[Este artículo fue originalmente publicado en el periódico El Salto el 18 de marzo de 2018.]

Desde hace años venimos asistiendo a una lenta pero imparable puesta en valor de las narrativas en primera persona en el campo de la salud mental, donde tradicionalmente sólo había espacio para el saber académico y profesional.

En 2009 el antropólogo Martín Correa-Urquiza hablaba ya de estos saberes experienciales (o profanos) en su tesis doctoral (editada con el título “Radio Nikosia: La rebelión de los saberes profanos. Otras prácticas, otros territorios para la locura”). Personas con experiencia propia en convivir con sufrimiento psíquico han ido encontrando huecos en publicaciones, organizaciones o encuentros de profesionales de corte crítico. Poco a poco accedemos a estos relatos muchas veces distintos al de la psiquiatría tradicional.

¿Es este también el caldo de cultivo que permite que una obra que habla de locura de una forma tan personal pero también muy crítica como es Desmesura… encuentre editor, llegue a las librerías y la esté descubriendo ya cierto público en estas primeras semanas de vida?

Según Fernando Balius (la persona tras las páginas de Desmesura, junto al ilustrador Mario Pellejer) ese caldo de cultivo existe, pero “se ha generado un pensamiento crítico al respecto, llegando a plantear hasta qué punto las historias que contamos no pierden su potencialidad en ese tipo de contextos profesionales. Como lector de cómics me planteé que quizás sería posible elaborar algo que pudiera funcionar en un plano cultural, no ligado de manera específica a la salud mental. Un espacio propio al fin y al cabo”.

A la hora de plantearse este trabajo, “la principal motivación fue la de compartir, poner en común una historia que aborda cuestiones que son sistemáticamente expulsadas de los discursos que recorren el cuerpo social. El guión nace como una decisión política, la de desbordar los marcos de la salud mental y el activismo y lanzar la historia más allá, a un público más amplio. Intentar compartir fuera de los espacios que conozco y en los que me muevo”, explica Balius.

Leer Desmesura es asomarnos a una historia de locura por momentos cruda, que nos transmite el miedo, incomprensión, dolor, culpa, rabia, vértigo o la propia sensación de perderse en la locura. A través de las páginas de esta obra conectamos con todas estas sensaciones que el propio autor atravesó y ha sabido reflejar en palabras: “poco a poco todas las piezas se fueron desencajando”, “nuestro pensamiento naufraga”, “el peso del mundo, al menos de tu mundo, cae a plomo sobre ti. Aturdimiento. Desmesura”.

Pero como él mismo señala en otras páginas “el problema real no es el episodio, los ruidos y las voces que están solo en tu cabeza ni las taquicardias y los músculos agarrotados”, sino que acabó viendo todo eso como “pistas, rastros que pueden llevarte de la mano al origen del dolor”.

Es precisamente ese viaje, que no puede hacerse en soledad, lo que trata de contar Fernando Balius en estas páginas: “Es un proceso que fue (y es) largo, duro y complejo. La búsqueda de un sentido y unas herramientas que no se encuentran en las consultas psiquiátricas o en el arsenal de psicofármacos con el que se nos asalta de manera constante. Creo que ese camino es colectivo y pasa por la socialización de conocimientos: buscar iguales, encontrar resquicios dentro del sistema que habitamos y ensancharlos tanto como sea posible. Con Desmesura tan solo intento aportar mi parte, una historia más de tantas, con la peculiaridad de que es una novela gráfica”.

Para mí como lectora y a la vez desde mi propia experiencia de sufrimiento psíquico ha sido muy revelador que dentro de la propia crudeza, dentro del mismo sufrimiento y rabia que nos transmite Desmesura, encontramos también muchísima calidez y ternura.

Son casi físicamente palpables los afectos, el amor, el humor… (“hay una desmesura en el amor, en la lucha, en el afecto”, dice en una de sus páginas, hablando sobre la otra cara de la desmesura). También entender que la rabia puede ser motor constructor. No toda rabia es destructiva, que es como solemos entenderla socialmente. Al éxito transmitiendo sensaciones tan distintas contribuye perfectamente el dibujo de Mario Pellejer, que no es nunca histriónico al dibujar los pasajes más duros y sabe también recoger la ternura y los cuidados en otros momentos en los que son los protagonistas de la historia.

Llaman la atención tantos sentimientos y tan distintos entremezclados en la novela gráfica y en su propia historia vital. Podemos caer en pensar la locura desde una falsa uniformidad gris, angustiada, difícil… pero Desmesura desmonta ese mito. Fernando destaca cómo “el humor es un elemento esencial a la hora de pensar la locura, pero también para poder vivir con ella y a pesar de ella. Reírse de uno mismo hace que te tomes menos en serio, lo que permite que de alguna manera se diluyan los elementos egotistas que creo que caracterizan buena parte de la locura”.

Sus palabras me recuerdan que en una baja laboral por temas de salud mental se me reprochó haberme visto una tarde riéndome en una terraza con unos amigos. En el imaginario común, si estás tan enferma y loca que no puedes ser productiva en el sentido capitalista del término, deberías estar llorando bajo el edredón a menos que estés dormida (teniendo pesadillas, supongo), y así cada día y cada noche. Pero menos mal que podemos, en un aprendizaje necesario, reírnos de este constructo social alrededor de la locura, igual que reírnos de nuestra propia locura y dolor en sí.

