Inmensa tristeza acompañar desde el sofá a Jordi Évole (Salvados-Depresión) y constatar que ha contribuido a individualizar el sufrimiento transformándolo en  el resultado aislado del juego despistado de una tribu de neurotransmisores. Vaciando de sentido el angustioso sin-sentido atento de la llamada depresión. Esta vez “Salvados” –quizás pecando de ingenuidad- fue despiadadamente parcial. Unidimensional. Porque a pesar de los valientes y esclarecedores testimonios de algunas personas invitadas, del excelente manejo de las entrevistas y los tiempos, y del entorno cándido y abrigado en el que se filmó;  al caer de la noche nos fue quedando una sensación de desamparo, como si este dolor (o cualquier dolor) pudiese sólo ser explicado reduciéndolo a su etiología biológica. Y el problema no es la parcialidad en sí misma, sino la intención –quizás no intencional- de naturalizar lo hegemónico. De dar por sentado que es esa la manera “científica” y legítima de dar cuenta de nuestras aflicciones.  Viendo el capítulo, uno tenía la sensación de que las distintas variantes del sufrimiento psíquico eran des-colectivizadas y planteadas como un fenómeno individual, de responsabilidad solitaria; como una cuestión somática y patológica a ser corregida cuasi mecánicamente por los especialistas en la materia. No se planteó la cuestión en un contexto, en un marco de referencia y comprensión colectiva, existencial o socio/cultural que nos acerque a dar con las preguntas que tanto hacen falta. Sabemos poco sobre el asunto, pero sabemos que el sufrimiento asociado a la depresión es un fenómeno infinitamente más complejo que una serie de sinapsis desorientadas, o como diría un buen amigo, sabemos que no somos “islas psicopatológicas” esperando ansiosamente que nos electrocuten el cerebro o que nos injerten electroestimuladores que nos hagan más llevaderos los ajedreces de la vida. Somos sujetos de relaciones, de encuentros, de afectividades y traumas, de olvidos y ausencias, de tristezas sin respuestas, y a veces sin preguntas. Decía “Bifo” Berarde al morir Mark Fisher el año pasado: “¿Cómo nos explicamos la depresión a nosotros mismos? Tratamos de darle un sentido, por ejemplo, un sentido político. Y sin embargo el contenido de la depresión no tiene que ver con el sentido sino con la percepción de la ausencia de sentido. Por tanto, como señalaba Hillmann, la depresión es una condición cercana a la Verdad, porque es el momento en el que aprehendemos la no existencia del sentido. Pero la consciencia de la no existencia de sentido no resulta en depresión cuando se tienen las caricias de la solidaridad para construir una condición dialógica, una en la que la no existencia de sentido sobreviva como la ilusión compartida de lo que llamamos mundo.”

 Intuyo que fue más por falta de pericia en la cuestión que de ausencia de un compromiso con un tipo de periodismo, pero Évole estos días contribuyó incluso a banalizar la peligrosidad de prácticas como el electroshock, que por más que hayan sido mejoradas desde un punto de vista semántico e higiénico, y generen algunos resultados en algunos casos, no dejan de ser un acto de violencia sin control que, entre otras cosas, pone en evidencia las inmensas dificultades que tenemos como sociedad a la hora de pensar el dolor y sus abordajes posibles desde una perspectiva que haga honor a sus laberintos inherentes. No podemos analizar la depresión o las supuestas “pandemias futuras” sin hacernos preguntas sobre el tipo de mundo que estamos desarrollando, sobre el tipo de relaciones que establecemos, sobre la soledad y las velocidades, sobre el hiper-estímulo y la incomunicación, sobre la negación sistemática de la vulnerabilidad como parte de lo humano, sobre los estados permanentes de hiperproductividad a los que somos convocados, etc. Repito: Mi tristeza surgió al notar las ausencias; dramáticas ausencias de toda esa dimensión existencial, social, cultural, psi; ausencias que hoy nos dejan expuestos al campo de las certezas y la omnipotencia, a las recetas del positivismo inmune y alérgico a la vida, a la propuesta de un mundo-somnífero de sonrisas hipnotizadas. Quizás sí queda, ahora y entre otras cosas, sumarnos paso a paso a una hipotética solicitud para que el equipo de “Salvados” retome temáticas de este tipo, pero desde una perspectiva más atenta a esa complejidad. Más acorde al tipo de periodismo al que nos tienen gratamente acostumbrados. Ojalá.

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