“Se calcula que en España hay más de 40.000 personas que por distintas razones de la vida, no tienen un lugar dónde sobrevivir. ¿Qué haces con quién está tirado en la calle, entre cartones o tirado debajo de un puente, o en un cajero automático? ¿Te han planteado cómo ha vivido un sin techo esta situación? ¿Qué ocurre con quién no tiene nada y vive en la calle?”
El día 20 de marzo de 2020 abrió las puertas el pabellón 14 del recinto ferial de ifema, un dispositivo de emergencia, el hogar para 150 personas en situación de calle. “Un lugar de protección y de cobijo”. Todos varones mayores de edad con distintas historias y experiencias de vida: chicos jóvenes marroquís, hombres de otros países de origen (Rumanía, Colombia o Ecuador) de otros lugares o rincones de España (Sevilla, Cádiz, Barcelona). Gente que llevaba años sobreviviendo en la calle. Otros que habían venido a España de vacaciones y se encontraron con las fronteras cerradas. También personas que habían sido altas en unidades de psiquiatría, en el hospital de campaña o en hoteles medicalizados que no tenían dónde ir.
150 formas de vida, qué riqueza humana y qué potencial tenía cada una de las personas que allí vivía “Pensar en un confinamiento de 150 personas, en situación de calle, sin hábitos de convivencia, sin rutinas, con todas las características individuales y contextuales de cada uno, es algo imposible de describir si no lo has vivido.” (Auxiliar)
Pero ¿Que pasó con el de resto de personas que no tuvieron el privilegio de estar en el pabellón 14? “Más de 600 personas aguardaban a que produzca una baja para ocupar su puesto”.
Lo desconocido se fue volviendo conocido. Los profesionales fuimos desempeñando nuestro trabajo por y para la gente que vivía en el pabellón. En la cúspide de la pirámide, el Coordinador General figura ausente-presente en los encuentros con los medios de comunicación y altos cargos de la institución. También en las reuniones de equipo que posteriormente decidió suprimir ya que estaba latente lo que pasaba dentro del equipo y en el pabellón “De lo que no se habla, no existe”. 2 coordinadores de mantenimiento/intendencia: un hombre que no quería librar, estaba todos los días en el pabellón. Se encargó de las relaciones institucionales con las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, proveedores, donaciones y empresas con poderío de la comunidad de Madrid. Y una mujer que se movía de un lado a otro del pabellón siguiendo sus órdenes. 1 coordinadora de turno de tarde con la mirada puesta en un parque infantil, convirtió el pabellón en un patio de colegio dónde estaba presente todo tipo de juegos.2 coordinadoras de turno de noche, trabajadoras sociales que no ejercían como tal, sobrevivieron a las noches realizando trámites burocráticos. No asistían a las reuniones de equipo por lo que su visión del turno de mañana es que sólo realizaban talleres y actividades.
Un ambiente distinto, la noche, esa franja temporal en dónde en la calle “se está alerta, porque puede pasar cualquier cosa”. 2 psicólogos que no coincidían en turno con una ratio de 1 para 150 personas. Realizaban funciones también de coordinación y se necesitaba su firma en los permisos de salida para “salir” unas horas del pabellón. Una chica “la de los talleres” que sólo quería organizar actividades dentro del pabellón y un chico “el investigador” centrado en medir el desgaste emocional de los profesionales que realizaban turnos de 12 horas diarias. 1 coordinadora de fin de semana “el topo, la enchufada” o el chivo expiatorio de la gran familia en la que nos convertimos. 1 médico voluntario centrado en el modelo biologicista, que consiguió medicación psiquiátrica y metadona desde distintos lugares. Enfermeras en distintos turnos que brillaban en ausencia del médico, realizaban su trabajo con poco material sanitario. “Eché en falta un balón de resucitación, una cánula guedel, una bala de oxigeno con sus respectivas gafas nasales o mascarillas. El tener este tipo de material a mano puede salvar la vida de una persona” (Enfermera). No se realizaron pcrs y tampoco teníamos epis (equipo de protección individual) para todos los trabajadores. Las mascarillas eran insuficientes, una por trabajador y para un turno de 12 horas. Los guantes de la talla pequeña se acaban rápido y sólo podíamos encontrar de la l o xl. A las personas que vivían allí no podíamos entregar mascarilla ni guantes, sólo ofrecíamos a los que “salían” a la calle ya que fuera de la realidad del pabellón era necesario para todas las personas. Un día uno de los coordinadores tuvo que acudir con su coche a por más material a nuestro hermano gemelo el polideportivo Marqués de Samaranch dónde vivían otras 150 personas y cerró sus puertas a mediados de julio. Un lugar más pequeño, con normas rígidas, sólo se podía hablar con las personas que allí vivían para lo estrictamente necesario.
