Si existiera una psiquiatría del amor humanista entendida como el respeto a la libertad, el libre albedrío y el respeto al proceso evolutivo de cada ser humano, estoy seguro que no se permitiría usar los tratamientos que la actual psiquiatría usa para “curar” a su manera los llamados trastornos mentales. Me refiero al tratamiento crónico farmacológico, los electroshocks, y algunas nuevas técnicas que voy a resumir brevemente a continuación.

Es un hecho conocido que el consumo de psicofármacos en el mundo no para de crecer, pese a los numerables efectos secundarios incapacitantes y como aseguran algunos psiquiatras, su dudosa eficacia para curar a la persona; por no hablar del vivo testimonio de cada vez más supervivientes que han vivido en su propio cuerpo los efectos de estas drogas, se siguen recetando y coaccionado a los etiquetados como enfermos a seguir el tratamiento farmacológico in saecula saeculorum, a menudo sin ningún margen de negociación ni flexibilidad por parte del psiquiatra al escuchar las quejas de efectos secundarios, ya que se recordará al paciente que sin estas pastillas, no podrá funcionar correctamente… 

No está de más recordar que los antipsicóticos o neurolépticos, piedra angular del tratamiento de los diagnosticados de psicosis, esquizofrenias y bipolares, fueron conocidos en un principio como lobotomizantes químicos, pues eran un eficaz sustituto de esa brutal terapia de la lobotomía, pocos años después ilegalizada, premio Nobel de Medicina su creador, el médico portugués Antonio Moniz.

La terapia de electroshocks, creada por el médico italiano, fascista convencido, Ugo Cerletti en la Roma de los años 1930, fue estudiada y ampliamente empleada pocos años más tarde por equipos secretos de la CIA en plena Guerra Fría, con el propósito de borrar la mente de quienes los recibían para reescribirla con nuevos conceptos (el lector interesado encontrará numerosas información de varios proyectos en esa línea, quizá el más conocido sea el programa MK-Ultra entre los años 1950-1953. Particularmente recomiendo La doctrina del shock de  Naomi Klein, que incluye entrevistas a supervivientes de ese programa).

Pese a los peligros de esta técnica, que puede llegar a producir amnesia, pérdida de memoria, depresión y todo tipo de trastornos neurológicos irreparables, no sólo no ha dejado de practicarse, ahora rebautizada como Terapia Electroconvulsiva (TEC), sino que es heredera de esa misma línea histórica; sigue siendo una descarga eléctrica de 70 a 130V, sólo que en la actualidad el paciente está sedado antes de recibir la sesión, ahorrando así una lamentable escena al personal médico implicado y pareciendo algo más digno de cara a familiares, al propio afectado y a la sociedad en su conjunto.

Facilito el manual de referencia para esta práctica en España, el Consenso Español sobre la Terapia Electroconvulsiva elaborado por la élite psiquiátrica española, en el cual se habla de la utilidad de las descargas eléctricas a grupos de población como ancianos, o mujeres embarazadas (!) 

Tampoco son muy prometedoras las técnicas más recientes, como la Estimulación Cerebral Profunda, que incluye un circuito de cables y electrodos conectados al cerebro con baterías portátiles insertadas en el estómago, tras una complicada intervención quirúrgica de horas, con el objetivo de poder aplicar a la persona pequeñas descargas eléctricas de manera remota.

Finalmente, no nos olvidemos de la Contención Mecánica, protocolo amparado legalmente en España, además de recibir el visto bueno de la OMS, que le da la categoría de “método extraordinario con finalidad terapéutica”, a pesar de que ha llegado a causar la muerte de numerosos pacientes, sin ir más lejos, el caso de Andreas Fernández en 2017 en el Hospital de Asturias, tras más de 75 horas atada. Está demostrado que esta técnica produce un impacto duradero y dañino, como el estudio de A.H. Wong, J.M Ray y A. Rosenberg que ha dado a conocer recientemente Mad in America.

¿Cómo es posible que esta manera de hacer psiquiatría sea la dominante, no sólo en España, sino en todo el mundo “civilizado” y que, además, paguemos todos los contribuyentes vía presupuestos públicos todo tipo de líneas de investigación en esa dirección más ortodoxa, que se suma a las desorbitadas cifras destinadas periódicamente a pagar a las farmacéuticas?

¿Cómo es que apenas hay ninguna voz crítica dentro del propio mainstream y los Colegios Oficiales de Médicos? Al contrario, los voceros del sistema no hacen sino aplaudir estos “avances”, engrandeciendo aún más el ego de sus descubridores con elogios y exculpándolos de este modo de cualquier desgracia que pueda ocurrir en un futuro a las personas “operadas”.

Habrá muchos factores que llevan a esta manera de hacer psiquiatría, si bien es cierto que todo ello sólo tiene cabida bajo una particular manera de ver el mundo y al ser humano, materialista y mecanicista; además de la necesidad de profesar un dogma ciego a las religiones de nuestro tiempo, la Ciencia y la Tecnología, que parecen estar más allá de todo control ético y moral, y que más ensalzadas e intocables se convierten cuanto mayores son los beneficios económicos que de ellas se derivan (beneficiando enormemente a tan sólo unas pocas corporaciones). 

Necesitamos más que nunca un nuevo humanismo que valore la persona como algo extraordinario por el simple hecho de ser humano y dejar de reducir a las personas a una fría “muestra” numérica, y la mente y en extensión el ser humano como una “tabla rasa”, una mera concatenación de reacciones químicas y neurotransmisores, con la cual algunos expertos pueden saciar su curiosidad descabellada y, ya de paso, llenarse el bolsillo.

¿Qué hacer ante todo esto? Ahí entra en juego la responsabilidad de cada uno sobre sí mismo y los demás, la libertad primera y última, la de tomar las riendas de nuestra vida entendida como un maravilloso viaje de autoconocimiento, sin perder de vista que somos algo mucho más grande que aquella pequeña identidad que nos han dado y con la que torpemente nos identificamos todo el tiempo. Tal vez por ahí, se abre un nuevo sendero para todos.

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