Texto originariamente publicado en Mad in America (20 de febrero de 2016)

Allá por los años 90, recuerdo estar sentada en los jardines de un antiguo gran psiquiátrico mientras un bien intencionado enfermero me hablaba de recuperación. Yo quería fumar, así que de algún modo acepté lo que estaba diciendo, asentí levemente, pero algo no encajaba. ¿Acaso no me estaba diciendo que debería animarme y recuperarme rápidamente? Y si no lo hacía ¿No sería de algún modo por mi culpa? Esa no iba a ser la única vez que oiría hablar de recuperación. Es más, ha sido la palabra de moda en salud mental desde entonces. Los 90 fueron etiquetados –de forma algo optimista- como la “década de la recuperación”. Más recientemente, la recuperación ha sido situada directamente en el centro de las políticas de salud mental. ¿Apoyar la recuperación es simple sentido común? ¿O se está usando el término de forma inapropiada para presionar a los que sufren para que se comporten de determinada manera?

La propaganda sobre recuperación está en todas partes

La recuperación ha sido definida como “un viaje personal de descubrimiento que incluye dar sentido a lo que ha ocurrido y encontrarle significado; convertirte en un experto en tu autocuidado; construir una nueva identidad y propósito en la vida; descubrir tu inventiva y posibilidades y usarlas, junto con los recursos disponibles, para perseguir tus aspiraciones y metas.” Los que están a favor del concepto de recuperación tienden a verlo como un gran salto adelante para los servicios de salud mental. Más que ver el sufrimiento mental como algo basado en déficits, argumentan, las personas tienen ahora acceso a las historias de aquellos que han ido más allá de su “enfermedad mental”, lo que inspira esperanza y la posibilidad que un diagnóstico no signifique una vida forzada y aplastada, de citas médicas y fármacos. En este nuevo paradigma se habla a menudo de los profesionales y los pacientes como iguales, con los profesionales “expertos por profesión” y los clientes “expertos por experiencia”. “Co-producción” es el eslogan, y parece que todos están comprometidos a trabajar juntos para devolver algo de autonomía a los pacientes y que así comiencen su propio viaje curativo.

Últimamente los Institutos de Recuperación (Recovery Colleges en inglés) han comenzado a surgir por todo el país, ofreciendo una variedad de cursos de media jornada sobre “comprender” la psicosis, el trastorno bipolar, las autolesiones, la comida sana y similares, que los usuarios pueden ir seleccionando para ayudarles en su “viaje personal”. Hay algunas críticas elogiosas sobre los Institutos de Recuperación: “El folleto describe oportunidades para aprender y te pone al mando. Tú eliges lo que podría ayudarte. Eso es empoderante. Eres bienvenido a una reunión para un plan individualizado de aprendizaje. La graduación es un evento especial que señala el éxito y los logros personales y grupales”, comenta un asistente. Hasta aquí todo bien. No obstante, a pesar de la propaganda psiquiátrica, muchos ven la noción de recuperación como discutible, dañina y causante de desencuentros.

La recuperación enmascara la naturaleza del dolor a largo plazo

Existen dos vertientes críticas. Algunos argumentan que, no importa cuán complejas sean las definiciones de recuperación, invariablemente disponen una dicotomía “recuperado o no recuperado” que puede hacer que la gente sienta que ha fracasado si continúa sufriendo. Iris Benson, una usuaria y representante de cuidadores, formula así su crítica: “Comprendo que no me he recuperado. Vivo bien con mi mala salud mental. Puedes vivir una vida satisfactoria y llena de significado con una enfermedad mental, yo soy prueba viviente de ello. Es posible. Necesitas disponer de la ayuday el apoyo adecuados.” El psicólogo Jamie Hacker Hughes, que se identifica como persona que tiene un trastorno afectivo bipolar, concuerda con el argumento de Iris: “Sé que me siento mejor pero no sé si en el futuro, dependiendo de lo que me suceda, volveré a sentirme mal. No es blanco o negro, es gris, distintos tonos de gris… Es un proceso continuo.”Jamie señala de forma crucial que aunque en principio la recuperación pueda definirse como un “viaje en marcha”, las verdaderas medidas de resultados son toscas y definitorias. “Cuando dirigí un servicio de Mejora del Acceso a las Terapias Psicológicas (IAPT, del inglés Improving Access to Psychological Therapies)” sigue “descubrí que el modo de ver la recuperación del IAPT era como algo que podía ser cuantificado con unos pocos cuestionarios, unos que la IAPT había elegido probablemente por ser gratuitos, que funcionan con puntos de corte según los cuales estás no recuperado, moviéndote hacia la recuperación o recuperado, y entonces te dan de alta y se terminó tu tratamiento. Pero todos sabemos, como gente que ha tenido sus propias experiencias, que la salud psicológica no es algo tan simple. No funciona con un cuestionario de ‘talla única’.”

