Cuando al Cirujano General de los Estados Unidos, Vivek Murthy, le preguntaron cuál era la mayor enfermedad de América, él sentenció: “No es el cáncer, no es una enfermedad cardíaca, es el profundo aislamiento que tantas personas están experimentando. Esa es la gran patología de nuestras vidas hoy en día.”. Thomas L. Friedman, ganador del premio Pulitzer y autor y reportero en el New York Times, manifestó: “Qué irónico, somos la generación más conectada tecnológicamente en toda la historia de la humanidad, y cada vez más gente se siente más aislada que nunca. Las conexiones más necesarias y que escasean más son aquellas de ser humano a ser humano.
Quiero compartir algunos pensamientos y algo de esperanza sobre un proceso que creo que nos está atravesando a todos. Por un lado, vemos rupturas en todas partes. Sistemas insostenibles que están colapsando, acelerando el proceso de desmoronamiento de nuestra comunidad y de nuestra infraestructura social, económica y política; lo cual, para algunos, deriva en una amplificación -surgida del miedo- de prejuicios y temores, y una tendencia resultante al aislamiento, a la construcción de muros y de búnkers.
Por otro lado, sin embargo, cada vez hay más personas sintiendo una profunda necesidad de construir, que está activando nuestros mejores dones. Sentimos que algo nuevo, esperanzador y empoderante está en proceso de emerger. Pareciera que necesitamos bucear en cierta oscuridad antes de ver colectivamente la luz. La luz es un cambio palpable, dirigido a alcanzar la conexión humana; a abrir nuestros corazones y nuestras mentes y enfocarnos intencionadamente en ese futuro positivo que quiere aflorar. Comprometemos en ella nuestra curiosidad, compasión y coraje y reconectamos con nuestra humanidad compartida. Hay gente alzándose, compartiendo su vulnerabilidad y su conocimiento y personificando un renovado sentimiento de liderazgo empoderado y cooperativo. Esta es la elevación de nuestra humanidad compartida.
Estamos cada vez más comprometidos y experimentando transformaciones personales y sociales profundas. Estamos descubriendo nuestra naturaleza esencial y alcanzando la conexión humana dentro y más allá de nosotros mismos y dándonos cuenta de que no hay nada contra lo que luchar. Estamos comprometiéndonos directamente en co-innovar y evolucionando hacia una humanidad más justa y hacia una democracia más sostenible.
Moviéndonos de la perspectiva “a vista de pájaro”, hacia una perspectiva más personal y a ras del suelo, ¿Qué significa esto?
La humanidad ha estado implicada en guerras durante mucho tiempo en muchas culturas, lo que significa, en muchas mentes, pues la cultura es un reflejo de la mente. Vale la pena recordar aquí que existen evidencias claras y convincentes de que cuando las sociedades matrifocales dominaban el planeta no había evidencia de guerra. Sin embargo, en nuestras sociedades patrifocales actuales, no hay modo de escapar a los estragos de la guerra – seamos conscientes o no de esos estragos.
Yo estoy llegando a un entendimiento más claro de que cuando no estoy en paz con mi propia mente, estoy creando una guerra interna y que esa guerra se proyecta en los demás, sea yo consciente de esta transmisión o no.
La guerra en mi cabeza (juicio, aislamiento) puede ser enmarcada en varias batallas diferentes— puede enmarcarse alrededor de la creencia antigua y falsa de que no soy lo suficientemente buena, lo suficientemente lista, o que si esa otra persona hiciera algo bien, o si esta condición o esta otra se dieran, entonces todo funcionaría bien y de forma pacífica. He construido así una historia que empaña las lentes a través de las que me veo a mí misma, a otros, a nuestras relaciones y al mundo.
Si no me hago consciente de cómo yo misma he empañado esas lentes, y permanezco encerrada en esa historia, basada en el miedo, las condiciones para la paz no se alcanzarán nunca. La paz se revela en la ausencia de guerra -en la ausencia de aislamiento, miedo, ideas de separación y juicios.
