Texto originalmente publicado en Mad in America el 24 de febrero de 2018. Traducción realizada por Mikel Valverde.
La extraordinaria propaganda dada por los medios de comunicación al último meta-análisis sobre los antidepresivos retrotrae el debate sobre estos fármacos a tiempos pasados. A pesar del hecho de que el 9% de la población del Reino Unido toma antidepresivos (1), y la tasa de prescripción se ha duplicado en la última década (2), los autores del estudio solicitan una prescripción aún mayor. John Geddes sugirió, en el periódico The Sun, que sólo 1 de cada 6 personas recibía el tratamiento adecuado para la depresión en los países desarrollados. The Guardian estimó que en el Reino Unido otro millón más de personas necesitan recibir tratamiento con antidepresivos, aunque según mis cálculos, si el 9% ya los está tomando, y sólo representan a 1 de cada 6 de quienes los necesitan, entonces el 54% de la población debería tomarlos. ¡Otros 27 millones de personas más!
Casi toda la cobertura proporcionada por los medios fue escasamente crítica, y apenas dijo algo sobre los terribles efectos adversos que algunas personas pueden sufrir cuando toman antidepresivos, o al tratar de dejarlos. The Guardian incluso afirmó que este nuevo estudio “innovador” «acabará con las dudas» sobre los antidepresivos.
Pero no hay nada innovador en este último meta-análisis. Sencillamente repite los errores de los análisis previos. Aunque he escrito sobre esto muchas veces antes, resumiré rápidamente los puntos relevantes.
El análisis consiste en comparar las tasas de «respuesta» entre personas que toman antidepresivos y aquellas que toman placebo. Pero la «respuesta» es una categoría artificial construida arbitrariamente a partir de los datos recogidos, y que consisten en puntuaciones obtenidas en las escalas de evaluación de la depresión, como la Escala de Hamilton para la Depresión (HDRS) que se usa de manera frecuente. Cuando se comparan las puntuaciones reales, las diferencias son irrelevantes, siendo en torno a unos 2 puntos en la HDRS, que alcanza una puntuación máxima de 54. Estas diferencias son en realidad clínicamente irrelevantes, como ya expliqué previamente. La investigación en torno a la comparación de las puntuaciones en la escala HDRS con puntuaciones referidas a una evaluación global de mejoría sugiere que esa diferencia ni siquiera se apreciaría, y que una persona necesitaría una diferencia de al menos 8 puntos para sentir una «mejoría leve».
Además, incluso estas pequeñas diferencias se pueden explicar fácilmente debido a que los antidepresivos provocan alteraciones mentales y físicas más o menos sutiles (por ejemplo, náuseas, sequedad bucal, somnolencia y aplanamiento emocional), al margen de si tratan o no la depresión. Estas alteraciones permiten a los participantes adivinar si han sido asignados a tomar antidepresivos o placebo de una forma más precisa de lo que lo harían al azar (4). Por lo tanto, los participantes que reciben los fármacos pueden experimentar un efecto placebo amplificado, ya que saben que toman un fármaco en vez de un placebo. Esto puede explicar por qué los antidepresivos que causan alteraciones más perceptibles, como la amitriptilina, parecen ser los más efectivos según el reciente análisis.
Los ensayos con antidepresivos a menudo incluyen a personas que ya están tomando antidepresivos. Estas personas pueden experimentar síntomas de abstinencia cuando son asignados, al azar, al grupo placebo, en el cual, debido a que casi ningún ensayo con antidepresivos presta la mínima atención a los problemas de la dependencia a los antidepresivos, resulta muy probable que sean clasificadas como si tuvieran una recaída.
El análisis sólo considera los resultados de ocho semanas de tratamiento, mientras que en la vida real las personas a menudo toman antidepresivos durante meses o incluso años. Pocos ensayos aleatorizados y controlados con placebo han investigado los efectos a largo plazo, pero los estudios en el «mundo real», con personas tratadas con antidepresivos, muestran que la proporción de personas que mantienen el tratamiento recomendado, y se recuperan y no recaen en el transcurso de un año es asombrosamente pequeño (108 de las 3.110 personas inscritas en el estudio STAR-D que cumplían con los criterios de inclusión) (5). Además, varios estudios hallaron que los resultados de las personas tratadas con antidepresivos son peores que los resultados de las personas con depresión que no fueron tratadas con antidepresivos (6, 7) incluso en el caso en que se controló la severidad de la depresión (en la medida de lo posible) (8). El gran aumento de la prescripción de antidepresivos en las últimas tres décadas se ha acompañado de un aumento sustancial en el número de personas que reciben pensiones por discapacidad a largo plazo debido a depresión y trastornos asociados en el Reino Unido, y esto ocurre en un momento en que las pensiones para otros trastornos, como el dolor de espalda, se han ido disminuyendo (9).
Solicitar que los antidepresivos se receten más no servirá para abordar el problema de la depresión y sólo aumentará los daños que estos medicamentos provocan. Los efectos adversos de los antidepresivos ISRS, los de uso más frecuente, incluyen disfunción sexual, que en ocasiones infrecuentes parece mantenerse después de interrumpir el fármaco (10), agitación, conducta suicida y agresiva en los consumidores más jóvenes (11), síntomas prolongados y graves de la abstinencia (12) y malformaciones fetales (13). Afortunadamente, los efectos más graves son infrecuentes, pero se convertirán en un problema más significativo si la tasa de prescripción aumenta aún más. El daño provocado al fomentar que las personas acepten que tienen una enfermedad que necesita un tratamiento médico a largo plazo es difícil de cuantificar.
Como puso de relieve el debate en torno a la cobertura informativa, muchas personas sienten que los antidepresivos les han sido de ayuda, y algunas se sienten bien pensando que tienen algún tipo de enfermedad cerebral que los antidepresivos corrigen. Estas ideas pueden ser tranquilizadoras. Si las personas tuvieran acceso a una información imparcial y decidieran que este punto de vista se ajusta a ellas, entonces estaría bien. Pero para que la gente pueda hacerse una idea sobre la utilidad o no de los antidepresivos y la forma de entender la depresión que ello supone, necesitan ser conscientes de que el relato que el médico puede haberles dado acerca del desequilibrio químico de su cerebro y las pastillas que lo corrigen no tiene respaldo científico, y que las pruebas acerca de que estas píldoras sean más efectivas que unas pastillas falsas son muy escasas.
Muchas personas se preguntarán porqué respondemos de este modo ante la creciente carga de sufrimiento humano. ¿Por qué no nos preguntamos por la razón de qué tantas personas en el mundo se sientan infelices y estresadas? ¿Cuáles son las presiones a las que se ven sometidas las personas y qué es lo que hace difícil sobrellevar la vida? Se podrían nombrar muchas: empleo precario o inadecuado, dinero y vivienda, soledad, presión creciente para funcionar y alcanzar objetivos cada vez más altos en el trabajo y la escuela, y la disolución de la comunidad en muchas áreas. Estas son las cuestiones sobre las que necesitamos centrarnos para detener la «epidemia de depresión» – ¡no repartir, cada vez más, placebos con efectos secundarios!
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La Dra. Moncrieff es docente en el University College de Londres. Es una de los fundadores y copresidente de la Critical Psychiatry Network. Es autora de tres libros: The Bitterest Pills, The Myth of the Chemical Cure, y A Straight Talking Introduction to Psychiatric Drugs, en español Hablando claro: Una introducción a los fármacos psiquiátricos.