Hace medio siglo se formó un «comisión radical» en la American Psychiatric Association (Asociación Americana de Psiquiatría). El grupo, aunque algo más bien pequeño, consideraba que la medicina de la mente necesitaba cambiar. Además la comisión se interesaba sobre los Estados Unidos de un modo global. El racismo. El sexismo. La pobreza. El desarraigo, El medio ambiente. El militarismo. La fracturación política. La corrupción. ¿Suena familiar?
Mientras que en 2020 reflexionamos en el tiempo del #MeToo, Harvey Weinstein, Jeffrey Epstein y otros personajes profundamente indecentes, es importante tener en cuenta que hace cincuenta años los problemas de las mujeres y la salud mental se integraron en la medicina de la mente radical. El feminismo y la política sexual de finales de los años sesenta y en los setenta condujeron a una reevaluación de las jerarquías basadas en el género en el sistema de la salud mental. Y el resultado consistió en un cambio transformador. Estos cambios se produjeron gracias a la actividad tanto de pacientes como de los y las profesionales médicos.
En aquel tiempo se criticaron el psicoanálisis y las intervenciones psicofarmacológicas; tanto el enfoque de Freud sobre las fantasías sexuales como el uso de la «pequeña ayuda de mamá» [hace referencia a la canción de los Rolling Stones «Mother’s Little Helpers» que habla del uso de psicofármacos en el ama de casa (N. del T.)] (las benzodiacepinas) fueron objeto de críticas. Las críticas se basaban en el feminismo de segunda ola para volver a centrarse en el papel de la mujer dentro de salud mental.
Los y las radicales criticaron a la psiquiatría por reforzar las nociones de madre y ama de casa sumisa, sugiriendo que la psiquiatría (y también los productos farmacéuticos) eran un medio para normalizar a las mujeres. Las mujeres que no se comportaban «adecuadamente» corrían el riesgo de acabar en un centro psiquiátrico, quizás sedadas por medios químicos, o algo peor. Obras como La mística de la feminidad de Betty Friedan, por ejemplo, sugerían que el uso masivo de tranquilizantes en la década de 1950 había aplacado a las mujeres y había facilitado que éstas aceptaran los límites que se imponían a ellas.
Otros libros, además de La mística de la feminidad, ponían de manifiesto la complicidad y la participación activa de la psiquiatría dominante en el sometimiento de las mujeres y en la limitación de lo que se consideraba una actividad emocional, sexual y artística sin restricciones. La obra La campana de cristal de Sylvia Plath, publicada en Estados Unidos en 1971, así como la edición de los cinco volúmenes de los diarios de Virginia Woolf (1977-1984), mostraban las experiencias de las mujeres con enfermedad mental y incrementaron la conciencia de los peligros a los que se enfrentaban las mujeres ante el sistema de salud mental.
En conjunto, estos libros humanizaban el sufrimiento y los controles sociales que debían encarar las mujeres que no actuaban según la norma o no aceptaban su papel en la sociedad estadounidense.
Más tarde, el trabajo de la socióloga feminista Kate Millett emergió como un elemento significativo de la antipsiquiatría y el poder del paciente. En 1970, Millett desarrolló un estudio académico sobre el patriarcado en la literatura occidental, Política Sexual, pero después publicó obras de estilo biográfico enfocadas en sus relaciones y su sexualidad durante esa década, como En pleno vuelo (1974) y Elegía para Sita (1977).
Incluso algo después, Millett se convirtió en una figura destacada del movimiento de la antipsiquiatria estadounidense cuando escribió sus memorias en 1990, Viaje al manicomio. En esta describía sus estremecedoras experiencias psiquiátricas, incluyendo su diagnóstico de trastorno «bipolar», su lucha contra el litio, que la dejaba sin fuerzas, y su internamiento psiquiátrico. Con una mirada retrospectiva, Millett reunió importantes ideas divergentes sobre la libertad, la sexualidad y la antipsiquiatría, y las trasladó a un público amplio en Estados Unidos.
¿Y qué decir de de los demás pacientes activistas, como Millett? En aquel momento, el movimiento de «ex-pacientes» creció, incluyendo los movimientos de la «anti-psiquiatría», la «liberación de los locos y las locas» y los y las «supervivientes de la psiquiatría». Aunque el movimiento no tenía un liderazgo definido, Judi Chamberlin fue determinante. El libro de Chamberlin On Our Own: Patient-Controlled Alternatives to the Mental Health System (Por nuestra cuenta: alternativas al sistema de salud mental dirigidas por pacientes) se publicó en 1978 con gran éxito. Más tarde sería aclamado como la Biblia/Corán/Talmud/Vedas/I Ching del movimiento.
¿Hubo un nexo de unión en el conjunto de movimientos entrelazados en todo el país? En todo caso, los movimientos se comunicaban a través de Madness News Network (La red de noticias de la locura). Tal como dijo Chamberlin: «En muchos lugares de Norteamérica hay quien participan realmente en nuestro movimiento, incluso también individuos aislados».(1)
Además, en 1973 se celebró la primera Conferencia anual sobre Derechos Humanos y Opresión Psiquiátrica.
