Hace unas semanas asistimos a las VI Jornadas de La Revolución Delirante que tuvieron lugar en Valladolid (España) los días 14 y 15 de octubre y en las que participaron unas 400 personas de todo el territorio español, vinculadas con la salud mental por relaciones laborales, familiares o por haber vivido personalmente una experiencia de psiquiatrización. Este años las Jornadas se titularon “Coerción y violencia en salud mental”.
¿En qué pensamos cuando hablamos de violencia en salud mental? preguntaba Hernán María Sampietro, “los ingresos involuntarios, la contención mecánica, el electroshock, la sobremedicación, la medicación forzosa… son formas de violencia tan habituales que nadie duda de su existencia, pero no son las únicas formas de violencia”. Así, durante los dos días de encuentro fueron varias las personas que señalaron que esta violencia más visible y evidente se sostiene gracias a otra violencia más sutil y cotidiana. La violencia en salud mental, de forma análoga a la violencia de género, no solo es la que se ejerce sobre un cuerpo.
Así las contenciones, decía el fiscal Santos Urbaneja, no son solo físicas, también pueden ser farmacológicas y emocionales: “las contenciones farmacológicas son igual de detestables o más que las contenciones físicas y también pueden estar bajo el paraguas de los tratos inhumanos o degradantes”, mientras que “dentro de las contenciones emocionales el miedo es la contención por excelencia. El miedo sujeta no solamente al paciente sino también al profesional que no está de acuerdo y calla”.
“Violencia también es imponer una visión hegemónica sobre las cosas” afirmaba Patricia Rey, “imponer la razón a la sinrazón” y continuaba:“la primera violencia es la imposición de ese modelo hegemónico desde el que afrontar y paliar el sufrimiento humano, porque no se cuentan otros modelos, se niegan los saberes profanos, los subalternos, es una colonización. El propio diagnóstico es violencia. El diagnóstico determina una posición social y determina hasta una historia y te anticipa toda la catástrofe de tu vida. El diagnóstico mismo es un lugar de exclusión”.
En palabras de Gely Guirau, “sometemos la vida de otros a los criterios del profesional”, colocando a las personas en diferentes lugares de la institución, en función de su “déficit”. Por su parte, Soraya González decía que “categorizar ciertas experiencias subjetivas violenta la libertad de cada sujeto”, reconociendo también el propio proceso de la categorizacióncomo una forma de violencia: “¿no se sienten los sujetos violentados al ser mirados, señalados, interrogados sobre la validez de sus posiciones subjetivas?” La subjetividad de los implicados, tanto la del profesional como la de la persona atendida, es suprimida,“en pos de una supuesta mejor atención. Esta supresión es defendida por el discurso cientificista, que, como decía Jesús Rodríguez, “cosifica al ser humano, lo que produce un aplastamiento absoluto de la subjetividad y una ceguera que muchas veces provoca catástrofes”.
Cristina L.D. denunciaba que “la asimetría y la violencia atraviesan los distintos lugares de la asistencia psiquiátrica”, añadiendo que también son violencia actos como “la amenaza velada”, la imposición de un cambio de medicación, no proporcionar información, los obstáculos que pone el profesional para que la persona que desea discontinuar el tratamiento no lo haga o la presunción de que se conoce a la persona a través del diagnóstico que tiene.En palabras de Hernán María Sampietro, “hay formas de violencia que se aplican más allá de la presencia física del opresor, y muchas veces las acabamos aplicando sobre nosotros mismos”, e incluía entre estas el descrédito (“nuestra palabra está siempre bajo sospecha de ser delirante”), el paternalismo y la condena a la cronicidad y a la irrecuperabilidad.
No hay que olvidar que además que estos tratos son dañinos para la persona que los recibe y constituyen una vulneración de sus derechos. Tal y como señalaba Cristina L.D.: “utilizar la violencia, la fuerza, para tratar de ayudar a una persona en crisis, que está sufriendo psíquicamente, que está nerviosa, que está asustada o desorientada, os puedo asegurar que no aminora para nada su dolor, sino que lo multiplica”.
