Un nuevo estudio ha seguido la pista a la autorización hecha por la FDA (Federal Drug Administration de los EE.UU.) y por la EMA (Agencia Europea de Medicamentos) de la vortioxetina (Brintellix® en los EE.UU, España y la mayoría de países, Trintellix® en otros), el más reciente de los antidepresivos. El análisis pone de manifiesto cómo la regulación actual fracasa a la hora de proteger a la población de fármacos no seguros,  y cómo las “economías de poder” conspiran para “producir una medicina basada en la evidencia sesgada”.

«¿Cómo es posible que la FDA y la EMA autoricen un nuevo fármaco que se muestra menos efectivo que otros antidepresivos disponibles, e incluso menos efectivo que el placebo en un subgrupo sustancial de ensayos?» se preguntan los autores de este estudio, dirigido por Lisa Cosgrove, en Accountability Research.

«La respuesta corta es que los estándares reguladores de eficacia no son tan sólidos como los prescriptores o el público creen…».

Cosgrove y sus colegas presentan una producción de literatura científica de autoría “fantasma” en la que las empresas de comunicación sanitaria dan forma escrita a ensayos de fármacos financiados por la industria, después psiquiatras del mundo académico los avalan y, finalmente, se publican en revistas de gran prestigio. Los ensayos financiados por la industria son más propensos a informar de resultados positivos que los ensayos independientes, y los médicos del mundo académico con conflictos de intereses económicos son más propensos a manifestar opiniones favorables.

Este procedimiento, según el nuevo análisis, produce un sesgo en los resultados de la investigación y supone para el consumidor la «comercialización de nuevos y caros medicamentos con una cuestionable relación riesgo-beneficio». Se trata de un problema cada vez más evidente en los estudios de antidepresivos. Como hemos informado en Mad in America, un reanálisis reciente de ensayos financiados por la industria detectó que el antidepresivo paroxetina (Paxil® / Seroxat®) es más peligroso para los adolescentes de lo que se había informado.

 

«Las relaciones entre el mundo académico, las publicaciones, y la industria facilitan un sesgo comercial respecto a cómo se obtienen, se interpretan y se presentan los datos sobre la eficacia y la seguridad del fármaco a los organismos reguladores y a los prescriptores».

 

Para ilustrar cómo opera este tipo de sesgo, Cosgrove et al. utilizan el recientemente aprobado antidepresivo vortioxetine (Brintellix®) como un estudio de caso. El análisis identifica varios problemas que conducen a esta forma particular de sesgo en la investigación, entre ellos unas normas reguladoras frágiles que solo exigen una valor estadístico y no clínico de los resultados, defectos de diseño que limitan los datos sobre las reacciones adversas, y la ausencia de ensayos comparativos con los tratamientos ya existentes.

 

«Nuestro análisis sugiere que existe una interacción compleja entre tres instituciones: la industria farmacéutica, la industria de las publicaciones sanitarias, y los organismos que regulan el comercio sanitario. Cuando intervienen conjuntamente, los procedimientos legales y normativos utilizados por estos organismos sociales dan como resultado una alteración que permite que se comercialice en muchos países un producto de utilidad cuestionable».

 

Para tratar de probar la eficacia del medicamento en la depresión mayor (TDM) el fabricante de la vortioxetina, Lundbeck/Takeda, presentó a la FDA y a la EMA diez ensayos controlados y aleatorizados de corta duración y un ensayo a largo plazo. Tras revisarlos, la FDA descubrió que sólo seis de los ensayos a corto plazo mostraron un resultado positivo y decidió fundamentar su evaluación de eficacia en estos seis estudios.

Cosgrove et al. remarcan que centrándose en el subgrupo de ensayos positivos se puede incrementar erróneamente el beneficio percibido del medicamento y que esta inflación de la eficacia puede ser suficiente para «inclinar la balanza» a favor del fármaco. Ni la FDA ni la EMA exigen que los ensayos muestren resultados clínicos significativos  o mejoría funcional, como la reincorporación al trabajo. También yerran al no incluir comparativa alguna entre el nuevo medicamento y las opciones ya existentes, muchas de las cuales están disponibles como genéricos a un coste mucho menor para los consumidores.

El análisis también critica la metodología utilizada en los estudios de la vortioxetina para evaluar la seguridad y la tolerabilidad del nuevo fármaco. La mayoría de los acontecimientos adversos (AA) recogidos en las revisiones de la FDA y la EMA se  evaluaron basándose en informes espontáneos al preguntar a los pacientes «¿cómo se encuentra?» en vez de interrogarles sobre los efectos secundarios concretos que se sabe que se asocian a la toma de antidepresivos.

Por ejemplo, la disfunción sexual se asocia con frecuencia con el uso de antidepresivos y, como señalan los investigadores, «basarse en la información espontánea acerca de las dificultades sexuales es una buena forma de asegurarse de que el número de acontecimientos adversos asociados a la disfunción sexual sea bajo». En los ensayos en los que se pretendió evaluar la disfunción sexual, se utilizó una herramienta (la escala ASEX – la Arizone Sexual Experience) cuya validez es cuestionable y que recoge datos partiendo de los cuales es «imposible extraer conclusiones válidas sobre efectos sexuales secundarios del tratamiento».

Todos los ensayos de la vortioxetina fueron financiados por el fabricante, algo habitual en los nuevos medicamentos, pero aún más problemático, «todos y cada uno de los autores de los ECA (ensayos controlados y aleatorizados) a corto plazo, así como de un estudio aleatorizado a más largo plazo sobre la retirada del fármaco, tenían lazos comerciales importantes con el fabricante, mucho más allá de la financiación de la investigación».

Según Cosgrove y sus colegas, la vortioxetina nos permite realizar un estudio de caso que muestra cómo «el diseño de la investigación, las estrategias de interpretación y la retórica utilizada por investigadores vinculados a la industria y publicada en revistas con lazos financieros con la misma, transmiten al lector la impresión de que el “nuevo” antidepresivo es seguro y se tolera bien, cuando en realidad los datos ni se recogieron ni se analizaron de manera que pudiera proporcionar un soporte empírico sólido para llegar a esta conclusión».

 

*Cosgrove, L., Vannoy, S., Mintzes, B., & Shaughnessy, A. F. (2016). Under the Influence: the Interplay among Industry, Publishing, and Drug Regulation. Accountability in Research.

 

 

Texto publicado originalmente en Mad in America (27 de febrero de 2016).

Traducido por José A. Inchauspe y Mikel Valverde.

 

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