En la práctica totalidad de las unidades de hospitalización psiquiátrica, tanto de hospitalización breve como de estancia media o prolongada, se realizan a diario sujeciones de las personas que se encuentran ingresadas por parte del personal sanitario. Y se hacen en un número y porcentaje indeterminado porque, a pesar de la evidente restricción de libertad y de movimiento que supone, es una práctica no sometida a control legal. No existen registros del número de contenciones realizadas en una unidad determinada -más allá de los que se consignan en los historiales clínicos- y se desconoce el porcentaje de personas que son sujetadas estando hospitalizadas o en urgencias del total de atendidos en los servicios de psiquiatría.
En los mejores casos, la contención mecánica está amparada por protocolos que siempre determinan su carácter de medida excepcional. Pero la existencia de un protocolo, más aún si no se efectúa una evaluación de su cumplimiento ni se revisa la pertinencia de su uso, no garantiza la bondad de ninguna práctica.
Fuera de la semántica clínica, la llamada contención mecánica supone inmovilizar a una persona, habitualmente atándola a una cama, por un periodo de tiempo indeterminado, sin contar con su consentimiento. El sufrimiento que origina esta situación está siendo denunciado desde hace años por movimientos de usuarios, ex-usuarios y supervivientes de la psiquiatría, personas que han sido víctimas de la contención mecánica en momentos de sufrimiento intenso. Además, los riesgos que la inmovilización forzosa supone para la vida están siendo denunciados a partir de los fallecimientos de varias personas mientras se encontraban atados a camas en unidades de hospitalización psiquiátrica.
Existen argumentos de distinto orden (jurídicos, legales, éticos, técnicos, etc.) para cuestionar esta práctica que ha sido calificada como tortura ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y que contraviene la Convención Internacional de Derechos de las personas con discapacidad, mientras que los únicos argumentos a su favor provienen de un modo de entender el sufrimiento psíquico basado exclusivamente en la biología, que convierte a las personas que han recibido un diagnóstico psiquiátrico en imprevisibles, gobernadas por sus desequilibrios químicos y necesitadas de ser protegidas de ellas mismas.
Desde Mad in América Hispanohablante inauguramos con esta entrada una serie de artículos que dedicaremos a esgrimir argumentos, datos, testimonios, experiencias y propuestas que apoyan la necesidad de abolir la práctica de la contención en psiquiatría y la posibilidad de hacerlo con la simple voluntad de los responsables de practicarlas.
Y queremos comenzar con la transcripción de una ponencia de Paula Tomé, de Radio Prometea, en las IV Jornadas del Movimiento Gallego de Salud Mental, que tuvieron lugar en A Coruña, en junio de 2017.
Porque atar no es cuidar, exigimos #0contenciones.
“Sufrimiento psíquico: derechos contenidos” por Paula Tomé (Radio Prometea)
Buenos días, muchas gracias al Movemento Galego de Saúde Mental por invitarnos a estas jornadas. Radio Prometea es un programa de radio, en Cuac.fm (la radio comunitaria de A Coruña), dirigido y gestionado por personas con diagnósticos psiquiátricos, fuera de espacios clínicos y libre de tutela profesional. Tiene un discurso abiertamente crítico con el enfoque biologicista en salud mental y, por extensión lógica, con un modelo de asistencia basado fundamentalmente, por no decir exclusivamente, en este citado enfoque.
Nuestra comprensión del sufrimiento psíquico es como sigue:
Las personas sufren: por duelos, desamores, agresiones, injusticias, despidos laborales, acoso en diferentes ámbitos, desahucios, falta de confianza en sí mismos o en los otros, racismo, sexismo, soledad, discriminaciones, deudas, enfermedades propias o de seres queridos….factores todos estos que, evidentemente, se pueden superponer en una misma persona. Como podéis comprender, es imposible nombrarlos todos, el sistema en el que vivimos, individualista y competitivo, excluyente y violento, genera tanto malestar que no son suficientes quince minutos, ni días enteros, para nombrar todas sus manifestaciones.
Las personas expresan su sufrimiento de diferentes maneras, literalmente como pueden: con ansiedad, con aislamiento, con tristeza profunda, con delirios, con autolesiones, con adicciones, con obsesiones, con voces en su cabeza… Si hay algo intrínseco en la naturaleza humana, tristemente, es el sufrimiento. El sufrimiento no tiene que ver con cerebros estropeados, tiene más que ver, en todo caso, con éticas estropeadas, o simplemente con angustias vitales a las que ninguna persona es inmune.
