Compartimos (con muchas ganas y aprendiendo de ella como hacemos cada día en el activismo compartido) esta entrevista a una de nuestras compañeras locomuneras, Cristina L. D. Apareció en el nº 5 de la revista e-Átopos, correspondiente al mes de febrero de 2019 (monográfico sobre activismo y salud mental que puedes encontrar en la web de Atopos)

¿Cuál fue tu primer contacto con la psiquiatría?

Mi primer contacto con la psiquiatría fue a los 17 años. Tenía bastantes problemas en casa y acabé en los servicios de salud mental, donde la única solución que me dieron fue Lexatin y Prozac. Aquella vez no me dijeron cuál era mi diagnóstico, imagino que sí que se lo darían a mis padres, sin embargo, lo que mi psiquiatra me planteó fue que mis problemas se reducían a que era muy rebelde. En esa época tuve un par de ingresos porque me autolesionaba. Esta no fue la primera vez que un profesional de la salud mental me planteó que mi sufrimiento psíquico estaba relacionado con mi actitud. Algunos años después un psicólogo privado me afirmó que mi problema tenía que ver con que era anarquista y lo veía todo negro.

¿Cuál fue tu primer contacto con el activismo en salud mental?

En realidad, yo me acerqué primero al activismo relacionado con el movimiento libertario. Participando ya de este, con 21 años, llegó a mis manos un fanzine que se llamaba Enajenadxs. Fue todo un descubrimiento, y leerlo significó un gran alivio, ya que confirmaba aquello que había sospechado desde hacía tiempo y a lo que no había sido capaz de poner palabras: mi sufrimiento psíquico no tenía tanto que ver con mis neurotransmisores como con el mundo en el que vivíamos, con el capitalismo y con la institución familiar. Me ayudó a soltar la culpa que me había supuesto que me identificaran como la causante de los problemas en el seno de mi familia por haber sido a mí a quien llevaban al psiquiatra y a quien medicaban. Me hizo sentirme menos sola.

Al tiempo conocí a otras personas que dentro de los movimientos sociales tenían interés en hacer cosas específicas sobre salud mental. Eso pasó unos años después, cuando tenía unos 26 años. Montamos un colectivo que se llamó «Psiquiatrizadxs en lucha y compañerxs» en el que participaban tanto personas psiquiatrizadas como personas preocupadas y sensibilizadas con la salud mental. El colectivo duró un par de años, creo recordar. Lo formábamos poquitas personas. Había unas pocas en Madrid, un par en Zaragoza y una asamblea en Barcelona. Al poco Madrid no continuó porque los compañeros y compañeras estaban en más cosas y no daban abasto, casi por aquellas fechas montamos otra asamblea en Granada.

Se trataba de un colectivo de carácter político y no hacíamos labor de apoyo mutuo de manera específica, por aquella época aún no contábamos con las herramientas, los saberes y la experiencia con que contamos ahora, aunque por supuesto era un espacio donde poder compartir experiencias y darnos apoyo informal. Nuestro objetivo era denunciar la inhumanidad de la psiquiatría y de la psicología hegemónicas y socializar conocimientos. Por destacar algunas de las cosas que hicimos: editábamos fanzines, por ejemplo «Sobre la Escucha de Voces», montamos unas «Jornadas sobre Salud Mental» en Barcelona, donde vino una compañera de Italia a hablarnos de la situación allí y del tratamiento ambulatorio involuntario, se presentó el libro «U.H.P. Uníos hermanxs psiquiatrizadxs en la guerra contra la mercancía», hicimos una mesa redonda que se llamó «Psiquiatrizdxs expertxs en salud mental»… Estuvieron muy bien, recuerdo que vino mucha gente. También repartíamos octavillas en los centros de salud mental con cosas a tener en cuenta cuando ibas a consulta o con nuestros derechos en tanto que pacientes.

Entonces, ¿el tema de la salud mental era un tema del que se hablaba abiertamente en los movimientos activistas más amplios?