“Detrás de toda esta violencia está simple y llanamente el hecho de que se nos niega. Que se nos niega como interlocutores válidos para decidir sobre nuestras propias vidas. La recuperación no puede pasar por ser engañados, ninguneados, atados, drogados o encerrados” Cristina L.D
Otro de los puntos fuertes de las jornadas, además de la temática que se abordó, fue que su estructura favoreció también el debate y la reflexión colectiva y pudieron escucharse propuestas y alternativas al uso de la coerción y la violencia en los servicios de salud mental: en primer lugar, utilizar un lenguaje apropiado, pues como decía Ana Carralero: “llamarlo ‘violencia’ es el primer paso para poder dejar de ejercerla”, “a veces, lo que hacemos como profesionales no es cuidar, sino coercer, ejercer violencia sobre el otro”. Además, como señaló Olaia Fernández, es necesario tomar conciencia de la violencia que hay dentro de los profesionales, así como de “los mecanismos que operan, que la sustentan, que la alimentan”. Este trabajo personal es tan importante ya que, como enfatizaba Olaia Fernández, haciendo referencia a Alice Miller, “si como adulta no puedo identificar y llamar por su nombre experiencias que he vivido de violencia, de no escucha, de manipulación, de ninguneo, de ser borradas mis necesidades emocionales (…), las repetiré activamente en cuanto sea posible, con personas en situación de fragilidad y desprotección”.
Es imprescindible asimismo escuchar a la persona, teniendo en cuenta que, como señalaba Rebeca González, “escuchar al otro no es simplemente prestarle atención, ni dedicarle tiempo ni ofrecer consuelo. Va más allá. Los que escuchamos tenemos que estar dispuestos a exponernos, a tener que modificar el guion que nos han dado en las aulas. Para escuchar así, tenemos que tener un respeto genuino a la persona que tenemos enfrente”. Podemos también, afirmaba Gely Guirau, “estar desde lo vincular, ofreciendo seguridad y permitiendo que la persona explore y aprenda de su experiencia, siempre cuidándola”.
Como explicaban José Miguel Morales, Aurora Sánchez y Francisco Valdivia, de la Asociación ECOS Murcia, es necesario favorecer espacios de encuentro, poner en valor la diversidad y trabajar por el respeto y por la horizontalidad. Desde los espacios profesionales, es posible resistir a la obligación de diagnosticar, a la normatividad, la incapacitación y la uniformidad, recordaba Marta Llorente. Asimismo, Elena López defendió que también es posible desafiar y subvertir el poder establecido mediante la expresión artística y recordó las palabras de Sandra Sarmiento: “pinto en defensa propia”.
Mikel Munarriz, quien leyó el Manifiesto Cartagena por unos servicios de salud mental respetuosos con los derechos humanos y libres de coerción, recordó que “hay que movilizarse”, “transformar discursos, culturas y servicios”, “no considerar las técnicas y servicios coercitivos como tratamientos” y “promover relaciones que generen confianza”. No hay que pasar por alto las herramientas legales que tiene la persona a su disposición, como señaló el fiscal Santos Urbaneja las instrucciones previas o el nombramiento de un interlocutor o persona apoderada pueden apoyar la autodeterminación de la persona, incluso en situaciones de crisis.
Por último enfatizamos algo que fue repetido varias veces y que consideramos vital en esta tarea: estar juntas y resistir. Sin duda esto se hace más fácil gracias a la existencia de espacios de participación, donde podamos apoyarnos, intercambiar saberesy pensar en común. Espacios desde donde “acompañarse para atravesar estados confusos”, en palabras de Olaia Fernández. Al final, aunque, como decía el fiscal Santos Urbaneja, “sabemos que luego vamos a ser minoría. Si nos reconfortamos, llegaremos desde luego mucho más lejos”.