Vicente Ibáñez-Rojo es psiquiatra del Hospital Torrecárdenas, en Almería, y miembro del Grupo de Derechos Humanos y Salud Mental de la Consejería de Salud. La web Inclúyete: Grupo de Conocimiento Mutuo, le entrevistó en julio de este año. Reproducimos dicha entrevista por su indudable interés en la lucha por los derechos de las personas con sufrimiento psíquico.
En su larga trayectoria profesional, quizá hay dos grandes áreas conocidas por nosotros, como son la intervención temprana y actualmente los derechos de los usuarios de salud mental, en los que ha participado activamente. En la primera de ellas, la intervención temprana, ¿cómo considera que está la situación actualmente, ¿cuáles son los cambios más relevantes que han acontecido en los últimos años y cuáles son los retos de futuro más importantes?
Es un terreno muy cambiante, hay una explosión de investigación y de información desde hace unos 15 años. Sin embargo, el problema muchas veces es que la investigación que se hace va por un lado y los programas y lo que queremos implantar va por otro. Por ejemplo, la investigación cognitiva y neurobiológica es muy interesante, pero luego en desarrollos prácticos clínicos no tiene mucha aplicación en los sistemas de ayuda.
También hay que tener en cuenta que los programas tienen que estar adaptados a la realidad de los jóvenes y sus contextos. No es lo mismo, pongamos por caso, Brasil que Almería. Las dificultades en salud mental en jóvenes es algo por definir, que tiene que ver con el desarrollo, con la transición de roles, con muchos aspectos relacionados con los iguales, y que están modulados por la cultura donde la persona vive.
Otro de los aspectos que ves, y que es necesario analizar para el fututo con más detenimiento, es que los efectos de los programas desaparezcan al cabo del tiempo. Así, cuando se hace un programa de tres años, se comprueba que va bien en ese tiempo y que es mejor hacerlo que no, pero cinco años después se ve que hay pocas diferencias con no haberlo realizado. Se propone entonces hacer un programa de cinco años, tras ese tiempo de intervención es eficaz, pero después de diez años se pierde el efecto. Esto demuestra que hay personas con dificultades que necesitan apoyos sostenidos en el tiempo. Hay que mantener los apoyos, adaptándolos a la edad sin retirarlos.
Por otro lado, es interesante experiencias como Diálogo Abierto finlandés, un modelo inicialmente de intervención temprana, donde se da un cambio de perspectiva en el abordaje de la psicosis. Cambias la manera de entender la salud mental, de una forma abierta, facilitando la participación de todos los implicados, sin jerarquías basadas en el poder, trabajando con cada persona con psicosis desde un camino muy personalizado hacia su recuperación. Eso es lo que intentamos hacer aquí. Intervenir con jóvenes con problemas de salud mental, no etiquetarlos por ejemplo de esquizofrenia. Sin embargo, la investigación psiquiátrica habitual para comprobar que estos programas funcionan selecciona personas que define con un diagnóstico y ya con 17 años ponemos una etiqueta a los jóvenes cuando trasladamos este modelo biomédico a la práctica clínica. Por eso lo interesante del modelo finlandés y el diálogo abierto: yo intervengo contigo desde el minuto uno, basándome en tus necesidades del día a día y diseño, junto a ti y las personas importantes para ti, una intervención para que sigas en tu vida y orientado a un futuro. La intervención temprana debería facilitar un cambio del paradigma biomédico a uno en ese sentido. Las personas tienen problemas de salud mental cuando hacen transición de rol, cuando tienen dificultades, han sufrido abusos… se manifiesta una crisis, hay que trabajar desde el modelo de recuperación, para que esa crisis no atasque el desarrollo personal y no se convierta en un “enfermo etiquetado”.
En el tema de los derechos de los usuarios en salud mental, una cuestión muy candente en estos momentos es la contención mecánica. ¿Cuál es su opinión al respecto y qué medidas deberían fomentarse?
Efectivamente es un tema muy polémico y muy actual. El personal de las instituciones psiquiátricas suele defender la contención mecánica como una medida de necesidad extrema. Los movimientos de contención cero lo consideran una tortura. Yo creo que es una medida de seguridad extrema, nunca una media terapéutica.
Para que no exista contención mecánica, desde luego deben de existir medidas alternativas y nuestro trabajo debe ser crearlas junto con todas las personas implicadas en primera persona. Enlazando por ejemplo con Finlandia, en la zona del Diálogo Abierto se realizan contenciones mecánicas de forma muy excepcional en relación con el traslado a urgencias por las fuerzas de seguridad. El trabajo del personal de salud mental es retirarlas.
El cambio con respecto a la contención tiene que ver no sólo con el hospital, también hay que cambiar el sistema de la policía, del 061, en las urgencias, en los geriátricos… es un cambio social. Los profesionales de salud mental debemos liderar ese cambio empezando por nuestro trabajo.
Ha sido miembro también de la Mental Health Europe, asociación europea que engloba a profesionales y usuarios de salud mental de la mayoría de los países de nuestro entorno, ¿Cómo valora la situación en la asistencia de los problemas de la salud mental en España en relación al resto de los países de la Unión Europea? ¿Algún referente europeo en el que nos deberíamos fijar más?
En mi opinión, la situación es un poco decepcionante, muy desigual. Por ejemplo, en el caso anterior, en Finlandia, según en el sitio del que se hable hay mucha variedad, al igual que en el resto de Europa. Hay buenas prácticas a nivel de organizaciones concretas, pero no del sistema en general. Esto hace que sea muy difícil comparar. Igualmente pasa en España.
Lo que hay muy interesante en Europa son alternativas gestionadas por usuarios, muchas en Alemania, Escocia, Dinamarca…: casas de respiro, comunidades terapéuticas donde los iguales tienen el protagonismo también en la ayuda. Un desarrollo reciente es el interés, sobre todo en Inglaterra, de introducir el diálogo abierto en los servicios públicos de salud mental. Es muy interesante e incipiente, no hay suficiente investigación para demostrar que más allá de Finlandia esto funciona. Pero creo que merece la pena trabajar con alternativas como estas, donde no cabe la coerción.