre el otro vas a trabajar con la escucha.
Esa pantalla, ¿te convierte en lo que refieres como ‘paciente absoluto’?
Sí, el otro te ve exclusivamente como si fueras una enfermedad mental y cada comportamiento le pertenece. ‘X’ y ‘D’ viven eso observados por una referente como enfermos totales que no saben gestionar su vida cotidiana. Y vienen gestionándola desde hace años. Los ordena, los acosa y los controla porque hay formas de llevar la vida cotidiana de ‘X’ y ‘D’ que les son propias y son transformadas en patologías cuando la profesional les ve solo como enfermos. Eso es un problema.
Este ejemplo sugiere el diagnóstico como un embudo al que se llega por distintas vías pero del que se sale igual
Se trabaja con protocolos excesivamente rígidos que no atienden a la subjetividad. Los protocolos son buenos para una operación de corazón, pero no con el sufrimiento mental donde intervienen más variables. El traslado de las lógicas de la medicina tradicional al campo de la psiquiatría, que es mucho más social, se transforma en protocolos que asfixian.
Hay psiquiatras que señalan esta manera de funcionar como muy funcional a la industria farmacéutica
A la industria le viene fantástica la transformación de las problemáticas mentales en categorías cerradas como la diabetes. Tiene la intención de que la enfermedad mental se transforme en una cosa en sí misma médica. Y eso no es verdad aunque algunos elementos tengan que ver con lo médico. Además los psicofármacos no son psicofármacos: son antipsicóticos. Los nombramientos de los medicamentos funcionan más como metáfora que como realidad. Muchos psiquiatras ven la enfermedad mental como un trastorno o dificultad. Eso implica esta interfaz entre lo social y la dificultad de una persona identificada, muchas veces, como enferma de entrada.
¿Se están desaprovechando capacidades terapéuticas de las personas?
Mucho. Se desaprovechan recursos y sus capacidades de autoatención terapéuticas por la cantidad de inversión que hay en psicofármacos. Los millones que gastamos se podrían traducir en psicólogos, en trabajadores sociales…si hubiera otra lógica. Hay gente que no tiene dónde vivir y toma pastillas a 500 euros al mes ¡500 euros al mes! Los fármacos de nueva generación no son tan geniales. Con eso alquilas una habitación y le ayudas a comer. En parte el problema viene de ahí.
Si las personas disponen de capacidades, ¿qué falta para desplegarlas?
Faltan contextos de posibilidad donde puedan reconectar con esas herramientas y saberes que todos tenemos. Hay espacios incluso internacionales. En Trieste trabajan de otra manera, la gente de la Revolución Delirante, con el psiquiatra Fernando Colina y Laura Martín, en Valladolid, no trabajan con diagnósticos sino con sufrimiento. No reivindicamos solo los saberes de las personas, no se trata de “el saber profano al poder” sino de una construcción simétrica y colectiva para negociar los procesos de salud.
El programa Obertament y el piloto Activa’t son programas con apoyo institucional en Cataluña. ¿Van hacia un cambio de modelo? ¿Son suficientes?
El problema de Activa’t [incluye programas psicoeducativos y grupos de ayuda mútua], y me parece muy bien que se haga, es que a veces puede trabajar más por la solidificación de las categorías diagnósticas. Un riesgo parecido corre Obertament [lucha institucional contra el estimga que invita a ‘salir del armario’]. Para mí uno de los mayores problemas del estigma tiene que ver con la socialización de las categorías diagnósticas como el todo de la identidad. Si las personas salen a decir “sí, soy enfermo mental”, de alguna manera están solidificando esa categoría y eso es muy funcional a la industria farmacéutica. Además estás haciendo que esta persona se siente y se piense como un enfermo mental… ¡eso es absolutamente desempoderador! Necesitamos que las personas se sientan como lo que quieran ser y que su identidad vuelva al flujo de las identidades que fluyen.
Dado el contexto económico y el elevado uso de fármacos, se puede pensar que Obertament o el piloto Activa’t también persiguen ahorrar dinero.
En un punto está eso, incluso con los Grupos de Ayuda Mútua (en primera persona, impulsados en Activa’t). Pero que ese argumento no sirva para desarmar los GAM porque bien encaminados están buenos. Quizá estaría bien aprovechar esa coyuntura y promover GAM construidos al margen de categorizaciones, como un espacio de reflexión sobre sufrimientos, padeceres y estrategias. Un GAM en un hospital psiquiátrico cuyo eje es asumir el propio diagnóstico no es un grupo de ayuda mutua. Los espacios de libertad a veces son mentira porque las personas son canceladas al decir algo que está fuera del marco de lo biomédico.
A veces daría la sensación que programas como Activa’t persiguen, en definitiva, que se asuma la conciencia de enfermedad. Y para mí eso es un problema. En todo caso trabajaría para que las personas asuman su conciencia de personas que cuentan con un sufrimiento en un determinado momento. No que asuman esa identidad otorgada por la biofarma y la biomedicina.
