A pesar de que los modelos centrados en la recuperación suponen un reto frente al discurso psiquiátrico tradicional, la investigación desestima con demasiada facilidad las perspectivas desde la experiencia vivida.

Para las personas que viven con problemas de salud mental, la «recuperación» puede resultar un proceso conflictivo y muy personal, que no es fácil de entender desde conceptos psicológicos o psiquiátricos. Un nuevo estudio metateórico, llevado a cabo desde el mundo académico por Calvin Swords y Stan Houston, del Trinity College de Dublín, analiza cómo las distintas visiones de la recuperación influyen sobre la experiencia vivida, la práctica de la salud mental y la prestación de servicios.

Swords y Houston explican:

«Los objetivos de la investigación consistieron en evaluar hasta qué punto un modelo de recuperación contribuía a la práctica […], analizar cómo los distintos profesionales entienden el concepto [de recuperación]; y extraer unas conclusiones provisionales acerca de cómo mejorar la aplicación de un modelo centrado en la recuperación en la práctica».

En el discurso de la salud mental, la recuperación se ha descrito como «polivalente» y un «concepto operativo equívoco». Algunos estudios previos han sugerido que la recuperación se encuentra afectada por factores estructurales, culturales y relacionales, y que en el mejor de los casos la eficacia del tratamiento farmacológico es poco claro.

Otros han criticado el mismo concepto de recuperación por promover una falsa dicotomía entre bienestar y enfermedad, que se coloca a favor de los intereses de la industria para reducir costes y despolitizar el movimiento de los supervivientes. Dicho de otro modo, la promoción de la recuperación retira la atención de los numerosos factores institucionales y políticos que producen el sufrimiento mental, como el capitalismo neoliberal, el racismo institucionalizado, la violencia del estado y la pobreza.

Y algunos otros más han señalado que definir la recuperación como la vuelta al estado previo a la crisis puede respaldar irreflexivamente una forma de funcionar anterior a la crisis o «normal» cuando se estaban usando mecanismos de afrontamiento disfuncionales.

Antes de que a finales del siglo XX y principios del XXI tuviera lugar un giro sobre las concepciones puramente biomédicas de la recuperación, «cuando alguien sufría un malestar psíquico agudo, la asistencia se centraba únicamente en devolverle a un estado biológico de normalidad percibida». En este contexto, la alteración era definida con sistemas clasificatorios como el DSM.

Después de que muchos usuarios de servicios se decepcionaran debido a los recursos conceptuales tan limitados del modelo biomédico y del DSM, explican los autores:

«La recuperación personal se introdujo como una forma novedosa de considerar la enfermedad mental. Se centraba en los relatos personales de los individuos y en cómo referían unas vidas plenas más allá de los síntomas y la medicación. Las personas debían ser centrales a la hora de definir lo qué es la recuperación para ellas y lo qué es la mejor vida a la que pueden aspirar, con el apoyo de los servicios adecuados».

De algún modo, esta visión desplaza la autoridad epistémica en referencia a la recuperación del servicio hasta el usuario. Ha avanzado lentamente en la sustitución del modelo biomédico en las políticas de salud mental y se aplica de forma inconsistente en muchos países.

La idea de que la experiencia subjetiva resulta fundamental en la noción de recuperación personal se puede explicar más fácilmente en términos del constructivismo social. Este punto de vista mantiene que «para comprender la realidad, las personas se encuentran determinadas por sus interacciones con los demás» y asume una actitud crítica ante las pretensiones del conocimiento.

Desde este punto de vista, el saber no se comprende mediante la investigación científica y los experimentos, sino a través del diálogo en la investigación, el significado y la experiencia humana. Por lo tanto, cualquier verdad relativa a la recuperación personal estará determinada por las experiencias subjetivas individuales. De nuevo, la experiencia o la autoridad en materia de recuperación no recaerá sobre los proveedores de servicios profesionales, sino sobre los propios usuarios de los servicios.

Con estos elementos teóricos en mente, los investigadores revisaron la literatura sobre recuperación para averiguar cómo se usaban estos conceptos en referencia al tema de la recuperación. Un tema central que descubrieron es el del intento de conceptualizar la recuperación en términos diferentes al del paradigma biomédico.

Varios estudios consideraron la enfermedad mental y la recuperación bajo la óptica del constructivismo social. Otros usaron la perspectiva narrativa, la fenomenología o una teoría fundamentada para acercarse a la recuperación. De este modo, muchos de los estudios procuraron incluir una perspectiva de experiencia vivida en los debates sobre el significado de la recuperación.

No obstante, en toda la bibliografía sigue habiendo dudas a la hora de reconocer la perspectiva de la experiencia vivida como una evidencia científica fehaciente. Como concluyen los autores: 

«cuando no se adopta plenamente el valor de la perspectiva de la experiencia vivida en la investigación, se corre el peligro de ver la recuperación de una manera ambivalente, distante y objetivista… [Recoger la experiencia vivida puede] mejorar la empatía sintonizando con una narrativa humana y privilegiar la actividad de crear significado, que los usuarios de los servicios realizan al intentar moldear sus vidas».

Si [la recuperación] sigue siendo un «concepto operativo equívoco» de las causas políticas del sufrimiento debido a establecer una falsa polaridad entre recuperación y enfermedad no ha sido abordado.

 

Artículo traducido por Mikel Valverde y publicado originalmente en Mad in America el 20 de mayo de 2021.

Más del autor
Jenny Logan
Más del autor