Las personas que estaban con síntomas de covid se trasladaban a una zona de aislamiento dentro del pabellón. A esa zona acudíamos con trajes creados con bolsas de basura. Estábamos expuestos a un riesgo de contagio real pero aún así seguíamos haciendo nuestro trabajo, nuestra prioridad eran las personas que allí vivían.“Recuerdo que un chico muy joven, estaba en la zona de aislamiento por posible COVID, aunque lo más posible es que tuviese un síndrome de abstinencia, un día estaba llorando desconsoladamente, entonces mi compañera y yo entramos y le intentamos animar, a lo cual, él reaccionó llorando más y más, por lo que yo, al tener guantes, decidí ponerle la mano en el hombro con el pensamiento de luego tirarlos y desinfectarme las manos, él al sentir el contacto humano y estar en una situación tan tensa, se me abalanzó y me abrazó de una forma que nunca antes nadie había hecho, sentí totalmente por lo que estaba pasando y lo mal que se encontraba” (Auxiliar)
Educadores, integradores sociales y trabajadores sociales con contratos de auxiliares de servicios sociales que realizaban su trabajo en turnos de mañana de 8:00-20:00 y de noche de 20:00-8:00 con un total de 12-13 personas por turnos. Una parte del equipo se despidió por no superar el periodo de prueba. Pero la realidad pudo ser otra: ser persona de riesgo y no superar el reconocimiento médico, malas formas, agresión verbal a otros profesionales y una auxiliar del turno de noche por quejas sobre la situación vivida en el equipo.
Pasado el periodo de “luna de miel”, como en todas las familias empezaron a pasar “cosas”: Acoso a compañeras auxiliares por parte de un coordinador, crítica constante ante distintas formas de hacer el trabajo, suspicacias, los vínculos y límites se resquebrajaron. “Profesionales mezclaron su vida personal con la laboral, por lo que existían confusiones entre los usuarios”.” Los superiores crearon un clima de favoritismos, segregación y, en definitiva, mal rollo entre el grupo de auxiliares, posicionándose a favor de unas y haciendo evidente la creación de dos bandos, como si aquello fuese el patio de un colegio”. La verdad que eché en falta por parte de muchos de los profesionales, el trabajo en equipo y la empatía tanto entre compañeros como con los usuarios a los que prestábamos servicio. (Auxiliares)
También disponíamos de un servicio de catering con menús variados desde lentejas dos o tres veces por semana hasta comida casera que todos queríamos repetir. Servicio de limpieza o de lavandería. Este último perdió en reiteradas ocasiones las únicas pertenencias de los valientes que enviaban su ropa a lavar. La unidad militar de emergencias se encargó del montaje de las camas y de la instalación de las duchas. Acudían todos los días a desinfectar, durante ese tiempo en el patio se podía disfrutar de distintas actividades: baile, estiramientos, jardinería o partidos de fútbol. Espacios improvisados dónde observar el potencial y la creatividad de cada persona: hacían pulseras, llaveros para vender en el metro, escribían un diario, pintaban o componían letras de canciones.