Precisamente, en cuanto a estos dos programas ¿qué te parece que, en mayor o menor medida, reciban apoyos de la industria farmacéutica?
Es delicado. En Nikosia nunca quisimos apoyo de la industria farmacéutica pero sí tenemos apoyo del gobierno. Si la industria farmacéutica realmente no incide en lo que quieres hacer, cuestionar con su dinero su hegemonía y la del modelo biomédico…¡un punto estaría bien!
Hablas de caminos en la transformación de las dinámicas internas de los servicios de salud y la creación de espacios donde trabajar en ‘desenfermar’ y construir identidades. ¿Vamos hacia ahí?
En principio sí, en general no. La mayoría de los servicios en salud mental están en la línea de diagnosticar, medicar y tranquilizar al personal. Más sobre la lógica del control que del cuidado. Lo que hay son disidencias como la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN). Son en cierto punto marginales porque quien plantea cosas son psiquiatras, trabajadores sociales, sociólogos, antropólogos que, de alguna manera, cuestionan este modelo biomédico.
La palabra ‘empoderamiento’ también se usa en contexto institucional. ¿Lo institucional bebe de estas dinámicas?
Claro, pasa siempre. Las grandes instituciones se apoderan de estos nombramientos para estar un poquito más a la vanguardia. Ahora la OMS dice que las personas afectadas tienen que ser el eje del tratamiento, que hay que tratar el empoderamiento…pero eso no es posible en una persona que tiene que asumirse permanentemente como enferma. El verdadero empoderamiento aparece cuando esa persona puede empezar a pensarse más allá de esa problemática.
¿Qué puede verse dentro de Radio Nikosia?
Un montón de cosas. Hay gente que asume su diagnóstico como forma de supervivencia, hay quien lo utiliza como un recurso y está bien. Cuando abres un contexto así un gran porcentaje tratar de desprenderse del diagnóstico como nombramiento total. En las XXVI Jornadas de la AEN dije que la mayor demanda visible en Radio Nikosia es la reivindicación política. “Queremos tener derecho a pensarnos, a nombrarnos, queremos que nos traten bien, queremos que nos cuiden, queremos que…” Eso tiene que ver con lo social y lo político, con la necesidad de cambiar las cosas. Hay un desencuentro importante entre una demanda política, de cuidados desde la igualdad de oportunidades, de respeto a lo que las personas dicen y construyen…y un abordaje medicamentoso. Claro ni que siempre es así, ni en todos lados.
Tras 13 años de Radio Nikosia, ¿qué cambios aprecias?
Se aprecia un cambio donde Nikosia ha puesto su granito de arena. Para que las personas con sufrimiento tengan un lugar donde empiecen a decir su opinión y participen realmente necesitas generar contextos donde reflexionar sobre cómo se piensan, cómo se sienten, cómo harían las cosas y cómo han llegado donde han llegado. En espacios con lógicas biomédicas, las personas reproducen lo aprendido. Gramsci describió la peor dominación para las clases subalternas: el asumir el discurso de las clases hegemónicas como sentido común…respecto al sufrimiento mental la dominación se produce al reproducir las lógicas psiquiátricas como la verdad sobre lo que le pasa a las personas. A eso se le llama colonización de la subjetividad.
El trabajo es crear espacios de descolonización para subjetividades, reflexiones, pensamientos y puntos de vista sobre sí mismos. Tras 40 años medicándose ‘A’ está pidiendo a su psiquiatra, en contexto Nikosia y sin que nadie se lo diga, que le baje su medicación porque se siente dormido. Lo puede pensar porque en su contexto es posible. Si no, ni te animas a hacerlo.
Según esa colonización en lo biológico, falta de techo o comida ¿serían afectaciones secundarias?
Explicar un primer brote exclusivamente en términos biomédicos es una falacia y es falta de rigor. Cuando llega la biomedicina dice “lo que tienes es esto”, algunos lo reciben “por fin alguien me dice lo que tengo” y lo instalan como verdad. Otros lo rechazan. Otros son casi obligados a aceptarlo para salir del psiquiátrico. Otros con el tiempo sienten que esa etiqueta no abarca la complejidad de lo que les ocurre y tiene categorías que les dejan fuera de lo social.
¿Cómo se tratan las categorías en la radio?
Mucha gente llega y dice “soy un esquizofrénico” o se sorprende de que no les preguntemos el diagnóstico. A mí me interesa el qué te pasa, qué necesitas, por qué quieres estar aquí. Y eso genera sorpresa, sentir que es posible expresarse desde otro lugar. Y ahí empieza un poco la emancipación. Sin un contexto así es muy difícil que, solo, luches contra el gran elefante que te dice que tienes que asumir tu enfermedad, tomar tu medicación y quedarte tranquilo en casa. Si además tomas medicación en exceso tu pensamiento va lento y vas tomando Coca-Cola y café para estar despierto. Y asumes, para que no te molesten más. A veces es tan sencillo como eso.