Ese chaval de ahí, el que parece rarito, el que no habla ni presta atención a la clase, el que le sacan a la pizarra a hacer un ejercicio y se lo inventa. ¿Qué le sucederá a ese chaval?

 

Ese chaval de ahí, que llega a casa y les dice a sus padres que no tiene deberes, deseando coger la videoconsola, esa PlayStation 2 que tanto usa, que tanto usa como una anestesia general. ¿Qué le sucederá a ese chaval?

 

Ese chaval de ahí, que le gusta una chica y no sabe ni por dónde empezar a decírselo, que se pasa las clases con la cabeza encima de sus brazos, intentando descansar lo que no ha dormido por la noche. ¿Qué le sucederá a ese chaval?

 

Ese chaval de ahí tan solo tiene una sobrecarga de emociones que ni siquiera sabe que la tiene. Y ni siquiera debería decir ese “tan solo”, porque para él es un mundo agónico, día tras día, hora tras hora. Ese mundo en el que no dejan de humillarle, en el que vuelan las collejas que algunas veces hasta le dejan las marcas de las manos en el cuello. Ese mundo que nunca acaba y que siempre se repite. Ese mundo marcado principalmente por sus acosadores.

 

Ese chaval de ahí, como toda la gente y todos los chavales, empieza a cumplir años y etapas en su vida. Ahora ya está en la universidad, dónde estudia algo que le gusta y, ¡fíjate!, hasta tiene su grupo de amigos y se siente integrado en la clase, como si todos fueran una piña aunque siempre haya grupillos.

 

Ese chaval de ahí, el que consigue sacarse su segundo año de universidad completo, el que se prepara un título de inglés que consigue presentándose al examen y aprobándolo, el que termina la parte teórica del curso de Monitor de Ocio y Tiempo Libre volviendo a vivir su promoción como una piña donde siempre hay grupillos, como no. A partir de ese momento, ese chaval de ahí tiene todo el verano por delante.

 

Pero sus acosadores, un buen día, vuelven.

 

Empieza a sentir como le critican y le humillan de nuevo, esta vez incluso con más violencia y más fuerza que antes, poniéndole, por cada sitio dónde va, a toda la gente en su contra. La espiral ha vuelto, día tras día, hora tras hora. Y con más fuerza que antes. No es capaz de darse cuenta de todo el sufrimiento que aguanta a cada momento, a cada insulto, a cada vejación. El sólo sufre en silencio.

 

Por ese chaval de ahí vuelve a pasar el tiempo de nuevo. 5 años para ser más exactos.

 

Ahora, ese chaval de ahí, a veces, hasta hace bromas con sus acosadores. Hasta consigue dejarles las cosas claras cuando no quiere que le traten de esa manera en que le tratan a veces. Se enfrenta a ellos con una mentalidad renovada de que no va a consentir que le pisoteen como antes lo hacían. En ese proceso le tenemos, en el que, algunas veces mejor, otras veces no tan mejor, se maneja más o menos. Porque, seamos realistas: ¿quién es perfecto?

 

Y todos nos hacemos la misma pregunta: ¿qué ha cambiado en estos cinco años?

 

Ese chaval de ahí, con todo lo que ha sufrido, le ha conseguido encontrar un sentido a todo ese sufrimiento. Un buen día en el que no podía dormir, y en el que no había nadie en la calle, llegó a la conclusión de que escuchaba voces, y que ellas eran sus acosadores que estaban de vuelta. Y aunque ellas le pinten que todo el mundo está en su contra, él ya no las cree. Ha madurado en todos los aspectos de la vida, y ha sido gracias a ese sufrimiento. ¡Para que luego digan que sufrir no sirve de nada!

 

Ese chaval de ahí soy YO, eres TÚ y puede ser cualquiera.

 

Enseñemos a los que vengan detrás a defenderse para que no sufran más de lo necesario. Porque somos capaces de ello, y de mucho más. ¡Mucho ánimo y valentía, no estás sólo en esto!

 

 

 

[Este texto nos llegó al correo [email protected] para ser publicado como aportación desde la experiencia en primera persona del autor.]

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