Tras tres días largos-largos y muy intensos, en lo emocional, intelectual y personal, por haber asistido a las Jornadas “Sujet_s a lo Social” de la Asociación Española de Neuropsiquiatría organizadas por la sección madrileña de esta organización nacional de profesionales diversos de salud mental, tengo la necesidad hoy -que he amanecido agotada físicamente, con bastantes ojeras, afónica, y aún con la emoción (y un poco la ñoñería también) a flor de piel-, de sentarme a escribir sobre mis sensaciones, reflexiones. Es una de mis principales herramientas que he encontrado en estos años de vivir conmigo y con una cabeza con la que no siempre es fácil la convivencia, poner palabras y dejarlas por escrito, para entender(me) mejor, y abrir una posibilidad de diálogo con quiera leerme (y entenderme también mejor). A ello voy.

Quizá la primera sensación (no sé si es lo mismo que la principal) sea la de agradecimiento. Porque he conocido un puñado de gente muy valiosa, que se ha abierto conmigo y me ha escuchado cuando yo me he abierto (no siempre en los espacios obvios de las mismas Jornadas; también lo que ha pasado, las complicidades y lazos y redes tejidas en los espacios no obvios -comidas, cañas post Jornadas- han sido al menos igual de importantes para mí que las propias charlas); profesionales sin miedo a dejar el pedestal, profesionales sin miedo a compartirnos sus miedos -o sí con miedo pero haciéndolo a pesar de él-, sus dudas, su dolor -reconociendo a la vez que la principal víctima del sistema psiquiátrico por supuesto no son ellos mismos, los profesionales, sino nosotros, locos y locas, y no usurpando ese lugar en ningún momento-; también supervivientes valientes que son ejemplo y se ofrecen a apoyarte; o desconocidos y desconocidas sin etiqueta (¿profesional, loco?) que se han acercado a darme las gracias por alguna intervención que hice en el debate con el público.

También me siento agradecida por darme oportunidad de conocer y escuchar a alguna otra gente que no me ha gustado nada -no las personas en sí, a las que no conozco, sino las opiniones que manifestaban, las palabras que elegían para manifestarla-, y poder oírla en un espacio como este, fuera de una consulta o Centro de Salud Mental en el que, como esos espacios aún me siguen haciendo chiquita y mucho más sumisa de lo que querría, a pesar del enorme curro personal y colectivo hecho en este año y medio en ese aspecto, no podría haber dicho nada similar. Como este era un espacio distinto, sin batas blancas, en el que me sentía con derecho a hablar, con el mismo derecho que cualquier otro asistente entre el público, que se había inscrito en las mismas condiciones que yo… eso me ha facilitado que en varias ocasiones haya sido capaz de replicar a esas opiniones con las que estaba en franco desacuerdo, no desde la sumisión que probablemente hubiera sentido si la persona hubiera expresado eso mismo con una bata blanca; sino desde mi fortaleza. He dicho cosas en estos tres días, cosas que han sido grabadas, que nunca hubiera sido capaz de decirle a ninguno de mis profesionales directos. Creo que es perverso que incluso me haya estado cuestionando si quizá los profesionales que hoy me siguen llevando verían los vídeos, se enfadarían conmigo, me harían saber en próximas consultas futuras ese enfado, “Marta, ¿qué vas diciendo por ahí?”. He necesitado pensar que no lo verán, obviar esa posibilidad, pensar que ni siquiera tendrán interés, para poder expresar algunas opiniones… Así de chiquititos nos hacéis en las consultas en las que nos ayudáis.

