Texto publicado originariamente en Mad in America (16 de mayo de 2016)

Profesionales de todo el mundo Occidental, de diversas disciplinas, se ganan la vida ofreciendo sus servicios para reducir la tristeza  y el sufrimiento de las personas que buscan su ayuda. ¿Estos asistentes remunerados representan una fuerza fundamental para curar, facilitando los procesos de recuperación de las personas con problemas de salud mental, o son una parte considerable del problema, manteniendo nuestro sistema modestamente eficaz y a menudo perjudicial?

Una pregunta incómoda

A principios de año asistí a una conferencia excelente, organizada por la Unidad de Investigación de la Psicosis en Manchester (Reino Unido), titulada “Desafiando al estigma de la psicosis: avances en la teoría, la investigación y la práctica”. Varios ponentes – tanto profesionales como personas con experiencia propia de problemas de salud mental – ofrecieron presentaciones informativas donde describían el estigma sufrido por muchas personas que experimentan dificultades psiquiátricas y las posibles formas de erradicarlo. Sin embargo, para mí, el momento más memorable (aunque incómodo) del día no fue en relación con algo dicho por algún ponente, sino una pregunta hecha por el público.

La elocuente Rai Waddingham (facilitadora reconocida internacionalmente) compartió un intenso relato de sus propias experiencias dentro del sistema psiquiátrico del Reino Unido en el que, por muy valiosas que fueran las intenciones de la mayoría del personal, el mensaje central de “eres enferma” que recibía por parte de los profesionales, solo reforzó la visión que ya tenía de sí misma durante mucho tiempo, que era un “monstruo” defectuoso por naturaleza. Después de su discurso, una mujer joven sentada en la parte posterior de la sala, levantó la mano y preguntó, “¿Realmente necesitamos a los profesionales de salud mental?”

Siendo explícitamente crítico hacia la psiquiatría tradicional, reconocí hace muchos años que considerar un problema de salud mental como una “enfermedad como cualquier otra” no es de mucha ayuda y a menudo es perjudicial, ya que anula la esperanza, refuerza la pasividad, aumenta el estigma y conlleva una sobreutilización de la medicación neurotóxica. Así pues, durante mucho tiempo he estado convencido que nuestra sociedad respondería de manera más eficaz al sufrimiento humano sin la contribución de psiquiatras biologicistas. Pero la pregunta de la joven, se enmarcaba en términos mucho más amplios, sugiriendo que todos los profesionales de salud mental podrían ser culpables.

Reflexión personal

La pregunta desencadenó una secuencia de pensamientos inquietantes en mí. Trabajé durante 33 años como profesional psiquiátrico (enfermero y psicólogo clínico) dentro de los servicios de salud mental del NHS1 y dediqué incontables horas a la terapia comunicativa2, ofreciendo a miles de personas angustiadas maneras estructuradas para superar sus dificultades emocionales y de conducta. ¿Fue esa parte de mi vida laboral inútil, o incluso perjudicial? ¿Habrían sido más sabios los servicios, que tan justos van en términos económicos, si  hubieran invertido en personas no profesionales con cualidades propias adecuadas (compasión, autenticidad, mente abierta) para apoyar a los que sufren angustia y se sienten abrumados, en lugar de profesionales relativamente caros?

Mi inquietud ha ido aumentando al traer a la mente la cantidad de indicios que arrojan dudas sobre las cualidades curativas de un experto psicoterapeuta: en lineas generales todos los modelos psicoterapéuticos obtienen resultados similares (sugiriendo que el ingrediente que lo genera tal vez no sea la terapia en sí) (1) (2); la calidad de la relación entre el usuario de los  servicios y el asistente es el predictor más potente del resultado (y no hace falta ser un profesional experto para desarrollar una relación positiva con alguien) (3) (4); personas no profesionales y sin formación específica pueden obtener resultados terapéuticos similares a los de profesionales bien formados (5); y – en muchos aspectos la parte más desalentadora de los indicios – mis propios recuerdos de muchos de los usuarios con quienes trabajé, quienes no parecían darse cuenta de mejoras significativas en su salud mental.

También sabemos que los profesionales psiquiátricos son la fuente más potente del estigma hacia las personas que se encargan de apoyar (6). Al menos en el Reino Unido, uno solo puede empezar a imaginar los beneficios que tendría liberar a esos asistentes de las asfixiantes restricciones del reacio-al-riesgo Servicio Nacional de Salud, en que los profesionales de salud mental, a menudo se ven obligados a priorizar las toneladas de papeleo, con tal de protegerse a ellos mismos y a la organización de una posible futura crítica en lugar de ofrecer apoyo humano a alguien que esté experimentando un intenso agobio y sufrimiento emocional (7).

