[Artículo originalmente publicado en la página de Afroféminas en diciembre de 2019].
La estructura de pensamiento occidental no sólo está basada en la supremacía blanca, sino también en una estructura religiosa y jerárquica. Esta atraviesa todos los campos de la vida cotidiana en cuanto a la forma en que se comprende e interpreta el mundo. Como ejemplo podemos mencionar la arcaica idea de que los trastornos mentales tienen un origen genético. En primer lugar deja de lado la transferencia social que tienen los trastornos psíquicos; en segundo lugar, coloca estos trastornos en un punto inalcanzable de interpelar por medios psicológicos propios y externos, dependiendo así de recursos exclusivamente farmacológicos, sobre todo en los casos en que la persona no tiene acceso a un tratamiento psicológico.
El sistema de salubridad mental no está exento de esta estructura. Nos encontramos de por sí ante un sistema de salud mental jerárquico, que no se actualiza frente a las problemáticas coyunturales que enfrentamos al día de hoy en políticas migratorias. La configuración religiosa y jerárquica es inherente a la supremacía blanca, porque es así como funciona esta. Hay un trasfondo en la idea de que los trastornos mentales tienen un origen genético (La divinidad de la blancura, la superioridad de lo blanco), ese trasfondo es un pensamiento religioso.
La penetración de esta idea dentro de nuestra psiquis nos lleva a tener una “visión blanqueadora” de todo lo que nos rodea (término que expondré con detalle en otro artículo pero, a grandes rasgos, es la justificación de lo aceptable desde el privilegio de lo blanco).
El racismo es un síntoma, es decir, de la misma manera que un estado de estrés agudo (como puede ser una situación extrema de supervivencia) podría provocar un brote en una persona, ese brote es un síntoma de un trastorno. Vale aclarar que no estoy justificando la supremacía blanca presentándola como un trastorno mental, en absoluto. Lo que quiero decir es, ¿cómo podemos pretender que un sector de la sociedad, como por ejemplo las personas racializadas, accedan a una salud mental con el tratamiento que esta conlleva, cuando el propio sistema de salud mental es supremacista? El racismo es un engranaje de la supremacía blanca, pues esta es una maquinaria más compleja que se expande en cuantiosas prolongaciones.
Una persona profesional de la salud mental que no tenga una formación con perspectiva antirracista no puede ser un/a buen/a profesional. Las secuelas psicológicas directas o indirectas que provoca el racismo, deben ser tratadas. Es necesaria la perspectiva de raza en la salud mental, no sólo para las personas que sufren racismo, sino también para las personas que lo ejercen.
Partamos de la base de que todas las personas somos racistas; unas porque tienen el privilegio de la blanquitud; y otras que no lo tienen, pero sí tienen un pensamiento ‘blanqueador’ (por el motivo que fuese), ya sea porque de pequeños/as han aprendido que la blanquitud es lo bueno, o porque el ser parte del pensamiento blanco haya sido una herramienta para sobrevivir…
Personalmente, tengo la experiencia de haber recibido comentarios racistas por parte de una psicóloga. No fueron de esos comentarios evidentes, sino que fueron sutiles, de esos que están enquistados en nuestro lenguaje diario, de esos que pasan desapercibidos por estar tan calados en nuestros huesos, de esos que no se cuestionan.
Para llegar a esa capa del racismo, es necesario haber hecho un trabajo previo, un trabajo que, desde luego, dicha psicóloga dejaba al desnudo no tener. Una persona que es racista, no sabe que lo es, ya que es muy común confundir el no querer ser algo con no serlo, por supuesto, dejando de lado a las personas que son racistas y quieren serlo.
¿Cómo poner sobre la mesa esta cuestión, sin que se interprete desde el rigor académico, como una resistencia a la terapia?
En otra sesión, hablé con mi psicóloga sobre una situación de racismo que yo había sufrido días atrás, y de la cual quedé muy afectada. Su primera reacción fue la de negar que ese hecho haya sido un acto racista. Claro, esto es un problema, y aquí se despliega un abanico de puntos que se podrían tratar, como por ejemplo: la reacción defensiva por parte de esta profesional (sin que ella figurase en el relato) deja en evidencia, no sólo su escueto conocimiento sobre el racismo, sino que además se sintió identificada con una parte de la historia, y no precisamente la parte que es atacada por dicho racismo. Es decir, hay mucho material a reflexionar en este relato. Habría que tratarlo a fondo en otro artículo.
Estamos atravesadas por la raza. Somos raza. Sin esta perspectiva, ninguna terapia es completa. No podemos dejar de lado nuestra identidad para tratar nuestra salud mental. No se trata de quitarnos una chaqueta y colgarla en el perchero para ir a una sesión terapéutica, y luego volver a colocárnosla al salir. Pues ese gesto de quitarnos la chaqueta nos lo exigen en cada lugar, en cada acto, en cada situación de nuestro día a día: eso no es real. Al fin y al cabo de eso se trata, de dejar de Ser.
[Este artículo ha sido originalmente publicado en la página de Afroféminas en diciembre de 2019. La autoría corresponde a Arteria, artista multidisciplinar residente en España desde 2007. Ha sido publicado en MIAH con permiso de Afroféminas.]