[Este texto es una colaboración recibida hace un tiempo en el correo de Mad in America Hispanohablante, que su autor publicó también en el blog Educació Crítica. Como nos escribió el autor sobre el libro cuando nos contactó, «aunque tenga una mirada biomédica de la salud mental, no para de lanzar mensajes que te interpelan en tanto que hace referencia a una atención de la salud mental más comunitaria«. Teniendo presentes esas ciertas contradicciones en el propio libro y también el momento en que fue escrito (primeros años 90), compartimos aquí la reseña que nos envió Ferran de estas «memorias» escritas por Kay Redfield Jamison que en castellano editó en su día Tusquets dentro de su colección Andanzas. Recordamos también que podéis enviarnos vuestras colaboraciones escribiéndonos a [email protected]]

Este libro está escrito por una persona que juega un doble papel. Ella es usuaria de los servicios de salud mental y a la vez es psicóloga (ejerciendo como profesora, investigadora y como clínica).

He leído mucho sobre estos temas, tanto en mi formación como por mi cuenta. Pero este libro me aporta una frescura que hacía tiempo que no encontraba. Precisamente porque pone en juego muchas de las inquietudes, miedos e interrogantes que tienen las personas con experiencia propia en salud mental y a la vez las que tienen los profesionales. Explica en primera persona sus episodios maníacos y depresivos, así con todos los detalles significantes para ella. Y lo que simbolizaba el tener que lidiar con el trabajo clínico en una época bastante compleja. Aunque defiende una visión con apuntes biomédicos, la sinceridad con la que articula sus palabras me parece brillante.

Hace una descripción elegante y minuciosa sobre los debates que tenía para aceptar la conciencia de enfermedad. Sobre todo en la dificultad de “salir del armario” con su entorno, en el trabajo, con los amigos, etc. Los miedos a ser repudiada, rechazada… Algo muy habitual todavía en nuestros días.

Jamison parece una escritora estructurada, por eso empieza contando su historia desde su infancia. Allí, nos revela cómo aprendió una de las actitudes que le costaron varias crisis y mucho dolor: la falsa concepción de que los problemas se los arregla uno solo. Ella venía de una familia de tradición militar donde pedir ayuda con según qué temas era vislumbrado como un símbolo de debilidad. Y la vulnerabilidad no era (ni es) algo que debía ser expuesto. Por eso, con los primeros síntomas que tuvo y durante largo tiempo le costó mucho pedir ayuda, con las graves consecuencias que tuvo eso en su salud física y emocional. Creo que esto responde mucho al individualismo fabricado en el capitalismo, en la tierra de las oportunidades donde corre libremente la falsa idea de que tú solo/a puedes con todo.

Del mismo modo narra de una forma genuina los dilemas que sufre con la medicación, con los efectos secundarios, el autoestigma que suponía tomar ciertas pastillas, etc. En ese aspecto, enlaza con la importancia de los apoyos en los procesos de experiencias propias en salud mental. De sus parejas, de los altibajos en las relaciones, del apoyo familiar y de cómo considera que esas personas le salvaron la vida.

Algo muy interesante que expone en su libro también, es la ardua defensa de los procesos psicoterapéuticos más allá de la medicación asignada para ciertos síntomas. Como una necesidad de clarificar muchas de las turbulencias que viajan por la mente a lo largo de los procesos maníacos o depresivos. Para poner en su lugar cada pensamiento, para establecer confianza con alguien a quien le muestra las entrañas de su sufrimiento, para poder ser más persona en un mundo desquiciado y sobre todo para poder tener derecho a una posibilidad de crecimiento personal para afrontar desde una vertiente más humana el sufrimiento mental.

Portadas de distintas ediciones del libro Una Mente Inquieta, de Kay R. Jamison

Con esto, me gustaría compartir dos fragmentos que me parecen imprescindibles tanto por su contenido como por su fondo.

El primero hace referencia a las diferencias de género en la salud mental. Hace falta contextualizar este texto en una época determinada y en un momento concreto(*), tanto por la expresiones que usa como por los datos que detalla. Pero resulta muy interesante esta diferenciación de género vinculada a los diagnósticos y las oportunidades de recuperación.

La depresión, de alguna manera, coincide más con las nociones sociales de lo que debe ser una mujer: pasiva, sensible, sin esperanza, desvalida, condenada, dependiente, confusa, más bien agobiante y con pocas aspiraciones. Los episodios maniacos, por otro lado, parecen aplicarse más a los hombres: inquietud, orgullosos, agresivos, volátiles, enérgicos, arriesgados, grandiosos, visionarios e impacientes con el statu quo. La ira y la irritabilidad en el sexo masculino, bajo tales circunstancias, son más toleradas y comprensibles. A los líderes se les permite mayor espacio para ser temperamentales. Los periodistas y los escritores han tenido tendencia a asociar a la mujer con la depresión, en vez de con la manía, lo cual no es de extrañar, ya que la primera es dos veces más común en las mujeres que en los hombres. Pero la enfermedad maniaco-depresiva ocurre por igual entre los dos, y como se trata de un trastorno relativamente común, la manía termina por afectar más a las mujeres, las cuales, a su vez, suelen ser mal diagnosticadas y, si es que llegan a recibir tratamiento psiquiátrico, éste es de baja calidad y padecen un gran riesgo de suicidio, de alcoholismo, de drogadicción y de violencia.

Otro fragmento que quisiera compartir es uno relacionado con una cita de Robert Louis Stevenson, que la autora del libro hace suya:

Es la historia de nuestras amabilidades lo que hace que este mundo sea tolerable. Si no fuera por eso, por el efecto de las palabras amables, de las miradas amables, de las cartas amables… Llegaría a pensar que nuestra vida es una broma del peor de los gustos.

Me parece una cita que debería leerse en todas las formaciones relacionadas con la atención a las personas, tanto clínicas como sociales. Toca el punto clave de cualquier relación humana: el afecto, la amabilidad, el tacto… el amor es revolucionario porque rompe con las jerarquías que desunen, impuestas en las relaciones profesional-usuario. Porque preguntar desde la sinceridad y desde el afecto puede tener una consecuencia terapéutica mucho más potente de lo que imaginamos. Escuchar, mirar o tocar cuando es necesario hace que nos sintamos acompañados y no solo como objetos subyugados a manuales de instrucción psiquiátrica, médica, social, cultural, etc.

Sin más pretensiones, recomiendo la lectura de este libro a quien le interesen estos temas.


(*) Como aclaración, en la actualidad desde luego también persisten fuertes sesgos de género a la hora tanto de etiquetar con un diagnóstico psiquiátrico como en el tratamiento recibido o en las conductas que son socialmente aceptadas, con su reflejo en lo que es patologizado desde la mirada clínica y psiquiátrica. (Nota de la Redacción de MIAH)

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