ANTECEDENTES:
(a)
Hace cuarenta y tantos años, en un experimento histórico, David Rosenhan y sus colaboradores pusieron a prueba la validez de los diagnósticos psiquiátricos [wiki, paper original, un comentario]. En la época de la antipsiquiatría (Thomas Szasz, Ronald Laing, ..) Rosenhan quiso verificar la tesis de que los diagnósticos psiquiátricos son falacias pseudo-médicas. Junto con otros 7 voluntarios (dos psicólogos, un estudiante de psicología, un pediatra, un psiquiatra, una ama de casa y un pintor) acudieron, cada uno por su cuenta, a distintos hospitales psiquiátricos aduciendo oír voces. Cada uno se presentó relatando su vida y personalidas tal cual eran añadiendo -tan solo- la audición de una alucinación auditiva consistiendo en una palabra poco clara («vacío», «hueco» o «ruido») comportándose normalmente en todo lo demás. Además, la alucinación auditiva ‘desaparecía’ desde el momento en que cada uno era admitido como paciente.
De los ocho «pacientes», siete fueron diagnosticados como esquizofrénicos y uno como maniacodepresivo. Permanecieron ingresados un promedio de 19 días. En los hospitales psiquiátricos únicamente algunos de los verdaderos pacientes los reconocieron como actores: «Tú no estás loco. Eres un periodista o un profesor». Los profesionales de los centros, en cambio, los creyeron y los trataron como a ‘enfermos’ mentales. Por lo que se puede ver los diagnósticos no fueron afectados por la relativa salud (mental) de los pseudopacientes y las circunstancias de su vida. Al revés, la percepción de sus circunstancias vitales fue conformada por el correspondiente diagnóstico.
Esta forma de interpretación es lo que se llama «Sesgo de confirmación«, consistente en filtrar o adaptar la información que se recibe a la hipótesis previamente formulada. Es lo que ocurre, por ejemplo, en las interpretaciones racistas o sexistas de hechos reales (ejemplo falso robo, caso histórico Dreyfus,) Este vídeo (en inglés) ilustra muy bien la psicología de las expectativas.
(b)
Los cuerpos de atención a emergencias, incluídas fuerzas armadas, escuchan a menudo denuncias, quejas o peticiones, que van más allá de lo que pueden realmente atender. Algunas se encuentran entre lo absurdo y lo ridículo. Desde el avistamiento de ovnis a los procedimientos mágicos de algún vecino. En la medida en que no haya alteración del orden, estas denuncias no prosperan y el agente que las recibe solventa la papeleta lo mejor que puede.
(c)
Z, en un cierto momento de su vida, experimentó un trastorno psicótico. Tuvo varios ingresos en un lapso de pocos años. Durante los últimos 8 años se ha ido recuperando, descendiendo la medicación hasta eliminarla por completo, le falta poco para acabar una licenciatura, y lleva una vida social satisfactoria.
HECHOS:
Z se va de vacaciones a su antigua ciudad. Se hospeda en un hostal. Después de cenar, junto con otros huéspedes entabla conversación con una chica extranjera. Por la mañana la busca y, al no encontrarla pregunta en conserjería, donde le dicen que la mencionada chica abandonó el hotel de madrugada. Le suena raro. Conversa con otro huésped, extranjero, quién también lo encuentra extraño. Comentan que por la situación de su habitación habrían oído a alguien marchándose tan temprano. Y aquí se le ocurre una peregrina idea: él, que es del país, solicitará a la policía autonómica que examine las grabaciones de las cámaras de seguridad.
La historia podría haber acabado con el policía diciendo que si tiene algún hecho concreto a denunciar lo haga y que si no es así les deje a ellos hacer su trabajo.
Pero no acaba así. En la pantalla del agente, al teclear el DNI del denunciante aparece la palabra maldita: es-qui-zo-fre-nia.
Sin mediar ninguna actitud violenta o amenazante (ni en esta ocasión ni en ninguna otra), Z es invitado a subir a una ambulancia donde es atado y llevado al hospital que, según la ficha le corresponde.
