Una de cada cuatro mujeres tienen riesgo de padecer algún problema de salud mental: casi un 25 por ciento frente al significativamente más bajo 14 por ciento de los hombres. Son números de la Encuesta Nacional de Salud. Numerosos estudios aseguran que el género tiene una influencia determinante en la salud mental, y la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) cuenta entre sus estrategias con trabajar por la emancipación socioeconómica de las mujeres, mejorar el acceso a la educación y la concesión de microcréditos. Según cifras del mismo organismo, unos 450 millones de personas en todo el mundo padecen alguna enfermedad mental, sin embargo, no ofrece datos por sexos.

El 20 por ciento del gasto sanitario en los sistemas de la Unión Europea lo ocupan los procesos de tratamiento y rehabilitación de las enfermedades mentales, de hecho los psicofármacos son los medicamentos que suben más la factura farmacéutica desde 2003. Aquí si hay datos diferenciados: se suministran a un 85 por ciento de mujeres frente a un 15 por ciento de hombres. El 9 por ciento de la población española padece una enfermedad mental, de nuevo sin datos por sexos.

“En septiembre de 2001 nos casamos, con 20 años. Tuvimos problemas porque él era muy celoso y no me dejaba salir ni a tomar un café. Nunca tenía tiempo para mí, solo trabajar y limpiar. Los celos fueron a más y hubo malos tratos (…). No podía seguir así, lo amaba pero no cambiaría nada y tuve que dejarlo. Ahí empezaron las persecuciones y amenazas…”.

Así empieza el relato de Laura (nombre ficticio) cuando le preguntan por su enfermedad. Después de rehacer su vida, un abandono amoroso fue el factor que disparó todo: pastillas, alcohol, intentos de suicidio, peleas con su familia, policía, cuerdas, una camilla…Con 32 años Laura sobrelleva un Trastorno Límite de la Personalidad, gracias a sus visitas a la psiquiatra y a la medicación que, asegura, le deja atontada.

Carme Valls, doctora en Medicina y Cirugía, coordina un programa que intenta responder a la ausencia de estudios sobre la morbilidad entre mujeres y sobre su creciente medicalización. Para esta especialista existen diferencias en el diagnóstico y tratamiento de las patologías mentales por cuestión de género. La diferencia radica “en la abrumadora administración de psicofármacos y en la psiquiatrización de cualquier problema psicológico o biológico que presente una mujer”.

La brecha de género se siente en una falta de diagnóstico de los problemas reales que padecen las mujeres, según la doctora Valls. “Son sedadas a base de pastillas y así pierden recursos para conseguir una mejor autonomía personal”, expone.

 

Diferencias en el diagnóstico

Cristina Polo es psiquiatra y coordinadora del centro de salud mental de Hortaleza, (Madrid). Esta especialista en salud mental y género, coordina la Sección de Género en el grupo de Derechos Humanos de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Ella considera que se diagnostica de forma diferente a hombres y a mujeres en todas las especialidades médicas. “En atención primaria numerosos estudios muestran cómo ante los mismos síntomas físicos se prescriben a las mujeres más tratamientos ansiolíticos y antidepresivos y a los hombres se les realizan más pruebas físicas”, cuenta.

En urgencias los resultados son parecidos: a los hombres se les hacen más pruebas diagnósticas que a las mujeres pensando que en ellas el origen del malestar es psicológico y no físico.

Su compañera Marisa López, psicóloga clínica en el mismo centro, también es especialista en salud mental y género. Coordinan juntas un grupo terapéutico para mujeres en situación de violencia de género en su centro y aAmbas coinciden en que una de las cuestiones es cómo vienen ya derivadas desde la Atención Primaria, ya que a ellas se las deriva más por problemas familiares, separaciones, divorcios, ansiedad, estrés y depresiones. “Ante quejas de problemas físicos ellos vienen con más pruebas para descartar organicidad, mientras que ellas son derivadas con menos pruebas físicas”, explica la psicóloga.

“Hay médicos que no te toman en serio. Llegué con muchos dolores al hospital y un médico me dijo que me fuera al psicólogo. Me sentí maltratada”. Marisa Rozas padece fibromialgia y depresión desde hace 20 años, dos enfermedades que se dan más frecuentemente en mujeres.

 

“Chica, no es para tanto”

Marian García, directora de ALAI, organización que apoya a las personas afectadas con Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) en Valencia, considera que el estigma afecta más las mujeres. Uno de los síntomas de la TLP es mantener relaciones sexuales de forma compulsiva o consumir sustancias. “Muchas veces se piensa que si son mujeres lo hacen porque son unas…. Se entiende más normal ese comportamiento asociado a un chico”, relata. “Hay un índice alto de mujeres con TLP. En nuestra asociación son un 40 por ciento de hombres y un 60 por ciento de mujeres”. En ALAI reciben apoyo Laura y su familia.

Laura cree que no ha evolucionado tanto esta sociedad: “Hay gente que considera que las mujeres tenemos que encargarnos de las tareas del hogar y cuidar de marido e hijos, trabajar, estar guapas…”. Y explica que “cuando sufres esta patología hay muchas cosas que te ves incapaz de hacer. Todo te supera, no puedes a veces ni con tu aseo personal. Es muy duro escuchar que te llaman vaga por no ocuparte de tu casa, porque tu pareja tiene que hacer las tareas y cocinar mientras tú estás en la cama”. La directora de ALAI lamenta que “en el entorno familiar hay una mayor incomprensión con las chicas”. A veces tienen que escuchar cosas como “venga chica que no es para tanto”.