Ante este sufrimiento, las personas van a pedir ayuda: para que les escuchen, les den apoyo y comprensión, para que les animen, para que les den opciones, herramientas, esperanzas…lo que buscan las personas que van a pedir ayuda es, en cualquier caso, humanidad.
Entonces llegan a Salud Mental, a Psiquiatría, a un ingreso….y conocen un tipo diferente de sufrimiento, uno nuevo, que se añade a los anteriores: el sufrimiento del encierro, el sufrimiento de la contención mecánica, el sufrimiento de la despersonalización. El sufrimiento, en definitiva, de la deshumanización.
Es sencillo deshumanizar a alguien si hay un buen discurso que lo justifique, por ejemplo un discurso biologicista que afirme que la persona sufre porque su cerebro está estropeado, que además es algo innato, crónico y grave, que escuchar no importa, que solo con psicofármacos se puede ayudar…que no hay nada que la persona, o su entorno, puedan hacer más allá de seguir las indicaciones del médico y tomar las pastillas, incluso aunque no ayuden, incluso aunque no sienten bien, incluso si no se quieren tomar….que el tratamiento farmacológico es para toda la vida, y que si se cuestiona, la persona se arriesga a toda una batería de coacciones, en diferentes grados, que van desde la persuasión para que asuma un tratamiento inyectable hasta amenazas de ingresos y, ya dentro de ellos, medidas extremas como la mal llamada contención mecánica o, peor aún este otro nombre, inmovilización terapéutica, lo que resulta a todas luces una contradicción semántica, de un cinismo espeluznante. La única inmovilización terapéutica, como todo el mundo sabe, es la de los abrazos consentidos.
El discurso deshumanizador esta patrocinado, por si a alguien aún le quedan dudas, por la industria farmacéutica. Porque en los parámetros del método científico, no hay un solo marcador biomédico que demuestre la existencia de ninguno de los trastornos recogidos en los sucesivos DSM.
Recientemente tuvimos el placer, en Radio Prometea, de entrevistar al fiscal Fernando Santos Urbaneja, una de las personas que mejor conoce nuestros derechos. Este fiscal dijo muy claramente que los derechos de las personas diagnosticadas no pueden depender de la humanidad de algunos profesionales. No pueden ser excepciones que agradecer a estos profesionales que, por otra parte, se arriesgan a sanciones por intentar, simplemente, cumplir la ley.
La ley sitúa en la excepción, por ejemplo, el uso de la contención mecánica. Cuesta explicarle a las personas ajenas al mundo de la salud mental que la contención mecánica (atar gente, vaya) es una práctica habitual en los servicios psiquiátricos, y que, pese al oscurantismo que la rodea, no es ilegal. Lo cierto es que sabemos que en algunos hospitales del Estado Español tiene poco de excepcional, y mucho menos de terapéutica. La OMS califica esta práctica tristemente extendida como tratos inhumanos y degradantes. La Convención de la ONU de los derechos de las personas con discapacidad habla de igualdad, dignidad y autonomía, principios estos que se contradicen con prácticas como el ingreso involuntario, la medicación forzosa o la aberración de la contención mecánica.
