Soy un psiquiatra que ha iniciado su carrera hace poco y llevo cinco años ejerciendo de psiquiatría de adultos, en asistencia ambulatoria dentro de un sistema de salud mental hospitalario en Estados Unidos. Decidí dedicarme a la psiquiatría porque escuchar a la gente es lo que más me gusta. Tengo una curiosidad infinita y me interesa la experiencia humana. Un pariente mío tuvo esquizofrenia, fue rechazado por su familia y mi corazón optó por él y por quienes luchan con experiencias similares. Pensé que, siendo un joven sensible, sin prejuicios y abierto de mente, para mí esta era la carrera ideal.

Empecé a cuestionar la psiquiatría en el tercer año de residencia. Leí un artículo sobre la disforia tardía o la depresión crónica provocada por antidepresivos, e intuitivamente le encontré sentido. Resultaba lógico que mantener a la gente con estos fármacos de forma indefinida puede hacer que el sistema de la persona contrarreste al fármaco. Hice una presentación en torno a los efectos sobre el sistema renal debido al uso de litio a largo plazo que me aterró. Me entristeció saber que muchas personas vivirán con daño renal permanente tras décadas de tomar el fármaco. También empecé a comprender los riesgos de los antipsicóticos y observé cómo crecía su uso de una forma que de nuevo me horrorizó. Vi que estos fármacos tan fuertes, de tan alto riesgo, se usaban para cualquier cosa, desde el insomnio hasta la ansiedad y el control de la conducta. Los médicos los prescribían sin respeto ni mesura.

Mientras tanto, me volqué en la psicoterapia, que me aportó una esperanza que me permitió seguir en pie. Sigue siendo un placer practicarla. Sin embargo, a nadie le interesa contratar a un psiquiatra para que ofrezca psicoterapia. Trabajo en una zona escasamente atendida y, como una concesión, me permiten practicarla un poco como un aliciente para que me quede. He llegado a la conclusión de que los puestos de trabajo son interesantes sobre todo por la cantidad de dinero que generan, lo que se traduce en ver a más pacientes de los que se pueden atender con cierta calidad.

Después de cinco años como psiquiatra asistencial, me he planteado seriamente dejar este campo. Me produce mucha tristeza, ya que me encanta la práctica de la psiquiatría en su sentido más genuino. Una práctica en la que tengo en cuenta los múltiples factores que influyen sobre el estado emocional del paciente y prescribo muy poca medicación. Soy un psiquiatra extremadamente crítico, pero creo que las enfermedades mentales, aunque raras, existen y que los fármacos usados de un modo selectivo, prudente, y durante el menor tiempo posible resultan beneficiosos. Sin embargo, el 90 % de las personas que entran en mi consulta no tienen una enfermedad mental. Tienen experiencias emocionales y psicológicas de sufrimiento. Calculo que el 80 % de estas experiencias se deben a traumas en las relaciones, tanto actuales (relaciones abusivas o insatisfactorias) como pasadas (traumas provocados por las personas que les cuidaban). Se trata de problemas muy serios; sin embargo, no son problemas médicos y no se deben medicalizar.

Sin embargo, los pacientes acuden exigiéndome que les diagnostique un trastorno psiquiátrico y a veces se enfadan y se ofenden mucho cuando no lo hago. Una buena parte me dicen que tienen «depresión y ansiedad crónica», que creen que se debe a una alteración de la química cerebral y que necesitan fármacos de por vida. Estos pacientes no tienen otra forma de explicar su sufrimiento que mediante palabras como depresión y ansiedad. Es muy triste ver a tantas personas que sufren de una desconexión tan profunda con ellas mismas debido a la difusión de una historia falsa. Imagino que crecieron con un cuidador que les dijo que había algo malo en ellos cuando experimentaban una emoción negativa —probablemente debido a la incompetencia emocional del cuidador— y ahora el sistema médico les vuelve a traumatizar con el mismo abuso.

Los pacientes son todavía más exigentes con la medicación psiquiátrica y me consideran como alguien que reparte recetas sin conversar. De hecho, he tenido pacientes que me han dicho que no les preguntara sobre los factores que contribuyen a su malestar, ya que ese no era mi papel, y que sólo les tengo que preguntar sobre sus síntomas.

Ante estas cuestiones, algo que me ha decepcionado enormemente es la actitud de mis colegas. Los psicólogos y algunos psicoterapeutas, de los que yo esperaba que fueran aliados, han sido todo lo contrario. Esperaba que estos profesionales no aconsejaran la medicación y promovieran la recuperación emocional. Por el contrario, la mayoría de mis derivaciones proceden de psicólogos, que diagnostican a los pacientes de forma inadecuada de innumerables trastornos graves, como el TDAH y el trastorno bipolar.