El abordaje de Soteria para la psicosis aguda – como ha sido introducido por primera vez por Loren Mosher (8) – hizo uso de personal no profesional y los resultados fueron al menos tan eficaces como en unidades psiquiátricas de agudos caras (y a menudo traumatizantes). El apoyo entre iguales, donde personas con experiencia propia en problemas de salud mental ofrecen tiempo y ayuda a aquellos que están pasando una crisis, supone una forma aceptable y tremendamente beneficiosa de responder a las personas que se encuentran en medio de un estado de confusión mental y angustia extrema. Y los mismos usuarios de los servicios son capaces de aportar una orientación excelente sobre el tipo de servicios que les ha sido de más ayuda.

Además, está cada vez más aceptado que una de las maneras más potentes de argumentar acerca del sufrimiento humano es abordando los males fundamentales de la sociedad (la discriminación, el hecho de que haya personas sin hogar, la pobreza, la pérdida de capacidad de tomar decisiones y  el abuso intrafamiliar) que generan los problemas de salud mental en el futuro. Estos cambios radicales dependen más de la voluntad política que de las contribuciones de los expertos psiquiátricos.

¿Entonces realmente necesitamos profesionales de salud mental?

En un mundo perfecto, no habría ninguna necesidad de pagar a personas para que ayudaran a aquellos que sufren dolor emocional. En una sociedad utópica los principales causantes de los problemas de salud mental – la discriminación, el fenómeno de las personas sin hogar, la pobreza, el abuso intrafamiliar, el desempleo y la violencia – se erradicarían. Todos nosotros nos sentiríamos empoderados y reconoceríamos nuestras valiosas contribuciones a nuestras comunidades. En el caso de sentirnos angustiados o agobiados, nos apoyaríamos en los cuidados de nuestras comprensivas redes sociales, amigos y familia reuniéndonos de forma natural para proporcionarnos el apoyo necesario.

Pero ¡ay!, algo tan ideal no va a ocurrir a corto plazo; tal vez la raza humana necesite unos miles de años de evolución más para reconocer los beneficios universales de una sociedad igualitaria. Mientras tanto creo que necesitaremos personas en roles de ayuda formales, apoyando y habilitando a las personas que sufren y se encuentran angustiadas.

¿Qué quiere decir “profesional”?

Es importante definir qué significa ser profesional de salud mental, ya que el término puede ser interpretado de muchas maneras diferentes. La expresión puede referirse a cualquier persona que cobra por ofrecer ayuda de forma regular a personas que sufren dolor emocional. En este sentido, un auxiliar de apoyo entre iguales, por ejemplo, que recibe un sueldo regular, inmediatamente se convierte en un profesional de salud mental. No me parece nada irrazonable – en un sentido práctico y ético – que los que dedican tiempo a esta labor tan estresante, y muchas veces desafiante, que es apoyar a personas durante periodos de sufrimiento y angustia, reciban un pago por sus esfuerzos.

Sin embargo, cuando la necesidad de profesionales de salud mental se cuestiona, sospecho que se tiene en mente un tipo de trabajador diferente, alguien que ha logrado ser miembro en una profesión clásica (psiquiatra, psicólogo/a, enfermero/a psiquiátrico/a, terapeuta ocupacional o trabajador/a social psiquiátrico/a). Los expertos reconocidos en este campo parecen una especie bastante diferente a los asistentes que no tienen estas cualificaciones formales y, creo que, es el valor de estos especialistas el que se cuestiona cada vez más.

Mientras claramente hay beneficios para los usuarios de los servicios si la plantilla está compuesta básicamente por profesionales cualificados – particularmente en términos de responsabilidad y de la necesidad de mantener unos estándares revelados de forma explícita – el precio de esto a menudo supone desequilibrios de poder muy perjudiciales y un nivel asfixiante de intolerancia al riesgo. Aún más importante, es que conseguir ser miembro de alguna de las profesiones tradicionales requiere una cantidad de conocimientos que son diferentes, y en muchos sentidos incompatibles con los de las otras. De este modo, dentro de los servicios de salud mental, el resultado puede ser un entorno competitivo donde cada grupo profesional expresa un dogma que le sirve a sí mismo, luchando por un sitio dentro de organizaciones como los Servicios Nacionales de Salud y las Autoridades Locales.

Entonces, ¿cuál es el conjunto de habilidades óptimo?

La cuestión central quizá no es tanto si necesitamos asistentes remunerados – por supuesto que sí – pero decidir la cantidad óptima, el contenido óptimo, y los valores subyacentes a los que están expuestos quienes aspiran a ser profesionales. Dada la debatida naturaleza del campo de salud mental, esta no es una tarea nada sencilla. Mi visión particular es que el núcleo, el pilar de un servicio ideal, debería proveer a las personas que sufren angustia y agobio de un acceso a la compañía de otras personas con habilidades personales apropiadas (empatía, compasión, autenticidad y mente abierta) que trabajen dentro de un marco filosófico caracterizado por esperanza y la expectativa de que todos los usuarios pueden encontrar sus propias soluciones idiosincrásicas a los problemas que la vida les ha infligido y de este modo lograr una existencia que merezca la pena.

