Hace unas semanas tuve la suerte de asistir a una sesión clínica en la que dos residentes de enfermería hablaban sobre cómo evitar el uso de contenciones mecánicas. Enfatizo lo de suerte: como he dicho muchas veces, una de las primeras cosas que nos enseñan a las enfermeras (al menos a las que yo conozco) cuando hacemos la residencia de salud mental es a cómo atar a la gente a la cama, y sin embargo muchas pasamos por la especialidad sin que nos hablen de cómo evitarlo (sobre la flagrante falta de formación de los profesionales y otras cuestiones para evitar el uso de contenciones mecánicas hablé por ejemplo aquí). Quizá por esto, decían estas dos residentes a las que escuchaba, hasta ese momento (estaban a punto de acabar su segundo año de formación) no conocían el concepto de “desescalada”.

Para mí esa ha sido la primera vez que en un contexto formativo sanitario he escuchado hablar sobre cómo afrontar una «agitación psicomotriz» sin que se hable de cómo atar. Y llevo 8 años trabajando en salud mental.

Después de la explicación de las ponentes, se abrió un tiempo para la reflexión y el debate, o al menos creo que eso pretendieron ellas. Ante su invitación -respetuosa- al diálogo, la primera intervención fue la de la supervisora de la unidad de hospitalización breve donde se realizaba la sesión, que quizá quiso mostrar su apoyo a esta gran (y novedosa, insisto) iniciativa:

– Sí, yo te quiero preguntar: un enfermo empieza a levantar la voz, a no parar quieto, a moverse para aquí y para allá, a tirar cosas… la actuación de enfermería: cuéntanosla, por favor.

Las residentes, desconcertadas, miraron a la presentación que acababan de hacer, en un precioso gesto de consternación.

– Bueno, yo… como hemos comentado aquí en la sesión… escucharle, el primer paso es escucharle…

– Está -interrumpió la supervisora- levantando la voz, no para quieto, tira cosas….

– Vale, pues… -respondió la ponente- aun así, creemos que, por lo que hemos leído, es escucharle, no ponerte a la altura y tú también alzar la voz, sino mantener la calma. Es algo importante, como hemos puesto ahí, el control de la situación de uno mismo. Un tono bajo de voz favorece que la persona tenga que bajar el tono… y escuchar cuál es su demanda en ese momento…

– Yo he tenido algún caso, abajo, en la urgencia -señaló la otra ponente- de una persona que alza la voz, que camina de allá para acá, que le ves nervioso (…) intento hablar con ella a ver qué me cuenta y qué le pasa, y esa persona no pasa de ahí.

– Lo que le pasa -volvió a interpelar la supervisora- es que no quiere estar aquí, porque como no está enfermo, aquí no pinta nada. Entonces empuja al familiar que está con él, porque le ha traído, le insulta, da un portazo. Y nosotros, ¿seguimos escuchando?

Preguntas_que_generan_conocimiento_MIAH

 

No es mi intención atacar a personas ni lugares concretos, porque no me gustaría que esto se interpretara como una acusación personal. He visto esto ya varias veces. Incluso han sido ya varias las supervisoras de enfermería de unidades de hospitalización psiquiátrica (tres, para ser exacta) que después de una charla se han acercado a mí (siempre a “nivel personal”, no haciendo uso del micrófono en el turno de palabra) y me han dicho algo como «Sí, eso que dices está muy bien… (y hago un breve paréntesis para preguntar: ¿»eso»?, ¿a qué os referís exactamente?, ¿a hablar con la gente?, ¿a tratarla como a personas?, ¿de verdad necesitáis decir que «eso está muy bien»?)… pero, ¿qué harías en este caso imaginario?».

Subrayo lo de imaginario porque es importante. Esta gente no está preguntando por un caso concreto, por una experiencia concreta en la que ellas quisieron actuar de una forma distinta pero no pudieron. Estas son las preguntas que generan conocimiento (me acordaré siempre de esa frase de Fernando Ripoll, precisamente revisando con él una medida coercitiva que le impuse a un adolescente). Pero no, ellas preguntan qué harías tú en una situación inventada por ellas, que por supuesto puede ponerse todo lo violenta que ellas quieran, independientemente de cuál sean tus respuestas.

Son grandes momentos de auto regulación emocional -nos reíamos luego-. También eso lo he vivido varias veces en diferentes foros profesionales (siempre profesionales, curiosamente). Independientemente de su formación y de sus publicaciones, vienen a macarrearte (que diría un amigo activista) y tú tratas -seguro que torpemente- de olvidar todo lo que aprendiste durante tus 26 años viviendo en Móstoles (nacida y criada), decirte mentalmente que esto no se trata de ti, recordar tu última clase de mindfulness, esbozar una sonrisa amigable, emitir una respuesta educada y citar alguna referencia bibliográfica (por ejemplo esta, esta, esta o esta)

Pero no sé, después de esta sesión me quedé especialmente pensativa. Y me gustaría aprovechar la oportunidad que me brinda este muy querido rincón virtual para contestar no solo a esta mujer y a todos los hombres y mujeres que me han hecho preguntas similares, sino a todos los que -me temo- me las harán en el futuro:

Miren, señores (y señoras): esto no es un plato de lentejas. No puedo darles los pasos a seguir para resolver cualquier conflicto con cualquier persona en cualquier situación. Ni yo ni nadie. Seguramente tampoco ustedes podrán favorecer siempre las mismas reacciones incluso en gente que conocen bien. No me hagan preguntas como si me pidieran instrucciones para taladrar una pared o un manual de adiestramiento canino. No se trata de eso. Precisamente, se trata de no hacer eso. Dejen de hacer preguntas cuya respuesta creen saber e intenten pensar en por qué iba a ayudar a una persona que la cojan entre cinco y la aten a una cama.

Sinceramente, sin juzgarse a ustedes mismos.

Piensen en los motivos.

Y luego pregúntense: ¿podría hacerse eso mismo de otra manera?

Esas son las preguntas que generan conocimiento.

Más del autor