Yo nací en una familia con narrativa de enfermedad mental. Mi padre fue diagnosticado con depresión endógena a los 17 años y medicado con antidepresivos y carbonato de litio desde esa edad. Los fármacos nunca aliviaron la depresión, y su vida transcurrió entre crisis depresivas, hospitalizaciones y ‘terapias’ de electroshock.

A los 50 años mi padre experimentó su primer brote psicótico. Sospecho que debido a años de ingesta de antidepresivos. Fue hospitalizado y diagnosticado con ‘Trastorno Bipolar’. Por esta nueva ‘enfermedad’ fue tratado por varios psiquiatras en tres diferentes países (El Salvador, Costa Rica y Nicaragua); consumió 19 tipos diferentes de fármacos psiquiátricos en su vida (entre ellos: haloperidol, clomipramina, amitriptilina, hidroxicina, diazepam, imipramina, carbamazepina, midazolam, fluoxetina, bromazepan, nortriptilina), algunos de los cuales muchas veces me encargué de triturar y esconder en sus comidas y bebidas, porque él nunca quiso tomárselos y en mi familia creíamos que era la única forma de lidiar con su situación, producto de lo que nos decían los psiquiatras.

Asumo que mi padre nunca recibió ningún otro tipo de tratamiento por una mezcla de factores. Los psiquiatras nunca le recomendaron terapia psicológica ni de ninguna otra clase. Eran otros tiempos, él era una persona muy conservadora por lo que no me lo imagino buscando algún tipo de camino alternativo, y muy probablemente en su época, el estigma asociado a estas etiquetas diagnósticas era peor de lo que vivimos en la actualidad.

Aunque su vida fue una cadena interminable de crisis, entre las que siempre lograba retornar a la ‘normalidad’, o sea, volver a su trabajo y funcionar nuevamente como un miembro ‘productivo’ de la sociedad -hasta la siguiente crisis-, lo cierto es que mi padre nunca dejó de sufrir emocionalmente. Lo que cargaba en el corazón y en el espíritu se lo llevó a la tumba porque nadie a su alrededor preguntó ni supo escuchar. No sabíamos cómo. Pasó los últimos once años de su vida en cama, con un deterioro cognitivo y físico tremendo, producto de los efectos que todos esos fármacos habían tenido en su cuerpo junto con todas las sesiones de electroshock.

Esto me dio la experiencia y perspectiva de familiar de personas con sufrimiento psíquico. Y aunque en ese entonces no me había tocado vivir lo mío, no tardé mucho en estar clara de que los fármacos no le solucionaron nada a mi padre y fueron la causa principal de la pobre calidad de vida durante sus últimos años y de su eventual muerte en 2013.

Ahora a manera de consuelo, he decidido asignarle un propósito a todo el sufrimiento que me ocasiona pensar en lo que a él le tocó experimentar. Y es que, si yo no hubiera contado con la experiencia de primera mano al vivir de cerca su situación, probablemente hubiera caído en la trampa de la narrativa biomédica de las ‘enfermedades mentales’ y hubiera terminado psiquiatrizada de por vida, al igual que él.

Vivir de cerca los últimos años de mi padre me dio la oportunidad de recibir una tremenda educación sobre los terribles efectos que los fármacos psiquiátricos tienen a largo plazo, y me llenó de la determinación y el coraje necesarios para no sólo dejar de consumirlos en cuanto mis circunstancias lo permitieran ̶ desoyendo las recomendaciones de lxs profesionales ̶ sino también de explorar la información y la parte subjetiva que había emergido en mis crisis y comenzar un proceso de liberación y sanación personal y familiar, que dudo hubiera podido experimentar de no haberme vuelto loca.

Pronunciarme abiertamente sobre mi posición respecto a la prescripción de estos fármacos me puede ganar la posición de ‘hereje’ ante ciertas personas, pero después de haber presenciado día tras día por más de dos décadas lo que 57 años de su uso pueden causar en el cuerpo/mente/espíritu de una persona, siento que sería inhumano de mi parte no hacerlo.

Es importante tener presente que no existen datos sobre los efectos de los psicofármacos a largo plazo, ya que estas sustancias son aprobadas para el consumo con ensayos clínicos a CORTO PLAZO. No hay instancia gubernamental o institucional en el mundo que exija a las farmacéuticas ensayos a largo plazo. Entonces, ¿Cómo es que nos prescriben estos venenos de por vida?

Artículo originalmente publicado en el blog Rompiendo la etiqueta.

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