Javier Molina, 5°de Farmacia

Sesión de terapia electroconvulsiva y opinión personal

Durante el curso de mi estancia en el hospital psiquiátrico se me ofreció la posibilidad de asistir  a una sesión de terapia electroconvulsiva (en adelante T.E.C). Acepté un poco por genuina (e intentando que fuera  también ingenua) curiosidad, por refundar en mi mente esa imagen que ha quedado en el imaginario colectivo merced a tantos años de oscura historia sobre la técnica.

Durante la carrera el T.E.C se nos menciona sucintamente, apenas de pasada, como una técnica en claro desuso solo indicada para depresiones endógenas que no responden a tratamiento, el último recurso cuando todas las terapias convencionales han resultado inútiles. He de decir que de un tiempo a esta parte he aprendido que lo que se enseña en las aulas, la parte teórica, es cuanto menos matizable, si no directamente de muy dudosa veracidad. Por todo ello creí razonable ver con mis propios ojos el T.E.C y preguntar a los profesionales que lo realizan (por lo que he podido comprobar de manera bastante frecuente) por los pormenores de dicha técnica y su resultado en la práctica clínica. Así pues me presente allí, libreta en mano, boli en ristre, dispuesto a descubrir de qué iba todo aquello.

Ese día iban a aplicarles el T.E.C a dos pacientes, de los cuales yo conocía a uno, al que llamaremos Job. Por lo que había tenido ocasión de hablar con él parecía una persona afable, de modales tranquilos y sosegados y de discurso coherente, casi siempre centrado en temas religiosos y/o místicos. Precisamente en ese último punto parecía residir el problema; Job vivía (y vive) su espiritualidad de manera muy intensa, descuidando gravemente el lado material de la vida y su propia existencia física. Ciertamente me parecía un paciente que podía  necesitar una serie de atenciones psicoconductuales y farmacológicas, pero no se me antojaba del tipo que requiriera un terapia agresiva y para casos límite como esta.

Ambos se sentaron en las camillas visiblemente somnolientos (la técnica se realiza siempre a las 7 de la mañana) pero tranquilos, no era la primera vez para ninguno. Tras anestesiar al primero de ellos con propofol aproveché para preguntar sobre la técnica a los allí presentes (un anestesista, un ATS, y una enfermera a los que en las postrimerías del proceso se incorporaría un médico). Todos se centraron automáticamente, a pesar de lo general de mi consulta, en lo que ha mejorado la técnica, narrando las escenas que antes se producían con grotescas descripciones de cuerpos contorsionados y auxiliares usando  suelas de zapatilla para evitar que los pacientes se mordieran la lengua. Me contaron que a muchos miembros del personal médico les dejó  una honda huella, que muchos se mostraron más que reticentes a volver a asistir a otra sesión, que se producían más incidencias durante las sesiones y que los pacientes tenían dolores musculares durante días. Tras previa administración de Mioflex (Suxametonio cloruro o sucinilcolina) como relajante muscular y atropina para disminuir el riesgo de inhibición vagal sobre el corazón y las secreciones salivar y bronquial, se procedió al T.E.C en sí, una sola descarga, bilateral. Efectivamente todo aquel proceloso proceso había quedado atrás y se veía sustituido por una leve y momentánea convulsión, apenas un momento,  acompañada por una mueca involuntaria de dolor al contraerse los músculos faciales. Sin olor a chamusquina, sin cuerpo arqueados. La estética del TEC está sin duda lavada.

Cuando terminó la sesión y antes de acompañar a los pacientes a sus respectivas habitaciones (quedaba más que patente que no hubieran sido capaces de llegar por sí mismos, por estar completamente aturdidos) pregunté al médico por lo diagnósticos de ambos. Los dos tenían esquizofrenia paranoide. Al ver mi cara de extrañeza dado el que el TEC no está indicado como tal para la esquizofrenia, me comentó que los dejaba muy tranquilos y que a lo largo de los años había conseguido recuperar a varios pacientes usando TEC y clozapina. No me atreví a entrar en un debate sobre  las diferentes formas de entender el concepto de recuperación. El anestesista aprovechó también para contarme que el TEC era una técnica en auge, que durante muchos años había sido denostada pero que ahora de nuevo volvía a dársele uso ya que ofrecía muy buenos resultados, a pesar de lo aparatoso del procedimiento.

Durante los días subsiguientes busqué información sobre el TEC junto con mis compañeras de farmacia. Este texto no es una revisión bibliográfica, ni pretende serlo, por ello no pormenorizaré los resultados de la búsqueda bibliográfica, pero basta decir que no fuimos capaces de encontrar ningún estudio riguroso que avalara el uso de la técnica. Los resultados de las comparativas entre TEC real y TEC simulado (Sham TEC) solo reflejaban que el primero podría ser levemente superior durante las primeras semanas, pero este efecto se diluía con el paso del tiempo, desapareciendo pronto. Además, a largo plazo los pacientes que habían recibido TEC real tenían peores resultados en las pruebas que evaluaban las capacidades cognitivas y la memoria.

Ante todo esto puedo sacudirme la sensación, y aquí no incluyo solo lo relacionado con el TEC, de  que a veces se prefiere que el paciente sea dócil (palabra que aparece con frecuencia en las evaluaciones de los pacientes) a que sean ellos. Que una cierta despersonalización, una suerte de lobotomía paroxística es perfectamente justificable y aceptable con tal de conseguir un comportamiento apaciguado, aunque este sea artificial e impostado, ajeno a la propia naturaleza del paciente. Y en ocasiones la queja lógica que esto provoca es interpretada como una exacerbación de la enfermedad o de falta de conciencia de la misma. Me viene a la mente un estudio aleatorizado (1) en el que se encuestó a 515 psiquiatras y se les pidió que dieran una recomendación en tres condiciones experimentales hipotéticas; a un paciente que pregunta: «¿Qué haría si fuera yo, doctor?, a un paciente en condiciones estándar sin que formule esta pregunta y un tercer escenario en el que el psiquiatra debía imaginar que él era el enfermo y decidir por sí mismo. Los psiquiatras en el grupo “¿Que haría si fuera yo, doctor?” hicieron recomendaciones similares a los del grupo de recomendación a un paciente estándar que no hubiera formulado la pregunta. Sin embargo los del grupo que tenían que hacerse una recomendación a sí mismos prefirieron las opciones consideradas menos eficaces, menos invasivas y con menos riesgos (es decir, la espera vigilante y los antipsicóticos orales). No tengo claro si recomendarían para sí mismos una técnica como el T.E.C

P.D.: Al día siguiente de mi “visita” a la sesión de TEC me encontré con Job y le pregunté por cómo se encontraba tras la misma. No recordaba haber recibido TEC y cuando le di más detalles manifestó la imposibilidad de tal cosa, ya que él a las 7 estaba durmiendo. Tras un rato más de charla finalmente recordó que efectivamente el día anterior le tocaba TEC y que le habían bajado a recibirlo. Job ni siquiera ha firmado su consentimiento por carecer de conciencia de enfermedad, su hermano lo hizo por él.

 

Referencias:

(1)          How psychiatrists inform themselves and their patients about risks and benefits of antipsychotic treatment. http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1600-0447.2009.01357.x/abstract

Entrada publicada originalmente en el blog Tecnoremedio.

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