Balius continúa desgranando otros sentimientos que encuentran su espacio en el cómic: “En cuanto a la rabia… La rabia contra la familia, contra el trabajo, contra la ciudad o contra mis propias voces, es algo que me ha permitido no perder la vida en varias ocasiones. De alguna manera constituye un punto de partida que inaugura nuevas posibilidades. Y la amistad… El mundo es difícilmente habitable cuando falta”.

A lo largo de la obra, se repite la idea de que “este no es un relato de superación individual, es parte de una construcción colectiva de sentido». En este mundo plagado de profesionales del coaching, de mindfulness, del “hazte a ti mismo” y “lo importante es la actitud, ¡sé positivo!”… entiendo por qué hacía falta explicitar en la propia novela gráfica que esto no es en absoluto un eslabón dentro de ese camino de individualizar —una vez más— las soluciones cuando hay problemas colectivos detrás, sino que el posicionamiento es el contrario. Balius lo confirma: “esta no es una historia de crecimiento personal, de superación individual”.

No, no estamos ante un manual de autoayuda envuelto a novela gráfica y si alguien busca eso en Desmesura, se sentirá defraudado. Al autor lo que le interesa mostrar “es la perspectiva colectiva en un momento histórico que se caracteriza por erradicar los lazos comunitarios. Entiendo la locura como aislamiento, no como el fallo de un equilibrio químico que nadie ha conseguido jamás demostrar. Cada vez hay más gente jodida de la cabeza porque cada vez estamos más inmersos en una suerte de canibalismo social. Acabar recluido dentro de tu propia cabeza o atado a una cama de hospital con correas no es un fracaso de esta u aquella persona, es el fracaso de la propia sociedad y de las disciplinas de las que esta se ha dotado para gestionar tanto el sufrimiento psíquico como la diferencia.”

 

La locura en el arte

Desmesura es una semilla más en la construcción colectiva de un discurso propio en salud mental que, en un paso de gigante, está trascendiendo los espacios de debate especializados y llegando a librerías, teatros, tiendas de cómics… La locura contada por las propias personas que la experimentan pasa a ser materia de creación, igual que se viene haciendo en otros campos, rescatando nuestras propios relatos de maternidades en literatura.

En el mundo del cómic, encuentran espacio las voces de la comunidad LGTB (pienso en la reciente publicación del manga Mi experiencia lesbiana con la soledad; o en TRANSito, cómic publicado, como Desmesura, también en Bellaterra —a quien hay que agradecer que esté apostando por estas historias— donde Ian Bermúdez ficciona su propia experiencia de transición). También van haciéndose hueco las historias de personas con diversidad funcional (un ejemplo es el cómic juvenil Súper Sorda, ganador del Premio Eisner en 2017).

En el terreno de la salud mental tenemos también múltiples ejemplos recientes de este convertir la propia experiencia de la locura en creaciones culturales que llegan a un público amplio. Por citar algunas: la obra La liberación de la locura, creación de Camila Vecco con Teatro de los invisibles, está en cartel en Madrid los viernes de este marzo; la exposición sobre mujeres artistas y surrealismo “Somos plenamente libres”, visitable hasta el pasado enero en Málaga, incluyó obras de mujeres que fueron encerradas en manicomios, como Dora Maar, Unica Zürn o Leonora Carrington; de la propia Carrington el pasado año Alpha Decay reeditó sus Memorias de abajo; y en poesía (donde quizá siempre ha sido más fácil encontrar voces que hablaran de su propio sufrimiento psíquico) ese mismo año María Castrejón editaba en Huerga&Fierro La inutilidad de los miércoles.

Que colectivos tradicionalmente invisibilizados encuentren espacios para crear y compartir sus propias historias es siempre buena noticia. Estas voces crean un mosaico, un imaginario distinto sobre la locura; diverso y plural, por supuesto, pero sobre todo propio. Quizá en un futuro hablemos también de locuras reflejando esa pluralidad, como hacemos con los feminismos. Y ojalá en esas obras, en sus distintos formatos, encontremos también mapas que nos ayuden en nuestro camino y que ayuden al resto a cambiar su mirada por otra desprovista del miedo y rechazo que alimenta la ignorancia; mapas que es fácil encontrar en la lectura de Desmesura.

Le pregunto también a Balius por esta idea de su obra como material que otras personas, además de disfrutar de la propia historia, el dibujo, la sensibilidad que guarda… podrían aprovechar para trazar sus propios mapas, para generar esa esperanza que es fácil perder. No tiene una respuesta clara, pero sí me comparte una reflexión final: “Creo realmente en la recuperación cuando hablamos de salud mental, que algunas personas se extravían en los bosques de la locura y luego regresan. Eso es lo que he vivido. Llegados a ese punto se pueden hacer dos cosas: seguir el juego a la norma social, callarnos y contribuir al tabú que existe con todo lo que tiene que ver con la salud mental… o trazar mapas de ese viaje y compartirlos, tratar de que lleguen a tanta gente como sea posible. La esperanza se organiza”.

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