Este artículo se publicó originalmente en la web primeravocal.org en marzo 2019.

El siguiente texto ha sido elaborado tras la lectura de la noticia de que en Brasil, una vez consumada la victoria electoral del ultraderechista Jair Balsonaro, se reactiva desde el Ministerio de Salud el uso del electroshock en pacientes psiquiátricos. Recomendamos leer este artículo primero para ponerse en contexto.

A nadie se le escapa que está habiendo un ascenso de la extrema derecha a posiciones de poder en diferentes Estados. Donald Trump no fue el primero, pero quizás sí el más sonado. Sus discursos vacíos de argumentos y llenos de odio no solo no han tenido como consecuencia un rechazo por parte del electorado, sino que han recibido un apoyo masivo. Si el país más poderoso del mundo aúpa a la presidencia los planteamientos más reaccionarios, no es de extrañar que otros países hayan seguido su ejemplo. Entre estos se encuentra Brasil, donde Jair Bolsonaro consiguió ganar las elecciones con un discurso basado en la violencia contra indígenas, mujeres o el colectivo LGTBI+. Las personas con problemas de salud mental no están exentas de esta violencia, pese a que no hayan recibido la misma visibilidad ni muestras de apoyo. La mera existencia del sufrimiento psíquico pone sobre la mesa cuestiones sobre la sociedad, el mundo laboral, el género, el racismo, la uniformidad, las instituciones o los cuidados. Todas estas cuestiones están atravesadas por relaciones de poder, por lo que no debe extrañarnos que el poder niegue su relación con el sufrimiento psíquico.

Experiencias poco usuales, como los delirios y alucinaciones, depresiones fuertes, pensamientos de suicidio o ataques de ansiedad, deben ser tapados antes de que surja la necesidad de buscarles explicaciones que podrían llevar a cuestionar el mundo en que vivimos. No sabemos si el exceso de poder genera sufrimiento psíquico, pero sí que sabemos que hay una constante voluntad de bloquear la posibilidad de pensarlo. Para llevar a cabo este bloqueo, el poder dispone de dos estrategias. La primera es anticipar una explicación que impide elaborar otras explicaciones. Una explicación que tapa a otras, que las invalida. La explicación biologicista cumple la función de descontextualizar a las personas, considerarlas fuera de sus familias, vecindarios, barrios, ciudades, trabajos, países (en guerra, en crisis económica…). La segunda estrategia es la de tapar a la persona. Anteriormente esto sucedía de forma literal, se encerraba a la persona con sufrimiento psíquico en un manicomio. Actualmente, pese a que este tipo de encierro sigue teniendo lugar, la mayor parte del esfuerzo se pone en tapar las experiencias. No tanto ayudando como invisibilizando, infantilizando, devaluando, deslegitimando, medicalizando. Una de las técnicas que van en esta dirección es la Terapia Electroconvulsiva (TEC, popularmente conocida como electroshock), y creemos que no es casualidad que una de las primeras medidas del Ministerio de Salud de Bolsonaro haya sido retomar la TEC en Brasil tras haber estado prohibidos desde hacía una década.

Podemos enumerar una serie de motivos por los cuales nos parece que esta técnica no es legítima. Algunos de los cuales son:

– En ocasiones se utiliza como amenaza o castigo.

– Pese a que los defensores de la TEC basan su postura en estudios en los que no aparecen daños a largo plazo, muchos testimonios de personas que han sido intervenidas con esta técnica denuncian daños permanentes, principalmente en la memoria. Además, aunque los estudios avalan su utilización para depresiones muy graves, también se está utilizando para el diagnóstico de esquizofrenia y otras problemáticas. Esto contradice el discurso de la evidencia científica utilizado para avalar las técnicas en salud mental.

– La TEC ha sido objetivo de campañas específicas por parte de activistas y plataformas de afectados específicas de esta práctica.

– En los casos en los que se produce una mejora, esta es temporal, por lo que son necesarias sesiones de forma periódica. En otras palabras, no es una cura sino una herramienta paliativa.

Una vez señalados estos motivos, vamos a centrarnos brevemente en la relación entre los movimientos reaccionarios y la TEC.

