Texto originalmente publicado en Viento Sur

 

Giorgio Antonucci (Lucca, 1933) es médico y una referencia en Italia por su crítica a los fundamentos de la psiquiatría. Después de trabajar en Gorizia con Franco Basaglia, desmanteló los hospitales psiquiátricos Osservanza y Luigi Lolli en Ímola, devolviendo la libertad a los internados. Sigue activo en Florencia, ocupándose de poner en libertad a personas encerradas en centros psiquiátricos. En 2005 recibió en Los Ángeles el Premio Thomas Szasz, en homenaje a uno de los referentes de la antipsiquiatría.

 

Los comienzos en la psiquiatría

Giorgio Antonucci: Mi historia no empezó en relación con la psiquiatría. He llegado hasta aquí por mi experiencia directa. Ya cuando iba a la universidad, además de estudiar Medicina, iba al Instituto de Antropología de la Universidad de Florencia. Empecé a interesarme por la comparación entre las diferentes culturas. Ciertas cosas que en una cultura tienen un significado, en otra cultura tienen un sentido completamente distinto.

En 1958, la parlamentaria [Lina] Merlin en Italia enfocó el discurso de una ley para abolir las casas de tolerancia del Estado. Las chicas que estaban en ellas, además de ser explotadas por el Estado, tenían un documento de identidad diferente. Estaban, de alguna manera, marcadas. Había una casa de hospitalidad católica [que ayudaba a exprostitutas] que necesitaba a alguien que les echara una mano.

No soy religioso, no soy creyente, pero siempre he tenido relaciones con los demás, sin prejuicios. Una vez allí –todavía no me había licenciado–, hubo una pelea entre una chica exprostituta y una persona de la casa. Vi llegar la ambulancia y se llevó a la chica exprostituta al manicomio. Yo intenté oponerme, pero no pude porque no tenía ninguna autoridad. Este hecho me dejó muy afectado.

Descubrí que, en general, se acaba en el manicomio o en una clínica psiquiátrica por decisión de alguien con más poder: puede ser el padre que tiene más poder que la hija, el marido que tiene más poder que su mujer, el jefe que tiene más poder que el empleado, etcétera. Si una persona con menos poder expresa una manera diferente de pensar se convierte en una tragedia. Por ejemplo, si el Papa dice que existen los ángeles y los diablos, tiene el poder para decirlo sin que nadie lo ponga en tela de juicio.

Entre todas las historias que conozco, recuerdo la de una chica, una campesina, que decía –ya que estaba muy agobiada por unos problemas concretos– que por la noche le atormentaba el diablo: la llevaron al manicomio. Tenía el mismo discurso que el Papa, sólo que desde una condición de no poder. Si una persona que no cuenta dice algo metafísico, corre el riesgo de ser internada.

 

Psiquiatría vs. medicina

G.A.: He estudiado Medicina, sé qué es la Medicina. También he trabajado como médico. Si una persona tiene dolores, me llama para saber de dónde vienen. Se hacen las pruebas médicas para descubrir cuál es la causa. Éstos son datos objetivos, la Medicina está hecha de eso. Al contrario, si uno me llama para decirme que ha visto al Espíritu Santo, eso no tiene nada que ver con la Medicina, nada en absoluto [ríe]. Es otro discurso, aquí se habla de una experiencia existencial de alguien que ve ciertas cosas, piensa ciertas cosas, siente ciertas cosas. En pocas palabras, Freud, cuando fundó el psicoanálisis, dijo: «He dejado de ser médico y he empezado a ser biógrafo».

 

Psiquiatría y comunicación

G.A.: Los psiquiatras nunca hablan con las personas a las que atienden, no hay comunicación. Lo que he visto es que no se conocen los pensamientos de las personas que están en una clínica psiquiátrica, no les hablan porque piensan que ni siquiera vale la pena. Han sido señaladas, arbitrariamente. Entran allí dentro y nadie les habla, o si les hablan lo hacen con prejuicios. Hablar es lo que estamos haciendo tú y yo en este momento. Yo digo algunas cosas, tú dices otras, y se confronta mi pensamiento con el tuyo. Eso es hablar.