También me siento agradecida por haber podido mostrar mi dolor, mi rabia, mi fuerza, mi lucha, mi vulnerabilidad. Porque en algún momento concreto me sentí pequeña y reviví miedos y angustias, y porque cuando pedí el micro para verbalizar esto mismo aunque se me quebraba la voz, también me sentí grande por ese “ser capaz”. Porque cuando he sentido que de alguna manera se intentaba acallar eso que yo había devuelto, cortándome con un “sí, sí, muchas gracias por intervenir” con el que creo -esto no estoy 100% segura, quizá sea subjetivo- que no se cortaba desde la moderación a otros discursos que también se alargaban pero venían de profesionales, había una mano de alguna compañera en mi pierna, alguien que me ofrecía un pañuelo o agua. También sentí agradecimiento porque cuando se intentaba -de nuevo- minimizar mis palabras, por ejemplo cuando tras narrar mi proceso de desmedicalización, se me contestaba desde el público que sí, que qué bien, pero que es que yo soy una “privilegiada” y sus pacientes no podrían seguir ese mismo proceso, no faltó otra respuesta desde otra profesional en el público que reclamaba un basta ya para el discurso de los falsos positivos, del “tú no estabas tan grave”, de intentar minimizar estas experiencias que nombramos, que vivimos, con ese “es que tú eres una excepción”.

Avances y resistencias

Para mí es importante señalar que creo que se están dando avances, lo creo firmemente (ese “el cambio es imparable” que también verbalicé. Creo que desde la organización de las Jornadas ha habido -no sé si con debate interno al respecto o no, desconozco sus procesos internos- una apuesta real porque estuviéramos presentes usuarios y usuarias con experiencia en primera persona entre los asistentes al encuentro, ha habido una facilitación expresa de este tema, al intentar hacernos más asequibles las entradas. Yo creo que en TODO debate sobre salud mental debería haber presencia de personas con experiencia propia, como yo, como nosotros, que también expresemos nuestras voces; y esto nos resulta imposible si ponemos las entradas a 100 € o más cuando somos un colectivo mayoritariamente en situación de gran precariedad económica. En este sentido, sí creo que la organización lo ha facilitado -según el presupuesto que manejen, que desconozco, quizá podrían haberlo hecho más aún, pero creo que un paso sí han dado-.

Otro avance creo que ha sido la selección de algunos ponentes y charlas. Que Amaya Villalonga, que se define como superviviente del sistema psiquiátrico, usuaria en primera persona, tuviera una ponencia en la mesa del jueves por la tarde sobre “Horizontalidad en la relación terapéutica”, es muestra palpable de ese avance. Podríamos destacar que sigue siendo insuficiente, volviendo al punto de que yo creo que quizá debería haber habido una persona que haya estado en tratamiento con antipsicóticos presente también como ponente en la mesa sobre antipsicóticos, alguien que hubiera sido atado en la mesa sobre medidas de coerción, etc… pero con eso y todo, yo sí quiero reconocer la presencia de Amaya Villalonga como avance, como primer paso hacia más avances en este sentido, hacia que nunca se hable de temas que nos atañen sin incluir nuestras propias voces.

Y también, sobre la elección de los y las ponentes, creo que la ponencia de Olaia Fernández en la misma mesa que Amaya, fue increíblemente potente, y que se incluya en un espacio como estas Jornadas también me parece un avance a señalar. O la ponencia de Helen Spandler sobre la necesidad de iniciar un proceso de “verdad y reconciliación / reparación” en el que la psiquiatría pida perdón por sus abusos y daños pasados y presentes causados, como se ha hecho tras genocidios o apartheid. Y alguna otra ponencia más también podría destacarse.

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Sin embargo, para seguir avanzando, es necesario reconocer, señalar, explicitar… las resistencias, las PROPIAS resistencias que obstaculizan ese avance que decimos, dicen, querer. Yo quiero señalar varias que me han parecido muy obvias:

