Andreas nació en 1991. Tenía los ojos azules. Le gustaba mucho la música, iba a clases de guitarra eléctrica y se llevaba muy bien con el músico asturiano Rafa Kas. Tenía un gato llamado Lucas. Era aficionada a los clubs de fútbol del Real Sporting de Gijón y el Real Oviedo. Tenía un gran compromiso social, era feminista y militaba en Izquierda Unida. Estudió Psicología y al finalizar hizo un máster en Políticas Sociales, eligió hacer prácticas en ONGs y centros de acogida. Fue la primera persona de su familia que iba a la universidad.

Su hermana pequeña, Aitana, la recuerda como una persona inteligente y sensible, dispuesta a ayudar a los demás, con un «aura especial». Le gustaba la filosofía y le contaba a Aitana historias sobre la mitología griega. La ayudaba con los deberes, la apoyó mucho cuando decidió cambiar de carrera para dedicarse a la Pedagogía. También la ayudaba con los trabajos de la universidad. “Yo era muy mala en estadística ―recuerda Aitana―; y una vez que Andreas me estuvo ayudando con un examen saqué un 8,5 y quedé entre las mejores de la clase. Andreas no se lo creía: ‘Aitana, habla con el profesor que esa nota está mal’, y yo ‘que no está mal, hombre, que no está mal’”, se ríe al recordarlo. “No se lo creía porque yo estaba súper burra, cada vez que me ayudaba no paraba de cometer errores. Pero al final aprendí”.

“Era mi mejor amiga”. “Creo que casi todo lo que soy se lo debo a ella porque al fin y al cabo, yo también soy de izquierdas, me encanta también el cine, me gusta leer, no sé, me gusta la filosofía, me gustan muchas cosas que me fue enseñando mi hermana a lo largo de la vida. Siempre me fui interesando así por la cultura, mucho gracias a ella”.

Su historia personal estaba llena de ausencias. Una piensa, al saber de ella, cómo la vida, para muchas ya difícil, parece cebarse a veces especialmente con personas, con familias cuyas historias están sembradas de duelos. Sus abuelos murieron siendo Andreas muy pequeña. El nacimiento de su hermana Aitana, cuatro años menor, coincidió con el atropello y muerte de su abuela materna. Su familia materna estuvo muy presente durante toda su infancia y juventud, pero tres de sus cuatro tíos murieron antes de cumplir los 53 años. Por esa razón entre otras (tampoco sentía propias la fiebre consumista de estas fechas ni era religiosa), odiaba la Navidad. Eran fechas temidas. Dolorosas. «Miércoles es mi referente navideño» escribió un fin de año Andreas en su cuenta de Twitter, haciendo referencia al personaje de La familia Addams.

Quizá por esta historia familiar, marcada por la enfermedad y la muerte, le asustaba mucho la posibilidad de enfermar, algo que le dijo a la psiquiatra que la valoró en el servicio de Urgencias del hospital. Llevaba meses con ansiedad, pesadillas y una gran tristeza por el reciente fallecimiento de su tío Javier, quien murió de cáncer, en casa, con ella. También se lo explicó a la psiquiatra de guardia. Tras varias visitas a urgencias por una infección de garganta que no remitía y que la tenía preocupada, cuando empezó a escuchar sonidos, ruidos… se asustó y cuando le propusieron ingresar en psiquiatría, aceptó. Aitana cuenta cómo su hermana pensó que al menos, ya ingresada en el hospital, sí le harían las pruebas necesarias para detectar lo que le pasaba y frenar su avance. Que ese ingreso la protegería de que la infección o lo que esta hubiera podido desencadenar siguiera avanzando, que los profesionales intervendrían para ayudarla. No fue así.

«Personalidad frágil», escribió la psiquiatra entre sus motivos de ingreso.

Una vez ingresada, cuando comprobó que pese a sus síntomas nadie pensaba hacerle más pruebas diagnósticas, quiso marcharse. Ya no pudo, se lo impidieron. Se enfadó. «Agitación histeriforme», escribió la psiquiatra en su historia clínica. La ataron a la cama y la medicaron contra su voluntad. No atendieron sus peticiones. Su historia familiar (y el mito perenne que asocia los trastornos psiquiátricos con la genética de forma pretendidamente ineludible) hizo que la trataran como a una loca, y una vez metida en esa categoría, eso hizo que la desoyeran y ningunearan. Las locas son las eternas “otras” cuyo discurso y narrativa propias no merece la pena tener en cuenta, pues solo son síntomas de su propia enfermedad, en una circularidad interpretativa sin fin (todo cuanto haces y dices se entiende en función de tu etiqueta psiquiátrica) que está también en la base del trato que recibió Andreas. El sesgo diagnóstico que se dio por los antecedentes psiquiátricos en la familia lo resume crudo y nítido Fernando Balius en su artículo para CTXT: “La enfermedad que estaba acabando con la vida de Andreas quedó eclipsada por la etiqueta psiquiátrica de su madre y determinadas manifestaciones conductuales (ansiedad, escuchar voces, nerviosismo, comportamiento fuera de lo considerado normal, etc)”.

