Queremos compartiros este artículo de Esmeralda R. Vaquero titulado “Frente a la fuerza, cuidados”, que se publicó en la web de Píkara el 13/1/2021. En él se conjuga la denuncia de las opresiones que atraviesan los sistemas de salud mental con una exposición de alternativas arraigadas en el cuidado.
El artículo empieza revisando las nefastas consecuencias de etiquetar los malestares psíquicos sin una perspectiva crítica, subrayando cómo intersectan salud mental y género. Para ello se recogen los testimonios de mujeres con experiencias en primera persona, integrantes de colectivos como Orgullo Loco Madrid o InsPIRADAS, y también los de profesionales críticas. En sus discursos evidencian como nos daña el sistema, desde castigando lo no normativo a pasando por alto problemas médicos (se menciona el caso de Andreas) o escondiendo las causas sociales del sufrimiento. Todo esto supone una re-traumatización para unas mujeres, las etiquetadas con algún tipo de “trastorno mental grave”, que han sido y/o son con gran frecuencia víctimas de la violencia de género.
A estas opresiones se contrapone un cambio de paradigma, que pone en el centro a las personas que han vivido episodios de sufrimiento psíquico. Desde ahí, se tejen nuevas interrelaciones, ejemplificadas en los distintos Grupos de Apoyo Mutuo (en el artículo se menciona al GAMMA y a Flipas GAM). Uno de los escenarios en los que se vulneran de forma más aguda los derechos de las personas con sufrimiento psíquico son las situaciones de crisis, para las que el sistema tiene una capacidad de respuesta muy rígida, estrecha y muy a menudo en las antípodas del cuidado. Como elementos para transformar esto, por una parte nos hablan de las voluntades anticipadas. Éstas se expresan en un documento en el que la persona psiquiatrizada establece un plan de acción a seguir en caso de crisis. Por otra parte se mencionan las “casas de crisis”, como la Berlin Runaway House, La Casa Polar (en proyecto) o Drayton Park en Londres (gestionada por y para mujeres). Estos dispositivos tienen en común un cambio de filosofía para acompañar mejor, con ingresos abiertos y voluntarios, apoyo entre pares y relegación como mínimo a un segundo plano de los psicofármacos y otros elementos del abordaje “tradicional”.
No se nos ocurre mejor colofón que el propio cierre del artículo: “Ante la uniformidad de diagnósticos y protocolos, estas otras formas de abordar la salud mental se presentan como un recorrido nuevo, quizá más desconocido pero con todas las posibilidades por delante.”