A esta provisión básica, se debería añadir una serie de opciones de cambio (o de afrontamiento) disponibles a emplear si los usuarios lo desean. Este tipo de abordajes secundarios requerirían de un personal con habilidades adecuadas para ofrecer: reflexiones psicológicas para capacitar las personas a entender los factores que contribuyen en el desarrollo y el mantenimiento de su sufrimiento; estrategias de auto-alivio, y de reducción de la agitación, como por ejemplo el “mindfullness” y la relajación; opciones de medicación a corto plazo, junto con información adecuada sobre el modo de acción del fármaco (es decir, creando estados anormales en el cerebro) y los efectos secundarios, como también describiendo sus beneficios potenciales; y una gama de terapias comunicativas basadas en la evidencia.

Asegurar la provisión continuada de estas habilidades

Una cosa es enumerar los valores y las habilidades óptimas para dar apoyo a los usuarios de los servicios, pero un reto mucho más dificil es asegurar que esta provisión cumple con estos requisitos y no retrocede al inútil lema de “es una enfermedad como cualquier otra”, al abordaje técnico-medicalizado del sufrimiento humano.

A fin de asegurar el desarrollo – y mantenimiento – de las habilidades adecuadas para este nuevo tipo de profesional propuesto, el sistema de salud mental tendría que exigir algunos elementos clave. En primer lugar, con respecto al Reino Unido, los proveedores básicos del servicio deberían ser independientes en gran medida del Servicio Nacional de Salud y la Autoridad Local, y así ser más libres de las constricciones burocráticas y las maneras de hacer poco útiles de estas organizaciones. Los proveedores del tercer sector (proyectos sociales, cooperativas, organizaciones sin ánimo de lucro) que pueden alimentar y sostener el posicionamiento ético deseado serían el centro del nuevo modelo, apoyados por la utilización de centros no hospitalarios. Quizás hay algo que aprender de la manera en la que el movimiento “hospice movement” 3 en el Reino Unido mantiene su particular filosofía proporcionando servicios de alta calidad, apoyando a personas con enfermedades terminales, recurriendo de modo significativo a donaciones caritativas y a la participación de voluntarios.

En segundo lugar, todo el personal empleado en el servicio central se beneficiará recibiendo una cualificación “genérica en salud mental”, incorporando las habilidades y valores apropiados. Un curso así podría ser supervisado e impartido por academias de bienestar y de recuperación ya existentes, que fundamentalmente involucran a personas con experiencia propia de problemas de salud mental en el desarrollo y la impartición del plan de estudios.  Algo importante, es que un criterio esencial para una parte significativa de la plantilla sería tener experiencia personal de haber buscado ayuda en los servicios de psiquiatría.

En tercer lugar, un liderazgo inspirador y de alta calidad, a todos los niveles, sería esencial para mantener los valores básicos del servicio, junto con redes de apoyo para los propios empleados que les sirva para tratar el agotamiento (“burnout”) y el posible desvío a nivel ideológico.

Entonces, volviendo a la pregunta original, “¿Realmente necesitamos profesionales de salud mental?”, el quid de mi respuesta sería, “Sí, pero de una forma radicalmente diferente de los que actualmente ocupan los puestos”.

 

Traducido por Anastasia Leontopoulou: “Do We Really Need Mental Health Professionals?” by Gary Sidley, Phd.

 

 

Referencias

  • Styles, Shapiro & Elliott (1986). ‘Are all psychotherapies equivalent?’ American Psychologist 41(2), 165 – 180.
  • Epstein (2006). ). ‘Psychotherapy as Religion: the civil divine in America’. Reno NV, University of Nevada Press.
  • Bergin & Garfield (1994). Handbook of Psychotherapy & Behaviour Change (multiple editions)
  • Norcross [Ed] (2011). ‘Psychotherapy relationships that work’. 2nd edition. New York. Oxford University Press.
  • Moloney, 2006: ‘The trouble with psychotherapy’ Clinical Psychology Forum, 162, 29-33.
  • http://bit.ly/1rOK5a7
  • http://bit.ly/1S95Zek
  • http://bit.ly/1sr8oeO

 

Notas de la traductora:

  • El NHS es el Servicio Nacional de Salud de Inglaterra.
  • Traducción de “talking therapy”, metodología terapéutica del NHS Inglés.
  • Sistema de atención en cuidados paliativos.
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