La recuperación se usa para dar de alta

 Casi todas las personas con las que hablo están de acuerdo en que se está dando un mal uso a la idea de recuperación para dar el alta a personas que, francamente, necesitan más ayuda a largo plazo de la que el ahora roto NHS (National Health Service, sistema público de salud británico) puede permitirse. Un jefe de servicio veterano lo dice así: “Mira, los Institutos de Recuperación hacen un gran trabajo. Pero todos sabemos que el NHS no tiene financiación suficiente y tenemos que dar de alta a gente que aún necesita nuestra ayuda. Así que a veces enviamos a gente allí para intentar al menos darles algo que les ayude a arreglárselas por sí mismos.” A los pacientes se les da una “narrativa de progresión” para enmascarar un problema que es profundamente político. Si la vida sigue siendo difícil, si el “certificado de éxito” que se entrega al graduarse no se sostiene ante las presiones de la vida, queda una sensación de fracaso individual. Y una sensación de fracaso no es demasiado buena para la salud mental, se mire como se mire.

La recuperación ha sido lavada y blanqueada

 Una segunda vertiente de críticos argumenta que se ha cooptado la recuperación para limpiarla de su potencial radical para desafiar a los sistemas de salud mental. La recuperación a menudo se explica como una progresión desde el movimiento de supervivientes de los 60 y 70 que –como otros movimientos por los derechos civiles– trató de revertir la mirada hacia los poderosos opresores para mostrar que ideas como coerción, enfermedad y normatividad fastidiaban a la gente desde el principio.De todos modos, como dice la prominente activista Jacqui Dillon: “Existe el peligro de que, a medida que la recuperación se integra más en los servicios, el concepto está siendo colonizado, de modo que sus aspectos más radicales son asimilados y se convierte en otro método para controlar y coaccionar a la gente, a la vez que se mantiene el statu quo de forma insidiosa, bajo el disfraz de ofrecer algo innovador y empoderante.” El psicólogo Dave Harper está de acuerdo, y aduce que aunque el modelo de desarrollo de fortalezas asociado con los Institutos de Recuperación parece progresista, se sigue asociando con la idea que el individuo tiene alguna “deficiencia”: “necesitamos ser un poco más curiosos porque debemos atender al lenguaje y las palabras en su contexto, en relación con su otro significado implícito. Si le pides a la gente que defina lo que significa estar bien o estar contento, la gente siempre habla de la noción de enfermedad, de estar enfermo. Y si hablas de fortalezas estás asumiendo de forma implícita que hay debilidades y la parte no-dicha de eso puede ser algo delicada. Así que el enfoque cuasi-maníaco en las fortalezas tiene una parte no-dicha.” Dave sigue “todo el mundo quiere ser positivo sobre la recuperación pero… Recuperarse de qué, la recuperación de quién y quiénes juzgan esas cosas. Y estas diferencias surgen una y otra vez.” Harper se esfuerza por todos los medios por manifestar que se están llevando a cabo algunos trabajos estupendos bajo el estandarte de la recuperación, pero que está preocupado sobre la “responsabilización” o “la manera como se hace responsable a la gente de los problemas y sus soluciones, y ello significa que si a la gente le cuesta cambiar, puede que no se diga explícitamente, sino de forma encubierta, y que implícitamente la gente sienta que es su culpa”.

La recuperación ha sido cooptada por intereses profesionales

 Quizá la crítica más poderosa de la recuperación sea la ofrecida por el colectivo Recovery in the Bin (“recuperación en la basura”). Nos proporcionan “veinte principios clave”, que incluyen una primera demanda: que “nadie sea sometido a una presión innecesaria o a expectativas no razonables de ‘recuperación’ por parte de los servicios de salud mental.” Tal y como ellos lo ven, las ideas de recuperación han sido cooptadas por intereses profesionales, reemplazando un “modelo social de la locura”, que reconoce que el capitalismo y el neoliberalismo sitúan a la gente bajo “condiciones sociales y económicas intolerables, debido a los efectos de circunstancias como el alojamiento precario, la pobreza, el estigma, el racismo, el sexismo, expectativas laborales no razonables y un sinfín de barreras más.” Siguen con que la recuperación ha sido “un regalo al neoliberalismo para excusar la retirada del estado de bienestar.” “Existen las vidas perdidas y las vidas destruidas, es insultante hablar de recuperación cuando tantos viven con miedo a la miseria.” El colectivo argumenta que el énfasis en herramientas como las “estrellas de recuperación” en los Institutos de Recuperación –que miden los resultados según como la persona puede “gestionar su salud mental” y sus “habilidades vitales”- produce una “visión del bienestar y el autoconcepto que es estrecha y moralista”, que como mucho solo alude a los problemas estructurales que causan locura. De forma brillante, ofrecen una “estrella de no-recuperación” que señala aspectos como la pobreza, la homofobia, el trauma y la igualdad económica,para los que la evidencia muestra una clara correlación con las probabilidades de experimentar y sobreponerse al sufrimiento mental. Mientras que la “estrella de no-recuperación” resalta la necesidad de acción colectiva, protesta y generación de conciencia, la “estrella de recuperación” –usada en muchos Institutos de Recuperación- apunta hacia auto-gestionarse adecuadamente y convertirse en un buen ciudadano que come bien, duerme bien, tiene relaciones agradables (probablemente heteronormativas) y un trabajo.