  • Cuando dices que apuestas por unas jornadas participativas y que sirvan para el debate y eliges un espacio que en su propia arquitectura no facilita esto en absoluto, replicas la estructura de siempre de mesas con ponentes que iluminen al público, aunque te esfuerces (sin conseguirlo siempre) por dejar tiempo de debate con los asistentes, pero no hay espacio ni posibilidad para, por ejemplo, mesas de trabajo conjunto, o cosas simples como colocar sillas en círculo y no hablar desde un púlpito… esto es una resistencia.
  • Cuando, tras la charla de la única ponente que ha hablado partiendo de la experiencia propia como persona con problemas de salud mental, y para contestar a unos minutos de su charla en la que ha dado algunos consejos que cree que podrían seguir los profesionales de salud mental, la respuesta de una profesional del público es que menos decir los pacientes a los psiquiatras qué deben hacer estos, y viceversa, sino que cada uno se apañe un poco, pacientes y psiquiatras por su lado, y si acaso, se recurra a un “tercero” que medie… eso es una resistencia. (¿Desde cuándo los profesionales no nos dicen, en CADA consulta, qué hacer con nuestras vidas, qué medicamento tomar, qué rutinas seguir -a mí, por ejemplo, me han llegado a marcar desde duchas, hora de acostarme, si debo o no leer en la cama… hasta frecuencia de relaciones sexuales- y mil cosas más? Para UN espacio posible en el que una ponente usuaria le da siete consejos a los profesionales presentes, ¿es esa la respuesta adecuada?)
  • Cuando ante las intervenciones de personas usuarias desde la moderación de la mesa se intenta (a veces consigue) interrumpir al final porque nos estamos alargando, o se recalca tras cada intervención de un usuario que se necesita brevedad y estas interrupciones o peticiones de ser breves no son las mismas ante las intervenciones de profesionales, eso es una resistencia.
  • Cuando os ponéis la medalla de ser activistas como organización desde hace 30 años y recalcáis lo respetuosos y avanzados que sois, el discurso tan estupendo que tenéis, y se centran las dificultades en que hay otras organizaciones profesionales con discursos más atrasados que tienen más afiliados, o en que el gobierno actual valora más a esas otras organizaciones que a la propia, o en que esas otras organizaciones tienen más financiación y por ello más fuerza… obviando el trabajo que sí podéis hacer, las resistencias propias que aún tenéis que vencer, cuando situáis las dificultades fuera y no dentro… eso es una resistencia (y echar balones fuera, también). Ni siquiera lo veo positivo para la propia organización ni sus integrantes, ¿no os quedáis sin herramientas para ese avance que decís querer hacer si ponéis todas las claves en que más gente se afilie, o el gobierno cambie, o, no sé, que llueva…? Yo lo viviría con frustración. (También aclarar que parte de lo que cuento en este punto en concreto lo he percibido más en los espacios informales, cafés y pasillos, que en las charlas en sí).
  • Cuando una profesional os señala que la propia organización no se ha posicionado con un comunicado ante temas graves como muertes durante contención mecánica o abusos sexuales a pacientes por parte de sus profesionales, cosas que han aparecido en prensa este mismo año; y la respuesta es excusarse diciendo que sí se ha hecho pero igual no se ha sabido comunicar del todo bien… eso es una resistencia.
  • Cuando -algo a lo que ya me he referido-, cuento entre el público mi largo proceso de desmedicalización tras veinte años poli y sobremedicada, y la respuesta de una profesional del público es que bien por mí pero es que yo soy una privilegiada y sus pacientes, que sí están graves, no podrían seguir este proceso… eso es una resistencia. (Y sobre esto, quería añadir una reflexión. Si soy una privilegiada, lo soy en el sentido de haber encontrado gente que creyera en mí y la red de apoyo mutuo entre iguales en la que participo -el colectivo Flipas GAM y dentro de él, mi Grupo de Apoyo Mutuo o GAM no mixto solo de mujeres-. Pero esta persona que me llamó “privilegiada” no me ha conocido hace pocos años, ¿tres o cuatro?, cuando por supuesto mi discurso no era este, cuando largas temporadas estaba suicida, con un vínculo con la vida prácticamente inexistente, ingresada -tantas veces que he perdido la cuenta-, sobremedicada. O hace más años, cuando no podía ir por calles donde hubiera mucha gente porque si me rozaba alguien por la calle al cruzarnos, me quedaba literalmente paralizada, acosada por voces dañinas en mi cabeza, con el aire escapándose de mi pecho, ahogada. Y más cosas que podría contar y cuento en otros espacios. Lo que yo recibo de esta profesional es que ella no confía en las posibilidades de que sus pacientes estén en un futuro como yo ahora, sin medicación -o con menos de la que tengan actualmente-, hablando en unas jornadas o con este discurso. Y esa desconfianza, ese no creer en ellos, no es inocuo, eso ella lo está trasladando a esos pacientes, sutilmente o no, y en efecto, influye en que quizás no sigan ese mismo proceso. Si yo soy privilegiada es porque me llegó primero la información de que este camino era posible, y después encontré personas -no profesionales en mi caso- que creyeron que yo podía recorrerlo. Quizá lo que pasa no es que sus pacientes estén más “graves” de lo que yo he estado, sino que no tienen el privilegio de que nadie les haya dicho que sí se puede, y después, que sí, también, que ellos pueden).
  • Cuando todas estas resistencias que he citado -y que habrá más que yo no haya sentido tan claras-, no se explicitan, no se señalan como tales en el mismo espacio de las Jornadas en el que se han producido, no se habla de cómo seguir trabajándolas, ese obviarlas y pasar por ellas de puntillas sin detenerse… también es una resistencia en sí misma.