Venía gente de otros lugares al pabellón: el equipo de calle de salud mental que ordenaba “buscar a los suyos para hablar con ellos”, no tenían tiempo para nada más. ¿Y la persona que necesitaba en ese momento hablar con una psiquiatra? Para eso ya estábamos nosotros… “Nos hemos encontrado con gran diversidad, desbordados y sin el apoyo que necesitábamos de algunos recursos externos”. El capellán de ifema brindó su apoyo espiritual a los fieles y un taxista solidario recogía a personas del pabellón para poder realizar gestiones fuera. Recibimos donaciones de libros para la biblioteca, juegos de mesa, ping-pong, productos de aseo, ropa, bicicletas, balones, camisetas del rayo vallecano o material de papelería con el que fueron decorando su hogar.
“Empezamos desde cero y construimos algo único. En el pabellón 14 he vivido momentos de mucha tensión, incertidumbre, rabia, alegría, pero sobre todo intensidad. Para mí, la palabra que define esos dos meses es esa, intensidad (Auxiliar). En un día en el pabellón podía pasar cualquier cosa desde el fallecimiento de un hombre por infarto o un ictus, peleas, agresiones, intentos autolíticos o expulsiones por falta de respeto, robo o introducción de sustancias ilegales dentro del pabellón. Los criterios de expulsión no estaban establecidos por lo que dependían del criterio del coordinador de ese turno. De esto último tampoco se hablaba… estaba presente la culpa, la soledad y el sufrimiento de los trabajadores que no podíamos poner en palabras.
“En el pabellón realmente nos hemos enfrentado a situaciones bastantes desagradables, algunos usuarios se enfrentaban a nosotros, al fin y al cabo, teníamos que realizar una convivencia con mucha gente que tampoco se conocía” (Auxiliar). También estaban presente los momentos de risas, conciertos improvisados, feria de abril, celebraciones de cumpleaños, aplausos a las 20:00 de la tarde y resistiré. “Vi a personas sacar lo mejor de sí y mostrárselo al resto compartiendo un trocito de lo más íntimo de sus talentos”. “Me llevo el poder escuchar a cada uno, sus vivencias”. (Auxiliares)
En los días previos al cierre del pabellón estuvo presente la tensión, la incertidumbre, el caos y el sufrimiento. Las personas solicitaban “las llaves de los apartamentos”. Se preguntó en reiteradas ocasiones a las 150 personas por sus necesidades al cierre del pabellón. Nadie vino a hablar con ellos (Ayuntamiento de Madrid, Samur Social u otros profesionales), sólo se nos informó de las plazas disponibles “libres” en cada uno de los centros de la red de personas sin hogar. Se jugó a ser dios, seleccionando qué personas debían ir a cada uno de los centros en función de la situación de vulnerabilidad o de si “alguien caía mejor que otro”. Ocurrió la mejor jugada, apareció la libertad. Las personas habían creado redes entre ellos y una gran parte decidió seguir en situación de calle con el otro, un amigo con el que compartir las batallas de la vida. Buscaron pisos, pensiones y apartamentos que podían permitirse entre varios. ¿Estamos ante unos transgresores de un sistema establecido? ¿Para qué se creó el pabellón 14?
El día 31 de mayo de 2020 el pabellón 14 cerró sus puertas, “hubo muchas lágrimas, sentimientos encontrados y muchas historias que asimilar a posteriori”. Nadie pudo compartir cómo se encontraba o sentía en ese momento “estaba rota de dolor y sólo necesitaba que alguien me preguntará ¿Cómo estas?”. La prioridad y la tarea era otra “desalojar el pabellón”. “La despedida fue dura, éramos una gran familia y ellos te trataban como tal. Y creo que como toda familia es difícil una despedida. “Me ha cambiado bastante la vida y la forma de ver las cosas”. “Tengo una visión diferente de las personas sin hogar, ahora entendiendo su sufrimiento y el handicap de ser de una manera u otra siendo los “invisibles” de esta sociedad. (Auxiliares).