La verdad es que en general no. La salud mental era un tema bastante tabú, aunque aún lo era más el tema de las drogas y su relación con el sufrimiento psíquico. En general, a la hora de trabajar políticamente el tema, estábamos bastante solas. Había respeto y apoyo cuando alguien tenía problemas, pero en general no se hablaba abiertamente de ello y de cómo afrontarlo colectivamente o de cómo evitar que la gente «cayera». Se hacían bastantes charlas y era habitual que se incluyera el tema de la salud mental cuando se hacían jornadas de carácter libertario. También los fanzines y los materiales que editábamos se movían muy bien (estamos hablando de varios miles de copias en algunas ocasiones). De hecho, aún siguen teniendo vida, ya no solo con los nuevos materiales que se van editando, sino que aún puedes encontrar esos «antiguos» fanzines en algunas distribuidoras de carácter alternativo. También se han editado en otros países, especialmente en Sudamérica, y se han traducido a varios idiomas. Siempre ha habido mucha demanda de información respecto a cómo afrontar de forma práctica cuando alguien entra en crisis. Lo cual creo que es un síntoma de que realmente lo que se nos suele ofrecer desde los dispositivos no funciona para mucha gente. Pero no había un trabajo colectivo real. Sin embargo, dicho esto, es justo también decir que era un tema que no era silenciado al igual que sucedía en otros ámbitos, que hubo casos en los que el entorno se movilizó para evitar ingresos en situaciones de crisis creando grupos de apoyo o que en algunos lugares empezó a plantearse a la hora de hacer cajas de resistencia antirrepresivas (con las que habitualmente se han pagado multas, fianzas y abogados) que se contemplara el hecho de que se pudiera recurrir a ellas para evitar un ingreso en psiquiatría (invirtiendo el dinero en buscar un lugar de reposo o cubriendo temporalmente los gastos vitales de la persona en riesgo, ya que en ocasiones el ingreso va asociado a un colapso vital que impide cosas como pagar el alquiler y las facturas). Se razonó que en la medida en la que estos lugares eran espacios donde podían encerrarte contra tu voluntad, donde podían obligarte a tomar drogar psiquiátricas aunque no quisieras o donde incluso podían llegar a atarte a la cama, algo que para el común de los mortales se parece más a un tipo de tortura que a una intervención terapéutica, tenía sentido desde una perspectiva antirrepresiva el activar todos los resortes necesarios para evitarlos.


Has hablado de que había apoyo de los movimientos sociales hacia las personas que sufrían psíquicamente, pero ¿ha habido apoyo de la gente que teníais problemas de salud mental hacia los movimientos sociales?

Sí, con el tiempo hemos ido acumulando bastantes conocimientos, tanto por estudio como por experiencias en primera persona, y sí que se ha prestado apoyo a personas que en principio no tenían problemas de salud mental, pero que ya sea por cuestiones vitales, por el activismo o por situaciones represivas han necesitado apoyo y/o asesoramiento.

¿De qué forma impactó en tu vida el activismo?

El activismo me ha permitido pertenecer a una comunidad, la cual además tenía como pilares básicos el apoyo mutuo y la libertad, donde se me ha ayudado, apoyado y respetado en los momentos en los que he tenido crisis. Me permitió conectarme con otras personas que compartían mi forma de entender el mundo. Además, la perspectiva crítica que el anarquismo tiene sobre la autoridad y todo aquello que viene impuesto me permitió poder cuestionar aquellas verdades hegemónicas que venían desde la psiquiatría y llegar a desarrollar mis propios criterios basados en mis propias experiencias de lo que me era de ayuda y lo que no. También me proporcionó algo muy importante, que mi vida cobrara sentido, fue de gran ayuda el tener una meta que iba más allá de mí misma, la de luchar contra la injusticia social y construir alternativas reales donde el respeto a la vida (en su amplio sentido) fuera el eje fundamental. Otra cosa para mí no menos importante fue el que a través de toda aquella actividad pude vehicular toda la rabia acumulada por el daño recibido durante tantos años (hablo aquí no solo del daño recibido directamente a través de mis experiencias vitales, sino del daño que todos y todas recibimos por el hecho de vivir en un sistema como este) de una forma creativa y constructiva, dirigiéndola hacia un bien común, en lugar de volverla contra mí misma.