Y no, no pasa nada por reconocerse estas resistencias, no es negativo como tal, los cambios producen resistencias y de hecho, no creería que hay voluntad de cambio real si no hubiera ninguna resistencia. Pero también, si esa voluntad de cambio de la que se habla es real, se hace necesario explicitar que estas resistencias y otras posibles están ahí, que requerirán un trabajo y un esfuerzo grande, personal y colectivo. Y hablo de otras posibles resistencias porque estoy segura de que incluso los profesionales con discurso más afín, con los que he podido tomar algo en esas cañas post Jornadas y me han transmitido cosas súper valiosas, estas mismas personas tienen que trabajar también sus propias resistencias internas. El estar situado en una posición de poder, aun desde el haber decidido activamente desprenderse de ese poder… no creo que pueda hacerse sin vencer propias resistencias, sin trabajo y esfuerzo activo continuo.

Mesa sobre medidas coercitivas y alternativas

Quiero / necesito acabar hablando sobre la charla que personalmente viví de manera más complicada, y enlazarlo con el punto anterior sobre resistencias.

Me metí en esta charla sabiendo que quizás no era muy buena manera de ejercer autocuidados sobre mí misma, ya que era la que más me interesaba pero la que más me podía remover también. A la vez, convivo con una sensación de cierta “responsabilidad”, responsabilidad de poder hacer oír mi voz también sobre este tema doloroso, y a través de mi voz, quizás la de otras personas -aunque las experiencias no sean 100% iguales, claro, no quiero usurpar la voz de nadie- que aún hoy no han encontrado esta vía o no están fuertes para hacerlo, y que espero sí que puedan hacerlo también en un futuro más cercano que lejano (yo sí creo en ellos, en vosotros y vosotras, si me leéis). Por ese sentido de responsabilidad y también porque me encuentro fuerte ahora, me metí en la charla, tomé luego el micro, seguí hablando a pesar de esa vulnerabilidad extrema que sientes cuando ves que se te rompe la voz y se te saltan las lágrimas en un espacio que no es expresamente de cuidados y apoyo mutuo.

Quiero destacar que no hubo problema con el tono de la charla en sí, que no era pro-contenciones (aunque, de nuevo, siguieran existiendo ciertas resistencias). Yo ya empecé a encontrarme mal, removida, cuando el primer ponente empezó a nombrar esas situaciones reales en las que se nos ata, en contraposición a las situaciones teóricas. Situaciones reales que por supuesto van mucho más allá de ningún riesgo para integridad de nadie. Era bueno explicitar eso, aunque conllevara que yo, y supongo que otras personas que hemos vivido esas violencias, nos revolviéramos, nos empezáramos a hacer pequeñas en nuestros asientos, reviviéramos el miedo, el dolor, la angustia.

El siguiente ponente fue un residente que hablaba de testimonios que otros residentes habían dado para algún estudio o encuesta sobre cómo perciben ellos estas medidas coercitivas. Algunos extractos de estos testimonios aparecían en la proyección en pantalla. Yo leí uno de ellos, ya revuelta, y ya no fui capaz de seguir escuchando el discurso oral del ponente (así que realmente no puedo decir si el discurso oral fue de crítica hacia esos mismos testimonios que proyectaba o si los presentaba en tono neutro y aséptico).

