La comunidad psiquiátrica ha estado movida en las últimas semanas. Un nuevo estudio conducido por el NIHR Oxford Health Biomedical Research Centre, y publicado en The Lancet hace un mes, concluyó que los antidepresivos son más efectivos que el placebo para “el tratamiento a corto plazo de la depresión aguda en adultos”. Y es que, aunque el lector no lo crea, el revuelo del asunto se debe a que esta es la primera vez que un estudio científico del tipo prueba que estas medicinas en efecto funcionan en el tratamiento de la depresión. Pero no todo mundo está conforme.
El estudio es un “meta-análisis”, lo que quiere decir que los investigadores responsables tomaron múltiples estudios anteriores (algunos incluso de la década de los setenta) que comparan medicamentos y placebos, así como otros concentrados en diferentes tipos de antidepresivos, para ver si quienes los consumen notan diferencias sustanciales. Los resultados fueron ampliamente retomados en los medios, sobre todo en medios anglosajones, como si resolvieran de una vez por todas el problema de la depresión; ese diagnóstico que se supone que tienen más de 300 millones de personas en el mundo.
Los antidepresivos, y en general los psicofármacos son la respuesta privilegiada por la comunidad médica cuando se trata de atender los padecimientos del ánimo y la mente. Es difícil saber cuántas personas los consumen, pero la industria es gigante (y millonaria). En el NHS, el sistema de salud público británico, se recetaron y administraron 64.7 millones de antidepresivos en 2016, lo que representó un incremento del 108.5% con respecto al 2006 según el periódico The Guardian. En Estados Unidos la tasa de consumidores de medicinas psiquiátricas es aproximadamente de 1 por cada 6 adultos, con variaciones según género, edad y antecedentes étnicos, dice Scientific American. Y según la OCDE, el porcentaje de la población de sus países miembros que consume antidepresivos es del 6.5%.
No es, pues, un tema irrelevante. Y si bien el acceso a tratamientos es algo que celebrar, y sobre todo a tratamientos que sirvan, también hay razones para temer el “mundo feliz” de Huxley. A continuación una serie de textos y otros recursos para acercarse con una perspectiva más crítica al tema del consumo y eficacia de los antidepresivos.
1. Algunos de los propios señalamientos del estudio indican que habríamos de tomar las conclusiones con reserva. Sin necesidad de ser experto, el lector encontrará matices importantes en el texto que publicó el instituto de Oxford para difundir su investigación, lo cual indica que la euforia quizás sea más bien producto de los medios –¿o de las farmacéuticas?– y no de los médicos responsables.
Para empezar, la doctora Andrea Cipriani, autora principal del estudio publicado en The Lancet dice que “los antidepresivos no necesariamente deberían ser la primera opción de tratamiento”. También se advierte que los datos que presentan se circunscriben a dos meses de tratamiento, por lo que las conclusiones quizás no se puedan aplicar al uso de antidepresivos durante más tiempo. Esto sorprende por lo menos por dos razones: la primera es que los psiquiatras suelen sugerir a sus pacientes unos tres meses de consumir el medicamento recetado antes de definir si les está haciendo efecto o no, y la segunda es que, en un esquema en el que la depresión se explica también por causas genéticas y aquellos que son diagnosticados tienen más de un episodio depresivo en su vida, el que la medicina que se supone que ayuda no necesariamente sirva después de dos meses es, cuando menos, un panorama desalentador. Por otro lado, en el estudio fuero excluidos los datos sobre pacientes con depresión bipolar, síntomas de psicosis o depresión resistente al tratamiento, lo cual quiere decir que, para los individuos con estos diagnósticos, los resultados no son relevantes. Finalmente, Cipriani dice: “los antidepresivos son medicinas efectivas, pero por desgracia sabemos que una tercera parte de los pacientes no responderá”. El conjunto de estos matices habla de que no es tiempo todavía de adelantar conclusiones sobre los antidepresivos. Aunque lleven siendo recetados más de medio siglo…
2. Por estas razones, el uso de las medicinas psiquiátricas ha sido cuestionado por personas dentro del propio gremio desde hace décadas. Una explicación breve y clara de los principales argumentos fue retomada y publicada en el blog español Postpsiquiatría.
Entre las voces más representativas de la psiquiatría crítica internacional en actualidad está la de Joanna Moncrieff, investigadora del University College London y cofundadora de la Critical Psychiatric Network. A propósito del estudio publicado en The Lancet, en un podcast producido por Mad in América, señala que éste sencillamente no dice nada concluyente e incluso “infla los números”. La psiquiatra explica que los investigadores definen “respuesta” [en el sentido de “responder al tratamiento”] de manera arbitraria: mientras se deberían fijar en las escalas que miden la depresión [¿el paciente se siente menos deprimido o no?], se concentran en la tasa de respuesta que presentan los distintos antidepresivos en comparación con los placebos. El problema con esto es que la gente que participa en los ensayos clínicos sabe que se le ha suministrado un antidepresivo y no un placebo por los efectos secundarios que provocan y, en este sentido, los ensayos no pueden ser objetivos: “Los efectos de estas sustancias son tan evidentes que quizás aquello a lo que la gente reacciona es a un estado de mente distinto, pero no necesariamente mejor en cuanto a su depresión. No sabemos lo que hacen las drogas. “Por ejemplo, ¿qué le hacen a quienes no tienen depresión?”.
Moncrieff ha dedicado años a la investigación de las medicinas psiquiátricas y es autora del libro, Hablando claro. Una introducción a los fármacos psiquiátricos (Herder, 2013) en el que propone la hipótesis de que los fármacos en realidad no corrigen ninguna “anormalidad en el cerebro”, sino que tienen efectos en nuestra percepción, pero que no necesariamente indican beneficio. Cuenta la historia de la farmacología psiquiátrica contemporánea, el rol de la industria farmacéutica, las formas de estudiar los distintos medicamentos, etc. Herder publicó en YouTube una conferencia asociada con su libro, que tiene traducción simultánea al español.
