Texto publicado originalmente en Mad in America (21 de octubre de 2014).

Traducido por Mikel Valverde.

Debido al poder de la psiquiatría para ejercer la coerción, la sociedad da un salvoconducto a las teorías psiquiátricas

Tanto Michael Foucault como Thomas Szasz fechan el inicio de la respuesta institucional diferenciada a la locura al final del siglo XV y principios del XVI. Para Foucault comienza con la creación del “hospital general” público para los dementes pobres. Para Szasz se inicia en Inglaterra con las casas de locos con ánimo de lucro donde las familias de clase alta encerraban a los parientes molestos.

A pesar de sus diferentes ideas respecto del inicio de algo parecido a un sistema de salud mental, ambos autores coincidieron en que se caracterizaba por el encierro coercitivo de un grupo con una etiqueta particular.

Desde el inicio, el sistema psiquiátrico ejerció la coerción a sus lunáticos y locos en los manicomios, a sus ingresados y pacientes en los hospitales mentales, y a sus usuarios y clientes en la comunidad. (Es cierto, que durante un breve espacio de tiempo, en la primera década del siglo XIX, John Connolly, el superintendente de un asilo británico, impulsó un movimiento para prohibir todas las restricciones físicas dentro de su establecimiento, pero no duró mucho.) El elemento coercitivo de la psiquiatría se ha mantenido a pesar de todos los cambios en las formas y lugares de tratamiento. Esta es la parte de la psiquiatría que no ha cambiado.

Mis colegas, Tomi Gomory y Stuart Kirk, y yo defendimos en Mad Science: Psychiatric Coercion, Diagnosis, and Drugs, que la única constante de la psiquiatría ha sido la coerción. También argumentamos que ningún tratamiento puede darse al lado de la coacción –ninguno. Según algunos discursos y doctrinas psiquiátricas, para aquellos que «más necesitan un tratamiento» solamente la coacción hace posible administrar el tratamiento. Por no mencionar que con frecuencia la misma coacción ha sido denominada como tratamiento.

Me atrevo a sugerir que la mayoría de los psiquiatras en activo, si se les presionara, elegirían sustituir o descartar cualquier tratamiento o intervención existente salvo uno: la facultad de imponer un tratamiento o una intervención.

Me parece que esta función coercitiva es lo que la sociedad y la mayor parte de la gente más valora de la psiquiatría. Cuando las familias y otras personas en situaciones de crisis recurren a la policía para impedir que alguien actúe de una forma aparentemente incomprensible o peligrosa, y entonces esa persona es llevada a la fuerza a un lugar a cargo de psiquiatras, aquí es realmente donde la psiquiatría como profesión se distingue. Este es el servicio característico que oferta y esta es la función que cumple como profesión de ayuda (al margen de que hoy prescriba psicofármacos).

(Me apresuro a añadir que la coerción es probablemente necesaria para la supervivencia de un grupo social, tal como discutimos en Mad Science, siguiendo las ideas de autor Morse Peckham. Las preguntas son cuándo y quién la utiliza al darse un desacuerdo entre partes.)

En mi opinión, el reconocimiento de la sociedad –su agradecimiento– a la coerción psiquiátrica, la función de índole policial extra e intra legal de la psiquiatría, tiene otra consecuencia muy poco reconocida: respalda lo que resulta ser el campo del conocimiento de esta disciplina.

Eso significa que sin lo impactante y lo imponente de una disciplina médica coercitiva, sus teorías endebles y sus hipótesis continuamente refutadas sobre las alteraciones fisiológicas como causa del sufrimiento y la conducta inadecuada tendrían realmente que valerse por sí mismas en el mercado de las ideas sobre lo que aqueja a las personas, lo que las motiva, y de cómo ayudarles a superar sus problemas. Las teorías psiquiátricas tendrían que competir directamente contra otras teorías y escuelas de pensamiento, y me resulta dudoso que pudieran hacerlo con éxito.

El reconocimiento social de la coacción psiquiátrica de forma sutil, pero radical, desequilibra el campo de juego. Debido a la coacción psiquiátrica, la sociedad da a las teorías psiquiátricas un salvoconducto. Estas teorías no necesitan pasar por ninguna prueba rigurosamente elaborada (como requerimos que lo hagan las demás teorías científicas importantes), sólo necesitan ser enunciadas.

Aquí estoy trayendo a reflexión la idea frecuentemente expresada, que afirma que la sociedad apoya las intervenciones psiquiátricas debido a que la gente cree que las teorías psiquiátricas son válidas. Y puesto que la «evidencia» no apoya estas teorías y las hipótesis que se derivan de ellas, las creencias persisten, por lo tanto es necesario desacreditar las teorías mediante el análisis crítico de las evidencias y el flujo continuo de los resultados.

Sin embargo mi opinión es justo la contraria. El conocimiento no está sustentando el poder. El poder de coerción permite la falta de conocimiento válido.

No descarto la influencia del complejo industrial biomédico, sería como si el pez pudiera prescindir del agua. Pero después de décadas de realizar un análisis crítico de las pruebas psiquiátricas y de otro tipo, he llegado a la conclusión de que nunca hubo buenas pruebas que apoyaran las teorías psiquiátricas. La psiquiatría nunca necesitó de pruebas científicas para difundir sus ideas y sus prácticas, y posiblemente nunca lo hará. De hecho, sus expertos más importantes pueden afirmar que a día de hoy no se han encontrado los biomarcadores de los trastornos mentales, los diagnosticados por expertos, y que equivocadamente se prometieron durante décadas al público estadounidense, afirmando que estos biomarcadores estaban justo a la vuelta de la esquina.

Para poder prosperar, la psiquiatría (y, cada vez más, otras profesiones de salud mental, cuya formación y teorías antes distintivas se están diluyendo poco a poco siendo psiquiatrizadas) necesita el apoyo social de sus prácticas coercitivas.

De ser así, retirar el elemento de coerción formal de la práctica de la ayuda debería ser una inversión que dará el mejor resultado a la hora de desmentir la «base del conocimiento psiquiátrico.» Restringir la opción coercitiva de los profesionales de salud mental para obligar a sus pacientes y usuarios abrirá el «sistema de salud mental» a una multiplicidad de opciones e intervenciones basada en diferentes y diversas escuelas de pensamiento.

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Nota: Adaptado de una charla dada en el Festival Internacional de Cine de Mad in America en Arlington, VA (USA), el 12 de octubre de 2014.

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