Los pasados días 15 y 16 de octubre asistimos a las XI Jornadas de jóvenes profesionales de salud mental «La Revolución Delirante», que, tras dos años sin celebrarse, en esta ocasión se titulaban «Locura trans. Un diálogo entre disidentes de la cordura y del género». En ellas participaron activistas de colectivos de personas psiquiatrizadas y supervivientes de la psiquiatría y/o de colectivos LGTBIQ+, así como otras personas, entre ellas profesionales de la salud mental.

Dos días muy intensos de los que os traemos solo algunas cosas de las que allí ocurrieron y algunas de las reflexiones que se fueron haciendo sobre los espacios de intersección entre lo loco y lo queer [1].

La normatividad y la subalternidad

Seguramente uno de los temas centrales fue el de la normatividad y la impugnación a los mecanismos de construcción de lo que se considera normal y fuera de la norma. Impugnación que, desde la «disidencia del género», hace el movimiento queer y desde «la disidencia de la cordura», hacen movimientos como el del Orgullo Loco.

Como señalaba Abel P.Pazos, es a partir de unas supuestas «identidades naturales», que son el hombre y la mujer cis [2] y endosexual [3], que se excluyen otras identidades (como son las identidades trans e intersex), que son expulsadas a espacios de subalternidad. Pero a la vez, son estos espacios de subalternidad los que conforman los límites de los espacios que se sitúan dentro de la norma, son su «exterior constitutivo».

Aunque tradicionalmente se ha considerado la disforia [4] como algo exclusivo (y a la vez condición necesaria) de los cuerpos trans, los modelos de masculinidad y feminidad hegemónicos, señalaba Abel, son ideales inalcanzables también para la gente cis. Esto cuestiona la pretendida naturalización del binarismo de género y el dimorfismo sexual, ya que cada persona experimenta y performa el género de distinta manera, siendo este siempre utópico, un ideal normativo. En este sentido, señalaba Abel, las tecnologías transgenerizantes [5] no son prácticas exclusivas de los colectivos trans e intersex, sino que se utilizan también en los contextos cis y endosexuales (tenemos ejemplos en la depilación, la hormonación, la cirugía, etc.). «El hombre y la mujer son siempre un fracaso, son ideales a los que nadie puede llegar y eso nos hace a todes en el camino del género unes fracasades».

De un modo similar a esta construcción de la normatividad de género, se construiría una normatividad respecto al psiquismo, delimitando espacios de locura y cordura. Como decía Fátima Massoud, partiendo del varón blanco cisheterosexual como «la norma» la psiquiatría tradicionalmente ha patologizado las desviaciones, un ejemplo lo tendríamos en la homosexualidad, que salió del DSM en 1990. Pero también en la patologización de conductas, percepciones y experiencias consideradas locas. La propia palabra «delirio», como recordaba Juan Carlos Pérez, era una forma de llamar la atención para que aquellos que se salían del surco (lira) volvieran a la norma. Pero puede que la norma sea precisamente el problema, como también señalaba el activista Víctor Sánchez.

Las tecnologías transgenerizantes no son solo fármacos o intervenciones, también un conjunto de saberes implícitos. Por medio de estas tecnologías adecuamos nuestra expresión de género y a la vez evitamos la corrección normativa de los géneros dentro del binarismo, por ejemplo, cuando una mujer cis se depila (o un hombre cis no se pinta los labios) está evitando el body shaming [6] que se ejerce en la mayoría de los contextos. Al hilo de esta idea nos pareció interesante cómo durante la jornada varias profesionales de la salud hablaron de la sensación de vergüenza que habían sentido al exponerse como situadas en lo que se llamó varias veces «el otro lado» (aludiendo a la supuesta locura frente a la supuesta cordura).

Por ejemplo, una asistente comentó que durante su residencia como psiquiatra en formación, se dio cuenta de «cómo mentimos para no caer en el lado loco», y la sensación de que «no estaba bien» hablar de sus propios «antecedentes personales psiquiátricos». También Rocío García reflexionaba, a raíz de un comentario que un compañero le hizo en la residencia, sobre el peligro de acercarse «al otro lado», «qué es esto de los lados, a qué lado estoy yo realmente o a qué lado quiero estar, si existen los lados realmente o si son una invención nuestra para poder vivir tranquila en esa ignorancia y en ese mundo ordenado». Asimismo, otra asistente decía lo que había costado hablar de que había estado «en el lugar de las locas»: «es el armario del que más me cuesta salir, en el ambiente médico»; y añadía: «yo quiero animar a más gente, sea médica, sea enfermera, sea tal, que se puede salir del armario y reivindicarte como loca, que no se acaba el mundo, que bueno, que hay gente que no lo va a entender, pero tampoco entienden muchas cosas, que les den. Estamos locas, estamos en todos lados, y ya basta de quedarnos calladas y fingir».