Otra voz importante en este sentido es la de Peter Gotzsche, cofundador de la organización internacional Cochrane Collaboration, que se dedica a recolectar y resumir los mejores resultados de investigaciones médicas, en un ánimo de que los consumidores tomen decisiones más informadas con respecto a su tratamiento. Antes de que el estudio fuera publicado, Gotzsche escribió que “ha llegado a la conclusión de que las pastillas para la depresión [las llama así porque considera que el propio término de ‘antidepresivo’ es engañoso] no tienen un efecto real en la depresión. Lo que se mide en los ensayos médicos es parcial”. Una conferencia en la que explica sus problemas con la psiquiatría contemporánea está disponible aquí.
Finalmente, para entender cómo se conducen los estudios clínicos en general, así como el problema con la publciación de los resultados, recomendamos esta TEDx, a cargo de Sine Lane, directora de la organización Sense over Science.
3. Vinculado a esto, en las discusiones sobre los fármacos psiquiátricos hay que recordar las experiencias desagradables que miles y miles de pacientes han reportado durante o después de su uso, algunas incluso peores que el malestar original que los llevó a consumirlas. Este testimonio, publicado en Vice en español explica con claridad cómo es dejar los antidepresivos; en el caso de la autora una década después de empezar a tomarlos.
Este problema volvió a cobrar relevancia en las discusiones alrededor del meta-análisis, pues David Baldwin, el director del Comité farmacológico del Royal College of Psychiatrists del Reino Unido escribió una carta a The Times diciendo que los “síntomas desagradables se suelen resolver dos semanas después de dejar los antidepresivos”. Psiquiatras, académicos y pacientes, entregaron una queja formal a la institución por la irresponsabilidad de hacer este tipo de aseveraciones. Explican que no sólo contradicen la evidencia que hay sobre el síndrome de abstinencia, sino que pueden poner a las personas en riesgo, alentándolas a consumir y dejar los medicamentos a placer.
Lo anterior también minimiza la experiencia y el trabajo de quienes llevan décadas luchando por que las medicinas psiquiátricas se receten de forma más transparente y advirtiendo sobre todos sus posibles problemas, impotencia, insomnio y agresividad, incluidos. Esfuerzos como Prescripción prudente, el podcast Let’s talk withdrawal [“Hablemos de síndrome de abstinencia”] o esta guía publicada en Mad in America Hispanohablante a finales del año pasado, “Cómo dejar los antidepresivos”, responden a experiencias de personas reales, con malestares reales y a quienes nadie advirtió lo suficiente.
4. Por otro lado, el estudio de The Lancet se publica en un contexto en el que estamos atestiguando esfuerzos concretos por atender los padecimientos de la mente de nuevas maneras. El Ministerio de Salud noruego encargó al Hospital Psiquiátrico Asgard crear la primera opción de tratamiento psiquiátrico sin necesidad de fármacos. Según lo reporta el diario ABC de España, esta zona priorizará el tratamiento que el paciente decida que le conviene más, refutando así, tanto la lógica que nos ha acostumbrado a que el especialista sea quien “sabe más” sobre lo que siente el paciente, como la priorización de los fármacos en el tratamiento, que por lo menos en alguna medida es resultado de la injerencia e intereses de los corporativos farmacéuticos.
La experiencia finlandesa que ha liderado el psicólogo Jaakko Seikkula con su Terapia de Diálogo Abierto en Laponia Occidental, también ha sentado precedente en cuanto a nuevas formas terapéuticas que incluyan las decisiones de los pacientes, que se llevan a cabo fuera de las instituciones y en muchos casos sin necesidad alguna de medicación. Ésta se ha empezado a implementar en programas del Reino Unido, Italia, Alemania y Estados Unidos. En una entrevista con El País a finales de 2016, Seikkula relata algunos detalles de cómo funciona la terapia.
5. No hay que olvidar que toda esta discusión tiene lugar en un mundo en el que auténticamente hay millones de personas sufriendo, desesperanzados y sin encontrar mucho que alivie el malestar. Se dice que están deprimidos y que ignoramos las causas concretas de ello, pero sin duda hay algo en el mundo contemporáneo que nos tiene desanimados. Un reciente libro de William Davies, La industria de la felicidad (Malpaso, 2016) revisa las tácticas mediante las cuales, los gobiernos y las empresas, han dado forma particular a nuestras emociones: una inminente felicidad de la que tenemos que ser partícipes pero que al mismo tiempo no parece estar realmente a nuestro alcance. Entre los argumentos sobre el malestar emocional que nos ha traído el capitalismo, el autor dice que ya no queda claro si las medicinas psiquiátricas se desarrollan para tratar enfermedades de la mente y la emoción, o si las segundas se definen para alimentar a esos corporativos. Es un libro muy recomendable, que mezcla historia cultural y de políticas públicas, y que nos da otros elementos para entender el estado actual de nuestro ánimo.ç
El estudio publicado en The Lancet el mes pasado ha abierto el panorama de discusión. Entre los datos concretos que incluye y las respuestas que ha detonado, avanza el tema de si los medicamentos son o no la mejor opción para atender nuestro malestar emocional. Nos toca mantener la guardia y no dejarnos amedrentar por el discurso médico pues no olvidemos que esto también es, entre tantas cosas, una batalla por la vocería de los síntomas y, sobre todo, por la libertad para su alivio.
Ana Sofía Rodríguez Everaert es editora de la revista digital Nexos, de México. Este artículo se publicó originalmente en la citada revista el 21 de marzo de 2018.