Pero también hay una cara B, por supuesto, hubo mucho dolor por los proyectos frustrados, por las dificultades que entraña el trabajar de manera colectiva cuando estamos educadas para hacer todo lo contrario, por la represión… Mucha inestabilidad económica como consecuencia de que la política fuera el centro de mi vida. Derivado de esto también habría que señalar la falta de cuidados hacia mí misma que derivó en ocasiones en algunas crisis… Y mucho, mucho cansancio acumulado.

¿Qué espacios en los que has militado te han marcado más?

Desde los 21 años hasta hoy, que tengo 38, he pasado por muchos colectivos, en su mayoría del ámbito libertario y autónomo, que tocaban diferentes temáticas más allá de la salud mental. Pero tengo que decir que el 15M marcó un antes y un después en mi forma de entender la lucha y de participar en ella. Me ayudó a contactar con la realidad social de una forma directa y no desde la barrera, y todo hay que decirlo, me dio también una lección de humildad. Casi 10 años de mi vida teniendo como centro la militancia política, dedicándole horas y horas a reflexionar, a debatir, a trabajar en ello, y de repente a unas personas se les ocurre acampar en una plaza y se monta la de Dios. Hasta entonces siempre había pertenecido a la rama más social dentro del movimiento anarquista, pero incluso así, desde mi punto de vista, no conseguíamos llegar a contactar con el cuerpo social en la mayoría de las ocasiones. Lo intentábamos, pero nuestros prejuicios y nuestra ansia por caminar hacia una revolución social creo que nos impedía poder trabajar mano a mano con aquellas personas a las que queríamos llegar.

Del 15M me llevé el no intentar forzar las cosas, ya que estas vienen cuando están a bien de venir, y la disposición para ir allí donde haya problemas, para trabajar mano a mano con la gente que sufre metiéndome de lleno en el barro. También aprendí a ver las cosas con más perspectiva, a no creerme el centro del mundo y a respetar las diversas visiones y formas de plantear la lucha. Y que hay que sumar, siempre sumar y no olvidar que si queremos un mundo mejor para nosotras y para quienes vengan detrás tendremos que construirlo entre común. Y que es precisamente en ese construir entre todas y todos donde la vida merece la pena ser vivida.

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También fue muy importante asistir al II Congreso de Intervoice en Nottingham. Fue el comienzo de una etapa de esperanza dentro de mi trayectoria de activismo en salud mental. No estábamos solas, había mucha más gente que pensaba como nosotras en otros lugares del planeta, había psiquiatras que planteaban estrategias concretas de afrontar el sufrimiento psíquico de una forma respetuosa con las personas, conocimos los grupos de escuchadores de voces. Todo esto significó un antes y un después. Pasamos de tener colectivos específicamente políticos a también empezar a buscar formas colectivas para poder tomar más control sobre nuestras vidas y poder acompañarnos mutuamente.

En esas temáticas variadas en las que has arrimado el hombro y que no son específicas de salud mental, ¿has encontrado algún tipo de conexión entre salud mental y vivienda, trabajo…?