¿De qué hablaban algunos de esos extractos? Alguno mencionaba el concepto “manejo del paciente”. A mí es un concepto que en sí mismo me hiere. Yo he ingresado siempre voluntariamente, entrando por mi propio pie en el hospital -menos cuando me han llevado a urgencias por un intento de suicidio-, ingreso tras haberlo acordado con mis profesionales porque estoy tan suicida que la pequeña parte que me sigue vinculando con la vida tira de eso porque no encuentra otra vía de cuidarse. No os imagináis lo que es saber, hacerte dolorosamente consciente, de que cuando tú no puedes cuidarte y acudes con muchísima dificultad y conflicto interno personal a un hospital a que te cuiden, te acompañen, te escuchen, en esa situación de extrema vulnerabilidad en la que estás… el personal no está pensando en cómo cuidarte, acompañarte, escucharte… sino en cómo “manejarte”. Duele oírlo, me dolió muchísimo leerlo en pantalla, desconecté obligada de la charla oral.

Otro extracto mencionaba algo sobre lo muy jodido que decía estar un residente por haber atado a alguien. Estoy de acuerdo en que ese dolor puede existir (de hecho, en la charla de Amaya Villalonga, entre esos “consejos” a profesionales que decía, mencionaba la necesidad de que en sus lugares de curro haya espacios para hablar no solo de los “casos” de sus pacientes, sino de cómo se encuentran ellos mismos, los propios profesionales, cómo les afecta su día a día, y estoy muy a favor de esa idea que creo que respondería a una necesidad real que ellos están obviando), pero en una charla sobre coerción, focalizarse en el dolor del profesional, victimizarse él cuando en esta ocasión él es el maltratador, el que ejerce la violencia… uf, me dolía también mucho. Quiero decir, ¿has pasado una mala noche porque has atado a X? X ha pasado mucha peor noche que tú, te lo aseguro, no creo que puedas siquiera mencionar tu dolor si no mencionas primero el dolor de X, que va antes, y se lo has causado tú. La principal víctima es X, y tú has sido su maltratador.

Otro extracto más que se proyectó en pantalla mencionaba otro testimonio sobre alguien que se resignaba a obedecer a sus superiores o al sistema, no recuerdo bien. Para mí, la obediencia o las dificultades del sistema no pueden eximirnos de nuestra responsabilidad individual. No quiero caer en la ley de Godwin, pero es que sí, los nazis también obedecían órdenes y el Tercer Reich también era un sistema que estaba ahí, y eso no ha hecho que no puedan ser juzgados o no deban responder de sus crímenes y violencias. Ver cómo se puede usar el “ay, el sistema, ay, mis superiores”, para seguir ejerciendo violencia sobre nosotros y nosotras cuando más vulnerables estamos, a mí me hace daño.

Al final de la charla quise verbalizar un poco todo esto, compartir estas sensaciones que había tenido durante la misma, un poco desde ese sentido de cierta responsabilidad que me viene a veces, y también porque tras la mesa anterior de la mañana había compartido desde el público algunas sensaciones positivas que estaba teniendo, y creía que no debía darles un valor o lugar distinto a todas estas que estaban siendo bastante negativas.

Y bueno, sobre las resistencias que os mencionaba. Tras verbalizar lo que he venido escribiendo en estos párrafos, hay una intervención de una profesional que me da las gracias y me dice que ella comparte conmigo “esta misma angustia y dolor en su trabajo”. En la charla de la mañana Helen Spandler había mencionado lo difícil que resulta escuchar al otro, yo sentí esta intervención como ejemplo gráfico perfecto de esa no-escucha de la que Spandler había hablado. ¿Yo menciono que focalizar el tema en el dolor y angustia del profesional que maltrata y no en el de la persona maltratada es equivocar el foco, y tú no solo sigues hablando de TU dolor y TU angustia, sino que dices que es EL MISMO que el mío? Eso es una resistencia, claro. Cuando intento corregir a la compañera y decirle que construya la frase de otra manera, que a no ser que en sus jornadas laborales esté siendo atada y humillada durante horas, que no creo, su dolor NO PUEDE SER EL MISMO… al decir esto otra mujer, profesional también, sentada a su lado, me dice que estoy interrumpiendo a la primera profesional y no la he dejado terminar y explicarse. Era verdad, sí, soy consciente, pero creo que salir en esa defensa en ese momento, es otra resistencia.