Los primeros pasos de la TEC están ligados a regímenes autoritarios europeos. Una línea teórica de la psiquiatría señalaba que inocular una enfermedad en un cuerpo hacía desaparecer la esquizofrenia (se practicó con malaria o con shocks insulínicos, por ejemplo). Esta lógica fue seguida por el psiquiatra húngaro von Meduna, quien provocaba ataques epilépticos con alcanfor considerando que la epilepsia sustituía la psicosis. Pero fue Ugo Cerletti el que desarrolló la TEC y la hizo tomar la forma que tiene hoy en día. La primera sesión de esta técnica fue llevada a cabo en Roma en 1938. La lógica era la misma, pero la epilepsia se provocaba a través de estimulación eléctrica. Cabe señalar que Cerletti fue un ferviente defensor de Mussolini y el fascismo. En España, tras las primeras sesiones en el año 1940, la TEC se extiende rápidamente entre los psiquiatras franquistas durante los años de la posguerra, periodo en el que se practica de forma intensa. Se utilizó mucho para tratar de “curar” la homosexualidad. Por otra parte, en la Alemania nazi se implantó el programa eugenésico Aktion T4, en el que se mató a centenares de miles de personas con problemas hereditarios. Un porcentaje importante eran personas con problemas de salud mental, a las que hasta ese momento se esterilizaba y a las que se exterminó en cámaras de gas situadas en hospitales y centros psiquiátricos. La TEC, recién llegada de Italia, fue planteada como una herramienta para asesinar dentro de este programa. Aunque no se llegó a utilizar principalmente por motivos económicos (los aparatos eran muy caros por aquel entonces), el hecho de que fuera estudiada como una opción viable es bastante significativo. Otro ejemplo es el de la Colonia Dignidad, en Chile. Durante los años 60, Paul Schäfer trasladó la secta que dirigía en Alemania a este país, donde estableció un régimen brutal de abusos sexuales a los menores que había hecho migrar. Las denuncias de los niños que consiguieron escapar fueron escondidas por políticos reaccionarios chilenos que sentían simpatía por Schäfer. Este último ayudó a organizar el golpe de estado de Pinochet y cedió parte de las instalaciones para que fuesen utilizadas como centro de torturas durante la dictadura. Los testimonios de los niños señalan que una de las medidas utilizadas para mantenerlos controlados era la TEC. Más adelante la persona encargada de aplicar esta técnica lo confesó ante un juez.

Naturalmente, no queremos simplificar el análisis y señalar que dado que el creador de la TEC era fascista, y que se ha utilizado bajo regímenes autoritarios, la TEC es una técnica fascista. Pero tampoco nos parece correcto considerar esto como meras casualidades y escurrir el bulto. Cabe preguntarse qué hubiese sido de esta técnica si no hubiese surgido en el contexto de estos regímenes. Quizás sus primeros pasos se hubiesen encontrado con una mayor resistencia y no se habría llegado a naturalizar hasta el punto en el que se ha naturalizado. Seguramente habría quedado como una técnica más, planteada por un neuropsiquiatra en un momento dado y más adelante desechada. No fue así seguramente porque el contexto propició técnicas acordes con una determinada forma de entender al ser humano.

En este sentido, no hubo cabida para otras formas de comprender la salud mental porque había una visión totalitaria sobre la persona. No solo se trata de las circunstancias históricas en las que nace, sino también la perspectiva filosófica que implicó surgir en ese contexto. Desde un punto de vista simbólico, esta técnica encaja perfectamente con la concepción que tienen las ideologías reaccionarias del concepto “persona”: alguien sobre quien se puede intervenir de manera invasiva, cuya opinión puede ser manipulada para que acepte una actuación que le perjudica, a la que no se considera única sino indiferenciable de las demás y cuyo derecho a decidir puede ser suspendido en caso de necesidad.

La TEC es un buen ejemplo de que el problema es utilizar ciertas técnicas sin plantearse que en salud mental no todo es evidencia científica, también hay cuestiones éticas, políticas, históricas y simbólicas de fondo. Por ello, es importante entender que, aunque su eficacia estuviese comprobada al cien por cien (cosa que no sucede), muchísima gente seguiría rechazando la TEC. El hecho de que una estrategia funcione no significa que sea legítima de forma automática. Las camisas de fuerza, dar una paliza o una ducha de agua muy fría también son técnicas efectivas para que una persona deje de mostrar ciertos comportamientos, y no por ello es aceptable su utilización. La TEC es una superviviente de una época oscura, por lo que no nos parece casualidad que esta técnica esté volviendo de la mano de Bolsonaro. Una prueba más de que la salud mental es política.

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