Por experiencia propia y por lo que he podido vivir en mi trayectoria activista, considero que hay una relación directa entre salud mental y situaciones de precariedad y pobreza. Pero no solo creo que afecte sobre la salud mental, sino sobre la salud en general. Se me viene a la cabeza el caso de un edificio cuyo dueño vendió el inmueble a una inmobiliaria que se propuso echar a los inquilinos para hacer apartamentos para turistas. Fue increíble ver cómo la casa cobró vida cuando diversas personas entraron a ocupar las viviendas vacías y crearon una comunidad de vida y de lucha que impactó de una forma increíble sobre los antiguos vecinos que se quedaron resistiendo. Y cómo, cuando con los años la casa fue quedando vacía debido al acoso y derribo de la inmobiliaria hasta que finalmente quedó un solo vecino, este tuvo diversos problemas hasta que al final murió, resistiendo. A mí nadie me quitará nunca la idea de que esta persona murió de pena. Tuvo que ser muy duro vivir toda aquella corriente de vida y verla irse alejando impulsada por la pura especulación urbanística. Una sociedad que le da más valor al dinero que a las vidas de las personas está enferma. Es el cuerpo social quien está enfermo. Sufrir en un mundo como en el que vivimos es lo más sensato del mundo. De hecho, es el mayor síntoma de que estamos vivos y de que todavía corre sangre por nuestras venas.

¿Y en qué estás ahora con el paso de los años?

Actualmente participio en el colectivo Locomún, que es un colectivo activista de salud mental, en el que participamos tanto gente con experiencia en primera persona como profesionales y personas que están interesadas y preocupadas por este ámbito de lucha. Al final la locura es una cuestión de líneas divisorias que ni están tan claras ni nadie está a salvo de traspasarlas, algo que quiero plantear para que se entienda la diversidad de experiencias y perspectivas de quienes formamos parte de ese espacio. También formo parte de la asamblea del grupo de mujeres del SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) y colaboro como voluntaria en la asociación SAPAME (Salud para la mente, solo formada por personas con sufrimiento psíquico), cofacilitando un taller de Escuchadores de Voces y realizando labores de lo que se viene denominando apoyo mutuo, o mejor, apoyo entre pares, en dispositivos de salud mental de la ciudad.

¿Puedes exponer algunas de las cosas en las que se haya trabajado últimamente dentro de los espacios de los que formas parte?

Actualmente en Locomún estamos realizando la campaña #0contenciones, de la que podéis encontrar información en la web que hemos habilitado para ello www.0contenciones.org, y también acabamos de publicar un librito titulado Mas allá de las creencias, de la autora inglesa Tamasin Knight, que es un compendio de saberes prácticos para personas que tienen «creencias inusuales», lo que se viene llamando en el lenguaje clínico delirios, ideas obsesivas…, y también de gran utilidad para quienes quieran ayudarles y acompañarles desde una postura más respetuosa con sus experiencias. Desde el SAT estamos preparando en estos momentos la huelga feminista del 8 de marzo.

¿Y qué impacto tiene en tu salud mental este tipo de activismo?

Como aspectos fundamentales que considero parte del proceso de recuperación en salud mental: conexión con otras personas con mis mismos intereses, sentido de pertenencia a una comunidad y una vida con sentido y significado… y una cosa muy importante: el sentirme con el derecho a poner palabras a lo que la sociedad niega. Porque aunque nuestra lucha sea algo minoritario, nadie nos puede negar que el mundo está mejor si hablamos que si no lo hacemos, por doloroso que pueda llegar a ser.

El activismo me salvó la vida hace 15 años, realmente creo que no desaparecí porque luchar por mejorar este mundo me da un motivo por el que levantarme por las mañanas para seguir viviendo. Pero también es cierto que he tenido que aprender a equilibrar mis fuerzas, ya que durante muchos años, al convertirse en el centro de mi vida, me ha llevado en más de una ocasión a tener una crisis debido al agotamiento y a la falta de estabilidad económica. También habría que mencionar que tener cerca procesos represivos afectó considerablemente a mi salud mental, al final, en este territorio, participar en movimientos sociales suele implicar estar cerca de multas, desalojos, detenciones, etc.

¿Qué recomendación darías a los activistas?