Volviendo la vista atrás, Chamberlin fue una persona fascinante y audaz. Al reflexionar sobre cómo los pacientes y la psiquiatría radical divergían, señaló una oportunidad no aprovechada para enfrentarse a los «profesionales de moda» y debatir sobre «alternativas reales», además de desafiar a los profesionales de salud mental «que hacían dinero con el sufrimiento humano mientras que se presentaban como radicales».(2)
Chamberlin creía que el «movimiento de pacientes es muy abierto, muy fluido», aunque ella misma llegó a ser acusada de elitismo. Siendo reflexiva y concienzuda, postuló que «tal vez no me doy cuenta».(3)
En 1969, dos psiquiatras feministas, Hogie Wyckoff y Joy Marcus (en California), sumaron su energía e impronta intelectual al radicalismo en la medicina de la mente. Wyckoff puso el foco de atención en las múltiples formas de alienación de las mujeres, como las experiencias sexuales coercitivas o insatisfactorias, la negación del reconocimiento y la minusvaloración de su trabajo, y la incitación al autodesprecio hacia sí mismas y sus cuerpos.
Al mismo tiempo, rechazó claramente la terapia individual (escribiendo: «no hay soluciones individuales para las personas oprimidas») y expuso el modo y los resultados de la terapia feminista radical. Tuvo una gran influencia en la elaboración en los documentos radicales que he conocido.
(En Miami, ese mismo año, 1969, el «Comité de mujeres», un subgrupo de la Comisión Radical, defendió que la información y los métodos de control de la natalidad estuvieran a libre disposición de las mujeres de cualquier edad).
La Dra. Phyllis Chesler, figura de gran importancia, fue una radical especialmente persuasiva e influyente. En 1969 creó la Association for Women in Psychology (Asociación de Mujeres en Psicología), se doctoró en la New School for Social Research y se convirtió en psicoterapeuta en Nueva York.
Además Chesler amplió los límites de la relación convencional entre paciente y terapeuta, desafiando de este modo a los hombres de la profesión.
«¿Está segura de que quiere acostarse con su psicoterapeuta?», preguntó al lector de la revista New York Magazine en junio de 1972, una época en la que ninguna de las principales asociaciones de salud mental estadounidenses había promulgado códigos éticos que prohibieran los encuentros sexuales en el diván de tratamiento. El artículo que escribió se titulaba «El psiquiatra sensual» y ponía de manifiesto los aspectos, a menudo tácitos y abusivos, de la terapia a finales de los años 60 y 70.
Se ilustraba con la fotografía de un elegante hombre mayor de pelo blanco abrazando a una joven y atractiva mujer mientras se reclinaban juntos en un sofá de cuero. (Un poco tenebroso).
El artículo se centraba en el riego de abuso de autoridad, las desigualdades de género y la necesidad de pensar de forma más crítica sobre las formas en que los pacientes interactuaban con los proveedores de servicios. Chesler escribió que «la mayoría de las relaciones sexuales entre médicos y pacientes» eran una «forma psicológica de tipo “incestuoso”, además de ser clínicamente poco éticas y legalmente cuestionables». Según Chesler, numerosos psicoanalistas creían que la excitación podía tener realmente usos terapéuticos. Lamentablemente, tenía razón. Muchos terapeutas consideraban el sexo con los pacientes —un revolcón en el diván— como un elemento potencialmente «constructivo del proceso terapéutico».
Gracias a Chesler se crearon nuevos códigos. La American Psychiatric Association declaró en 1973 como no ética la actividad sexual con pacientes, a la que siguió en 1975 la American Psychoanalytic Association (Asociación Americana de Psicoanálisis), y la American Association of Sex Educators, Counselors, and Therapists (Asociación Americana de Educadores, Consejeros y Terapeutas Sexuales). En 1977 hizo lo mismo la American Psychological Association (Asociación Americana de Psicología). A mi juicio, increíblemente tarde, pero es un resultado directo de las mujeres radicales sobre la medicina de la mente.
Las mujeres radicales de los años sesenta y setenta se opusieron a la ortodoxia de la medicina de la mente, pero también de forma más amplia al patriarcado global país. Desafiaron las normas culturales y médicas. En 2020, observamos una resistencia vital, en el movimiento #MeToo, contra las agresiones y el acoso sexual, que en sí mismos conducen a una mala salud mental. Y en el clima actual percibimos vestigios del pasado. Sin embargo, la depresión, los trastornos de ansiedad social y las migrañas parecen estar aumentando. Las enfermedades mentales, según la Organización Mundial de la Salud, se convertirán en la enfermedad más frecuente del planeta en las dos próximas décadas, lo que significa que es crucial reconocer la historia de cómo las mujeres y el feminismo han influido en los debates actuales y que pueden seguir haciéndolo en el futuro.
El nuevo libro de Lucas Richert, Break on Through: Radical Psychiatry and the American Counterculture, describe la influencia de los enfoques radicales en el sistema de salud mental en la década de 1970.
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Texto publicado el 9 de marzo de 2020 en Mad in America: How Radical Women Changed Psychiatry in the 1970s. Traducción realizada por Mikel Valverde.
- (1) Handwritten note, undated, MS 768, Series 2, Box 6, Conference on Human Rights and Psychiatric Oppression, Fifth, 1977, JCP.
- (2) Lapon, Mass Murderers in White Coats, 171.
- (3) Frustration in Philadelphia by Judi Chamberlin, undated, 3, MS 768, Series 2, Box 6, Conference on Human Rights and Psychiatric Oppression, Sixth, 1978, JCP.
Lucas Richert es titular de la Cátedra George Urdang de Historia de Farmacia en la Universidad de Wisconsin-Madison, y es Director del Instituto Americano de Historia de la Farmacia. Sus investigaciones se centran sobre salud mental, las sustancias tóxicas y la industria farmacéutica. Es autor de tres libros, entre ellos Break on Through: Radical Psychiatry and the American Counterculture.