También me llamó la atención que el ponente que había hablado del estudio o encuesta que incluía los testimonios de residentes, algunos de cuyos extractos salían en pantalla, a los que yo había hecho mención en mi intervención, me contestó que eso era solo una parte del estudio, que había otros testimonios y que también se había preguntado a usuarios y usuarias. Y sí, si me parece perfecto, pero yo no era la que había elegido qué parte traían para exponer a la mesa sobre coerción de las Jornadas, trajeron la que trajeron y seleccionaron los testimonios que seleccionaron para poner en pantalla, que es sobre lo que yo había intervenido desde el público. La decisión previa fue suya y responder con lo que yo recibí como una excusa, también creo que es una resistencia.

Después de la charla, se me acercó la moderadora de la mesa para decirme que sentía mi mal rato. Creo que no se lo pude decir ahí (como he explicado, fueron dos horas emocionalmente difíciles y no estaba ya especialmente lúcida al terminar), pero el problema no fue ese mal rato que, de alguna manera, había elegido yo (yo elegí entrar en esa charla que podía prever complicada, yo elegí quedarme en la sala cuando empecé a sentirme removida, yo elegí coger el micro y hablar aunque no pudiera hacerlo con la entereza que me hubiera gustado, yo elegí no irme al baño a llorar y descargar tranquila, etc). El problema es toda la violencia que he vivido en otros momentos por parte del sistema sanitario de salud mental y no he elegido yo ni la eligen mis compañeros y compañeros y la siguen sufriendo, en el pasado y en el presente y ojalá no en el futuro.

El último de los ponentes acabó esta charla sobre coerciones con una pregunta abierta, lo que en mi opinión fue bastante acertado. Dijo que en los lugares donde se ha marcado como objetivo reducir las coerciones, se ha conseguido el objetivo de reducirlas. Y en los lugares donde se ha marcado como objetivo abolir las coerciones, se ha conseguido el objetivo de abolirlas. ¿Cuál va a ser el objetivo que se persiga?

Y es que, en este y muchos aspectos tratados en las Jornadas, hay decisiones que tomar de aquí en adelante, elecciones que hacer, y el proceso y resultados variarán en función de esas decisiones, de esas elecciones (personales y colectivas). Se ha hablado de la necesidad de generar espacios de trabajo conjunto, profesionales, supervivientes, activistas. ¿Los queréis construir realmente? Eso es una decisión. Se ha hablado de desempoderamiento del profesional. ¿Queréis renunciar a esas cotas de poder? Es otra decisión. Se ha hablado de prescindir de contenciones. ¿Queréis eliminar las correas? Otra decisión más. Se ha hablado de hacer formaciones conjuntas sobre otro tipo de prescripción farmacológica; de aprender sobre escucha activa; de posicionarse con firmeza ante abusos existentes; de reconocer el daño causado e iniciar un proceso de verdad y reparación; de confiar en las posibilidades de vuestros pacientes… ¿Vais a elegir hacer eso, vais a elegir no hacerlo? Hacer unas elecciones tendrán unos procesos, consecuencias y resultados distintos de hacer otras, claro.

Por mi parte, volviendo al inicio del artículo, y a pesar de mis ojeras, mi agotamiento, mi afonía, mi exposición de mi vulnerabilidad, etc… he agradecido esta experiencia, la considero valiosa, personalmente (y creo que también al colectivo aunque pertenezco, aunque tendremos que compartir y valorar) me ha aportado y creo que me seguirá aportando más allá de las propias Jornadas (escribir este texto, por ejemplo, también me está aportando, y va más allá de las Jornadas en sí mismas). Y con esto me quedo. Con qué quedarse cada uno y cada una de estas Jornadas, y qué hacer con ello, también es una elección y decisión. ¿Con qué os estáis quedando? ¿Qué vais a hacer con ello?

 

 

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