Jacques Ranciére, en su obra sobre pedagogía titulada «El maestro ignorante», hace una afirmación que bien se podría tatuar en nuestros corazones, y guiar a todas las personas que trabajan con personas: la igualdad no es un punto de llegada, es un punto de partida. Lo mismo se podría decir de la dignidad. Alguien podría querer saber cómo se siente una persona que sufrió en su cuerpo, y en su dignidad, una contención mecánica. Claro que para eso habría que comenzar por reconocerla como interlocutora válida, y eso es imposible si no se parte de la dignidad y de la igualdad como derechos inalienables. Yo misma, por ejemplo, ya que me invitáis a vuestra mesa redonda, y por lo tanto entiendo que me consideráis interlocutora válida, ahora os puedo contar que sufrí una contención: sujeción de piernas y brazos entre cuatro personas, luxación de tobillo a cargo de una de ellas, y medicación forzosa que me dejó inconsciente no sé cuánto tempo, al cabo del cual me desperté atada a una cama desconocida en un lugar desconocido. Yo en ese momento estaba aterrorizada por los argumentos de mi psicosis, y la contención solo me confirmó que estaba en un lugar hostil, que estaba en manos de unas personas desconocidas que, si me acababan de hacer eso, podrían llegar a hacerme cualquier otra cosa. Ya fuera del hospital, el trauma duró tres años. Se le llama trauma al impacto psicológico de una vivencia dolorosa, que no te permite elaborarla para dejarla atrás, hablar de la misma, durante un cierto periodo de tiempo, que en mi caso fue de tres años -no está mal, ¿no?-. Cuando por fin lo hice, y de esto hace ya quince años, fue con un abogado amigo, preguntándole tímidamente y llena de miedo si había alguna posibilidad de denunciar tal hecho. Me miró con una cara inmensa de tristeza, de impotencia…hace quince años, yo no era interlocutora válida para nadie, yo era invisible, y la vulneración de mis derechos también lo era. La otra cara de lo que estoy contando es la impunidad. Murieron dos personas durante una contención mecánica en lo que va de año. Ellas ya no pueden hablar, solo podemos hablar las que seguimos vivas. Y el único horizonte posible llegados a este punto es la abolición de las contenciones mecánicas. Reguladas ya están, en la falsedad de la excepcionalidad y en la falsedad semántica de sus supuestos beneficios terapéuticos. No conozco a una sola persona a la que reportara beneficio alguno. Cuando las personas diagnosticadas hablamos de este tema, siempre lo hacemos como de algo represivo, traumático, indeseable, indigno, inhumano y degradante. Exactamente igual que la OMS.
Ahora bien…¿es suficiente con que las personas diagnosticadas pongamos sobre la mesa la posibilidad de la abolición de esta práctica cruel? Evidentemente no. ¿Qué más necesitamos?
– Que los profesionales la vean igual de indigna y cero terapéutica que nosotros. Afortunadamente algunas asociaciones profesionales están desarrollando campañas en esta dirección, como es el caso da AEN (Asociación Española de Neuropsiquiatría).
– Que los familiares también la valoren de esta forma.
– Que la sociedad entera sepa que existe y que es indigna y denigrante. El oscurantismo y secretismo alrededor de esta práctica han sido sido escandalosos hasta el momento actual. No se por qué, si es tan terapéutica, ¿no?. Imaginemos a un profesional, durante una crisis de ansiedad, pidiendo encarecidamente a sus compañeros que lo aten a alguna cama con correas, porque la semana pasada se lo hizo a un paciente, y no veas lo bien que le sentó, y lo mucho que se lo agradeció.
¿Qué herramientas tenemos?
– La visibilización y evaluación de la magnitud del problema. Recientemente en el Parlamento de Navarra se realizó una comparecencia solicitando esta primera medida.
– La Convención de la ONU de los Derechos de las Personas con Discapacidad.
– Las declaraciones de la OMS.
– Los documentos de Voluntades Anticipadas, en los que las personas diagnosticadas pueden expresar, de forma vinculante, qué tratamientos quieren o no quieren recibir en caso de crisis (que no es más que la extensión al ámbito de la salud mental de la Ley de Autonomía del Paciente, en concreto en la cuestión del consentimiento informado)
– La objeción de conciencia de los profesionales concienciados. Esta herramienta no existe, y lo que no existe, no queda otra que inventarlo, sobre todo cuando es una cuestión de esta magnitud ética.
– Los ejemplos de buenas prácticas. Si hay sitios donde se trabaja sin contenciones, es que evidentemente se puede trabajar sin contenciones. Lo mismo se podría decir de trabajar sin medicación, sin internamientos forzosos (actualmente inconstitucionales, por si alguien todavía no lo sabe), o sin cualquier tipo de medida coercitiva. La igualdad como punto de partida.
– Prohibición por ley de que se vinculen públicamente datos relacionados con la discapacidad, para evitar que la población establezca gratuitamente la vinculación «diagnostico psiquiátrico=conducta violenta», sobre todo cuando no hay ninguna base científica ni estadística para establecer tal relación.
– Mapeo y evaluación de vulneraciones de Derechos en Salud Mental.
La terapia no existe, en el ámbito de la salud mental, si existe coacción.