La asignación de locura hizo que sus actitudes fueran psiquiatrizadas (como la preocupación por su estado de salud, la ansiedad, el miedo a morir antes de tiempo) y que los mismos ruidos en su cabeza también característicos de un cuadro de meningitis fueran considerados más síntomas psiquiátricos sin descartar antes una causa orgánica. La llamaron «querulante» cuando se enfadó al decirle que no podría recibir visitas de su familia. «Nula colaboración». «Recomiendo mantener contención hasta objetivar colaboración de la paciente», todas son notas de la historia clínica que escribieron esos días.

Permaneció atada durante más de tres días enteros, 75 horas en total, consumiéndose por la meningitis que padecía y que no llegó a diagnosticarse y por los antipsicóticos que le administraron «hasta llegar a nivel de postración», escribió una enfermera. No se suspendió la indicación de contención en esas largas 75 horas. Ninguno de los profesionales de los distintos turnos pautó que podían desatarla (recordemos que estas contenciones mecánicas supuestamente, según quienes aún defienden su utilización, son de uso puntual en situaciones concretas de grave riesgo para sí mismo o para terceros), a pesar de que escribirían en su historia clínica que el agua le caía por las comisuras de los labios.

«Agradece las atenciones», escribiría también una enfermera.

Andreas ya conocía la atención en psiquiatría a través de los ingresos de su madre, Adelaida. Decidió estudiar Psicología después de que Adelaida fuese diagnosticada de esquizofrenia. Aunque su madre nunca fue atada a la cama, como lo sería ella años después, Andreas ya se dio cuenta entonces de que era necesario humanizar la atención a las personas en las unidades de psiquiatría y actuar contra la extendida práctica de la sobremedicalización. A medida que fue estudiando se hizo consciente de cómo se trataba a las personas exclusivamente desde una dimensión biologicista, dejando de lado otros factores.

Se encontraron su cuerpo sin vida, aún «contenido», la tarde del 24 de abril. Agonizó sola y atada a la cama. 

Tenía 26 años. Quería independizarse, aprobar la oposición que estaba estudiando y viajar con su hermana. Los años que se llevaba con su hermana Aitana hacía poco que habían pasado a notarse menos y pasaban mucho tiempo juntas. El año anterior se habían ido de vacaciones a Lisboa. «Discutíamos muchísimo. No solo de las películas que veíamos, sino, por ejemplo, sobre la situación en Cuba y todo lo que representó el país, la revolución cubana y todo eso. Siempre estábamos debatiendo y teníamos muchísima ilusión de ir a Cuba juntas. Al final pasó lo que pasó y solo pude ir yo. Pero era nuestro sueño», cuenta Aitana.

“Mi madre siempre me dijo, cuando pasó lo de mi hermana, que mi hermana siempre estaba conmigo. Quiero decir, mi socialización en parte se debe a mi hermana. Y los valores eran muy compartidos. Yo siempre me identifico como que ella está en mí. Y que yo tengo que hacer las cosas, siempre me lo decía mi madre, pues para enseñárselas a través de mis ojos. Siempre me lo decía. Yo siempre la noto cercana a mí. Ya más que nada, si no queremos creer en el punto espiritual, sí por la parte de la socialización, como era compartida… pues como mi madre, en cierta manera las dos están en mí. Ya no solo por la genética, sino por esa parte de la socialización”.

Mucho de lo que sabemos de Andreas nos llega así, a través de Aitana, a través de su recuerdo y del vínculo compartido. Pero no solo; también su militancia política y activista, también sus amistades o su pasión por la música y el cine nos hablan de quién era. Leer las publicaciones que dejó Andreas en redes sociales estremece: porque Andreas pudimos ser cualquiera de nosotras, porque soñó mundos más habitables e intentaba hacerlos realidad, subía fotografías de camisetas frikis, de la belleza del otoño en su camino de vuelta a casa y de las arrugas alrededor de los ojos al sonreír, comentarios sobre Juego de Tronos, canciones de Silvio Rodríguez. Uno de sus últimos trabajos para la universidad fue un estudio sobre la precariedad laboral. Coreó en manifestaciones feministas el lema “si nos tocan a una nos tocan a todas”. Murió desatendida tras 75 horas atada en la unidad de psiquiatría del Hospital Universitario Central de Asturias, el HUCA, en Oviedo. 

Su madre moriría en ese  mismo hospital tres años después. Aitana, incansable, sigue todavía buscando justicia para Andreas. Periodistas como Noemí López Trujillo han detallado el proceso judicial en artículos como el publicado para Newtral cuando se recurrió el sobreseimiento del caso. El “si nos tocan a una, nos tocan a todas” que para Andreas fue tan importante, tiene hoy su reflejo también en los numerosos colectivos que siguen apoyando a Aitana, la hermana pequeña que a algunas nos parece enorme, en esta reivindicación inexcusable por la justicia y aún más allá, por un cambio de modelo en toda la atención en salud mental que impida que nada parecido vuelva a suceder, nunca nunca más. Por ella, por nosotras, por ti, por todas.

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