Hay cuestiones que tienden a pasarse por alto en el campo de la salud mental. La relación entre el sufrimiento psíquico y las diferentes condiciones sociales está más que demostrada, sin embargo, no existe un interés proporcional a su importancia. Desde Mad in (S)pain hemos considerado que era importante dar visibilidad a dos de estas condiciones: la racialización y la migración. Para ello, hemos entrevistado a Catalina Peña Guerra, una persona que habla tanto desde la propia experiencia, como desde la investigación.

Primero que nada, me gustaría que te presentaras.

Soy Catalina, soy sudaka, soy migrante. Ya llevo aquí bastantes años. Me gusta remarcar esta trayectoria porque es parte importante de la construcción de mi identidad. También es importante por cómo he ido construyendo mi salud mental a partir de esa identidad y para hablar desde una posición situada. Por otra parte, estudié Antropología en la Universidad Complutense de Madrid.

¿Cómo se relacionan las personas migrantes y racializadas con la salud mental?

Deberíamos cuestionarnos el propio concepto de salud mental. En muchas comunidades de nuestros territorios no se hablaba de salud mental hasta que vinieron a hablarnos de salud mental, y esto implica estar definiéndose a través de categorías impuestas por la psiquiatría. Ha existido una occidentalización de todo y es difícil definirse fuera de la psicología o de la psiquiatría. Por eso es complicado, cuando hablamos sobre cómo el proceso migratorio afecta a la salud mental ya nos estamos definiendo desde determinadas categorías. El impacto es real, pero veo difícil definirse desde fuera de ellas. En mi experiencia, cuando estamos en colectivo, o trabajando en nuestros procesos y en nuestra salud, no solemos hablar de salud mental como tal. Hablamos de cómo nos estamos sintiendo, pero no solemos patologizarnos. Por lo menos en los talleres que he compartido con mis compañeras, hablamos de afectos, de cómo nos están afectando ciertas realidades, el racismo, el machismo, entendemos el malestar desde ahí. Pero tampoco lo pensamos, nos sale así, nos entendemos entre nosotras. No hacen falta explicaciones psicológicas y eso que en estos talleres hay algunas compañeras psicólogas. Y también en nuestros territorios, si te vas a una comunidad mapuche te hablan de colonialismo, de sus consecuencias.

¿Hay racismo en el sistema de salud mental? ¿Se puede acabar con él?

Esta cuestión es un poco complicada. Se dice que “hay que acabar con el racismo dentro de las consultas”. Y no niego el racismo en la salud mental, porque hay; estás tratando con un profesional que es blanco. Si me atiende una persona racializada podría ayudarme de forma más concreta con mis problemáticas y entenderme. Lo prefiero, yo también la elegiría. Pero creo que la crítica está en las categorías, porque al final son categorías occidentales. No hay que quedarse en lo relacional, es mucho más complejo. Más allá del racismo concreto que podamos sufrir en una consulta, se siguen construyendo sujetos de intervención desde estas categorías y a mí eso es lo que me parece peligroso. Se generan condiciones de posibilidad para intervenir, sea desde un psiquiatra blanco o desde una psiquiatra racializada. Sería como pedir más policías racializados, en Estados Unidos hay policías negros y no es mejor. Y hay muchos psiquiatras negros y las personas negras de los guetos siguen siendo las más diagnosticadas. Las funciones del cuerpo policial y las instituciones psiquiátricas en este sistema continúan siendo las mismas. No se trata de cambiar solamente una situación a nivel individual, sino de ir a la raíz del problema, lo estructural.

Has estado en diferentes colectivos de personas migrantes y antirracistas ¿qué es lo que más valoras de esta experiencia?

Lo que más valoro es haber conocido a gente migrante, más allá de los colectivos y de lo político. Gente que ha estado, o está, en la misma situación. Más que en colectivos o asociaciones, he encontrado mi lugar entre amigas racializadas, o gente racializada que conoces en el trabajo con la que no hace falta decir “vamos a hablar de antirracismo”. Si tu jefe es racista ya lo sabes, no hace falta que lo nombremos en términos políticos. Y esto es lo que más valoro.

No es necesario que haya una organización a nivel asociativo para organizarte y dar una respuesta al racismo. Esto suele pasar en los barrios, con tu vecina racializada, o conociendo a gente en el parque. Mucha gente latina utiliza estos espacios públicos, y esto ha supuesto estigma. Por ejemplo, en Lavapiés la gente negra utiliza las plazas, van generando lazos y van resistiendo de alguna forma. A veces se han utilizado los disturbios como respuesta política al racismo. Cuando George Floyd fue asesinado, gente negra saqueó un supermercado aquí, y realmente no existía una organización detrás. Se nos asocia a construir o generar políticas institucionales, cuando no siempre es así. Te puedes organizar de otra forma. Aquí, te vas a Pan Bendito, que hay mucha gente migrante y no les interesa organizarse desde esas políticas. Y realmente ni siquiera las conocen. Nos organizamos de otra forma, con nuestros amigos o nuestras amigas, y de ahí damos respuesta política.

Antes hablabas más del cariño y el cuidado, ahora también hablas de la rabia y la autodefensa

Realmente la mayor parte de respuestas políticas con violencia han venido de gente migrante. Esto se ha invisibilizado muchísimo, porque interesa dar una imagen nuestra como gente muy civilizada, como que llegamos y nos vamos a portar bien. Esto también sucede por parte de muchos colectivos antirracistas que quieren formar parte de las instituciones. Pero cuando hay movilizaciones, la gente migrante salimos muy enfadadas y damos una respuesta real. Por ejemplo, aquí en Lavapiés, cuando asesinaron a Mame Mbaye, que la gente dio una respuesta y era legítimo ese enfrentamiento con la policía. Fue gente migrante y casi se quemó el barrio.