Cuando fui a Gorizia introduje este hecho. Pasaba mi tiempo intentando entender: había un hombre, inmóvil, sentado en la sala en la que estaban los pacientes en Gorizia, que no hablaba con nadie. Me senté, luego nos sonreímos. Luego, ya que a veces los demás jugaban con la pelota, le tiré la pelota. Él la tiró al suelo y luego empezamos a hablar y fuimos juntos a dar vueltas por la provincia de Gorizia.

El discurso es que la psiquiatría se ocupa de personas consideradas defectuosas. El hecho de comunicarse con ellos es considerado una extravagancia. Cuando hablaba con los internos, mis colegas me miraban con ironía. Hay un espléndido cuento de Chéjov, La sala número seis. Es la historia de un médico que, en un cierto momento, empieza a hablar con los internos y se da cuenta de que era incluso más interesante hablar con ellos que con los que estaban fuera, y acaba internado. Yo esto lo he vivido. Afortunadamente no he acabado internado.

 

Experiencia en Ímola

G.A.: Llegué a Ímola en 1973, había 15 médicos, todos de la parte del manicomio. Cuando llegué yo hacía lo que quería. Decía que para mí los demás no son sabios ni locos. La sabiduría y la locura filosóficamente no tienen ningún significado. Kafka lo dice: “¿Qué es la no locura?”. Pascal dice lo mismo. Existe, lamentablemente, el conformismo social, las reglas rígidas en la sociedad. Por lo tanto, a ciertas personas que no se ajustan a las reglas se las intenta eliminar. Siempre son personas que tienen menos poder que las que deciden, como decía antes.

Volviendo a Ímola, llego y encuentro a 15 médicos. Les dije que me dieran la sección –según ellos– más difícil, que era la sección 14: mujeres agitadas. Para ser breve: en un mes las liberé a todas. Estaban casi todas con camisa de fuerza, algunas estaban atadas a los árboles.

Es fácil decir “fuera la camisa de fuerza”, pero cuando liberas a una persona que lleva años con camisa de fuerza, se asusta, siente las piernas débiles por no haber caminado, tiene que volver a acostumbrarse a todo. Sin embargo, conseguí que salieran al patio y luego, poco a poco, llegamos a ir incluso al Parlamento Europeo, a Viena, a ver a Juan Pablo II (…) Para mí es lo mismo hablar contigo que con alguien interno en una clínica psiquiátrica.

 

Pasado, presente

G.A.: Los electrochoques todavía se practican en muchos sitios. Por ejemplo, en la Universidad de Pisa dicen que el electrochoque hace bien. Aunque usen otros medios, el problema es que no consideran que las personas tienen un cerebro como el nuestro. Los comas insulínicos son aún peor que los electrochoques. Poner en coma a una persona para curarla es una cosa de campo de concentración. ¿Qué problemas se han solucionado con la lobotomía o el electrochoque? Has lesionado a la persona. Es como si tuviera dolor de cabeza y me cortaran la cabeza. Claro que no me va a doler más, pero no es la manera.

Ahora supongamos que no hay electrochoque o lobotomía, pero los atiborran de psicofármacos. Hay jóvenes de dieciocho años que, después de tomar neurolépticos, tienen un temblor como si sufrieran la enfermedad de Parkinson. ¿Qué tiene que ver eso con la Medicina? Eso tiene que ver con los campos de concentración. Los campos de concentración fueron construidos teniendo a los manicomios como modelo. No es sólo idea mía, Thomas Szasz lo dice.

El manicomio de Ímola se parece a Dachau, son iguales. Cogen a las personas, las meten allí y las controlan. Si el control no es suficiente, las matan. Las personas aparentan no entender qué pasa en las clínicas psiquiátricas. Cada uno piensa, con su falta de sentido crítico: “A mí eso no me puede pasar, ésas son otras personas, yo soy distinto”. Durante el período de los campos de concentración, no hubo muchas personas que se dieran cuenta de lo que estaba pasando en Auschwitz, Dachau…, porque las personas conformistas no quieren ver los horrores de la estructura social, hacen como si no existieran”

 

Locura y peligrosidad

G.A.: A mí me han pegado dos veces los enfermeros, y una vez un ciudadano. Pero podría haber pasado también que me hubiera pegado un interno porque, si me ponen una camisa de fuerza durante diez años, luego no hay que sorprenderse porque, cuando salga, pegue a alguien.