Justo el otro día, un terapeuta me derivó a una mujer joven a la que diagnosticó de Trastorno Bipolar por tener crisis repetidas de pensamiento acelerado y sentimientos abrumadores. La paciente era una joven perfeccionista obsesionada con el diagnóstico y esperaba que un estabilizador del estado de ánimo la transformara en una versión idealizada de sí misma. Le sugerí que no tenía un trastorno bipolar ni tampoco otra enfermedad mental y que las experiencias emocionales difíciles o infrecuentes eran normales. La animé a aceptarse a sí misma y a explorar los elementos contextuales y las formas de afrontar su pensamiento acelerado.

Sin embargo no le resultó satisfactorio, y me dijo que no estaba de acuerdo y que buscaría una segunda opinión. Lo más preocupante fue que yo le detallé los efectos adversos para la salud de los «estabilizadores del estado de ánimo», pero ni se inmutó, a pesar de que un terapeuta me pidió que «aplicase» un estabilizador del estado de ánimo a una paciente debido a sus frecuentes visitas a urgencias por ansiedad. Esta paciente no sólo no era bipolar sino que, en mi opinión, tampoco tenía una enfermedad mental. Según mi experiencia, muchos terapeutas cuando no son eficaces se guían por su ego, y tienden a interpretar su propia falta de eficacia como la necesidad de medicar al paciente. Algo que todavía es más loco y totalmente frustrante, ya que estos terapeutas no se implican en los problemas de la psiquiatría, a pesar del estrecho papel que desempeñan en la génesis y la perpetuación de estos problemas.

Los médicos de atención primaria acostumbran a ser muy buenas personas, pero, debido a su formación sobre lo mental (o por falta de ella), recetan psicofármacos a la ligera y de forma inadecuada. En mi experiencia, las enfermeras profesionales son especialmente peligrosas en este aspecto, sobre todo a la hora de recetar fármacos estimulantes. A menudo me envían mensajes en los que se quejan de que un paciente no «mejora» y que no le estoy recetando adecuadamente. Estos pacientes suelen tener relaciones de maltrato pero se niegan a abandonarlas. No quiero formar parte del adormecimiento de su angustia original, que les interpela a abandonar al maltratador.

La medicina en general está creando mucha enfermedad mediante el sobrediagnóstico y el sobretratamiento. No es de extrañar que las unidades de Urgencias y los Hospitales Psiquiátricos se encuentren desbordados: estamos creando pacientes «resistentes al tratamiento» a ritmo acelerado debido a que no son enfermos mentales.

Como no hay nadie en mi campo con quien pueda hablar de mis sentimientos, me siento completamente solo. Cuando empecé a compartir estas inquietudes en mi residencia, me encontré con miradas extrañas. A veces escribo sobre estos temas en un foro de psiquiatras. Algunos participantes me apoyan, pero la mayoría me dicen que debería superarlo y ya está, callarme, dejar de hacer un drama, abrir mi propia consulta privada, etc. Ninguna de estas sugerencias va a modificar nuestro campo ni el daño que se hace a la sociedad. Al contrario, si alguien comenta sobre la cantidad de dinero que se puede ganar atendiendo al mayor número de pacientes posible, la gente le apoya, y a nadie le llama la atención esta práctica tan falta de ética.

Por lo tanto estoy tratando de encontrar una salida. Echaré mucho de menos a mis pacientes. Algunos me escuchan y disminuyen o suspenden la medicación y exploran el camino hacia la salud emocional y la autoaceptación. Practicar la psiquiatría en un entorno saludable, en el que dispongo de suficiente tiempo para cada paciente y sin presiones para recetar sería el escenario ideal, pero lamentablemente no es el estándar asistencial. He leído las historias de los pacientes en Mad in America, y siento mucho el maltrato y el abuso que han sufrido. Atiendo casos como los que se describen con bastante frecuencia. A veces puedo ayudar, pero otras veces es demasiado tarde.

Cuando me incorporé a la psiquiatría, como un novato inocente de 25 años, no tenía ni idea de lo que iba a descubrir. Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, no habría elegido este campo. Al mismo tiempo, he aprendido mucho sobre mí mismo y sobre otras personas y, en general, me he convertido en una persona más concienciada e íntegra. Me he vuelto más comprensivo y acepto mis sentimientos y emociones y he aprendido a abrazar, en vez de rechazar, a mi ser emocional. En el camino he ayudado a algunos, pero las dinámicas de la psiquiatría son muy fuertes y siento que me estoy ahogando al intentar nadar contracorriente. No estoy seguro de lo que me depara el futuro, pero hasta entonces necesito seguir trabajando, por eso no adjunto mi nombre completo a este artículo, me despedirían sin duda. No obstante, mientras siga en la psiquiatría seguiré luchando en el lado correcto de la batalla.

 

Artículo traducido por Mikel Valverde y publicado originalmente en Mad in America el 14 de mayo de 2021

E. Baden
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