RIAT es el acrónimo de “restoring invisible and abandoned trials”, una iniciativa internacional de investigadores que está intentando convencer y ayudar a instituciones financiadoras y a científicos a que publiquen los ensayos clínicos que no han sido hechos públicos y/o restaurar aquellos otros que fueron publicados con manipulaciones o sesgos graves.
El BMJ acaba de publicar los datos reales del tristemente famoso Estudio 329, promovido por SmithKlineBeecham (SKB) (hoy GlaxoSmith-Kline), cuyo texto científico fue escrito por una autora fantasma pagada por la empresa (la Dra. Sally Laden), firmado por 22 insignes psiquiatras infantiles norteamericanos (que evidentemente fueron colaboradores necesarios del fraude), y que estaba plagado de tal cúmulo de manipulaciones estadísticas y del protocolo (ver este artículo para una explicación pormenorizada) que llegaba a conclusiones completamente distintas a los auténticos resultados obtenidos: el trabajo concluía que la paroxetina era eficaz en la depresión infantil y adolescente (cuando no es mejor que el placebo) y que la paroxetina era un medicamento seguro (cuando tiene importantes efectos secundarios).
RIAT está desenterrando los muertos en la cuneta de la industria farmacéutica, en esta especie de memoria histórica de los ensayos clínicos, aunque la cruenta guerra civil entre buena y mala medicina (porque hay muertos y heridos) no haya terminado, ni mucho menos.
La paroxetina, gracias a este artículo fraudulento (el más citado en depresión infantil; todavía en el año 2007 una revisión sistemática lo incluía como positivo) -y a la extensa promoción off-label que hizo SKB y que le costó una multa del US Department of Justice de 3.000 millones de dólares- fue ampliamente utilizada por los psiquiatras en la depresión de niños y adolescentes, provocando con seguridad cientos de suicidios de niños que podían haberse evitado si la empresa no hubiera decidido manipular los datos encontrados y los científicos firmantes no hubieran decidido avalar con su credibilidad científica y académica este vergonzoso fraude (Gøtzsche cuenta en su último libro «Psicofármacos que matan y denegación organizada» cómo Martin Keller, el primer firmante, ha continuado una exitosa carrera como académico e investigador y cómo su departamento de la Universidad de Brown, ha recibido más de 50 millones de dólares de la industria desde entonces).
Gracias a una demanda civil contra SKB por publicidad engañosa, se tuvo acceso a los documentos privados de la compañía donde se demostraba la estrategia puesta en marcha para transformar los datos de un ensayo clínico que había señalado la inutilidad y la peligrosidad de su producto, en una exitosa investigación.
David Healy, reproduce en su libro Pharmageddon el mail que escribía James McCafferty el 19 de julio de 1999, un empleado de SKB, tras conocer los datos del 329:
“Parece incongruente que digamos que la paroxetina es segura tras la cantidad de efectos secundario serios que hemos encontrado. Los investigadores no han planteado ninguna cuestión pero seguro que los editores lo hacen. Voy a revisar de nuevo todos los efectos secundarios serios que hemos encontrado para que pueda sentirme más cómodo con los datos que finalmente publiquemos”.
Los autores de este ejercicio de memoria histórica no han contado con la colaboración de GSK (que niega, a pesar de los documentos internos conocidos, que hubiera habido manipulación y que, a la vista de su actitud, está claro que se ha adherido a la iniciativa AllTrials por puro “postureo”) ni de los autores originales.
Ha sido un trabajo extremadamente laborioso:
“[…] Este ejercicio de la RIAT ha probado ser muy demandante en recursos. Hemos escrito cerca de 250.000 palabras de correspondencia electrónica entre los integrantes del grupo durante 2 años. La interfaz de escritorio remoto de pantalla única (que llamábamos el “periscopio”) resultó ser un reto gigantesco. El análisis eficaz requería la apertura simultánea de múltiples tablas de hojas de cálculo, mucha actividad dedicada a copiar y pegar, y comprobaciones de referencias cruzadas, en un espacio enormemente restrictivo. Obtener acceso a los formularios de reportes de casos requirió una extensiva correspondencia con GSK. Aunque al final nos los facilitaron, eran muy difíciles de gestionar, dado que sólo podíamos ver una página cada vez. Requirió cerca de miles de horas examinar solo un tercio de esos formularios. La imposibilidad de imprimirlos fue un hándicap considerable”.
Las conclusiones, tras un re-análisis de los datos, siguiendo el protocolo original, son las que nos esperábamos: ni la paroxetina (ni la imipramina) son mejor que el placebo para la depresión infantil y adolescente pero provocaron serios efectos secundario, incluyendo una tasa diez veces superior de comportamientos suicidas (ver tabla a la izquierda) que el grupo tratado con placebo.
Los efectos secundarios fueron ocultados cuidadosamente mediante estrategias como las que aparecen aquí.
Dos editoriales siguen este re-análisis publicado en el BMJ. El primero es de Fiona Godlee, su Editora Jefe, explicando qué es la organización RIAT, expresando que este ejemplo muestra el poder de la publicación de los datos crudos de los ensayos y lamentándose de que se haya que tenido que esperar 14 años para hacer justicia a los niños voluntarios que participaron y cuyo sacrificio había sido inútil hasta ahora.
El otro editorial es de Peter Doshi:
“[…] Se suele decir que la ciencia se auto-corrige. Pero para los que han estado reclamando una retractación del estudio de Keller durante tantos años, el sistema ha fallado. Ninguno de los 22 autores del estudio, mayoritariamente universitarios académicos, ni de los editores de la revista que publicó el estudio, ni de las instituciones profesionales o académicas a las que pertenecen, han intervenido para que se corrigiera el documento. El estudio permanece publicado sin ni siquiera una fe de erratas, y ninguno de sus autores – la mayoría de los cuales son educadores y miembros prominentes de sus respectivas sociedades profesionales – han sido castigados. Esta situación impulsó al psiquiatra infantil de la Universidad de Adelaida (Australia), Jon Jureidini, a liderar el grupo del re-análisis: ‘La iniciativa RIAT nos ofrece la oportunidad de reportar nosotros mismos el Estudio 329, corregir el documento y, quizás, avergonzar finalmente a los autores, a las instituciones y a la revista para que tomen las acciones que tanto se resisten a hacer’”.
Roy Poses, presidente de la Foundation for Integrity and Responsibility in Medicine y Profesor Asociado de Medicina Clínica de la Universidad de Brown a la que pertenece Keller ha dicho:
“[…] La gran noticia es que no había noticia. No había una investigación, audiencia, ningún foro en las facultades, ninguna discusión pública real”.
Ivan Oransky es cofundador del blog Retraction Watch, no está sorprendido por el silencio de la Universidad de Brown:
“Las universidades han pasado a ser más corporativas que algunas corporaciones”
En los comentarios de Restoring Study 329, Alain Braillon junto a 15 autores demandan una respuesta institucional urgente.
El Doctor Malcom Kendrick clama, y nosotros con él: “Dónde demonios está la indignación”.
El artículo fue originalmente publicado en el blog nogracias, el 8 de octubre de 2015.