 

Psiquiatría e historia

G.A.: Hitler estaba loco”, dicen los que vienen después de Hitler, no los que estaban debajo de Hitler. Hitler tenía de su parte a personas como Heisenberg, Furtwängler, Richard Strauss. ¿Qué significa que estuviera loco? No significa nada. Lo dicen porque, si tuvieran que hacer un examen crítico de la historia, tendrían que decir que tenemos responsabilidades. Decir que estaba loco es una manera de evitar hacer un análisis crítico.

¿Entonces Truman, cuando ordenó lanzar la bomba atómica, cómo estaba? Como él ganó la guerra, nadie dijo nada. ¡Arrojó dos bombas atómicas! La psiquiatría sirve siempre para liberarse de los problemas en vez de enfrentarlos.

 

Niños e hiperactividad

G.A.: Tengo experiencia directa en EEUU. Fui cuando Szasz me dio su premio en 2005. Tuve reuniones con algunos padres. Unos padres me contaron que tenían un hijo de doce años que iba al colegio y un día les enviaron un aviso para decirles que era demasiado inquieto, despistado, ese tipo de cosas, y querían ponerlo en manos de un psicólogo. Ellos dijeron que no, “nuestro hijo está bien tal como está”.

El niño tiene que ser niño, hay que preocuparse si no es vivaz, no si se mueve mucho, porque el moverse –lo digo como médico– es importante para el crecimiento. Entonces la escuela amenazó con expulsar al niño. Ellos, ya que no tenían suficientes recursos económicos como para cambiar de escuela, cedieron: lo mataron. Le dieron Ritalina y murió intoxicado. Perdieron a un hijo de doce años. No hace falta poner otros ejemplos.

 

Relación médico-paciente

G.A.: Cuando un médico no consigue entender el porqué de unos dolores, en vez de profundizar y entender de dónde vienen estos dolores, piensa enseguida en el psicólogo. Dice “quizás usted tiene carencias. No se lleva bien con su marido. Está preocupada por sus hijos, etcétera”. Pasan al plano psicológico un problema físico, con el riesgo de no darle la importancia que merece.

Cuando estaba en el segundo año de universidad aquí en Florencia, un día estaba con un grupo de estudiantes y el profesor se acercó a la cama en la que había una chica. Le pidió que se desnudara porque tenían que explorarla. La chica dijo que no quería desnudarse para que todos la exploraran. Entonces el profesor trató de obligarla. Yo, desde la última fila, me abrí paso entre todos los estudiantes, fui hasta el profesor y le dije: “Usted está aquí al servicio de esta persona y no tiene derecho a obligarla a desnudarse delante de todos si no quiere; es una prepotencia inaceptable”.

Se armó un tremendo jaleo: los estudiantes se asustaron, el profesor se enfadó conmigo, yo me enfadé con él. Mientras tanto, a la chica la dejaron en paz. Esto lo cuento para explicar que yo tenía asumido que la persona no puede ser manipulada o explotada. Tiene que ser respetada, aún más cuando depende de nosotros.

 

La Medicina es autoritaria

G.A.: Siempre lo he afirmado. Recuerdo que Edelweiss Cotti a veces me decía: “No sólo los manicomios, sino también los hospitales tendrían que ser abolidos”. Porque en los hospitales hay una estructura jerárquica con la diferencia que, de allí, uno por lo menos sale. Aunque sufra humillaciones, puede ser que termine bien. En cambio, la psiquiatría es como un pulpo: cuando a uno le cogen ya no se sale, o raramente, o con dificultad.

21/7/2015

https://www.diagonalperiodico.net/saberes/27266-antonucci-la-locura-no-tiene-ningun-significado-filsofico.html

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