Al mismo tiempo, Leonor Silvestri advertía del peligro de decir «todas estamos locas», ya que no todo el mundo está afectado por el mismo régimen de opresión, y es importante no perder de vista esto. También en la jornada se habló mucho de otras intersecciones, como las que ocurren con las condiciones materiales, el racismo, el colonialismo, etc. Una asistente señalaba también la sensación de apropiarse de otras luchas si hablaba de su propia disforia de género como mujer cis. En este debate, Abel P.Pazos reflexionaba sobre lo dañino que puede también interiorizar la premisa que nos hace comparar el malestar o la disforia, «haciéndonos sentir más o menos legítimes para hablar de según qué cosas»; y recordaba cómo esto «ha llegado a generar entornos muy violentos para las personas trans que no se adaptan a los procesos de tránsito determinados». Abel proponía como un espacio «más sano» desde el que empezar a hablar del género, ese en el que nos hacemos partícipes, en el que podemos hablar de esa tensión que no se resuelve.

La despatologización

Como afirmaba el manifiesto de las jornadas, el movimiento trans es una referencia en la lucha contra la despatologización y «nos hace reflexionar sobre para qué y a qué sirven las categorías diagnósticas». «No es que las personas trans estuvieran en el DSM por error» añadía, «el error es el propio DSM». En esta línea Leonor Silvestri (cuya intervención puede verse aquí), aunque reconocía que estaba de acuerdo en que estaba mal tratar a las personas trans como si fueran personas con un trastorno psiquiátrico, preguntaba: «y a las que tenemos un trastorno psiquiátrico, ¿cómo se nos debería tratar? ¿Adónde se nos quiere incluir a las personas que somos locas? ¿a qué mundo?». Y añadía: «lo que me parece que hay que dejar atrás es la categoría de salud. Pensar que hay sanos y que hay salud, cuando en realidad lo que hay son grados de intensidad sobre las enfermedades».

Reivindicaba Abel P.Pazos el derecho a heterodesignar a los dispositivos de salud mental, que se habían encargado de construir las categorías.  «Vamos a diagnosticar a los dispositivos sociales y políticos que se han encargado de diagnosticarnos. Esto no es un ‘no estamos locas’, como quizá se ha podido ver en la historia de lo trans, en cierto modo cayendo en esta lógica capacitista. Sino un estamos locas, o habitamos esos espacios de locura, y en cierto sentido también los habita quien nos mira con espanto». «Muchos llevamos un tiempo largo reconstruyéndonos en estas categorías, en un proceso de reapropiación que nos empiece a servir o que nos ha servido para habitar esos espacios intersectados de manera menos doliente y que a los dispositivos opresivos les toca ahora experimentarlas con dolor, experimentar su propia disforia y su propia locura».

Las violencias

El diagnóstico, defendía Laura Martín, no es sino otra forma de violencia que ejercen los profesionales. «Me siento muy arrepentida de haber puesto muchos diagnósticos hace años de esquizofrenia o de trastorno bipolar, porque sé que la persona no se va a poder quitar eso. Y que, justificándose en ese nombre, seguramente les han privado de derechos».

Aleix Ariño hablaba de las violencias muy parecidas que sufren las personas locas y trans, como la infantilización; la necesidad de una «autoridad para poder existir», «que alguien nos avale»; el control institucional sobre los procesos de cada una, incluyendo los procesos de transición; el uso de una medicación muchas veces utilizada sin estudios específicos sobre las personas sobre las que se está utilizando; la luz de gas; la esterilización; la presión por someterse a determinados tratamientos; etc. Desde los espacios terapéuticos, señalaba Ara Ribas, es necesario no contribuir a esta violencia institucional, sobrediagnosticando, presionando para hablar de determinados temas o dando por hecho que se conocen las dificultades y las situaciones que la persona ha ido atravesando a lo largo de su vida. Acompañar a la persona, pero siendo la persona quien guíe el proceso, respetando sus tiempos y asegurando en todo momento un espacio de confianza y seguridad.