La psiquiatra de guardia ante un caso ‘tan evidente’ de brote psicótico (agravado por la negativa de Z a reconocerse como ‘enfermo’) decreta el ingreso involuntario. Tres días más tarde, el juez ratifica la pertinencia del ingreso involuntario (es lo que se hace en el 99% de los ingresos involuntarios). Por supuesto, la medicación es considerada imprescindible.
Cuando, días más tarde, su familia consigue sacarlo, un psiquiatra independiente considera el episodio como un toque de atención, recomendando estar más atentos los siguientes días y, por si fuera necesario, receta un fármaco para ayudar a dormir. No considera necesario volver a los antipsicóticos y totalmente contraindicado el encierro y la separación del modo de vida habitual.
COMENTARIOS:
- El trato que se da a las personas con algún diagnóstico psiquiátrico refleja a la perfección los pre-juicios de quien trata. («No es nada personal, es el protocolo» argumentan. Como aquel mafioso de una célebre película que antes de disparar declaraba, a modo de excusa: «No es nada personal, son los negocios»).
- No, no es igual en todas partes. Un enfermero especialista en salud mental que ha estado trabajando en Suiza 7 años comenta que en este lapso 1 (una sola) vez practicaron una contención mecánica. Y el mismo día se reunió el equipo para estudiar ‘qué había fallado’ para llegar a eso. Hace algunos meses hubo un cierto revuelo al mostrarse públicamente lo común de la «contención mecánica» en un hospital de Madrid (como en la mayoría de los psiquiátricos españoles).
- Un preso, reo de cualquier crimen, disfruta de más derechos que el paciente de un psiquiátrico (pero es «por su bién», eso sí).
- Los delitos, al cabo de un tiempo, prescriben. Los únicos que no prescriben, los crímenes de lesa humanidad, si son juzgados y se emite condena, se acaban una vez cumplida esta.
- Los diagnósticos psiquiátricos, en cambio, NO PRESCRIBEN nunca. No se contempla la posibilidad de curación/recuperación. (La imposibilidad de curación es uno de los dogmas de la psiquiatría standard. A los contraejemplos los llaman «errores de diagnóstico»)
- Quienes han superado un trastorno mental grave (o problema etiquetado como tal) -y conozco unos cuantos- suelen etiquetarse a sí mismos como «supervivientes psiquiátricos«, más que ‘supervivientes de una enfermedad mental’ ¿Porqué será?
- Los criterios para diagnósticar la esquizofrenia, desde que Bleuler la pusiera de moda, no han cesado de variar cada poco tiempo. A mi personalmente me encantaban los del DSM-III, entre otros ‘síntomas’: «manifestar emociones en exceso o manifestar demasiado pocas emociones» (¿Cuantos quedarían en el estrecho punto medio? ¿Donde podría situarse este hipotético punto?)
- Ocurre a menudo que dos psiquiatras ‘detectan’ diferentes síntomas y ‘emiten’ diferentes diagnósticos, para no pelearse inventaron la ‘comorbilidad’ (esto quiere decir que ambos diagnósticos son correctos). No obstante, siguen discutiendo entre ellos. Aquí un comentario de Pilowsky,L. y Murray,R.M. sobre Gray,A.J., Feldon, J.N.P. Rawlins, Hemsley,D.R. y Smith,A.D. en «Behavioral and Brain Sciences» (citado aqui) Se preguntan si es que estos autores:
«no sufrirán una capacidad disminuida para distinguir entre lo relevante y lo irrelevante, y que esto les haya llevado a desarrollar complejos delirios tratando de ver los mecanismos cerebrales subyacentes a la esquizofrenia».
- Todos tenemos algún amigo que entiende mucho de vinos … a condición de leer la etiqueta. La verdad es que pocos expertos se atreven a realizar una cata a ciegas: el riesgo de metedura de pata es elevado.
- Algo parecido ocurre con los expertos en ‘trastornos mentales’: a toro pasado muchos se atreven a colocar un diagnóstico en pocos minutos. Pero me gustaría encontrar psiquiatras que se atrevan a realizar una «cata a ciegas»: tras un rato conveniente de entrevista apostar a si el entrevistado disfruta de un diagnóstico psiquiátrico o es un ciudadano común que no goza de tal privilegio.
Texto originalmente publicado en el blog Vadetrastorns, el 30 de marzo de 2016.