Si tienen hijos o hijas la cosa empeora. Ellas son consideradas malas madres; ellos, enfermos. “Ellas cargan mucha más culpa que un hombre. También en situaciones de violencia hay más culpa por parte de las mujeres porque parece que ellas no deben ser violentas… y que en ellos la fuerza y la violencia son más comunes por eso si es la chica la protagonista de un episodio violento parece que duele más”, relata. Marisa Rozas es madre soltera con dos hijos y cuenta que debido a su fibromialgia sentía culpa por no poder cargar con todo, “porque todo dependía de mí”.

La psicóloga Marisa López considera que ser mujer y tener un trastorno mental grave es sufrir un doble estigma: “Ni desde el movimiento feminista se le ha dado prioridad y tampoco creo que se considere lo suficiente desde las mismas asociaciones de pacientes”. Prueba de ello es que si el diagnóstico de trastorno mental es grave hay estudios que muestran como las mujeres se derivan con menor frecuencia a recursos de rehabilitación laboral que a los hombres.

 

Desigualdad de género y salud mental

La pregunta sería por qué las mujeres tenemos una peor salud mental. Para la psiquiatra Cristina Polo, los trastornos de personalidad histérico y dependiente pueden corresponderse con funcionamientos “extremos de comportamientos y rasgos asociados socialmente a la feminidad como seducción, fragilidad, dependencia, deseo de llamar la atención, etc.”.

Existen relaciones entre la mayor presencia de trastornos depresivos en mujeres y su mayor vulnerabilidad en las sociedades. Ser mujer se asocia a tener más riesgo con sufrir violencia en cualquier momento de la vida. “Además, los factores de riesgo por sobrecarga familiar y laboral en mujeres no se han investigado lo suficiente”, expone Polo.

En la misma línea, Carme Valls explica que “la salud de las mujeres tiene condicionantes biológicos, psicológicos, sociales y muchos condicionantes que provienen del medio ambiente. La gran desigualdad está en que no existe ciencia de la diferencia y se ha tratado a las mujeres como si fueran hombres. Además, la doble jornada y la invisibilidad e ‘inferiorización’ de lo que hacen, desean, o piensan las mujeres ha empeorado su autoestima y las ha hecho más proclives a la depresión”.

Cristina Polo asegura que, además, “hombres y mujeres responden al estrés en función de las diferentes expectativas sociales existentes frente a cada sexo”. “En todas las sociedades hay desigualdades entre mujeres y hombres respecto a las actividades que realizan, en el acceso y control de recursos y todo esto influye de manera determinante en el proceso de salud y enfermedad poniendo a las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad para su salud física y mental”, explica.

“La depresión tiene connotaciones sociales y está en relación con la poca valoración social de la mujer y los estereotipos de género. La fibromialgia ha estado entendida por algunos como un umbral bajo al dolor de las mujeres, como si fueran más sensibles. Ahora empezamos a saber que hay un trastorno orgánico debajo de la fibromialgia en el que también influye la afectación por tóxicos ambientales, pero se continua tratando con sedantes y antidepresivos”, relata Valls.

 

Pastillas

Todas las fuentes consultadas coinciden: para ellas, pastillas. Según Marisa López hay diferencias en los tratamientos según el género: “A las mujeres se les indica con mayor facilidad intervenciones grupales o familiares, cosa que a los hombres quizá por sus responsabilidades laborales no se les indica con la misma frecuencia mientras a ellas se les indican más tratamientos farmacológicos”.

Respecto a la estancia media de los ingresos hospitalarios de trastornos mentales, hay estudios que muestran diferencias en el número de altas entre ambos sexos, por ejemplo en el grupo de neurosis depresiva (el 68 por ciento de mujeres frente al 32 por ciento de hombres) cuya proporción se invierte en el grupo de psicosis (el 37 por ciento de altas en las mujeres frente al 63 por ciento en los hombres), según datos facilitados por esta psicóloga.

 

La solución: perspectiva de género

El reto es incorporar la perspectiva de género en el trabajo en salud mental. “Es totalmente necesario y no habría problemas en su incorporación si fuera regulada su obligatoriedad”, considera Marisa López, para quien uno de los problemas de género con más peso es la ausencia de mujeres tanto en los grupos de investigación como en los grupos objeto de investigación.

Parece que en los nuevos programas del PIR, MIR y MAP (Psicólogo Interno Residente y Médico Interno Residente) va a incluirse algún tema relativo a la perspectiva de género. Una cuestión clave para formar a las nuevas generaciones de profesionales de la sanidad en género.

Carme Valls apuesta por diagnosticar de forma correcta y “ofrecer terapias alternativas, a través de grupos de ayuda mutua, terapia psicológica o actividades artísticas o danza, antes de utilizar psicofármacos de entrada ante cualquier síntoma”. Y por “mejorar la calidad, el tiempo y los recursos de los profesionales que se dedican a Atención Primaria y empoderar a las mujeres para que se asocien y busquen información y grupos de ayuda mutua para que no se fíen de que una pastilla les puede resolver todos los problemas”, termina.

 

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Pikara magazine en el mes de abril de 2013.

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