Si miramos más profundamente, podemos ver que la fuente de esta guerra viene de la creencia de que somos algo que está separado de los otros. Esa lección que aprendemos desde una edad muy temprana, ese sentimiento de separación y de desconexión humana, es tan dominante, tan penetrante y está tan integrado en los hilos de nuestra cultura que es casi imposible verlo. Esta experiencia de desconexión humana, que separa a uno de uno mismo y a uno mismo de los demás, es un concepto fundamental tanto en la práctica enfocada en el trauma como en el RPC emocional (RPCe). El impacto del trauma y de la desconexión humana tuvieron un gran rol en mi propia infancia, por ejemplo, experimentando tal profunda falta de seguridad que me vi arrastrada a aferrarme a cualquiera que ofreciera seguridad y a cualquier cosa que pudiera aliviar el dolor.
Otro resultado de la creencia de que somos “algo” y de que ese “algo” está separado de los otros es que nos enfocamos en proteger “ese algo”. Sea lo que sea ese algo – nuestro territorio, nuestra casa, nuestra familia -, lo protegemos y lo sostenemos desde el miedo, el odio y la venganza, y esperamos a que sea alguien, otro, quien haga algo diferente para poder pensar que hemos encontrado la paz.
Nuestras lentes empañadas refuerzan la idea de que otra persona es diferente – separada de mí. Y esta separación perpetúa el conflicto y la guerra. Perpetúa la guerra en mi cabeza que perpetúa la guerra que se construye contra les otos. La guerra interior crea una guerra global.
Cuando practico RPCe o conexiones humanas genuinas, estoy mirando, no a través de las lentes del ego, sino desde un nivel más profundo. Es decir, no estoy juzgando ni etiquetando sino viendo la realidad (tras el espejismo), que es que no hay nada que proteger. Me enfoco en percibir a la otra persona en su humanidad completa. El estrés que la persona está expresando es un modo particular, que sigue un patrón definido, en el que la guerra interna de esta persona ha aumentado. Como la figura de apoyo o de escucha que soy, me enfoco en estar con ellos a un nivel genuino y asistirles en encontrar lo que es real o genuino dentro de sí mismos – es decir, aquello que es más profundo que la máscara social que ellos han identificado como ellos mismos pero que no es su yo genuino; es su yo aprendido, su ego.
Hago esto mirando a la persona genuina que hay tras sus propias lentes, tras el condicionamiento social, tras su historia. Y cuando hacemos esto, estamos percibiendo, o “siendo”, por debajo de nuestras propias lentes. Desde este lugar, donde la paz es revelada en la conexión profunda entre dos personas, yo reflejo de vuelta lo mejor que veo en ella, mi mayor esperanza para ella, mi creencia en ella, mi saber que juntas, en ese momento, podremos movernos a través de eso, superarlo.
Para saber más sobre este proceso, ver: “Cuando la guerra en nuestras mentes termina, la paz surge.”
Desde que nacemos estamos hechos para formar parte de esa conexión humana. Es un proceso simple, pero recuperarlo a menudo no es fácil. Si te centras en esto y pones tu intención en ello, la reencontrarás; surgirá. Aquí podéis encontrar un ejemplo hermosamente simple de una desconocida echando una mano exitosamente a otra persona: “Cuando Los Usuarios del Tren se Alejaron de Pasajero, Esta Mujer Agarró Su Mano.”
Termino con dos citas simples y elocuentes de Albert Einstein: “No podemos resolver nuestros problemas con la misma forma de pensar que usamos cuando los creamos” y “Los ideales que han iluminado mi camino, y que una vez tras otra me han dado el valor para enfrentarme a la vida con alegría, han sido la Bondad, la Belleza y la Verdad.”
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Artículo publicado originalmente en la web Mad In America el 21 de diciembre de 2017