En las jornadas también se habló de otras violencias como las contenciones mecánicas o los ingresos involuntarios. No solamente por parte de las personas que las habían recibido, sino también por parte de las personas que las habían ejercido, lo que acabó produciendo mucha tensión. Algunas profesionales hablaron de las violencias que habían llevado a cabo o que habían presenciado, argumentando que no habían tenido otra opción o que así eran los protocolos, y a la vez hablando de lo mal que se habían sentido al realizarlas. Estos comentarios, repetidos en varios momentos de las jornadas, produjeron una respuesta muy crítica, tanto por parte de otros profesionales como por parte de asistentes que habían recibido violencia en los servicios de salud mental. Una médica decía «No me convence mucho hablar de una experiencia personal que ha vivido otra persona y decir cómo nos ha afectado. Creo que ya nos toca usar el privilegio, porque tenemos mucho poder para muchas cosas». Aleix Ariño respondía «me da igual el sufrimiento que tenga alguien por pincharle a otro una medicación que luego le va a hacer babear durante días, me da igual cómo se sienta alguien cuando ata. Si tú eres capaz de hacer esto, tú formas parte del problema. Si tú eres capaz de decir que aten a alguien, tú eres el problema». Para Violeta García, «todo el rato me preguntaba si este es el lugar donde las profesionales tenemos que hablar de cómo nos sentimos… teniendo en cuenta de que estamos en un espacio donde hay gente afectada en primera persona. ¿Este es lugar para hablar de lo mal que nos sentimos por culpa de este lugar de poder? Me da la impresión de que esta parte de culpa como profesional sobra y también me parece un poco irresponsable».

Hacer espacios habitables para todas

Pensamos que esta exposición del daño que produce ejercer violencia (que ya hemos escuchado en otras jornadas, como por ejemplo en estas), hizo que el clima acabara siendo dañino para muchas, especialmente para las de siempre. Varias personas que acudían presentándose como con experiencia en primera persona, acabaron expresando su malestar al final de la jornada, y su convencimiento de que iba a suponer un coste emocional los días posteriores.

La necesidad de construir un espacio habitable para todas también se puso de manifiesto en otros momentos de la jornada, por ejemplo, cuando Marikarmen Martínez habló de su incomodidad al ver las camisas que tradicionalmente se cuelgan en el Salón de Actos, representando camisas de fuerza, como símbolo de la violencia que ejerce la psiquiatría y que, en palabras de Laura Martínez, trataban de hacer «que no se nos olvide que por muy buenas intenciones que tengamos o por mucho que intentemos cambiar el discurso, somos violencia». Sin embargo, las camisas acabaron retirándose por parte de Marikarmen, Aleix Ariño y Patri Duarte el segundo día, que reprocharon a la organización y al resto de los asistentes (a «cualquier persona que llegara a la percha») que no hubieran sido capaces de hacerlo antes.

Creemos que hay una reflexión pendiente sobre cómo se construyen los espacios mixtos, o cómo se reconstruyen espacios que en un primer momento se pensaron casi exclusivamente por y para profesionales de la salud mental. Y esto incluye también aspectos como el de pagar a las ponentes que vienen a hacer pedagogía desde la experiencia vivida en los servicios de atención, tema que también fue central en estas jornadas, en el que la que todas las ponentes que asistieron presencialmente no cobraron por su trabajo. Como recordaba Marikarmen Martínez, las personas trans y las personas con sufrimiento psicosocial tienen muchas dificultades para encontrar trabajo y debería pagárseles por «abrirse en canal aquí delante». Las condiciones materiales no son las mismas, en general, entre las personas psiquiatrizadas y las personas que trabajan como profesionales de la salud mental. Como argumentaba Leonor Silvestri, formando parte del cognitariado [7] y del sur económico [8], es muy difícil estar en unas jornadas en los mismos términos en los que está otra persona con otras posibilidades materiales (que pueden incluir tener una cuenta en euros, la posibilidad de emitir facturas o, añadimos, el respaldo económico de un salario fijo, que permite participar gratuitamente como ponente en unas jornadas). «Hay otras formas de existir» recordaba Leonor, «Si la revolución va a incluir a los delirantes, hay que encontrar maneras de hacer los mundos habitables. Conseguir que todo el mundo tenga algo de dinero al fin de su jornada de trabajo, forma parte de esto. Como también forma parte entender cuáles son las condiciones de producción de cada cuerpo en cada circunstancia».

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[1] Queer: término que nombre a aquellas personas cuyas identidades, orientaciones y expresiones de género o sexuales escapan o trascienden los modelos hegemónicos, como por ejemplo el binarismo hombre/mujer.

[2] Cis: se utiliza cis en oposición a trans.

[3] Endosexual: se utilizan endosexual en oposición a intersexual.

[4] Disforia, disforia de género: malestar o angustia en relación con el género heterodesignado al nacer.

[5] Tecnologías transgenerizantes: conjunto de ténicas, enunciados y saberes, que contribuyen, en la relación con un cuerpo, a su construcción como sujeto generizado.

[6] Body shaming: avergonzar a una persona por la apariencia de su cuerpo.

[7] Cognitariado: grupo social de personas, en general con una alta formación académica, que realizan un trabajo intelectual precarizado.

[8] Sur económico: término que se refiere a aquellos países y/o grupos sociales en situación de desigualdad económica y de calidad de vida respecto los países y/o grupos sociales que conforman el norte económico.

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