Hay que tener muy presente que esto es una carrera de fondo, así que los sprints no funcionan, únicamente queman, creo que hay que llevar un ritmo más o menos continuo y, sobre todo, sostenible. Cada cual sabe cuál es el suyo con el paso del tiempo, pero no siempre es fácil aceptarlo y reconocerlo. Es imprescindible cuidarse, dormir, comer bien, tener tiempo para compartir con las personas que amamos, para hablar de otras cosas y, por supuesto, un mínimo de estabilidad económica. También es fundamental no desesperar, para mí ha sido muy importante el aprender a valorar los pequeños gestos y las pequeñas victorias cotidianas.

Han pasado más de 15 años desde que empezaste a militar en salud mental, ¿has notado cambios?

Totalmente. Hace 10 años éramos tan solo un puñado de personas y apenas teníamos herramientas prácticas, tan solo la idea clara de que era necesario que las cosas cambiaran, que nuestra vida iba en ello. A día de hoy hay mucha más gente participando del movimiento, hay más colectivos, grupos de apoyo mutuo… De hecho, me encanta la sensación que provoca el saber que hay colectivos y asociaciones que no conozco, debates que se me escapan, cosas con las que no estoy de acuerdo, más profesionales afines… eso es síntoma de que somos más y de que el movimiento va abriéndose a una mayor pluralidad de perspectivas, lo cual es muy esperanzador.

En esos primeros compases del activismo, ¿establecisteis contacto con otras generaciones de lucha u otros colectivos?

Para nosotros fue fundamental el tomar contacto con la anterior generación a la nuestra, sobre todo a través del colectivo Esquicie (Cataluña), que tenía una publicación llamada El Rayo que no Cesa. Fue a través de esta gente que conocimos el movimiento internacional de Escuchadores de Voces que tanto ha marcado nuestro recorrido. Y dentro de esa generación, fueron muy importantes para mí Jau (Josep Alfons Arnau) y Yolanda Nievas. De la anterior generación a ellos, la generación de la antipsiquiatría destacaría a Enrique González Duro, Guillermo Rendueles y José María Bañeres. Con los más mayores se trataba de contactos más esporádicos. Y desde aquí me gustaría agradecerles a todos ellos, que siendo gente que nos sacaba treinta años siempre han estado dispuestos a recibirnos, a venir a dar charlas a nuestros locales pagándose ellos sus viajes, a charlar, a compartir, a someterse a interminables interrogatorios sobre psicofármacos o historia de la psiquiatría en España. José María Bañeres, ya fallecido, no fue una persona con demasiada exposición pública, pero era un psiquiatra de la AEN (Asociación Española de Neuropsiquiatría) que a nivel personal nos ayudó mucho en temas de farmacología; y Jau era con quien teníamos más contacto, quien desgraciadamente ya no está entre nosotras. Le debemos el que nos pusiera un poco los pies en la tierra, porque por esa época éramos jóvenes y extremadamente airados y siempre estuvo ahí para lo que hiciera falta. Finalmente, creo que se puede afirmar que hemos terminado siguiendo la línea que él defendía, más anclada en lo real, centrada en la necesidad de reformas y orientada en lo práctico a enfangarse lo que fuera necesario para tratar de modificar las condiciones de vida de la gente.

Y la pregunta final: Activismo en salud mental… ¿reformismo o revolución?

Reformismo. Aunque siempre debe guiarnos el objetivo al que debemos llegar, es decir el derrocamiento de un sistema inhumano e injusto, no podemos obviar que el sistema de salud mental está ahí, y que en él todos los días tienen su cotidianidad la mayor parte de nuestros hermanos y hermanas psiquiatrizadas. Cualquier cambio, cualquier reforma que mejore su vida, para mí será siempre una victoria.

Quiero decir, por ejemplo, que vamos a acabar con la existencia de las contenciones mecánicas en psiquiatría, aunque tardemos toda nuestra vida en hacerlo, pero que no se nos pierda de vista que mientras luchamos por ello, toda pequeña victoria en la línea de que se nos empiece a tratar como personas de pleno derecho y dejen de torturarnos en los lugares donde se supone que están destinados a nuestro cuidado cuando más vulnerables estamos es toda una victoria.

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