Con la promulgación del sistema DSM III, la psiquiatría dejó de lado sus orientaciones psicológicas y sociales. Supuso que el modelo nosológico creado, libre de constructos sin apoyo científico y criterios no operacionales, podría demostrar que cumplía los criterios científicos de fiabilidad y validez de forma adecuada. Ayudaría en el avance de la psiquiatría la seguridad de estar a un paso de encontrar las bases biológicas de los trastornos. Había confianza en contar con herramientas de intervención eficaz para revertir los trastornos, especialmente los psicofármacos. Esta orientación psiquiátrica acabó siendo dominante sin que se hiciera realidad ninguna de sus aspiraciones: los fármacos no son tan efectivos y la ciencia de evaluación de resultados ha demostrado contener errores y fraudes que no permiten ser optimistas, la fiabilidad y validez en la definición de los trastornos parece haber empeorado en las sucesivas revisiones DSM, las bases biológicas de los trastornos no se han hallado para ninguno, la asistencia en base a ese modelo resulta insatisfactoria para muchos usuarios a la vez que se extiende una epidemia de incapacidad asociada a la misma, etc.
No es extrañar que este campo, criticado de antiguo, desde entonces haya recibido más críticas y desde más flancos, que habitualmente no tienen respuesta alguna desde la psiquiatría institucional y tampoco desde la académica. Ante ello el psiquiatra Mario Maj indicaba sorprendido que “nunca he experimentado una respuesta tan débil y ambigua de parte de nuestra especialidad” a los cuestionamientos. Curiosamente las criticas, más parciales pero intensas, empezaron a surgir también desde el propio modelo imperante, en concreto ante el DSM V, que no parecía subsanar los errores previos sino que más bien los ampliaba. Así Robert Spitzer, el director del DSM III, fue muy critico con la orientación de este proyecto, e incluso sugería revisar el constructo de depresión del que él mismo era responsable, tal como lo expresó en el prologo de un libro que lo criticaba («The Loss of Sadness: How Psychiatry Transformed Normal Sorrow into Depressive Disorder»). Y Allen Frances puso en solfa el DSM V en un libro que se hizo muy popular, donde además criticó su propio DSM IV, del que fue director, («¿Somos todos enfermos mentales?: Manifiesto contra los abusos de la Psiquiatría»).
En este contexto se publicó en septiembre el articulo, on line unas semanas antes, “Los efectos a largo plazo de la medicación antipsicótica en el curso de la esquizofrenia” (The Long-Term Effects of Antipsychotic Medication on Clinical Course in Schizophrenia) de Goff et al., incluyendo entre sus autores a varios psiquiatras de prestigio, entre ellos Jeffrey A. Lieberman, presidente de la APA cuando se ultimaba el DSM V, que habló someramente del caos reinante en su elaboración en su libro “Historia de la psiquiatría. De sus orígenes, sus fracasos, y su resurgimiento”. El objetivo del artículo es responder a la posibilidad de que los antipsicóticos no sean eficaces, a medio y largo plazo y resulten dañinos en cuanto a recuperación y efectos somáticos. Se indica que tiene como objeto responder a los críticos que cuestionan este tipo de asuntos recogiendo los mejores estudios. Curiosamente buena parte de estos estudios eran los que los críticos habían considerado para elaborar sus hipótesis. El Dr. Lieberman habló en los medios para presentar el estudio, que resaltó como muy bien elaborado, y atribuyó a los críticos motivaciones perversas asociadas a su afán de notoriedad. Tranquilizó a la psiquiatría asegurando que el modelo de prescripción actual de los antipsicóticos era el correcto y que se debía seguir en la misma línea. Dejando de lado las descalificaciones, que caen fuera del ámbito científico, el artículo muy publicitado, ha suscitado diversos comentarios, como los editados en madinamerica.com, que presentamos traducidos aquí (Moncrieff: Las incómodas verdades acerca de los antipsicóticos: Una respuesta a Goff et al.), el relevante artículo de Miriam Larsen-Barr ”En respuesta a las afirmaciones de que los beneficios de los antipsicóticos superan los riesgos” que en breve saldrá traducido en esta web, la respuesta de Robert Whitaker que sigue a esta introducción, y otros como el escrito de Philip Hickey que comenta a Whitaker.
Se trata de un debate de gran importancia, en primer lugar por el propio tema en sí mismo, pero también porque son raras las ocasiones en las que la psiquiatría dominante decide debatir sus presupuestos y considerar las críticas, algo que se debe reconocer de forma positiva a los autores del artículo. Entre estas raras ocasiones se puede recordar un artículo que quería dar respuesta a una de las críticas que se realiza a la clínica de los antipsicóticos, se trata de un escrito de Sohler et al. (2016), Weighing the evidence for harm from long-term treatment with antipsychotic medications: A systematic review, que tuvo respuesta en el artículo The Case Against Antipsychotics A Review of Their Long-term Effects accessible en descarga libre. Este debate se recogió someramente en el reciente texto en español El uso de antipsicóticos en la psicosis. Alcance, limitaciones y alternativas.
La respuesta de Whitaker que sigue es amplia, claramente razonada, donde recoge los estudios que los autores tienen en cuenta, considera su contenido, alcance y limitaciones, resalta lo que los autores no tienen en cuenta, etc. En definitiva se trata de un detallado análisis del artículo y los argumentos mantenidos en el mismo, optando siempre por una exposición directa y muy comprensible.
Debido a la amplitud del texto, originariamente publicado en Mad In America el 21 de mayo de 2017, los lectores pueden encontrarlo a continuación. Este documento ha sido traducido por Miguel A. Valverde y José A. Inchauspe.