Hay lugar para el antirracismo en el activismo en salud mental?

Creo que como forma de visibilizar un malestar, sí, pero al final se trata de espacios construidos por gente blanca. No es que no estemos de acuerdo, sino que nuestras demandas se quedan limítrofes. Como cuando en el activismo loco se crea un colectivo específico de mujeres, porque sus demandas se quedan limítrofes. Pero, por ejemplo, nosotras, aunque seamos mujeres, dentro de un colectivo así también nos vemos limitadas. Entonces, yo creo que es difícil encajar. Por mucho trabajo que se haga, o mucha pedagogía para que te revises tu blanquitud. El racismo no es una cuestión relacional sino estructural. Puedes haberte revisado, incluso puedes ser blanco y revistarte tu racismo, pero seguirías siendo un sujeto político con privilegios.

Se pueden crear alianzas, hacer cosas juntas, generar un diálogo entre colectivos. Pero yo creo que es más efectivo crear nuestros propios espacios. Colectivos no mixtos de personas racializadas, para cualquier problemática. Es una forma de encontrarnos, hay muchas cosas que debatir entre nosotras antes de compartir otros espacios.

¿Esto entraría dentro del enfoque de la interseccionalidad?

Totalmente. Siempre entendiendo la interseccionalidad no como una suma de opresiones. Yo no es que sea 1 sudaka, 2 mujer y 3 pobre. No es una suma, sino una intersección. Por ejemplo, mi identidad como mujer también se construye desde lo sudaka y desde la pobreza. Pero llevar esto a la práctica es muy difícil. Cuando hablamos con colectivos feministas, ¿qué pesa más? Muchas veces nos dicen “tú eres mujer”, pero no soy solo mujer. Entiendo que a ti te afecten unos problemas como mujer, pero yo soy mujer sudaka. A veces se nos pide que dejemos el racismo atrás y empecemos desde la categoría mujer y la intersección de las opresiones no opera de esta forma.

También haces una crítica a las intervenciones humanitarias por parte de los países occidentales, algunas relacionadas con la salud mental ¿podrías hablarnos sobre esto?

Son políticas que se llevan a cabo en nuestros territorios. En nombre de lo humanitario se han llevado a cabo intervenciones militares y luego han ido organizaciones humanitarias a ayudar a gente que ha resultado traumatizada. Me parece interesante ver cómo se han construido categorías desde estas políticas humanitarias en el marco de la salud mental. Llevan operando desde hace mucho, pero no con la misma fuerza que desde los 2000, que es cuando se envía a más psiquiatras y psicólogos a nuestros territorios. Por ejemplo, en Palestina, se puede ver cómo se creó la categoría de sujeto traumado, cómo todo el sufrimiento se liga al trauma. Antes de la construcción de esta subjetividad eran jóvenes combatientes. No hay que negar que hay un sufrimiento detrás, ni un impacto real en la salud mental en un contexto de guerra. Pero con estas categorías se intenta presentarlos como sujetos que no son capaces de dar una respuesta política.

Son personas que no estarían sufriendo por una guerra liderada por un país con intereses políticos y económicos, sino que sus acciones se explican por un trauma psicológico.

Efectivamente ¿Cómo se está explicando la violencia y la dominación? Se está explicando en términos médicos, se está patologizando. Estas categorías generan condiciones de posibilidad para que los estados occidentales intervengan en nuestros territorios. No estoy diciendo que sean algo malo o bueno en sí mismas, sino que tienen un doble sentido. A veces se utilizan estas propias categorías psiquiátricas para dar esta respuesta. Presentarse como sujetos traumados también ha servido para dar visibilidad al conflicto en Palestina y que llegue fuera de ese territorio. También actúan aquí sobre las personas migrantes. Por ejemplo, en Francia, si demuestras una enfermedad el estado te da los papeles, pero tienes que demostrar un constante sufrimiento. Estas categorías psiquiátricas son un arma de doble filo, se utilizan para definir al sujeto, pero a la vez estos sujetos también las utilizan para visibilizar causas, demandar derechos o papeles (que cuando eres migrante es lo que más necesitas). Te intentan poner como un sujeto pasivo, sin agencia, pero tú puedes invertirlo y jugar con eso.

Y aquí surge una cuestión complicada para el movimiento antipsiquiátrico. Hay todo un discurso teórico, pero en la práctica ¿cómo vamos a criticar a personas que están pidiendo los papeles y que los necesitan a través de una enfermedad mental? ¿Cómo vamos a negar a las personas de Palestina que den visibilidad así al conflicto? Creo que las realidades son mucho más complejas. Esto no significa asumir que las categorías psiquiátricas sean buenas para nuestros territorios, pero si las podemos subvertir, está bien. Con esto no quiero decir que esté a favor de estas categorías o de estos diagnósticos, pero si se puede encontrar una falla en el sistema y utilizarlos a nuestro favor, me parece bien.

Te has definido como sudaka, ¿también es una manera de subvertir un término?

Claro, es la apropiación del insulto. Supone un posicionamiento político. No todo el mundo en Latinoamérica es sudaka, porque también hay una élite blanca. La gente sudaka somos las que venimos de los barrios más bajos, la gente pobre. En mi caso yo soy mestiza, somos bastardas de una colonización, ni indígenas ni gente blanca. Son resignificaciones que se hacen de un insulto, y lo hacemos para definir nuestra identidad y para distinguirnos de otras personas migrantes. No es lo mismo ser migrante alemán que sudaka o negra.

Muchísimas gracias por concedernos esta entrevista

¡Gracias a vosotras!

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