 La recuperación ignora las desigualdades

 Esto es más que evidente si le echamos un vistazo a los prospectos de los Institutos de Recuperación. Ofrecen una bienvenida enfocada a la esperanza, la inspiración y la trayectoria, pero es dolorosamente obvio cómo las inclinaciones políticas blanquean lo que se ofrece y lo que no. Vamos a tomar unas líneas del prospecto de Tower Hamlets que -aleluya- es uno de los pocos que menciona etnicidad o diversidad. Dice así: “Dado que Tower Hamlets es una comunidad dinámica y culturalmente diversa, hemos desarrollado una sesión que se centra en los diagnósticos que afectan especialmente a la gente que vive aquí. La sesión tratará sobre la depresión, el trastorno bipolar y la esquizofrenia.” Este área del East London es uno de los distritos más pobres y étnicamente diversos del Reino Unido. Aunque se ha registrado el aumento de la incidencia en los diagnósticos, no se mencionan las políticas que rodean esta situación –por ejemplo, que un joven negro tenga más probabilidades de ser ingresado de forma involuntaria, sobremedicado y arrestado, lo que enlaza claramente con la historia de opresión y racismo. Esto es sorprendente, dado que se sabe a ciencia cierta que las comunidades étnicas minoritarias a menudo no se vinculan con los servicios de salud mental debido a que su historia y su cultura se encuentran muy excluidas. Hubiera sido una omisión impensable años ha, cuando el racismo institucional era muy prioritario en la agenda política de salud mental. De manera parecida, encontramos un curso de doce horas sobre “cómo encontrar un piso y mantener un alquiler” y un taller de un día sobre “como gestionar la transición de atención especializada a primaria”, como si ahora estas fuesen cosas en las que el individuo triunfa o fracasa, lo que enmascara los dramáticos recortes presupuestarios en salud mental que están conllevando tantas altas prematuras y dejando a muchos sin apoyo, a menudo tras décadas de cuidado. Aunque los Institutos de Recuperación facilitan esperanza, optimismo y habilidades a muchos, al ser co-producidos por profesionales existe un sesgo evidente hacia reducir los aspectos que cuestionan a la psiquiatría de la (masiva y heterogénea) comunidad de usuarios de servicios. No hay duda de que esto beneficia al Estado, a regímenes de gubernamentalidad en los que los individuos internalizan la idea de que deben mejorar por sí mismos, lo que deja al gobierno sin castigo.

La recuperación ahora va de normalización

Si realmente queremos servicios progresistas, debemos reconocer que trabajar junto a profesionales va a modelar sutilmente lo que se ofrezca, atraer a algunos y desalentar a otros. La co-producción no es suficiente. Debemos fundar Institutos de Recuperación liderados por supervivientes, que puedan ofrecer una variedad de cursos para incluir a aquellos que rechazan totalmente la implicación de profesionales, más que servir solo a un subgrupo de la comunidad. Por supuesto, algunos ofrecerían muchos de los cursos que aparecen en los actuales Institutos de Recuperación, e incluirían a profesionales. Decirle a aquellos que sienten que pueden beneficiarse de “cursos para el manejo de síntomas” que estar alienados de la auténtica naturaleza social de su sufrimiento puede terminar recreando la cultura acusatoria de la “falsa conciencia” de los 70. Sin embargo, si la financiación fuese también para aquellos que rechazan los principios nucleares de la psiquiatría, los Institutos de Recuperación serían muy distintos. Para empezar, probablemente los organizadores rechazarían las nociones de “institutos” y “cursos”, debido a que están cargadas de la idea de negocio. Existen modelos artísticos y educativos alternativos de los que se pueden extraer cosas, como las técnicas para el cambio individual, social y político ofrecidas por el Teatro del Oprimido. Pero, más aún, los métodos únicos, creativos, desafiantes del cambio personal-político tan presentes ya en partes del movimiento de supervivientes –pero tan exprimidos financiera y discursivamente- mientras las nociones de recuperación están cada vez más bajo el martillo neoliberal.

Cuando la esperanza y la inspiración se empaquetan como propiedades únicas del Movimiento de Recuperación, es tentador aceptar algunas ideas bastante problemáticas, así como es tentador asentir –al menos para mí- para tener la posibilidad de fumar ese único cigarrillo. Pero el lenguaje se mete dentro de nosotros, y estas transacciones de compromiso –tan comunes en la vida como paciente- aplastan la oportunidad de ideas reales, liberadoras, de ruptura y avance mental. Ideas que ven tanto los problemas como las soluciones radicar directamente en las comunidades en las que vivimos, más que en un certificado aislado y plastificado tirado por el suelo.

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